Cielos oscuros, esperanzas radiantes
La búsqueda de inteligencia extraterrestre
Llevamos más de sesenta años buscando señales de inteligencia extraterrestre, sin que hasta la fecha se haya registrado contacto alguno o encontrado indicios de vida más allá de la Tierra. Pero hemos aprendido lecciones importantes.
En 1959, los físicos Philip Morrison y Giuseppe Cocconi describieron la estrategia en la búsqueda de inteligencia extraterrestre (SETI, por sus siglas en inglés) mediante la escucha de señales de radio procedentes del espacio. «Sostenemos —propusieron en Nature— ... que la presencia de señales interestelares es totalmente coherente con todo lo que sabemos ahora, y que, si las señales están presentes, los medios para detectarlas están ahora a la mano». Pocos negarán la profunda importancia, práctica y filosófica, que tendría la detección de las comunicaciones interestelares.»
Casi al mismo tiempo, Frank Drake, utilizando el radiotelescopio de Green Bank (Virginia Occidental), inició la primera búsqueda de lo que esperaba que fueran señales ubicuas. Llamó a su trabajo Proyecto Ozma, en honor a la ficticia Reina de Oz (siendo Oz un lugar «lejano, de difícil acceso y poblado por seres extraños y exóticos»).
Poco después propondría la Ecuación de Drake como medio de cuantificar la probabilidad de contacto con otras civilizaciones tecnológicas. Drake (1930-2022) era radioastrónomo, pero su deseo de establecer contacto iba más allá del mero interés científico. Responder a la pregunta «¿Estamos solos?» era fundamental, pero tanto él como otros esperaban que el mensaje revelara algo más y que el contacto ayudara a la humanidad a trazar un rumbo mejor. Si «alguien» del más allá podía hacerlo, nosotros también.
«El contacto interestelar enriquecería sin duda a nuestra civilización con información científica y técnica», escribió Drake. Además, dado que las transmisiones habrían necesitado milenios para atravesar el espacio, Drake conjeturó que «es extremadamente probable que cualquier civilización que detectáramos fuera más avanzada que la nuestra. Así que nos daría una idea de lo que podría ser nuestro futuro. De este modo, podríamos aprender el mejor curso de acción para planificar el desarrollo de nuestra propia civilización... Tal vez descubramos que la evolución conduce inevitablemente a un único modo de vida preferido. Si es así, sepámoslo ahora».
Claro está que había y sigue habiendo en juego mucho más que ciencia en este esperado encuentro. En cierto modo, la búsqueda tiene un cariz casi teológico. ¿Podrían los extraterrestres, en cierto sentido divinos, poseer conocimientos que nos ayudaran a sobrevivir?

Photo de Albert Antony en Unsplash
Moisés llamó la atención cuando Dios, en forma de zarza ardiente, le dio instrucciones sobre sus próximos pasos. ¿Es ése el tipo de intervención que procuramos en nuestra búsqueda de inteligencia extraterrestre (ETI, por sus siglas en inglés)? Parece que sí: algo sorprendente, literalmente de otro mundo. La mayor parte del tiempo ignoramos las insistentes llamadas a buscar la paz, a amar a los demás como a nosotros mismos y a reconocer que los sistemas planetarios que hacen habitable nuestro mundo están sufriendo por nuestra culpa.
Aunque conocemos una forma mejor —cómo amar y cuidar a las personas y al planeta no es información secreta—, no parece que tengamos la capacidad o la intención de aplicar lo que sabemos. El futurista Allen Tough (1936-2012) lo expresó de esta manera: «Queremos el conocimiento con fines positivos y constructivos: para ayudar a nuestro entendimiento, para construir un mundo mejor para las generaciones futuras y para mejorar nuestro sentido y propósito en el universo».
Tenemos cerebro, pero no corazón para ello. ¿Por qué? ¿Esperamos que la ETI nos haga elegir el mejor camino?
Es esta naturaleza mística del mensaje potencial la que sigue inspirando la búsqueda, incluso para ampliar la empresa de escuchar. En Is Anyone Out There? (1992), Drake nunca dejó de regar esa semilla de esperanza. «No encuentro nada más fascinante que la idea de que mensajes de radio de civilizaciones alienígenas del espacio estén pasando por nuestras oficinas y hogares, ahora mismo, como un susurro que no podemos oír del todo».
«Quizá el hallazgo de inteligencia alienígena real procedente de otra estrella nos guíe hacia un futuro mejor trayendo a la Tierra un mensaje mesiánico de paz y prosperidad».
Como el físico Morrison dijera más tarde en una entrevista, llegado el caso de recibir un mensaje, «tendríamos a todos los descifradores y a todos los filólogos del mundo trabajando en él, estudiándolo como si fuera cuneiforme». Pero lo fundamental de esta información sería que no procedería del pasado, ¡sino del futuro!
«Arqueología del futuro es como debería llamarse —continuó Morrison—, […] el estudio de lo que vamos a llegar a ser, de lo que tenemos la oportunidad de llegar a ser». El mensaje podría proporcionar «un elemento que falta en nuestra comprensión del universo, que nos diga cómo es nuestro futuro y cuál es nuestro lugar en el universo». Y concluyó: «Si no hay nadie más ahí afuera, también es muy importante saberlo».
¿Un firmamento de luces o solo una luz?
El astrofísico Eric Chaisson utiliza una elegante analogía para ilustrar la búsqueda de otra vida en nuestra galaxia: «Siempre he imaginado el espacio de parámetros de búsqueda de SETI como un inmenso candelabro con unos cuantos miles de millones de bombillas, cada una de las cuales representa una estrella con un planeta habitable orbitándola en la Vía Láctea».
El modelo de Chaisson es bastante conservador —el «candelabro» de la Vía Láctea puede estar formado en realidad por más de cien mil millones de estrellas—, pero su imaginería no deja de ser intrigante. La idea es que una bombilla encendida en esta gran lámpara representa una civilización como la nuestra: tecnológicamente avanzada y enviando información a través del espacio. Por nuestra parte, llevamos cerca de un siglo enviando señales de radio al espacio; nuestras primeras señales intencionadas se emitieron en 1962.
Además de señales emitidas a la velocidad de la luz, también hemos enviado mensajes más lentos. Más parecidos a notas en una botella, su objetivo era ayudar a otros seres inteligentes de la galaxia a conocernos. Las naves no tripuladas Pioneer 10 y 11 llevaban placas doradas con nuestras siluetas masculina y femenina y un localizador celeste para detectar la Tierra. Y en las sondas Voyager 1 y 2, que viajaron a Júpiter, Saturno y más allá, se colocó un disco que ofrecía grabaciones de sonidos de la Tierra (e, inteligentemente, instrucciones para su reproducción), además de saludos en más de cincuenta idiomas. En coreano, por ejemplo, preguntaban «¿Cómo están?», mientras que el mensaje en árabe era: «Saludos a nuestros amigos de las estrellas. Deseamos conoceros algún día». Pero no es de esperar una respuesta. Aunque se lanzaron en la década de 1970, pasarán millones de años antes de que alcancen otro sistema solar en su camino.
Son las distancias entre las estrellas las que hacen que la probabilidad de encontrarse con extraterrestres sea extremadamente remota; viajar por el espacio es demasiado lento. Puede que esto se salte en las películas, pero la física real sigue diciendo que no. Sin embargo, si existiera otra civilización tecnológica en un radio de cien años luz (la distancia que nuestras emisiones han recorrido hasta ahora a 186.000 millas por segundo), esa civilización podría haber ya detectado nuestros mensajes. La NASA calcula que hay al menos mil estrellas con posibles sistemas solares de exoplanetas dentro de ese radio de cien años luz.
Pero queda otro problema: en primer lugar, ¿cuántas «luces» se encienden en la Vía Láctea? «Es concebible —escribe Chaisson— que, a lo largo de la historia de nuestra galaxia, prácticamente todas las bombillas de esta extraordinaria luminaria lleguen a encenderse… —pero quizá solo unas pocas lo hagan en un momento dado. O sea, que una lámpara de este tipo podría no brillar nunca del todo, ya que solo unas pocas bombillas se encienden simultáneamente; tal vez solo una (o ninguna) se encienda en un momento dado.»
«Detrás de la palabra "inteligencia", en SETI se nota una ligera pero persistente preocupación en cuanto a que tal vez las civilizaciones inteligentes no sean lo suficientemente inteligentes, es decir, no lo suficientemente inteligentes como para evitar destruirse a sí mismas.»
Y ese es el mayor problema. Quizá no haya nada que oír. Esto podría ser una mala noticia para nosotros. Si la vida evoluciona inevitablemente hacia la inteligencia tecnológica, como cree Chaisson, entonces ¿dónde está todo el mundo? ¿Lleva la tecnología a la autodestrucción? Si es así, ¿podemos salir de ese camino por nosotros mismos? Chaisson se pregunta: «¿Podría la “señal” nula contener un “mensaje” que indique que nuestra civilización necesita aprender a hacer frente a problemas globales que podrían dañar, revertir o incluso extinguir la vida [apagar nuestra bombilla] en la Tierra?»
Silencio de radio
Llevamos más de sesenta años buscando pruebas de ETI. Aunque los buscadores siguen siendo optimistas, los resultados no han sido los esperados. Solo un «silencio atronador» es como lo describe Nathalie Cabrol. Cabrol es la directora del Centro Carl Sagan del Instituto SETI. También es la autora de The Secret Life of the Universe: An Astrobiologist's Search for the Origins and Frontiers of Life (2023).
Además de limitarnos a escuchar, hemos ampliado nuestra búsqueda a la de más planetas habitables. Cabrol señala que comprender las condiciones de otros planetas similares a la Tierra podría ayudarnos a entender mejor nuestro propio planeta. La búsqueda «de vida en otros mundos planetarios nos abre singularmente la mente a la crucial importancia de mantener el equilibrio entre la vida y el medio ambiente para entender cómo se perdió, o cómo nunca se perdió, la habitabilidad en tantos casos». Esto, añade, «nos proporciona datos cruciales para identificar puntos de inflexión que no pueden cruzarse aquí en la Tierra».

Esta ilustración de la NASA representa el legado de su telescopio espacial Kepler. Tras nueve años en el espacio profundo recopilando datos que revelaron que nuestro cielo nocturno está repleto de miles de millones de planetas ocultos —más planetas incluso que estrellas—, en 2018 el telescopio se quedó sin el combustible necesario para realizar más operaciones científicas.
NASA/Ames Research Center/W. Stenzel/D. Rutter
Hasta la fecha, se han descubierto casi cinco mil ochocientos exoplanetas; la mayoría son gigantes gaseosos como Júpiter o Saturno, pero más de doscientos son rocosos y similares a la Tierra. En cuanto a la habitabilidad, Lisa Kaltenegger, directora del Instituto Carl Sagan de la Universidad de Cornell, señala: «Por miles de años, los seres humanos han escrutado los cielos y se han preguntado si estamos solos en el cosmos… Por primerísima vez, tenemos la tecnología para investigarlo».
Apenas hemos empezado a sondear la Vía Láctea, pero el universo contiene muchas más galaxias. ¿Qué sabemos sobre la existencia de vida inteligente más allá de nuestra galaxia? Un estudio realizado en 2024 con el conjunto de radiotelescopios Murchison Widefield Array de Australia detectó otras mil trescientas galaxias. La búsqueda de «tecnosignaturas» (señales que evidencian un origen inteligente) no arrojó nada. Concluyeron con que «No se detectaron señales de este tipo».
El futurista Tough, en When SETI Succeeds: The Impact of High-Information Contact, se hacía eco de la visión optimista de encontrar ETI. «SETI aún no ha logrado detectar ninguna prueba repetible —admitía—; pero la gama de estrategias y la intensidad de los esfuerzos están creciendo rápidamente, lo que hace que el éxito sea del todo probable en las próximas décadas. Más de una estrategia puede tener éxito, por supuesto, de modo que para el año 3000 bien podríamos estar dialogando con varias civilizaciones diferentes (u otras formas de inteligencia) que se originaron en diversas partes de nuestra galaxia, la Vía Láctea.»
La cuestión existencial que queda por resolver es si llegaremos o no al año 3000.
En un congreso de SETI —cuenta el astrofísico Chaisson—, «saqué a relucir mi analogía favorita del candelabro y me sorprendió oírme decir que el evidente silencio bien podría estar diciéndonos que es hora de poner en orden nuestra propia casa planetaria».
«Nuestro planeta es una mancha solitaria en la gran oscuridad cósmica envolvente. En nuestra oscuridad, en toda esta inmensidad, no hay ningún indicio de que vaya a llegar ayuda de otra parte para salvarnos de nosotros mismos.»
Chaisson tiene razón: tal vez no haya nadie que venga a rescatarnos. «Más de cinco décadas escudriñando los cielos [en busca de inteligencia extraterrestre] deberían bastar para inferir algo sobre la prevalencia de alienígenas inteligentes y longevos... Aunque sigo siendo un firme partidario de SETI, conjeturo que, en un momento dado, es probable que haya muy pocas “agujas en el pajar cósmico”».
«En resumen —concluye Chaisson—, los resultados negativos obtenidos hasta ahora en relación con otras formas de vida inteligente bien podrían estar alertándonos para que nos pongamos las pilas y, de este modo, mejoremos la longevidad tecnológica de la sociedad tanto como sea posible, para maximizar el factor 'L' [longevidad de la civilización] al final de la famosa ecuación de Drake».
«¿Podría el inquietante silencio de los mundos alienígenas ayudar realmente a mejorar este mundo?»
Este es el reto de nuestra situación. ¿Podemos aceptar la conclusión de nuestra soledad y asumir que nuestra responsabilidad ahora es tomar medidas para aliviar los problemas existenciales y sociales que hemos creado? En una entrevista con Vision, Diana Pasulka, profesora de estudios religiosos en la Universidad de Carolina del Norte-Wilmington y autora de American Cosmic (2019) y Encounters (2023), se hizo eco de esta conclusión de aquí y ahora: «Aunque los extraterrestres existan, centrémonos en nosotros, los humanos de la Tierra. Todavía tenemos que resolver nuestros problemas; todavía tenemos que intentar ser amables los unos con los otros y aplicar la Regla de Oro. Estas siguen siendo las obligaciones que tenemos. Y no hay posibilidad alguna, aun si los extraterrestres existieran, de que yo creyera que son ellos nuestros salvadores».
Con nuestra luz encendida
Ahora estamos aquí, disfrutando de un oasis único y precioso, una nave espacial llamada Tierra que es y probablemente será nuestro único hogar durante mucho, mucho tiempo. La antigua sabiduría que nos ordenaba ser buenos administradores y cuidar de los demás como hermanos y hermanas es cada vez más pertinente. No es de extrañar que la creciente fricción social entre los ocho mil millones de seres humanos, así como la presión cada vez mayor que ejercemos sobre el entorno natural que sustenta toda la vida, no acabarán bien a menos que hagamos algunos cambios serios. La empresa SETI, especialmente después de 60 años de silencio, nos remite a nosotros mismos como responsables de encontrar respuestas a nuestros problemas. No necesitamos encontrar pruebas de vida o planetas habitables para intuir que nuestra vida en este pequeño planeta está llegando a una fase decisiva.
La presidenta emérita del Instituto SETI, Jill Tarter, señala la mayor lección que podemos aprender colectivamente y aplicar ahora mismo. «Hemos visto lo que ocurre cuando dividimos un planeta ya de por sí pequeño en islas más pequeñas», afirma en una charla TED de 2009. Tenemos que reconocer, en cambio, que «en realidad todos pertenecemos a una sola tribu, a los terrícolas. Y SETI es un espejo, un espejo que puede mostrarnos a nosotros mismos desde una perspectiva extraordinaria, y puede ayudar a trivializar las diferencias entre nosotros. Si SETI no hace otra cosa que cambiar la perspectiva de los humanos en este planeta, entonces será uno de los emprendimientos más trascendentales de la historia».