Henry David Thoreau: ¿Adelantado a su época?
Doscientos años después del nacimiento de Thoreau, muchas de sus ideas resuenan más fuertemente de lo que lo hicieran en su época.
Aunque hoy por hoy la conservación es un tema popular, no es una idea nueva. Uno de los primeros —y más firmes— defensores de su importancia fue el ensayista, naturalista y filósofo norteamericano Henry David Thoreau. Mientras vivía a orillas de la laguna de Walden, a más de dos kilómetros de distancia de la aldea de Concord y kilómetro y medio del vecino más cercano, Thoreau tuvo presciencia para ver que la rápida población y expansión cultural de los Estados Unidos amenazaba el acceso de sus habitantes a la naturaleza. La obra de su vida se convirtió en una cruzada para mostrar a sus conciudadanos un estilo de vida diferente, que hacía a un lado el materialismo y abrazaba la naturaleza. «En la naturaleza está la preservación del mundo», decía.
David Henry Thoreau (quien más tarde revirtiera el orden de sus primero y segundo nombres) nació en Concord, Massachusetts, en 1817. Su padre, John Thoreau, era un hombre apacible, dueño de una fábrica de lápices, a quien le encantaba leer los clásicos. Su madre, Cynthia, era una persona más vigorosa, con fama de ser excelente ama de casa y cocinera. Extremadamente directa en sus opiniones, se la describía como «reformadora nata» y miembro fundadora de la Sociedad Femenina contra la Esclavitud en Concord. En estos rasgos, como también en el interés de ambos por la naturaleza se pueden rastrear los cimientos de la famosa filosofía de su hijo.
Las opiniones e intereses que caracterizaron la vida y las obras de Thoreau fueron tomando forma desde muy temprana edad. Sus primeros poemas hablan del amor a la naturaleza, y su discurso de inauguración en Harvard se refiere a diversos temas recurrentes en todos sus escritos posteriores: que los hombres deben «llevar… vidas independientes»; que las riquezas deben ser «los medios y no el fin de la existencia»; que «este curioso mundo en que habitamos… es más para admirarlo y disfrutarlo que para usarlo»; y que la principal ocupación de una persona debería ser «beber de los sutiles influjos y las sublimes revelaciones de la naturaleza».
Al volver al hogar paterno en Concord tras graduarse en Harvard en 1837, le presentaron a Ralph Waldo Emerson. Emerson, quien se convertiría en su amigo cercano y mentor, lo invitó a formar parte de un club informal de hombres y mujeres influyentes. Según el biógrafo Walter Roy Harding, fue en los periódicos donde primero se les apodó «trascendentalistas». El término provenía de la teoría de Kant y Hegel del siglo XVIII, según la cual (en palabras de Harding) «había un cuerpo de conocimiento innato dentro del hombre y este conocimiento trascendía los sentidos». El ejemplar de julio de 1841 de la revista transcendentalista The Dial definía la filosofía como «el reconocimiento en el hombre de la capacidad de conocer la verdad intuitivamente… Dios es la verdad absoluta; y el hombre es creado a su imagen».
En el caso de Thoreau, no solo fue transcendentalista, sino lo que su amigo y biógrafo Ellery Channing describiera como «estoico natural». Robert D. Richardson Jr., autor de Thoreau: A Life of the Mind, concuerda con ello. Explicando que «la esencia de la vía estoica» es recurrir «no al estado, ni a Dios ni a la sociedad, sino a la naturaleza» como «fuente de principios morales fiables», Richardson señala que «Thoreau es probablemente el máximo exponente de este enfoque en los últimos doscientos años». De hecho, Thoreau consideró siempre la Naturaleza (con mayúscula) como ejemplo de virtud, en contraste con la sociedad débil e inmoral.
Según la filosofía de Thoreau, cada persona debería por sí misma estudiar la naturaleza y la literatura clásica. Entonces, habiéndose conectado así con su propia naturaleza interior, debería «seguir su propio camino, en lugar del de su padre, su madre o sus vecinos».
«Thoreau… creía firmemente que la reforma siempre comenzaba con el individuo».
Para Thoreau, seguir el camino propio de uno incluía no subordinarse a leyes injustas, enfoque que expresara en su ensayo de 1849 titulado Resistencia al gobierno civil (publicado nuevamente después de su muerte bajo el título Desobediencia civil). Escrito en el contexto de la esclavitud y de lo que él consideraba una guerra injusta entre Estados Unidos y México, el argumento de Thoreau era que cuando el gobierno produce injusticia, es responsabilidad de los ciudadanos conscientes resistirlo: «Si la injusticia [perpetrada por una ley o un gobierno]… es de tal naturaleza que requiere que uno sea el agente de injusticia contra otro, entonces, yo digo, rómpase la ley». Thoreau respaldó con hechos sus palabras. Como es bien sabido, pasó una noche encarcelado tras rehusarse a pagar un impuesto por una causa que él no apoyaba. Además, desafiando la Ley de Esclavos Fugitivos —la cual requería que hasta los residentes de los estados libres devolvieran los esclavos fugitivos a sus amos—, ayudó a cuantos esclavos pudo a escapar a Canadá.
Curiosamente, aunque a menudo se suele aludir a los argumentos de Thoreau a favor de la desobediencia civil como argumento para la no violencia, los soldados y las guerras constituían metáforas comunes en sus escritos. En su diario escribió: «Todos estamos en el frente de batalla en todo momento de nuestras vidas». Con frecuencia se cita su más famosa frase: «Si un hombre no marcha al mismo paso que sus compañeros, tal vez sea porque oye un tambor diferente», sin recordar que generalmente solo los soldados marchan al son de los tambores. Y en 1854 —en abierta oposición a obedecer leyes que perpetuaran la esclavitud—, en su disertación titulada La esclavitud en Massachusetts llegó al punto de decir: «No es necesario que os diga que yo tocaría algún resorte, accionaría algún sistema para hacerlo explotar». Más tarde defendería las violentas acciones de John Brown en Harper’s Ferry. Le interesaba promover la justicia, según la definía, por los medios que fueran necesarios.
Un crítico pudiera sugerir que la promoción de la desobediencia civil determinada individualmente según Thoreau podría inducir a cada ciudadano a desobedecer diferentes leyes en un rápido descenso a la anarquía. Sin embargo, pese a todo lo que Thoreau dijo acerca de la importancia de que cada hombre decida su propio camino, él parece haber creído en una ley y moralidad universal que se volvería evidente para cualquiera que siguiera su consejo de estudiar la naturaleza.
Es de notar que, para Thoreau, esta moralidad universal no era necesariamente judeo-cristiana; él escribió que «para el hombre virtuoso, el universo es el único sanctum sanctorum», en latín, «lugar santísimo», la cámara interior del antiguo templo judío. De hecho, Thoreau tendía más a expresarse en términos griegos paganos, como cuando proclamó haber sido «un adorador de Aurora tan sincero como los griegos», se refirió a los árboles como «los santuarios que visitaba tanto en verano como en invierno», o declaró que «Jehová… es más absoluto e inaccesible, pero apenas más divino que Jove (Jove, también llamado Júpiter o Zeus)» porque Jehová «no ejerce una influencia tan íntima y genial en la naturaleza».
En la mente de Thoreau, la conservación de la naturaleza iba de la mano con el anticomercialismo. Pasó dos años viviendo en una cabaña monoambiente construida por él mismo en un terreno de su amigo Emerson, cerca de la laguna de Walden, en parte para escribir y sumergirse en la naturaleza, y en parte como experimento en cuanto a vivir de la manera más simple posible. Más adelante, censuró duramente los «llamados progresos del hombre», que «simplemente deforman el paisaje». Y no dudó en criticar públicamente a sus vecinos, por ejemplo, al «sucio y estúpido granjero» que no amaba ni protegía la laguna que había en su propiedad, sino que «solamente pensaba en su valor monetario;… que agotaba la tierra adyacente… y que la drenaría y la vendería por el lodo del fondo». De hecho, su idea de que «la tierra es… poesía viviente… una tierra viva; toda vida animal y vegetal comparada con la gran vida central del planeta es meramente parasitaria» es considerada «piedra angular de la ética moderna de la conservación».
Thoreau falleció en 1862 a la edad de 44 años, dejando inconclusas varias de sus obras. No obstante, sus ideas han inspirado a generaciones y, en cierto sentido, ahormado nuestro mundo. Su llamado a crear «reservas nacionales» de zonas silvestres bien puede haber influido en Theodore Roosevelt, quien durante su presidencia destinó a ello más de doscientos treinta millones de acres y alabó el «singular valor literario» de la obra de Thoreau. Tanto Mahatma Gandhi como Martin Luther King Jr. acreditaron a Resist encia al gobierno civil la definición de sus propios movimientos sociales innovadores del siglo XX.
Pero en el presente siglo XXI, el mayor legado de Thoreau es tal vez una creciente concienciación de que el mundo natural merece mucho más respeto del que nos hemos acostumbrado a mostrarle.