Sin final a la vista

Un científico muy respetado —preocupado por el resultado de las primeras investigaciones atómicas— escribió: «Si pudiéramos utilizar las fuerzas que ahora sabemos que existen en el interior del átomo, tendríamos tales capacidades de destrucción que no sé de ningún otro organismo, fuera de la intervención divina, que pudiera salvar a la humanidad de la más absoluta y perentoria aniquilación». El científico en cuestión era el biólogo J.B.S. Haldane; el año, 1925. Aunque Haldane obviamente no creía en Dios, el futuro que vislumbraba era tan desesperante que no veía otro medio de salvar a la humanidad de un destino terrible creado por ella misma.

Los temores de Haldane probablemente se habrían materializado unos veinte años después de que expresara sus preocupaciones si, en 1945, Japón o sus aliados hubieran tenido las armas para tomar represalias contra el bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki. No las tenían. Pero el desarrollo y las pruebas de la bomba de hidrógeno por parte de Estados Unidos y la Unión Soviética, con pocos años de diferencia entre sí, a principios y mediados de la década de 1950, convirtieron ese escenario en una posibilidad real. 

«Uno de los principios lamentables de la productividad humana es que es más fácil destruir que crear.»

Thomas Schelling, Arms and Influence (1966)

Afortunadamente, la era de la destrucción mutua asegurada comenzó como la forma humana de evitar la aniquilación. Funcionó —con algunos apuros— durante toda la Guerra Fría, y la estrategia incluso mejoró tras el colapso del imperio soviético y el consiguiente «dividendo de paz» de la década de 1990.

El economista Thomas Schelling fue el artífice en la década de 1960 de la disuasión por destrucción mutua asegurada. En 2008 actualizó su influyente libro Arms and Influence (1966). En él decía: «Una Rusia militarmente algo hostil sobrevive a la Guerra Fría, pero nadie se preocupa (que yo sepa) por enfrentamientos nucleares entre la nueva Rusia y Estados Unidos». Al parecer, la guerra nuclear era una amenaza en vías de desaparición, o al menos prevenible. Si no ha ocurrido en setenta años, probablemente no ocurrirá o… eso es lo que se dice.

Pero hoy, en parte debido a la invasión rusa a Ucrania en 2014 y 2022, las grandes potencias se disputan de nuevo el dominio, y las potencias medias se están viendo afectadas. Dos de las nueve potencias nucleares del mundo, Rusia y China, han adoptado una postura más beligerante hacia Estados Unidos en los últimos años. Esto abre, para Estados Unidos, la muy preocupante posibilidad de una confrontación nuclear en dos frentes simultáneamente. En 2023, por primera vez en varios años, el Congreso estadounidense publicó un estudio bipartidista sobre la postura estratégica de la nación, en el que se incluía la preparación nuclear. Con respecto a las condiciones cambiadas, el informe señalaba: «La visión de un mundo sin armas nucleares, a la que se aspiraba incluso en 2009, es ahora más improbable que nunca. El nuevo entorno global es fundamentalmente diferente de todo lo vivido en el pasado, aun en los días más oscuros de la Guerra Fría». En dicho informe se recomendaba, en parte, la «sustitución de todos los sistemas vectores nucleares estadounidenses» y la «modernización de sus cabezas nucleares». Las armas actuales son mucho más potentes y numerosas que las bombas atómicas de la Segunda Guerra Mundial. Y pueden lanzarse en cuestión de minutos, no de horas.

Unos mil novecientos años antes de Haldane, otro maestro muy respetado, que creía mucho en Dios, preveía el mismo potencial de aniquilación humana y la misma necesidad de intervención divina. Él dijo: «Pues habrá más angustia que en cualquier otro momento desde el principio del mundo. Y jamás habrá una angustia tan grande. De hecho, a menos que se acorte ese tiempo de calamidad, ni una sola persona sobrevivirá». El maestro aquel era Jesús de Nazaret. Según él señaló, la supervivencia humana es segura. Ese anunciado tiempo catastrófico «será acortado» (Mateo 24:21-22, Nueva Traducción Viviente).

Así las cosas, la humanidad se salvará de la «más absoluta y perentoria aniquilación» que temía Haldane. Y, según esta profecía del siglo I, esto sucederá porque Dios ha decidido intervenir por el bien de lo que algunos llaman «un remanente salvo», un grupo de personas que han decidido aceptar la responsabilidad de vivir según normas más elevadas. Para más información sobre este modo de vida, le invitamos a consultar los enlaces bajo Contenido Relacionado.