Capitalismo, Democracia y Riqueza Mundial
En el último número observamos el surgimiento y el desarrollo del capitalismo desde el siglo XVI hasta los días anteriores a la Gran Depresión de la década de los treinta y principio de los cuarenta. Ahora continuaremos con nuestra mirada al sistema económico que domina al mundo.
El capitalismo se desarrolló con lentitud hasta que Adam Smith expuso al mundo sus revolucionarias ideas en su obra magna, La Riqueza de las Naciones (The Wealth of Nations). Smith fue de lo más oportuno: las colonias americanas declararon su independencia de Gran Bretaña en ese mismo año. La democracia y el capitalismo de libre mercado comenzaron su inexorable ascenso, al igual que la política del individualismo.
En unas cuantas décadas apareció el capitalismo moderno en la escena mundial mientras la revolución industrial se asentaba en Gran Bretaña a mediados del siglo XIX. El dolor y el sufrimiento asociados con este nuevo y desenfrenado capitalismo en bruto sirvieron de plataforma para las radicales ideas de Carlos Marx, quien predijo que de la autodestrucción del capitalismo surgiría un estado comunista sin clases sociales.
No obstante, el capitalismo se adaptó y halló en los Estados Unidos a un nuevo paladín respaldado por la inmigración de millones de personas que buscaban una vida mejor en la economía despreocupada del país. El capitalismo desbocado de los ladrones de cuello blanco, los monopolistas y financieros sin escrúpulos prosperó escandalosamente durante la década de los años veinte y hombres como John D. Rockefeller, Pierre DuPont, J.P. Morgan, Henry Ford y Andrew Carnegie se volvieron nombres cotidianos. El capitalismo parecía tener todas las respuestas. Durante su campaña presidencial de 1928 Herbert Hoover anunció con osadía que «Con la ayuda de Dios, pronto vislumbraremos el día en que la pobreza será erradicada de esta nación».
Pese al optimismo de Hoover, el 29 de octubre de 1929 aconteció la Gran Depresión —día conocido desde entonces como el Lunes Negro—, cuando se desplomó la bolsa de valores de EE.UU. Perdió 40 mil millones de dólares de su valor (todas las ganancias de los dos años anteriores) en tan solo dos meses. La Depresión rápidamente se propagó a la mayoría de las naciones industrializadas en el mundo y representó un papel principal en los sucesos mundiales. Alemania, todavía tambaleante por la hiperinflación causada en parte por las indemnizaciones de 132 mil millones de marcos de la Primera Guerra Mundial, cayó aún más, abriendo camino para Adolfo Hitler y el partido Nazi. Para 1933 el ingreso nacional de EE.UU. había declinado por más de 50% y 14 millones de trabajadores, o una cuarta parte de la fuerza laboral de la nación, no tenían empleo.
Hacía poco más de un siglo cuando Thomas Robert Malthus predijo la posibilidad de una «saturación general» en la economía, un concepto que entonces ridiculizaron sus colegas. Una saturación o depresión se consideraba imposible debido a que se creía que el capitalismo era un sistema que se corregía a sí mismo de manera natural. En la década de los treinta los economistas no encontraron ninguna solución para la depresión y sólo pudieron quedarse sentados y retorcerse las manos ante este mal en apariencia incurable. El continuo declive económico y los altos niveles de desempleo no se ajustaban a los modelos económicos clásicos. ¿Acaso Marx tenía razón después de todo? ¿El capitalismo contenía también las semillas de su propia destrucción?
LA RECUPERACIÓN
En esta coyuntura crítica el capitalismo parecía representar la famosa frase del escritor Mark Twain: «El reporte de mi muerte fue una exageración». Aunque yacía desvalido, no se encontraba a las puertas de la muerte, pero requeriría que un excéntrico y acaudalado economista británico proporcionara la cura. John Maynard Keynes (consulte «John Maynard Keynes: Capitalism's Savior?») ya era famoso por cuenta propia; no obstante, el brillante matemático y economista revolucionó el pensamiento económico con la publicación de La Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero (1935 a 1936). Keynes cambió fundamentalmente la manera en que las naciones capitalistas visualizaban y administraban su economía. El tema central de su obra era que el capitalismo no tenía un mecanismo automático de seguridad. La economía, como un elevador, podía descender hasta el sótano y quedarse ahí.
De acuerdo con el modelo económico clásico, el ciclo empresarial se corrige a sí mismo de manera automática: en un desplome los costos laborales y las tasas de interés descienden, lo que alienta las inversiones empresariales y mejora los prospectos económicos. Sin embargo, Keynes observó que la economía está definida por los ingresos que todos percibimos y por el flujo de ingresos que va de mano en mano. Es este flujo el que revitaliza constantemente a la economía, por lo que si se presentara un grave desequilibrio en el consumo y las inversiones empresariales se presentará también un problema inevitable. El ciclo de prosperidad y decadencia es una consecuencia natural de la libertad económica, señaló Keynes, pero el desplome prolongado es una cuestión totalmente diferente. En una depresión los fondos de ahorro que se pueden aprovechar para las inversiones empresariales están agotados. Las personas no sólo dejan de ahorrar, sino que también acaban con los ahorros que tienen para sobrevivir.
Es aquí donde entra la economía Keynesiana. Keynes argumentaba que cuando los negocios no invierten o no pueden invertir, el gobierno debe tomar la iniciativa y llenar el vacío con inversión pública. Keynes pretendía que esta intervención fuera temporal, una especie de carga de combustible de la maquinaria económica (pump priming), pero en las economías occidentales el concepto de la economía administrada pronto se afianzó en la política pública y se convirtió en socialismo y gastos deficitarios. Incluso ahora muchos gobiernos luchan contra las dificultades de los programas sociales arraigados y desarrollados que han obstaculizado su crecimiento económico.
«El capitalismo internacional decadente, pero individualista, en cuyas manos nos encontramos después de la guerra, no es un éxito. No es inteligente, no es hermoso, no es justo, no es virtuoso y no entrega los artículos requeridos».
La Depresión terminó con la Segunda Guerra Mundial y los Estados Unidos asumieron un papel más dominante en el capitalismo internacional, uno que continúa hasta nuestros días (consulte «Liah Greenfeld: In the National Interest»). De 1943 a 1944 los Estados Unidos y sus aliados sostuvieron una serie de conferencias para crear un sistema para la administración del comercio y los pagos internacionales, para establecer normas para el tipo de cambio del oro y para colocar las bases para los supervisores del flujo internacional del dinero: el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. En su libro, Los Filósofos Terrenales, Robert Heilbroner relata que luego de que Keynes regresara a Inglaterra de la última conferencia en Bretton Woods, New Hampshire, un reportero le preguntó si Inglaterra era ya el 49º estado de Estados Unidos, a lo cual Keynes respondió con sarcasmo: «Desafortunadamente, no».
LOS POBRES SIEMPRE ESTÁN CON UNO
Al mismo tiempo nació el llamado «tercer mundo» (denominado así debido a que no pertenecía al próspero bloque de naciones capitalistas ni al bloque comunista) a través del proceso de descolonización. Conforme las economías capitalistas dominantes del mundo aumentaban su control sobre la producción económica y el comercio, el tercer mundo servía principalmente como una fuente de materia prima y mano de obra barata.
Con la retirada de los poderes coloniales llegó el aumento de la violencia y la guerra civil, en particular en África. La guerra entre las naciones siguió siendo una calamidad. De acuerdo con The Economist (24 de mayo de 2003), «casi todas las guerras ahora son guerras civiles y muchas de sus causas son económicas». El reporte especial revisó un estudio del Banco Mundial y concluyó que «los mejores indicadores de la guerra civil son los bajos ingresos promedio, un bajo crecimiento y una gran dependencia en las exportaciones de productos básicos como el petróleo o los diamantes». El artículo también señalaba que «el factor común más notorio entre los países propensos a la guerra es su pobreza. Los países ricos casi nunca sufren una guerra civil y los intermedios, rara vez; pero la sexta parte más pobre de la humanidad sufre las cuatro quintas partes de las guerras civiles mundiales».
«En cada época el capitalismo ha sido un factor para la unificación, incluso la estandarización, y un factor para acentuar las diferencias, la inequidad y la desigualdad».
La distribución desigual de la riqueza y el ingreso es una característica inquietante del capitalismo global. El historiador francés, Michel Beaud, cree que la globalización actual está polarizada, es desigual y asimétrica, y ha resultado en el aumento de «la desigualdad entre los acaudalados, los ricos y los extremadamente ricos, en comparación con los pobres y los muy pobres». Thomas L. Friedman, autor de The Lexus and the Olive Tree, observa que «la brecha entre el primer y el segundo lugar se hace más grande y aquélla entre el primer y el último lugar se vuelve abismal». Como punto de referencia, la revista Forbes (13 de octubre de 1997) reportó que Estados Unidos tenía 170 mil millonarios en 1997, en comparación con los 13 de 1982. Podemos encontrar un parecido inquietante con la prosperidad anterior a la depresión de 1930, en la cual, de acuerdo con Heilbroner, el ingreso se concentraba desproporcionadamente en las manos de un pequeño porcentaje de familias estadounidenses y el estadounidense promedio «se encontraba hipotecado hasta el cuello [y] había prorrogado sus recursos de manera peligrosa bajo la tentación de las compras a plazos».
CONECTADOS
Conforme el siglo XX llegaba a su fin el capitalismo continuaba solidificando su poder en el mundo a través de la globalización, la tecnología, las finanzas internacionales y la mercantilización de la sociedad. El capitalismo global se convirtió en el sistema económico dominante al desaparecer las restricciones ejercidas por la Unión Soviética durante la Guerra Fría. Con la caída del Muro de Berlín en 1989 se derrumbaron las barreras que impedían la globalización del capitalismo.
De manera simultánea al desorden político de finales del siglo XX hubo una explosión de información, como lo ejemplificó la «Ley de Moore» (bautizada en honor a Gordon Moore, el cofundador de Intel Corporation, el colosal fabricante estadounidense de chips de computadora). Dicha ley establece que el número de transistores en un chip se duplica cada dos años. El crecimiento de la tecnología de la informática también representa un término que el economista austriaco, Joseph Schumpeter, hizo famoso: «la destrucción creativa», refiriéndose al ciclo perpetuo de destruir los productos o servicios antiguos e ineficientes y reemplazarlos con otros más efectivos. Intel perfeccionó el concepto de la destrucción creativa a través de sus continuos logros tecnológicos, convirtiendo la Ley de Moore en un concepto familiar en la vida diaria. El antiguo líder de Intel, Andy Grove, resumió este fenómeno con su lema personal: «Sólo los paranoicos sobreviven». Es un modo de pensar aparentemente demasiado común en el mundo del capitalismo global del siglo XXI.
El aumento exponencial de la información ha ido de la mano con procesadores de computadora más rápidos y con mayor capacidad de almacenamiento. Esto, a su vez, ha resultado en menores costos, haciendo a la informática accesible para las masas —lo que Friedman llamó la «democratización» de la tecnología y la información. Personas que antes estaban desconectadas y geográficamente dispersas ahora se pueden comunicar e intercambiar información digital en un mercado global a través de la red de cómputo conocida en todo el mundo como Internet, Red Mundial o la World Wide Web.
Esta red de computadoras nació como ARPANET, bautizada por la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada (ARPA – Advanced Research Projects Agency) del Departamento de Defensa de EE.UU., y su propósito era compartir información entre los investigadores universitarios y los laboratorios del gobierno. Empezó de manera poco prometedora el 29 de octubre de 1969 cuando se transmitió con éxito parte de la palabra login (inicio de sesión) desde un laboratorio en la Universidad de California en Los Ángeles al Instituto de Investigación de Stanford, entonces parte de la Universidad de Stanford (el sistema falló antes de que se pudiera enviar la palabra completa). Pero con el desarrollo de la Internet la vida diaria ha cambiado de tal manera que resulta irreconocible. Se podría decir que la Internet ofrece lo más cercano a un mercado perfectamente competitivo en el mundo.
En una entrevista con Thomas Friedman en 1998, John Chambers de Cisco Systems afirmó: «Internet lo cambiará todo… Promoverá la globalización a un ritmo asombroso. Pero en lugar de ocurrir en cientos de años, como la Revolución industrial, sucederá en siete años». El siguiente paso será Evernet, cuando estaremos en línea todo el tiempo.
MUTACIÓN GLOBAL
George Soros, un financiero internacional, filántropo y antiguo administrador de fondos de inversión de alto riesgo, señala en su libro Open Society: Reforming Global Capitalism que hemos entrado a la etapa de una «sociedad en gran medida transaccional y global» en la cual la sociedad reemplaza las relaciones con las transacciones. Con la llegada de un mercado digital perfectamente competitivo los individuos ya no están limitados a las relaciones para obtener información, fijar precios y realizar adquisiciones. Las transacciones y los tratos ocupan el primer lugar en la búsqueda del interés personal de cada consumidor. Sin embargo, para lograr este estado de iluminación o nirvana con los consumidores, los proveedores de los bienes deben buscar constantemente formas de lograr ser más eficientes, reducir costos y buscar fuentes de mano de obra más baratas.
Soros y otros han señalado que dichas demandas globales han resultado en la consolidación global de las empresas y en el surgimiento de monopolios y oligopolios globales. El historiador Beaud cree que los grupos industriales y financieros en los países capitalistas han reemplazado a la aristocracia en el jerárquico sistema del mercado mundial.
La era digital también hizo posible la contratación externa de mano de obra, eliminando de la ecuación a las fronteras y la geografía, y asimismo brindando a las corporaciones la máxima flexibilidad en la distribución de capital.
Otra manifestación relativamente nueva de la habilidad de mutación que tiene el capitalismo es el surgimiento de creadores de mercados de capital financiero internacional y de los fondos de inversión de alto riesgo, o a lo que Friedman denomina «el Rebaño Electrónico». Este grupo, sin importar cuán diseminado esté, puede ajustar los flujos de capital financiero a velocidades sorprendentes, recompensar a los países y las compañías que satisfacen sus demandas y penalizar a quienes no las cumplen. Soros compara este fenómeno con «un gigantesco aparato circulatorio que absorbe capital hacia el centro y lo empuja hacia la periferia». El centro es el proveedor de capital y la periferia son los beneficiarios.
Las ideas de Soros acerca del flujo de capital internacional coinciden con la postura de diversos autores, quienes señalan que el capitalismo y la democracia no están íntimamente ligados. Aunque algunas economías democráticas podrían tener un menor rendimiento que sus contrapartes totalitarias, es claro que los países que fomentan los mercados libres y recompensan el riesgo por lo general obtienen mejores resultados que aquéllos que no lo hacen. Históricamente, esto es más evidente en los países democráticos, pero el capital financiero internacional fluirá de manera natural a cualquier país que brinde oportunidades lucrativas y de crecimiento del mercado. Lo anterior queda ejemplificado por el impresionante crecimiento de la China comunista como un mercado emergente. Si el liderazgo comunista continuara con sus políticas de libre mercado, prosperaría el capitalismo.
Así, la era actual del capitalismo global parece resumir la idea de destrucción creativa de Schumpeter con su continuo progreso de la innovación, destruyendo el pasado mientras se prepara para su propio futuro. Pero, ¿hacia dónde conduce? En nuestro mundo globalizado, ¿qué podemos esperar… no sólo para nuestros hijos y nietos, sino para nuestra propia generación?
Lea la conclusión de nuestro análisis del capitalismo en nuestro próximo número.