Dejar Atrás al Big Bang
Nuestra era es única y emocionante: ahora contamos con los medios para ahondar en muchas de las grandes preguntas acerca de nuestro lugar en el universo, pero ¿encontraremos las respuestas que buscamos?
Aun con sus miles de titilantes puntos luminosos, el cielo nocturno es un lugar oscuro e inhóspito. El mundo celeste nos fascina a todos por igual al llamarnos con una voz tácita que atrae nuestra percepción de la existencia y se burla de la fragilidad humana de nuestro cuerpo y de nuestra mente. Sin importar que lo veamos con nuestros propios ojos desde algún aislado mirador bajo una noche clara o en las imágenes telescópicas que ninguna retina mortal podría siquiera vislumbrar, el cielo nocturno nos llena de fascinación. En esta era tecnológica de mundos virtuales y una cartelera de entretenimiento aparentemente ilimitada, aún nos asombra la inmensidad y la grandeza de los cielos, los cuales poseen un atractivo único e intemporal.
En la primera parte de este artículo observamos que la historia de la humanidad es una búsqueda de las fronteras naturales de nuestro mundo y de su significado. Nuestra frontera más lejana siempre ha sido el consabido domo etéreo, la bóveda celeste, el medio que nos circunda.
En la década de 1960, cuando Marshall McLuhan acuñó la frase «el medio es el mensaje», no se refería al cosmos; sin embargo, su discurso sobre el naciente entorno electrónico de la televisión y las computadoras tiene una aplicación mucho más allá de su contexto sociológico. Consideremos la manera en que todavía buscamos un mensaje en el medio del universo. Estamos arraigados aquí, amurallados y enraizados en un pequeño planeta, mirando hacia el enorme panorama y preguntándonos «¿para qué es todo eso?». Como se dice que enunció el ensayista escocés, Thomas Carlyle, si en verdad los cielos «no están habitados, qué derroche de espacio». Por supuesto, por muy fascinantes que puedan ser los extraterrestres en las películas, simplemente no estamos interesados en la posibilidad de tener vecinos alienígenos; buscamos la historia del universo pues creemos que, a partir de su mensaje, podremos comprender nuestra condición terrestre. McLuhan sostenía que tenemos dificultades para entender los cambios sociales debido a que nuestra vista y nuestra mente están fijas en el pasado: viajamos hacia delante mientras miramos por el retrovisor. De la misma manera, en la astronomía nuestra perspectiva del presente se deriva de la del pasado.
EL PRESENTE ES EL PASADO
Debido a que la luz que observamos ha viajado por vastas distancias, al escudriñar con más detalle en el espacio también regresamos en el tiempo; vemos el pasado. Los fotones de la luz solar no nos llegan de inmediato desde el sol; su energía, la cual controla el clima terrestre y nos broncea, ya tiene ocho minutos de edad cuando nos alcanza. La luz de la estrella más cercana a nosotros en la Vía Láctea, Próxima Centauri, debe viajar durante cuatro años a través del espacio para que se pueda percibir en la Tierra. La galaxia más cercana, Andrómeda, está a casi tres millones de años luz de distancia y a su luz le ha tomado todo ese tiempo atravesar el vacío espacial. La «luz» que parece más distante es la radiación del fondo cósmico (CMB, por sus siglas en inglés), que aparentemente surge de todas direcciones en el espacio. Se piensa que es la tenue luminosidad posterior al origen del universo ocurrido hace 15 millardos de años.
Aunque seamos jóvenes, el universo es antiguo y su inmenso tamaño limita en gran medida nuestro conocimiento sobre lo que es en realidad. Los puntos brillantes en el despejado cielo nocturno parecen estar al alcance de la mano, pero en realidad no es así. Miramos al cielo sobre nosotros como si nos encontráramos al pie de un hondo precipicio, pero apenas comprendemos las profundidades de los muros a nuestro alrededor. Como seres humanos con anhelos tanto físicos como metafísicos, de alguna manera deseamos encontrar el significado de este abismo «sin fondo hacia arriba» de sucesos pasados. Casi como mirar por el retrovisor, esperamos descubrir algo que nos guíe a un presente mejor informado.
La mirada hacia el pasado del universo más comúnmente aceptada se denomina «la gran explosión» o «big bang». Aunque la teoría ha adquirido una amplia aceptación, no es una conclusión que aprueben todos los científicos. No obstante, aunque se han presentado varias alternativas, pocas veces escuchamos de esas otras teorías. «Para la mayoría de las personas la cosmología es igual al big bang» dijo a Visión el físico, Geoffrey Burbidge. «Desde mi punto de vista [la teoría] es falsa, pero es una idea que las personas aceptan y que ahora incluyen en sus pensamientos y en sus sueños».
La información recopilada acerca de la luz que recibimos queda abierta a muchas interpretaciones. Aunque la CMB y el corrimiento al rojo (un desplazamiento de las líneas del espectro se dirigen hacia el extremo rojo en la radiación de los lejanos cuerpos celestes) se pueden observar con precisión, su significado y lo que nos revelan acerca de la historia del universo no son tan claros. No siempre se está de acuerdo y el reconocimiento de la teoría difícilmente es unánime. Existe una competencia entre las opiniones de la mayoría y las de la minoría.
UNA IMAGEN EN ROJO
Edwin Hubble, quien descubrió la relación entre el corrimiento al rojo, la velocidad y la distancia, hizo una advertencia importante respecto a ella en 1930: «Debido a que los recursos de los telescopios aún no se han agotado, bien se puede suspender la formulación de juicios hasta que se sepa mediante observaciones si los corrimientos al rojo en verdad representan un movimiento». La mayoría de los astrónomos de la actualidad creen que el corrimiento al rojo posee tanto un componente de movimiento como un componente cosmológico. El efecto de movimiento (o efecto Doppler), así como es aplicable al sonido, nos resulta familiar cuando cambia el tono de una sirena que escuchamos cuando nos deja atrás. Para una fuente de luz que se aleja del observador, el corrimiento al rojo es un efecto comparable. A fin de continuar con la analogía de la sirena, el desplazamiento cosmológico es un cambio del tono no causado por el movimiento de la fuente de sonido, sino por el estiramiento de la calle en sí. Para este componente del desplazamiento al rojo las ondas de luz se aplanan y estiran de la misma manera en que el universo se expande.
Así, conforme la luz surca el universo, el espectro se altera debido a que la fuente de luz se mueve y a que el espacio entre la fuente y la Tierra se expande. No obstante, muchos astrónomos aún desconfían de esta relación y sugieren otras razones para el corrimiento al rojo; incluso citan la evidencia relacionada con los quásares (cuerpos celestes o similares a las estrellas), los cuales tienen algunos de los mayores corrimientos al rojo que se hayan observado. De acuerdo con la teoría del big bang, ello implica que éstos se encuentran entre los cuerpos celestes más distantes y, por lo tanto, entre los más antiguos y brillantes del universo; pero los escépticos señalan situaciones en las cuales los quásares parecen estar frente a galaxias con un bajo corrimiento al rojo y aparentemente se han descartado las explicaciones típicas para esta interrogante.
Si algunos quásares en verdad están relacionados con galaxias relativamente jóvenes, entonces el significado del corrimiento al rojo aún no se ha comprendido de manera apropiada. Sin embargo, debido a que la correlación de Hubble entre el corrimiento al rojo y la distancia y la edad se ha convertido en el fundamento popular acerca de la cuestión cosmológica, tales datos anómalos se desdeñan como incorrectos por razones obvias: son falsos porque sencillamente no satisfacen las expectativas.
Obviamente, la comprensión de la causa de la CMB se sujeta a la lealtad al big bang o a una teoría alternativa. La típica interpretación del big bang se remonta a finales de la década de 1940. George Gamow, Ralph Alpher y Robert Herman calcularon las propiedades de la radiación relicta del acontecimiento original. Aunque al final se descubrió que sus números eran incorrectos, el descubrimiento de la CMB en 1965 presuntamente hizo afirmar a Gamow que estos astrofísicos habían «encontrado una moneda» justo donde él había perdido una.
La explicación de la CMB no fundamentada en el big bang encontró su punto de referencia en el trabajo que Andrew McKellar realizó a principios de la década de 1940. De acuerdo con sus observaciones acerca de la abundancia de varios gases interestelares, McKellar predijo correctamente la temperatura de la CMB; sin embargo, de acuerdo con Burbidge —quien, a su vez, propuso una teoría alternativa denominada «estado cuasi-estacionario»—, esta radiación del fondo no es producto de un solo suceso, sino un derivado de la continua creación de átomos nuevos dentro de las estrellas. El trabajo de McKellar, argumentó Burbidge, es importante debido a que corresponde a la realidad y se realizó sin basarse en el big bang, mientras que el equipo de Gamow creó parámetros que harían funcionar una gran explosión. «En realidad no se utilizó ninguna predicción», escribió Burbidge. «No obstante, el efecto psicológico cimentado en ideas erróneas relacionadas con la predicción y el descubrimiento [de la CMB] es una de las razones más importantes por las cuales muchos creen en el big bang».
EL ELEMENTO HUMANO
Si la ciencia sólo se ocupara de hechos objetivos podríamos esperar escuchar debates mucho más abiertos; sin embargo, otros elementos humanos participan en el proceso de la creación de teorías. El escritor y científico, Timothy Ferris, comentó que la ciencia bien puede aparentar ser desapasionada, lógica y seca, pero los científicos no son distintos del resto de la humanidad. Todos estamos emocionalmente involucrados y, por lo tanto, estamos «inevitablemente enredados en lo que estudiamos».
Es importante considerar esta interacción entre la lógica, la emoción y la experiencia humana para armar el rompecabezas de la historia cósmica. Todos estos factores enriquecen nuestro sentido individual y colectivo acerca de cómo diferenciar lo posible de lo imposible. El fallecido filósofo e historiador científico, Thomas Kuhn, consideró esta interacción del método científico y la emoción humana en su trabajo sobre las revoluciones científicas: situaciones en donde una teoría ha engendrado a otra. «La observación y la experiencia pueden y deben restringir drásticamente el rango de lo que es admisible en las creencias científicas o la ciencia dejará de existir», escribió, «pero por sí solas no pueden determinar el contenido en particular de dichas creencias», continuó.
Kuhn señaló que la ciencia no es simplemente una historia detectivesca; es una empresa que va más allá de los simples hechos. Así como una tejedora tiene varias opciones para diseñar su obra, la construcción científica de la «realidad» conlleva decisiones respecto a qué quitar y qué dejar en su lugar. La creatividad, la personalidad y la politiquería participan en el proceso. Como señaló Kuhn en La estructura de las revoluciones científicas, «un elemento aparentemente arbitrario, compuesto de accidentes personales e históricos, es siempre un componente integral de las creencias que abraza una comunidad científica en un momento dado».
De acuerdo con algunos, incluyendo a Burbidge, el big bang es más un sistema de creencias que una descripción fría basada en la observación. «Literalmente todas las personas que conozco y que investigan la CMB creen desde el principio del proyecto que saben de dónde surgió ésta», afirma. «Nadie en el grupo es un escéptico (pues no permitirían que nadie así entrara en él), nadie diría ‘quizá ésta sea una interpretación errónea’. Esas personas no existen; no se les permite existir. Usted no se podría graduar si no creyera lo que ellos creen».
«La filosofía cosmológica más comúnmente aceptada en los albores del siglo XXI no es más que un vuelo de la imaginación [que] pretende describir la realidad, pero no la describe».
Si el big bang es en verdad un sistema de creencias, ¿qué queda por descubrir? «Usted puede creer en todo lo que quiera; tal vez esté en lo correcto, y tal vez no», agrega Burbidge, «pero el hecho de que muchas personas crean en él [el big bang] no lo convierte en la verdad».
¿Podría el big bang estar a punto de ser silenciado por una nueva revolución cósmica? Si se perdieran esta teoría y su visión de un principio, ¿cuál sería el impacto en otras creencias que se han compenetrado en el vórtice de la ciencia y el Génesis?
EN EL PRINCIPIO
La semilla que luego germinaría para convertirse en la idea del big bang se sugirió por primera vez en 1931. En una carta publicada en la revista Nature, el clérigo y astrónomo belga, Georges Lemaître, describió un principio para el universo, el «átomo primigenio», a partir del cual evocó una expansión similar a la explosión de los fuegos artificiales que se desintegran en pedazos más pequeños. Como mencionamos en la primera parte, esta idea compartía semejanzas con un poema en prosa escrito por Edgar Allan Poe en la década de 1840, así como con escritos cabalísticos de seis siglos atrás.
Algunos creyeron que las ideas de Lemaître tenían como objetivo la unión de la astronomía con la teología; sin embargo, el impulso científico de su especulación fueron las ecuaciones de Einstein relacionadas con la gravedad. Mientras que Einstein prefería un universo estacionario y armonioso, y creó fórmulas para mostrar un equilibrio entre las fuerzas que trabajan en el universo, Lemaître y el matemático ruso, Alexander Friedmann, descubrieron soluciones a sus ecuaciones que predecían un universo inestable y dinámico. Cuando estos descubrimientos se combinaron con el anuncio de Hubble en 1929 indicando que otras galaxias se alejaban a velocidades proporcionales a su distancia, dieron pie al universo en expansión.
Durante las décadas siguientes los defensores del estado estacionario y los devotos del nuevo modelo de una explosión sostuvieron continuos debates al respecto. El astrónomo británico, Fred Hoyle, acuñó el término big bang para mofarse del concepto; el universo, dijo, no es una jovencita saltando fuera de un pastel. Pero para la década de 1950 la opinión se había vuelto contra el estado estacionario. En una importante reunión de la Real Sociedad, recuerda Burbidge, «el presidente pronunció un discurso en el cual básicamente les dijo que ni siquiera eran científicos por proponer esa idea de un estado estacionario. Cuando el presidente de la sociedad a la que perteneces te dice eso, todos los demás también captan el mensaje».
Burbidge escribió: «No existe una razón especialmente atrayente por la cual debamos favorecer con tanto hincapié un modelo típico del universo comenzando con un principio, y no tanto a un enfoque distinto, además del hecho de que siempre es más fácil estar de acuerdo que en desacuerdo con la mayoría».
LA PRUEBA DEL CONCEPTO
A principios de la década de 1950 la teoría del big bang dio un paso de fe: de constructo científico a «voluntad divina». Al vincular la cosmología con el Génesis, el Papa Pío XII anunció audazmente: «Para medir su progreso, y al contrario de las aseveraciones propuestas en el pasado, la verdadera ciencia descubre a Dios a un grado cada vez mayor, como si Dios esperara detrás de cada puerta abierta por la ciencia».
En su encíclica de 1951 a la Academia Pontificia de las Ciencias, el Papa prosiguió: «Incluso podríamos afirmar que a partir de este descubrimiento gradual de Dios… surgen beneficios no sólo para el mismo científico que se refleja como un filósofo —¿y cómo podría escapar de tal reflejo?—, sino también para quienes comparten estos nuevos descubrimientos o para quienes los vuelven parte de sus propias consideraciones».
El astrónomo, Hilton Ratcliffe, observa la atracción psicológica de tal convergencia de ciencia, espíritu y fe. «La idea de un universo infinito que sólo se mueve sin rumbo es una anatema para la mente colectiva de la humanidad», escribió en The Virtue of Heresy. «De cara al floreciente ateísmo en la filosofía científica, el hombre dio un suspiro de alivio y apretó contra su pecho un patrón universal que sospechosamente ¡parecía ser divino!». En nuestra mente la idea de un big bang se podría transformar con facilidad en la huella dactilar de la primera acción de un creador.
«La mayoría de las personas no cambian de opinión; repiten su tesis una y otra vez».
Con este razonamiento podríamos utilizar entonces la teoría científica como un fundamento para comprender a Dios, pero ciertamente, esto no sucede en la comunidad científica en general. Los científicos no se apegan a la creencia en un Creador para creer en el big bang. Aunque pueden evocar tales declaraciones metafóricas, los cosmólogos no admiten creer al pie de la letra que la comprensión del origen del universo es equivalente a conocer la mente de Dios.
Debido a que todos en cierto grado buscamos un entendimiento espiritual, ya sea que creamos que sea resultado de una inspiración o evolución (vea «Un astrónomo intenta explicar la espiritualidad») resulta fácil convertir al big bang en nuestra prueba de concepto respecto a la existencia de un Creador. La desventaja es que si alguien considera que el Génesis y el big bang son lo mismo, entonces a donde se dirija un concepto el otro le seguirá.
A pesar de ello, si es «por la fe [que] entendemos haber sido constituido el universo», como escribió Pablo en su epístola a los hebreos, «e modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía», entonces, ¿es a través de la ciencia que podemos discernir entre lo invisible y sustentar la fe? Dar mayor claridad a este mundo natural es, ciertamente, una meta de la ciencia; pero si la fe se describe con precisión como «la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve» (Hebreos 11:1, 3), entonces uno debe cuestionar si los métodos teóricos, de observación, de experimentación y del proceso científico son en verdad de ayuda en una búsqueda espiritual.
¿Podrían estos métodos ser posiblemente más engañosos y útiles para «probar» la inexistencia de un Creador como en realidad lo afirman algunos científicos? Aunado a un mejor sentido acerca de cómo la ciencia se lleva a cabo en realidad —no sólo a través de deducciones racionales y frías en un escritorio, sino también mediante el mundo completamente humano de la competencia, el compromiso y la lealtad emocional—, el observador debe recalibrar su opinión acerca de lo que la ciencia es en realidad. Caveat emptor.
UNIVERSO ALTERNO
Los creadores de las teorías opuestas al big bang no intentan suprimir el significado espiritual; ésa era la última de sus preocupaciones. Ellos pelean una difícil batalla simplemente para forzar el regreso a una ciencia fundamentada en la observación, a la física de los laboratorios y a un relato preciso de las pruebas. Para este número cada vez mayor de físicos una teoría del origen que cabalga sobre las improvisaciones de multiversos imaginarios, túneles cuánticos, así como la materia oscura y las fuerzas que las animan, simplemente no es una teoría sostenible.
Uno de tales detractores del big bang es Eric Lerner, un físico que estudia la dinámica de los plasmas. Para él, una teoría que se puede amoldar para ser objeto de todas las observaciones simplemente no es creíble (vea «¿Ciencia o Cientificismo? ¿Acaso el big bang carece de rigor científico?»). Lerner escribió que «ha llegado el momento —y vaya que le ha tomado mucho llegar— de abandonar al big bang como el modelo principal para la cosmología… La observación ha refutado varias veces todas las predicciones básicas de la teoría del big bang. La teoría ahora está atiborrada de una creciente aglomeración de hipótesis ad hoc».
Los iconoclastas (como el Alternative Cosmology Group (Grupo de Cosmología Alternativa) de Lerner) argumentan que la cosmología del big bang es tan sólo una forma de creacionismo: una cuestión de fe basada en una interpretación incorrecta, no en una evidencia científica que se pueda poner a prueba. Insisten en que sus cosmologías alternativas se muestran «prometedoras para explicar las observaciones de una manera coherente y para predecir nuevos fenómenos» de formas que el big bang no puede. El éxito de la cosmología del big bang no se basa en su validez observacional o experimental, señala Lerner, sino en su «capacidad para ajustarse a observaciones retrospectivamente adecuadas con una variedad cada vez mayor de parámetros ajustables, así como la antigua cosmología geocéntrica de Ptolomeo necesitaba capa tras capa de epiciclos».
Quienes proponen teorías alternas buscan el tipo de revolución que analizaba Kuhn. «¿Cómo… responden los científicos a la percepción de una anomalía en donde la teoría y la naturaleza se encuentran?», preguntó. Una revolución en el punto de vista surge de la sensación de que «un paradigma existente ya no funciona de manera adecuada para explorar un aspecto de la naturaleza para el que el mismo paradigma había sido nuestro guía».
RENACIMIENTO
Mientras que al principio del siglo XX Einstein vislumbró un universo comprensible en donde «Dios no participa en los dados», la comprensión científica de hoy se ha vuelto más arbitraria, borrosa y obscura. Los defensores de las cosmologías distintas al big bang creen que sus conclusiones respecto a la estructura del universo revitalizarán a una empresa científica encadenada a una teoría moribunda. La incomprensión, argumentan, la provocamos nosotros. Al ignorar los experimentos y las observaciones que se pueden realizar los seguidores del big bang han inventado una visión fantasiosa del mundo que no se puede probar ni explicar, excepto por otra invención intelectual.
¿Acaso el cambio de la visión que proponen los iconoclastas podría conducirnos a un renacimiento de logros teóricos y tecnológicos? Ellos así lo creen. Desde su perspectiva es claro que la dependencia en el big bang como la explicación del origen es un callejón sin salida para los científicos: al absorber los dólares de financiamiento, la investigación del big bang canaliza nuestro presupuesto para la ciencia hacia un creciente laberinto de extravagantes rutas teóricas, creando teoría tras teoría para explicar cosas cuya existencia no podemos demostrar.
Si esto sucede en la etapa física, no sería demasiado arriesgado preguntar si también sucede en la etapa metafísica. ¿Llevamos a cabo esta misma práctica de inventar teorías que correspondan a ciertas opiniones al ahondar en preguntas de naturaleza espiritual?
La búsqueda de significado es la fuerza que impulsa a la ciencia en general y, más específicamente, a las especialidades de la física, la astronomía y la cosmología. La curiosidad y la necesidad emocional de saber son los lubricantes de la mente humana al inventar telescopios y aceleradores, así como para que los matemáticos examinen nuestros hallazgos. Es cierto que hemos inventado herramientas increíbles para explorar muchas de las grandes preguntas de nuestro lugar en el universo (aunque podríamos cuestionar cómo se utilizan estas herramientas) y esperamos que esta exploración física abra las puertas al significado metafísico ). Es fácil compenetrar ambas búsquedas (la física y la metafísica) debido a que, como una vez lo dijo el físico, Freeman Dyson, el universo parecía saber que hacia allá íbamos.
UN NUEVO CIELO
Al final de su libro, Many Worlds in One [Muchos mundos en uno], el astrofísico, Alexander Vilenkin, llegó a la cuestión más importante. Después de pasar por todo el cuerpo del texto describiendo cómo «no se necesita causa alguna» para crear un universo a partir de «la nada», Vilenkin señala que las leyes fundamentales que dirigen el subsiguiente desarrollo del universo deben tener un origen en algo real. El «proceso se rige por las mismas leyes fundamentales que describen la subsiguiente evolución del universo. Sucede que las leyes debieron estar ‘ahí’ incluso antes del mismo universo».
Ya sea que el universo haya aparecido por primera vez de una u otra forma (¿fue el resultado de una explosión o ya estaba todo en su lugar?), o en uno u otro momento (¿es joven o antiguo?), la gran interrogante sigue siendo cuál es la fuente fundamental de las leyes que gobiernan al universo. Los problemas de la cosmología imitan nuestras preguntas básicas como una especie consciente. Si no podemos descifrar los patrones del universo material para orientarnos dentro de la creación de una manera comprensible, ¿existe entonces alguna esperanza de encontrar lo metafísico detrás de lo físico? Parece que hasta los mismos cielos, o por lo menos la interpretación humana de ellos, son poco confiables. ¿Existe alguna fuente de información respecto al pasado, el presente y el futuro del universo que sea confiable y esté por encima del prejuicio humano? ¿Existe algún otro medio para explorar las respuestas a nuestras preguntas más profundas, una guía para mirar con precisión hacia al pasado mientras avanzamos con mayor eficacia y satisfacción hacia el futuro?
La Biblia, de alguna manera un registro del misterioso legislador de Vilenkin, ubica a un Creador fuera del ámbito del descubrimiento científico. Ya sea que el universo tenga 6,000, 6 millardos o un billón de años de antigüedad, la esperanza de la raza humana no se encuentra en descubrir su fecha de nacimiento, sino en la revelación de que hay algo más allá de lo que vemos. La respuesta no yace en la energía oscura ni en la materia oscura, sino en un nuevo cielo y en una nueva tierra.
El darse cuenta de que hay algo más allá de cuánto ha durado la humanidad o el cosmos es una revolución intelectual comparable a nuestros instrumentos que pueden mirar dentro del universo superando nuestro sentido de la vista. Esta revelación abre un nuevo paradigma, una nueva percepción de significado afín a la visión de Kuhn acerca de las revoluciones científicas aplicadas a un nivel personal más que a nivel colectivo. Esto requiere una reorientación propia, una revolución en la cual un paradigma da paso a otro, primero titubeando y luego entregándose a ello. Nuestra revolución personal es aquélla que permite avanzar de una visión totalmente física de dónde nos encontramos hacia una percepción espiritual de por qué existimos.
Para hallar propósito y sentido a lo que buscamos por intuición debemos utilizar la información que encontramos fuera del ámbito de la ciencia. ¿Existe una mente que anteceda al universo? De ser así, ¿por qué esa mente decidió crear a los humanos? Nuestras conclusiones se vuelven guías no sólo de nuestra percepción personal de la vida, sino también de nuestro comportamiento hacia los demás: cómo nos relacionaremos y cuidaremos de nuestros compañeros en este viaje.
Un entendimiento del origen traza fronteras importantes para nuestro pensamiento acerca de dónde nos encontramos en el tiempo y el espacio, así como hacia dónde debemos acudir en busca de guía. El sendero correcto a menudo es oscuro y difícil, pero no imposible de descubrir conforme cada uno de nosotros (por razones que la ciencia nunca podrá comprender) encontramos el camino que deje atrás al big bang.