Marie Curie: Iluminando el Sendero
Cómo la pequeña Manya Sklodowski (Marie Curie) se convirtió en la primera mujer en ganar el Premio Nobel de Física, y la primera persona en ganar un segundo premio, es una historia fascinante.
En 1865, el norteamericano T.S.C. Lowe inventó la máquina para hacer hielo. En 1866, Alfred Nobel inventó la dinamita, Ernst Haeckel acuño el término ecología, y la gente consideraba que los brotes de cólera eran castigo de Dios por la decadencia moral.
Tales eran los tiempos en el que la quinta hija de Vladislav y Bronislava Sklodowski nació en Varsovia, Polonia. Con mucho cariño la apodaron Manya—una forma de diminutivo de María—si bien el afecto parecía haber sido bien escaso en la Polonia de 1867. Bajo el siempre ojo opresor de los supervisores rusos, el padre de la niña, maestro de física, era observado muy de cercas, así como lo eran el resto de los intelectuales.
Con el tiempo, considerado inapropiado para las masas polacas, los supervisores rusos comenzaron a retirar la ciencia de los programas de estudios escolares. Ya no siendo apropiado para el profesor Sklodowski traer su equipo de física de casa para sus clases, permaneciendo en su estudio: barómetros, tubos brillantes y objetos dentro de gabinetes de vidrio. Desde muy jovencita, la curiosa Manya estaba fascinada por estas bisuterías.
Muy pronto se encontraba en menor posición en la escuela, además de ser reducido su ingreso y pensión como resultado, Sklodowski intentó asegurar un ingreso continuo invirtiendo en el negocio de su cuñado. Lo perdió todo. La familia fue forzada a mudarse varias veces y eventualmente tomó huéspedes—niños que el profesor alimentó, alojó y enseño.
Junto con estos niños llego la tifoidea, y en 1876 la hermana mayor de Manya murió. Dos años más tarde murió su madre de tuberculosis crónica. Fue hasta entonces que Manya de diez años comprendió por qué su madre nunca la había besado alguna vez.
Cuando era adolescente Manya con frecuencia se encontraba con una amiga camino a la escuela. En el patio del edificio en donde vivía su amiga se encontraba de pie un león de bronce con una argolla en el hocico; si su amiga no se encontraba ahí esperando, Manya levantaba la argolla hacia la cabeza del león como señal de que se había adelantado. Su vida ocurría de la misma forma—avanzando a los demás y abriendo senderos—senderos que eventualmente dieron origen a la bomba atómica.
Hoy conocemos a esta niña no como Manya Sklodowska, sino como la premio Nobel Marie Curie. Cómo la pequeña Manya fue la primera mujer en recibir el Premio Nobel en Física, así como la primera persona en ganar un segundo Premio Nobel, es una historia fascinante. Aunque su vida de tragedia, sacrificio y diligencia es extraordinaria, el resultado de su trabajo científico irradia gran ironía.
En 1888, el padre de Manya, ya retirado con una pequeña pensión, aceptó el triste cargo de director de un reformatorio. Con esto llegó un ingreso que podría ser destinado a la educación formal de su hija menor. Sin embargo Manya, de 21 años, había perdido el interés en la educación. Durante los últimos tres años había vivido como institutriz en el país, ganando dinero para apoyar la educación médica de su hermana mayor en París. Sin embargo, de regreso en Varsovia, empezó a asociarse con la llamada universidad flotante, un grupo clandestino de jóvenes de pensamiento liberal.
«No puedes aspirar a construir un mundo mejor sin mejorar los individuos».
Ceñida con la esperanza patriótica de una futura independencia polaca, Manya en secreto se reunían con los jóvenes de la Varsovia Rusa, «Todavía creo que las ideas que nos inspiraron entonces, son la única forma de progreso social verdadero», escribió más tarde. «No se puede aspirar a construir un mundo mejor sin enriquecer a las personas. Para tal fin, cada uno de nosotros debe trabajar para su propia superación, y al mismo tiempo, compartir una responsabilidad general por toda la humanidad, nuestro deber particular que sea para ayudar a aquellos a los que pensamos que puede resultar muy útil».
Tras el frente clandestino del Museo de Industria y Agricultura, fue Manya que por primera vez pudo participar en la labor científica en un laboratorio improvisado. «He intentado varios experimentos descritos en los tratados de física y química, y los resultados fueron a veces sorprendentes», escribió. «En ocasiones me animó con un poco de éxito inesperado, y en otras estoy en la más profunda de la desesperación a causa de los accidentes y fallas que resultan de mi inexperiencia. Pero en general, aunque fui enseñada que el camino al progreso ni es rápido ni fácil, este primer ensayo confirmó en mi el gusto por la investigación experimental en los campos de la física y la química».
Este despertar por el gusto a la investigación encendió su latente curiosidad y la propulsó a una vida de ciencia. En el otoño de 1891, a los 24 años de edad, partió de Polonia con un billete de tren de cuarta clase a París, y en 1894 había ganado títulos en física y matemáticas en la Sorbona. Pronto se convertiría ahí en jefe de los laboratorios de física y pasaría a ganar su doctorado en 1903.
Mientras trata de encontrar un taller en el que llevar a cabo investigaciones en magnetismo, Manya, llamada Marie por sus colegas franceses, conoció a Pierre Curie, profesor en la Escuela de Física y Química. Su interés principal era la estructura de cristal, pero encontró a Marie fascinante como científica, alguien totalmente impulsada y comprometida con su trabajo. En un trabajo de investigación que le envió a ella, anotó: «Para la señorita Sklodovska, con el respeto y la amistad del autor, P. Curie» De acuerdo con Eve Curie 1937 en la biografía de su madre, Pierre consideraba a Marie como una joven que «tenía la carácter y dotes de un gran hombre»: el genio, la dedicación, el coraje y la nobleza. Cuando Marie regresó a Polonia en el verano de 1894, Pierre le escribía constantemente, apurándola a regresar a París con una confusa amalgama de je t’aime y respeto científico. «Tu fotografía me encanta enormemente. ¡Qué amable de tu parte habérmela mandado! Te lo agradezco con todo mi corazón. … Me gustaría mucho que por lo menos llegáramos a ser amigos inseparables. ¿No estás de acuerdo?»
Más tarde Marie escribió que «para Pierre Curie solamente existía una manera de ver hacia el futuro. Había dedicado su vida a su sueño, la ciencia: sentía la necesidad de una compañera que pudiera vivir con él su sueño». Regresó a París en octubre y se casó con Pierre en julio de 1895. Sus hijas Irene y Eve nacerían en 1897 y 1904 respectivamente.
Mientras tanto en 1896, Henri Becquerel reportó haber descubierto emisiones radioactivas provenientes de sales de uranio. Utilizando un aparato diseñado por Pierre, Marie comenzó a analizar y a cuantificar estos «rayos de Becquerel». Descubrió que el fenómeno, al cual llamó radioactividad, era una característica más allá del uranio y el torio; de hecho, era una propiedad de la materia relacionada con lo que ahora conocemos como cambio nuclear y la fisión o transmutación de átomos. Estos descubrimientos iniciales entreabrieron la puerta a la física del átomo mismo.
Durante los dos próximos años Marie trabajo en refinar la pechblenda, un mineral de uranio, en sus componentes radioactivos. Toneladas de mineral fueron analizadas y molidas a mano en un rústico laboratorio en la Escuela de Física. «Una de nuestras alegrías era entrar en nuestra sala de trabajo en la noche, entonces percibíamos por todos lados las siluetas débilmente luminosas de las botellas o cápsulas que contenían nuestros productos. Era realmente un espectáculo encantador y siempre nuevo para nosotros. Los tubos brillantes parecían débiles luces de hadas».
«El descubrimiento del fenómeno de la radioactividad fecha de hace 15 años. Así que la radioactividad es una ciencia muy joven. Es un niño que vi nacer, y que ayudé con todas mis fuerzas a levantarse. El niño creció, se convirtió en algo hermoso».
En 1898 los Curies publicaron su primer informe de la nueva sustancia radioactiva. Nombraron al elemento polonio en honor a Polonia. Inmediatamente después, separaron un segundo elemento, el radio, un millón de veces más radioactivo que las sales originales de Becquerel.
Por su obra pionera en la radioactividad, Becquerel y los Curies fueron galardonados en 1903 con el Premio Nobel en Física. Sin embargo, en su discurso de aceptación, Pierre advirtió que debido a que la radiación tenía el poder para dañar, «en manos criminales el radio podría tornarse muy peligroso, y aquí debía uno preguntarse si la humanidad estaría en ventaja sabiendo los secretos de la naturaleza, si es lo suficiente madura haciendo uso de ellos, o si este conocimiento no le sería dañino a esta». Concluyó su discurso citando al mismo Alfred Nobel: «El ejemplo de los descubrimientos de Nobel es característico, pues poderosos explosivos le han permitido al hombre hacer obras maravillosas. También son terribles medios de destrucción en manos de grandes criminales que están guiando los pueblos hacia la guerra. Yo soy uno de esos que creen junto con Nobel que la humanidad obtendrá más bien que daño de estos descubrimientos».
La Real Sociedad de Londres dio seguimiento con una de sus propias altas distinciones, la Medalla Davy. Sin embargo, para los Curies dicho reconocimiento era de poca importancia. Pierre le pasó el medallón a su hija menor («Irene adora su enorme moneda nueva») mientras que Marie aludió la publicidad. «Mirar a este hombre alto y desgarbado, vestido con descuido, montado en su bicicleta por algún camino solitario en Bretaña, y la joven mujer que le acompañaba, ataviada como una campesina, ¿quien se los podría imaginar que fueran galardonados con el Premio Nobel?», incluso el simple reconocimiento parecía abrumador para Marie, como Eva lo recuerda: «Me hubiera gustado sentir que tan prodigioso acierto, una reputación científica sin precedentes para una mujer, había traído a mi madre algunos momentos de felicidad. … Era una esperanza infantil. Marie, fue elevada al rango de ‘la célebre Madame Curie, era feliz en ocasiones, pero solamente en el silencio de su laboratorio o la intimidad de su hogar. Día tras día se hacía más tenue, mas desvanecida, mas anónima, para poder escapar de aquellos que podrían arrastrarla al estrado, para evadir ser la “estrella” en la que nunca se hubiera podido reconocer a sí misma».
Durante los próximos años, ya luchando con enfermedad y fatiga que ahora sabemos fue causada por la exposición a la radiación inherente en su trabajo, Marie prosiguió a purificar un decigramo (0.1 g) de radio. Esto fue suficiente para confirmar que en verdad se trataba efectivamente de un elemento y pudo ser identificado por su peso y más tarde por su mitad de vida. En reconocimiento a este trabajo, que, en esencia, creó el campo de la química nuclear, Marie se convirtió en la primera persona (y hasta le fecha la única mujer) en ganar un segundo Premio Nobel, en esta ocasión el premio 1911 de la química.
En el ínterin, había nació una «industria» del radio cuando los científicos alrededor del mundo se pusieron a trabajar con la sustancia. Como ejemplo, la primera radioterapia, llamada curiethérapie en Francia, destruyó milagrosamente tumores cuando la piel infectada era expuesta al radio. Además de ser la chispa del advenimiento de la radiología, el radio también fue utilizado para hacer brillar las manecillas de relojes, incluso se utilizo para hacer funcionar un reloj atómico rudimentario.
Después de haber creado los procesos de purificación, los Curies pudieron haber cosechado grandes riquezas por su trabajo. Humildemente y como era de esperar, decidieron publicar su investigación completamente sin las patentes o los tipos de restricciones preponderantes hoy en día. «Si nuestro descubrimiento tiene un futuro comercial,» dijeron, «ese es un accidente del cual no debemos obtener ganancias». Pronto se hizo evidente que la radiación resultó de una decadencia atómica, la descomposición de los átomos. La energía atómica se encontraba ahora a la mano.
En la biografía de Eva, ella relata la filosofía de la dedicación científica aprendida de sus padres, la familia Curie continuó en esa orientación al servicio y la ciencia. Irene, con su esposo Federico Joliot, recibió el Premio Nobel de Química en 1935 por su creación de elementos radiactivos. Y como director de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), el marido de Eva HR Labouisse recibió el Premio Nobel de la Paz en 1965. Sin embargo Marie y Pierre no serían testigos estos honores.
En 1906, Pierre Curie se resbaló en el pavimento mojado después de una lluvia de primavera parisina y cayó bajo las ruedas de un carro que transportaba uniformes militares. Tenía la frente aplastada, Pierre murió en el acto. Marie estaba devastada: «Rellenaron la tumba y pusieron gavillas de flores. Todo ha terminado, Pierre está durmiendo su último sueño bajo tierra; Es el final de todo, todo, todo».
Marie siguió al pie del cañón por otros 18 años, sucumbiendo finalmente a la leucemia causada por la radiación en 1934. Once años después, dos bombas atómicas cayeron sobre Japón; los artefactos lanzados fueron posibles gracias al polonio—con el elemento que ella y Pierre habían descubierto, y con el que esperaba traer honor a su patria.