¿Cuál es su nivel de salud?
A medida que aumenta la esperanza de vida, ¿va su salud a la par?
Independientemente de la edad que tengamos, todos deseamos tener una vida larga y saludable. ¿Existen medidas prácticas que podamos adoptar para mejorar nuestro bienestar y prolongar nuestra esperanza de vida?
«La salud es la vida vivida en el silencio de los órganos».
Así lo afirmaba el cirujano francés René Leriche en su libro de 1937 La Chirurgie de la Douleur («La cirugía del dolor»). Leriche (1879-1955), figura destacada en el campo de la cirugía vascular y el tratamiento del dolor, quería silenciar la agitación interior de sus pacientes, para extraer el dolor sin introducir molestias adicionales. Según él, la salud es un estado en el que los órganos del cuerpo funcionan tan bien que pasan desapercibidos. En otras palabras, gozamos de buena salud cuando nuestro cuerpo está tranquilo y no se queja. Como dice el proverbio, «la paz en el corazón da salud al cuerpo» (Proverbios 14:30,Nueva Traducción Viviente).
Vivir sin molestias físicas ni mentales es una meta fantástica. Aunque este estado pueda parecer inalcanzable para algunos, otros pueden experimentar el tipo de equilibrio calmo que imaginó Leriche. Todos queremos vivir sin dolor, con cuerpos sanos que nos permitan disfrutar plenamente del don de la vida durante el mayor tiempo posible.
Sin embargo, lograr este objetivo se ve dificultado por numerosos factores que deterioran la salud y contribuyen a la enfermedad. Nuestro entorno —dónde vivimos, qué hacemos, qué comemos y qué bebemos— puede beneficiarnos o perjudicarnos. Vivir en un desierto alimentario, cerca de un vertedero o de una fábrica de plásticos, junto a una autopista con mucho tráfico o en una comunidad sin espacios verdes no favorece la buena salud.
Nuestro bienestar se ve afectado por las decisiones que tomamos, pero también por factores que escapan a nuestro control, como nuestro genoma, nuestros antecedentes familiares y las presiones sociales. Muchas de estas influencias conducen a resultados menos que ideales. Incluso cuando nos esforzamos por tomar las mejores decisiones, a menudo nuestros esfuerzos no son suficientes porque el mundo en el que vivimos no da prioridad a la salud ni a la tranquilidad.
«Si puede ver las cosas fuera de quicio, entonces puede ver cómo las cosas pueden estar dentro de quicio».
En cambio, gran parte de lo que encontramos parece diseñado para suscitar envidia, necesidad, desánimo e insatisfacción. Optar por la buena salud, el contentamiento y una vida tranquila en lugar de luchar por más dinero, posesiones y placeres efímeros es, en cierto sentido, apartarse del mercado impulsado por el consumo. Esto es anatema para la economía del ve-ve-ve y consigue-consigue-consigue del mundo impulsado por las ganancias que trata a las personas como engranajes en la rueda de otros. Para quienes luchan por llegar a fin de mes, hacen malabarismos con varios trabajos mal pagados y viven al día, el poder de tomar el control de su salud es limitado. Cuando la competencia es abrumadora, la mala salud y la enfermedad pueden parecer inevitables.
Es una realidad aleccionadora que, además de los factores externos que afectan nuestra salud, el simple hecho de envejecer pasa factura. Físicamente somos un conjunto de procesos bioquímicos sujetos a desgaste. Nuestras células no son inmortales y el proceso natural de envejecimiento afecta nuestro bienestar. Por eso, aunque es cierto que nuestros procesos fisicoquímicos se deterioran con el tiempo, cada vez se conocen mejor las muchas opciones y acciones que pueden contribuir a una longevidad saludable.
La trayectoria de la salud
Aunque quizá vivamos sometidos a muchas limitaciones, la mayoría de nosotros tenemos cierta autonomía en cuanto a la forma en que decidimos vivir y las elecciones que hacemos. Cuando nos planteamos tomar decisiones más sanas, es importante comprender que puede ser difícil abandonar hábitos y prácticas poco saludables, sobre todo ante las presiones que nos empujan en la dirección contraria. Podríamos encontrar solaz en la promesa de un tiempo futuro en el que las penas de la vida que soportamos hoy serán eliminadas. Nos consuela fijarnos en afirmaciones como «Él les secará toda lágrima de los ojos, y no habrá más muerte ni tristeza ni llanto ni dolor. Todas esas cosas ya no existirán más» (Apocalipsis 21:4, NTV). Con todo, no debemos utilizar esta seguridad como excusa para malgastar o descuidar el don de la vida que tenemos ahora.
Independientemente de nuestras creencias sobre la intervención final, tenemos la obligación de hacer lo más que podamos para mejorar nuestra salud, no solo para nuestro beneficio personal, sino porque cuando estamos bien y en condiciones, nos encontramos en mejor posición para ayudar a los demás. Ser productivos, gozosos y no estar afectados por la enfermedad nos permite dar más a nuestras familias, nuestros vecinos y la comunidad. Aunque la perspectiva y el bienestar espirituales son importantes, no debemos ignorar nuestra vida física. Es difícil enjugar las lágrimas de los demás cuando nos ahogamos en las nuestras.
«La prolongación de la vida sana aumenta las posibilidades de llevar una vida vital y llena de energía, y esa vitalidad puede repercutir en el exterior, permitiéndonos dedicar parte de nuestro tiempo a crear las condiciones necesarias para mejorar la salud y el bienestar de otras personas».
En The Age of Scientific Wellness, Leroy Hood y Nathan Price sugieren una forma sencilla de imaginar nuestra línea de tiempo o dirección. Al igual que un cohete tiene fases de impulso, crucero y descenso, nuestras vidas también siguen una trayectoria en tres partes. Los mencionados autores la describen como una trayectoria de salud que consta de «bienestar, transición y enfermedad». Para aplazar el punto final de la enfermedad, y la discapacidad física y mental que conlleva, creen que hay que centrarse en la fase de transición. Hoy en día —sostienen—, gran parte de la atención sanitaria es, más bien, atención al enfermo; una atención centrada en la enfermedad a posteriori. Una estrategia mejor consistiría en comprender los indicadores que señalan una transición fuera del bienestar y luego indicar cómo volver a él. Lo llaman «medicina P4»: prevenir la enfermedad prediciendo sus vías, tanto en general como a nivel personalizado, y garantizar que cada persona tenga acceso a este sistema y pueda participar en él.
Este enfoque es un trabajo en curso. Su punto de partida, denominado Iniciativa del fenoma humano, reúne y combina datos genéticos, moleculares y otros datos físicos de una gran población para crear un algoritmo predictivo del bienestar y de estos indicadores de transición. Estos detalles ayudarán a las personas y a sus médicos a ver y gestionar la trayectoria de su propia salud. Hood y Price creen que desencadenará una nueva era en la medicina, un cambio sistémico en la atención sanitaria. Otros estudios basados en el genoma, como el All-of-Us Research Program, Geno4ME y BabySeq, también contribuirán a profundizar en los conocimientos.
«Con este tipo de tiempo de antelación [obtenido a partir de un conocimiento más predictivo de la enfermedad] y un enfoque positivo en la optimización de la salud y la resiliencia» —escriben—, «podemos utilizar estos mismos datos para diseñar y dirigir terapias personalizadas que pongan fin a la transición mucho antes de que la enfermedad se materialice, cuando los cambios patológicos en cuestión sean menos complejos y más reversibles mediante intervenciones más sencillas, más seguras y menos intrusivas».
Tal y como es ahora, la asistencia sanitaria suele significar que los médicos esperan a que lleguen los pacientes enfermos para recetarles medicamentos caros, intervenciones quirúrgicas y una estancia en una sala de hospitalización extremadamente cara (que de por sí conlleva ciertos riesgos). Un nuevo plan de salud P4 sería administrado por un equipo que ayudaría a los pacientes a controlar su estilo de vida, su genoma, sus tendencias de salud y sus antecedentes. «En los próximos cinco años, el genoma se convertirá en una herramienta básica en los principales sistemas sanitarios», predicen Hood y Price. «Dentro de diez años, será una parte casi omnipresente del entorno sanitario».
«Para la mayoría de la población de Estados Unidos, Reino Unido, Europa Occidental y muchos países asiáticos, donde los hábitos sedentarios, el elevado estrés y la mala alimentación se están cobrando un peaje especial, la transición a la enfermedad suele comenzar a los treinta o cuarenta años y se acelera a los cincuenta y sesenta.»
Según la define la Organización Mundial de la Salud, «la salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades». Alcanzar este nivel de salud requiere un esfuerzo sostenido, retroalimentación continua y apoyo. Sin ellos, corremos el riesgo de sucumbir a los factores que pueden empujarnos a alejarnos del bienestar.
Mientras esperamos el sistema que Hood y Price imaginan, ¿podríamos tomar más iniciativas para convertirnos en nuestros propios instructores sanitarios?
El objetivo de una larga vida sana
El agua potable, los antibióticos, las vacunas y los cinturones de seguridad han contribuido a que hoy vivamos más que nunca. Desde 1950, la esperanza de vida mundial ha aumentado de 45 a más de 73 años. Se espera que alguien nacido hoy llegue fácilmente al siglo XXII (2100). Muchos viven ya décadas más de lo esperado, y este grupo de población está creciendo.
Hoy en día, según las estadísticas de la ONU, hay aproximadamente setecientos veinte mil centenarios (personas de 100 años o más). Se calcula que en 2054 —solo dentro de treinta años— esa cifra alcanzará los cuatro millones. De cara a esa fecha, ninguno de nosotros quiere imaginarse postrado en una cama, debilitado e incoherente, convertido en un cascarón de sí mismo, deslizándose lentamente hacia la muerte. Para evitar en la medida de lo posible ese terrible destino, nuestro objetivo no es solo vivir más, sino vivir con vitalidad el mayor tiempo posible. Existir durante más años, sufriendo cada vez más dolor y disfunciones corporales o mentales, no es el deseo de nadie. Un plan mejor es aspirar a un envejecimiento saludable.
En términos técnicos, cuando se nos presiona para contemplar el final de nuestras vidas, la mayoría admitiría que el objetivo es comprimir la morbilidad. Este concepto, desarrollado por primera vez por James Fries en la Universidad de Stanford en 1980, sugiere que retrasando la aparición de enfermedades crónicas y discapacidades (morbilidad), podemos tener una vida sana más larga y una etapa de fragilidad al final de la vida más corta (comprimida). Ahora nos referimos a este concepto como esperanza de vida saludable, es decir, un periodo de vida más largo en el que gozamos de buena salud, sin enfermedades crónicas ni discapacidades asociadas al envejecimiento.
«Estas consideraciones sugieren una visión radicalmente distinta de la duración de la vida y la sociedad», escribe Fries. Señala que se trataría de una vida «física, emocional e intelectualmente vigorosa hasta poco antes de su final, cuando, como el maravilloso one-hoss-shay, todo se desmorone a la vez y sea imposible repararlo. Una vida así se acerca al ideal intuitivo de muchos y confunde el pavor de otros por el modelo opuesto, el de una muerte cada vez más lenta».
A pesar de la gran exageración en torno a la idea de prolongar la vida humana (alcanzar la llamada velocidad de escape de la longevidad, en la que cada año de vida vivido añada otro año de esperanza de vida, lo que posiblemente nos permitiría vivir hasta 150 años), Fries no defiende el aumento de la longevidad per se. Reconociendo lo que él llama la «plasticidad» del envejecimiento, sugiere que, en vez de centrarnos en alejar la inevitabilidad de la mortalidad, deberíamos adoptar hábitos de vida que retrasen la enfermedad tanto como sea posible. Esto es especialmente aplicable a los principales asesinos no infecciosos de la humanidad (las enfermedades cardiovasculares y el cáncer) y a las afecciones neurodegenerativas inmisericordes (Alzheimer y Parkinson).
Bienestar: Hacer lo obvio
Fries ofrece una vía que, en su opinión, es más sencilla pero igual de predictiva que los algoritmos científicos. Para frenar las enfermedades crónicas y mantenernos más sanos con el paso del tiempo, deberíamos hacer lo obvio: en primer lugar, evitar las cosas que estresan al cuerpo. Como ya aconsejara en un artículo de 2011, nuestro objetivo debe ser no caer en hábitos destructivos: fumar, ser sedentarios o comer o beber en exceso. Si efectivamente estos factores son un pasivo en nuestras vidas, reconozcamos la necesidad de moderarlos activamente. A esto él lo llamó «prevención primaria»; en primer lugar, en vez de preguntarse cuándo hay que ir al médico, la mejor estrategia es explorar cómo mantenerse sano.
Como señalan Hood y Price, la prevención de enfermedades mediante algoritmos predictivos basados en biomarcadores es científicamente sólida. Pero tener una mentalidad preventiva es una quinta P importante incrustada en el concepto de duración de la salud. Por ejemplo, las investigaciones demuestran que entre el cuarenta y el cincuenta por ciento de los cánceres pueden atribuirse a factores de riesgo relacionados con el estilo de vida, tal y como sugirió Fries. Entre ellos se encuentran el tabaquismo (incluido el tabaquismo pasivo), el sobrepeso, el consumo de carnes procesadas, el consumo excesivo de alcohol o carne roja, el consumo insuficiente de frutas, verduras y otros alimentos ricos en fibra y nutrientes, la inactividad física y la exposición excesiva de la piel a la radiación ultravioleta (UV). Diversas infecciones víricas (como Epstein-Barr, hepatitis B y C, VIH y VPH) también son factores de riesgo de cáncer.
La diabetes, otro asesino lento, está claramente relacionada con la obesidad, y esta a su vez con una dieta inadecuada. Comer menos proteínas animales y más proteínas vegetales de alta calidad es un buen comienzo para normalizar el metabolismo.
Tal vez aún más crítico para una mejor salud es evitar los productos que contienen altas dosis de azúcar añadido o que se basan en el «ultra-procesamiento». Según se define en un estudio de 2021, un alimento ultraprocesado es un producto «con aditivos e ingredientes procesados industrialmente que han sido tecnológicamente descompuestos y modificados». Entre ellos se incluyen las bebidas azucaradas, las golosinas y otros dulces, los aperitivos y productos de panadería muy refinados, el yogur azucarado y la mayoría de la comida rápida. Dicho informe señala que las corporaciones que producen, promocionan y distribuyen estos productos son un «vector de enfermedad», y agrega que —«a través de la producción, comercialización, distribución y actividad política de promoción de estos productos a escala mundial»— han creado una «epidemia fabricada».
«Los alimentos ultraprocesados ofrecen soluciones cómodas y a menudo más baratas a familias con poco tiempo y pocos ingresos, pero desgraciadamente muchos de estos alimentos también ofrecen un valor nutricional pobre».
Un estudio de 2024 se sumó a estos hallazgos, afirmando que «cuanto mayor es la exposición a alimentos ultraprocesados, mayor es el riesgo de padecer problemas de salud, especialmente cardiometabólicos, trastornos mentales comunes y mortalidad».
El informe concluye: «Esta revisión general informa de un mayor riesgo de resultados adversos para la salud asociados a la exposición a alimentos ultraprocesados. Las pruebas más sólidas disponibles se referían a asociaciones directas entre una mayor exposición a alimentos ultraprocesados y mayores riesgos de mortalidad por cualquier causa, mortalidad relacionada con enfermedades cardiovasculares, resultados de trastornos mentales comunes, sobrepeso y obesidad, y diabetes tipo 2».
Se trata de un golpe importante para quienes dependen de los alimentos precocinados, pero no debería sorprender. Se sabe desde hace tiempo que una mala alimentación, especialmente el consumo de alimentos alejados de su estado natural (tales como los cereales enteros y las frutas y verduras completas), socava la buena salud.
La receta social para el bienestar
Son muchos los factores que influyen en la salud y la longevidad de nuestras vidas. Algunos, como la genética, los padres y las primeras circunstancias de la vida, están fuera de nuestro control individual. Pero, como hemos visto, unos simples cambios en nuestras elecciones también pueden tener un impacto real en nuestro bienestar.
La periodista Julia Hotz añade un aspecto más a tener en cuenta a la hora de intentar llevar una vida más sana. Dice que nos hemos hecho la pregunta equivocada. En lugar de «¿Qué le pasa?», la mejor pregunta es «¿Qué es importante para usted?».
La respuesta a la primera pregunta podría referirse a un síntoma que se contrarresta con un fármaco, pero la segunda apunta a una prescripción social. Hotz la define como «un recurso o actividad no médica cuyo objetivo es mejorar la salud de una persona y fortalecer su comunidad».
En The Connection Cure: The Prescriptive Power of Movement, Nature, Art, Service, and Belonging, Hotz explora cómo la creación de mejores conexiones humanas es a menudo la pieza que se pasa por alto en el rompecabezas de la salud. Más que una sustancia química, lo que realmente necesitamos es una interacción humana. «No había pensado activamente en la salud como algo que uno siente» —escribe Hotz—. En vez de eso, pensaba en la mecánica de la salud: pastillas y procedimientos, profesionales que utilizan palabras grandilocuentes para describir las sustancias químicas de nuestro cuerpo, y lo convencional de tener un aspecto saludable: cuidado de la piel y cuerpos delgados haciendo ejercicios abdominales de seis minutos».
Como se encontraba en el rango normal de personas resilientes y, de hecho, con buena salud, Hotz dice que no pensaba mucho en la salud. La salud simplemente estaba ahí: «Como arreglar un neumático pinchado o apagar el fuego de la cocina, es una de esas cosas en las que no pensamos hasta que algo la amenaza. Y entonces, normalmente, llegamos demasiado tarde». Lo que descubrió en sus siete años de viajes de investigación, asimilación, síntesis y escritura fue sorprendentemente sencillo. La gran pregunta es: «¿Qué nos hace sentirnos sanos?».
«Los cinco ingredientes esenciales para sentirse sano [son] el movimiento, la naturaleza, el arte, el servicio, la pertenencia. Estas [son] las vías de acceso a las medicinas más verdaderas: la alegría, el sentido de la vida y las relaciones.»
«Cuando pensamos así» —concluye Hotz—, «nos vemos obligados a ver lo que todos esos antiguos pensadores y teorías científicas dejan en claro: que la salud no es solo el objetivo final de diagnósticos y tratamientos. No es la recompensa ganada a pulso con regímenes de actividad física, dietas de superalimentos y suplementos caros. La salud es el producto de nuestro entorno y de lo que, en esos entornos, en lo particular nos importa más».
Por supuesto, la prescripción social no es una panacea. A veces las intervenciones de la ciencia médica —medicamentos, intervenciones quirúrgicas y atención traumatológica— son muy importantes y pueden incluso salvar vidas. Pero el autocuidado preventivo es igualmente vital. En nuestros encuentros con profesionales de la salud, a menudo pasamos por alto la importancia de la autoconciencia a la hora de tomar mejores decisiones para mejorar nuestra salud. Del mismo modo, la prescripción de conexión social suele quedar fuera de la conversación. «Mientras esperamos que la atención sanitaria incluya la prescripción social en su menú de opciones —concluye Hotz—, cada uno de nosotros puede trabajar en su propia vida para hacer realidad su objetivo más furtivo: crear nuestra propia salud, en nuestras propias comunidades. Convertirnos en nuestros propios profesionales de la salud, expertos y practicantes de las conexiones que nos aportan alegría, propósito y relaciones».
Qué hacer ahora
Según el Global Wellness Institute, la industria de la salud y el bienestar de los consumidores tenía un valor de mercado de la asombrosa cifra de $5.6 billones de dólares en 2022; prevén que esa cifra aumente a más de ocho billones de dólares en 2028. Proporcionar formas de estar más sano es claramente lucrativo, y uno se pregunta qué porcentaje de estos fondos se gasta en pociones dudosas y prácticas de moda. Buscar la salud puede salir caro. Pero buscar la buena salud y los «órganos silenciosos» de Leriche no tiene por qué ser excesivamente difícil ni siquiera caro. Es gratis salir a caminar o relacionarse con los demás. Una bolsa de manzanas no cuesta más que una caja de donuts.
«Disfrutar del grado máximo de salud que se pueda lograr es uno de los derechos fundamentales de todo ser humano sin distinción de raza, religión, ideología política o condición económica o social», señala la Organización Mundial de la Salud. Gozar de buena salud no solo nos permite perseguir objetivos personales, sino que también nos da espacio para ayudar a otros a encontrar el mejor camino a seguir».
Hood y Price hablan de un futuro basado en los datos en el que todos reconoceremos que la duración de la salud es flexible. «Cuando la gente pueda ver que el ritmo de envejecimiento no es inmutable —cuando pueda seguir un número que puede subir y bajar en respuesta a lo que uno come, cuánto ejercicio hace, y su estrés, toxinas y sueño— eso le ayudará a potenciar un envejecimiento saludable». Incluso sin más estudios, ya reconocemos que esto es cierto, pero ¿nos lo tomaremos en serio? «Las personas son agentes libres, y no todo el mundo decidirá actuar según esta información... Pero la elección, al menos, estará en sus manos».