Jerónimo: En Busca de la Paz
El guerrero apache Jerónimo fue una figura controversial que enfrentó épocas severamente problemáticas antes de su muerte, ocurrida el 17 de febrero de 1909. Viviendo un siglo después en nuestro propio mundo atribulado, tal vez las personas de todas las razas tengan algo que aprender de Jerónimo, especialmente en lo que se refiere a su voluntad para desechar viejas ideas e imaginar una nueva forma de vida.
Jerónimo no fue el nombre de pila de este famoso guerrero apache. Sus padres lo nombraron Goyathlay, que significa «uno que bosteza». Un gato también bosteza, pero seguramente ninguno de los grandes felinos que compartió su hogar en la montaña al suroeste de los Estados Unidos y al norte de México tenía tal sigilo y astucia o era tan temido como Goyathlay.
La leyenda cuenta que se le dio el nombre de Jerónimo después de dirigir un exitoso ataque contra un grupo de mexicanos que clamaban misericordia a uno de sus santos patronos: Jerónimo. Goyathlay demostró ser un temible guerrero y a partir de ese día los vencedores lo llamaron Jerónimo.
Aunque se han sugerido otras fechas, Jerónimo dio su fecha de nacimiento como junio de 1829. Nació y creció en el Río Gila, área de lo que actualmente es la frontera de Arizona-Nuevo México, en los Estados Unidos, y que en ese tiempo era parte de México. Fue el cuarto de ocho hijos, nieto de Maco, jefe de la tribu apache Nedni; sin embargo, Jerónimo nunca llegó a ser jefe, ya que su padre se casó con una apache Bedonkohe y se unió a su tribu, por lo que perdió su derecho hereditario como líder.
Jerónimo comentó más tarde que, cuando niño, fue «calentado por el sol, mecido por los vientos y abrigado por los árboles como otros bebés indios» (todas las citas son del libro Geronimo’s Story of His Life [Historia de la Vida de Jerónimo], escrito y editado por S.M. Barrett). Jugaba con frecuencia a las escondidas con sus hermanos y hermanas, y aprendió a ayudar a sus padres a ocuparse de los cultivos de maíz, frijol, melón y calabaza. Mientras crecía también aprendió a cazar y desarrolló las habilidades que lo hicieron un formidable oponente en años posteriores.
A la edad de 17, Jerónimo fue admitido en el consejo de guerreros. Hacía tiempo que deseaba seguir el camino de la guerra y servir a su tribu en batalla. Ahora podría hacerlo.
Por esa misma época se casó con Alope, a quien le confesó haberla amado «durante mucho tiempo». El padre de Alope le pidió muchos ponis por ella y Jerónimo regresó pocos días después con una manada completa. Los dejó con su suegro y reclamó a su prometida, y con esta somera ceremonia la pareja contrajo matrimonio. Tuvieron tres hijos y parecían haber sido muy felices juntos; no obstante, esto no duraría mucho.
Durante una tregua en las hostilidades en curso con los mexicanos, quizá cuando Jerónimo estaba por iniciar sus treinta años, la tribu se dirigió al sur para comercializar con las aldeas mexicanas. Durante varios días los hombres comercializaron pacíficamente en una aldea conocida por los apaches como Kaskiyeh y cada día dejaban a las mujeres y los niños apenas protegidos en su campamento justo afuera de la población.
Una tarde, a su regreso, se encontraron con la noticia de que tropas mexicanas habían atacado el campamento, matando a los guerreros de guardia y a muchas mujeres y niños. También habían tomado los ponis y las armas de la tribu, y destruido sus suministros. Casi todos perdieron miembros de su familia en este ataque, «pero ninguno había perdido lo que yo», recordó Jerónimo más tarde, «porque yo lo había perdido todo», su madre, su esposa y sus hijos, todos estaban muertos. Su padre ya había fallecido algunos años atrás.
Terriblemente disminuidos en número como quedaron entonces (algunos calculan que los Bedonkohes perdieron casi una cuarta parte de sus mujeres e hijos en Kaskiyeh), la tribu se retiró hacia el norte para distanciarse de otra amenaza mexicana. Este acontecimiento provocó un cambio radical en la vida de Jerónimo, pues encendió en él la determinación de buscar venganza contra las tropas mexicanas responsables. «Una vez que da su palabra», escribió el biógrafo de Jerónimo muchos años después, «nada evitará que cumpla su promesa». Y esta grave pérdida sólo reforzó su usual determinación.
Luego de un año, reforzado por guerreros de tribus vecinas, Jerónimo fue llamado a dirigir la venganza en Arizpe, al norte de Sonora. El frío arrebato de su ataque, realizado durante dos días, resultó en una gran victoria apache. Fue desde las llamas de su agresión que surgió el nombre de Jerónimo.
Aunque otros miembros de su tribu estaban ya decididos a ponerle fin al asunto, Jerónimo continuamente buscaba apoyo para más ataques. Realizó más incursiones, casi siempre sólo con unos cuantos valientes. Con frecuencia se encontraban con la derrota, pero ni la muerte de sus valientes compañeros ni la desaprobación de los miembros de otras tribus pudieron aminorar su deseo de vengarse de sus enemigos.
Otros eventos sólo conspiraron para añadirse a la explosiva mezcla encendida en Kaskiyeh. En 1848, el descubrimiento de oro en California llevó a más colonizadores blancos a las tierras apaches, lo que inicialmente causó algunos problemas, pero la relativa calma se desintegró al enfrentarse a algunos incidentes, incluyendo la derrota del jefe Mangas Coloradas por un grupo de mineros y el apoderamiento de Cochise y su comitiva cuando se reunieron con soldados con la bandera de la paz. «Después de este [último] problema», comentó Jerónimo, «todos los indios acordamos nunca más ser amistosos con los hombres blancos». Eso desencadenó un cuarto de siglo de violencia intermitente en el suroeste del país.
Durante este periodo, las tribus apaches, incluyendo a Jerónimo, hicieron muchos intentos por llegar a un acuerdo con el pueblo estadounidense, pero los acuerdos tentativos siempre fracasaban. Jerónimo dio su consentimiento para vivir en una reserva, sólo para marcharse de nuevo «temiendo una traición». Al hablar de esta época, Jerónimo dijo posteriormente: «Éramos imprudentes con nuestras vidas, porque sentíamos que la mano de cada hombre estaba contra nosotros. Si regresábamos a la reserva, nos pondrían en prisión y nos matarían; si nos quedábamos en México, continuarían enviando soldados para pelear con nosotros; así que no tuvimos clemencia ni pedimos favores».
Sin embargo, con poca comida y un pequeño grupo extremadamente reducido, Jerónimo por fin llegó a un acuerdo con las tropas mexicanas para cesar las hostilidades y poco después se entregó al General Nelson Miles, con lo que la última fuerza combatiente nativa americana se rindió formalmente al gobierno de los Estados Unidos el 4 de septiembre de 1886, en Skeleton Canyon, Arizona.
Jerónimo fue llevado a juicio en San Antonio, Texas. Los comentaristas generalmente están de acuerdo en que el trato a los prisioneros a partir de ese momento infringió los términos de la rendición de Jerónimo. Primero fueron enviados a Fort Pickens, Florida, donde se les asignaron trabajos forzados; en 1888 fueron transferidos a Mount Vernon Barracks, Alabama, donde las condiciones fueron tales que muchos murieron de tuberculosis y otras enfermedades. Finalmente, en 1894 los prisioneros fueron llevados a Fort Sill, Oklahoma, cuando sus enemigos tradicionales, los comanches, kiowas y kiowa-apaches, estuvieron de acuerdo en aceptarlos y compartir su reserva. A los prisioneros se les permitió vivir ahí siempre y cuando permanecieran en la reserva militar.
Desde esa base a Jerónimo se le dio cierta libertad. Se le pidió asistir a la Feria Mundial de 1904 en St. Louis, Missouri, y el siguiente año, al desfile inaugural del Presidente Theodore Roosevelt. Acerca de la Feria Mundial, Jerónimo comentó: «Vi muchas cosas interesantes y aprendí mucho de los blancos. Son personas muy amables y pacíficas. Durante todo el tiempo que estuve en la Feria nadie intentó dañarme de ninguna manera». También asistió a otras exposiciones durante esa época.
Barrett señala que «la Exposición de St. Louis se realizó después de que adoptó la religión cristiana y de que había empezado a intentar comprender nuestra civilización»; sin embargo, su reforma no fue suficiente para la Iglesia Reformada Holandesa, pues fue expulsado posteriormente —algunos dicen que por hacer apuestas y otros dicen que por darse al vino—.
Jerónimo siempre anheló regresar a Arizona y apeló en muchas ocasiones por este privilegio. «Es mi tierra, mi hogar, la tierra de mis ancestros, a donde ahora pido que se me permita volver», señaló a Barrett. «Deseo pasar mis últimos días ahí y ser enterrado entre aquellas montañas. Si esto fuera posible, podría morir en paz»; sin embargo, no lo fue. Su exceso en la bebida seguía siendo un problema y esto terminó por llevarlo a la muerte. Una noche de febrero, mientras cabalgaba ebrio hacia su casa, cayó de su caballo y quedó inconsciente en el frío suelo hasta la mañana siguiente. Murió de neumonía el 17 de febrero de 1909, apenas una semana después.
Ciertamente, este famoso apache fue provocado de muchas maneras por sus enemigos mexicanos y por colonizadores estadounidenses y europeos que venían de Occidente, pero había algunos entre su propia gente que no apreciaban la determinación de venganza de Jerónimo. Algunos estaban horrorizados ante la brutalidad y salvajismo que mostraba, incluso contra mujeres y niños. Sin duda, sus acciones jugaron un papel importante para que el gobierno de los Estados Unidos fuera tan duro con las tribus apaches, lo que causó mayores adversidades al pueblo de Jerónimo.
Aunque puede ser difícil perdonar la terrible venganza que cometió, siendo justos, sus acciones deben ser vistas en el contexto del sistema de creencias del que surgió y en el lugar y la época en las que vivió. Esta gran región de América adquirió el nombre de «Salvaje Oeste» por muchas buenas razones, y no todas ellas fueron de sangre nativa.
No obstante, tal vez podamos ver en Jerónimo a un hombre que al final tuvo la voluntad de cambiar. Llegó el momento en que incluso él tuvo que hacer las paces con los mexicanos. Fue capaz de reconocer que ya no podía aventajar al Ejército de los Estados Unidos. Comenzó a ver que no toda la gente blanca buscaba quitarle la vida. Tuvo la voluntad de escuchar las palabras de una nueva religión. Quizá vio ahí un reflejo de su propia vida:
«Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. Tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado; tiempo de matar, y tiempo de curar; tiempo de destruir, y tiempo de edificar; tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de endechar, y tiempo de bailar; tiempo de esparcir piedras, y tiempo de juntar piedras; tiempo de abrazar, y tiempo de abstenerse de abrazar; tiempo de buscar, y tiempo de perder; tiempo de guardar, y tiempo de desechar; tiempo de romper, y tiempo de coser; tiempo de callar, y tiempo de hablar; tiempo de amar, y tiempo de aborrecer; tiempo de guerra, y tiempo de paz» (Eclesiastés 3:1-8).
Jerónimo fue (y sigue siendo) una figura muy controversial; sin embargo, ciertamente supo lo que era vivir en épocas turbulentas. Viviendo en nuestro propio mundo atribulado un siglo después de la muerte de este guerrero, tal vez la gente de todas las razas tenga algo que aprender de Jerónimo, especialmente en lo que se refiere a su voluntad para desechar viejas ideas y para olvidar formas que muestran que ya no funcionan.