Depresión
Puede manifestarse como «tristeza post-vacacional», especialmente en esta época del año, o cuando el invierno se prolonga en los climas nórdicos, puede establecerse como «trastorno afectivo estacional». En las madres primerizas puede etiquetarse como un caso severo de «depresión posparto». Para muchos, sin embargo, la depresión no tiene una relación directa con estaciones o acontecimientos. Es simplemente un hecho de la vida.
Los expertos nos dicen que en la actualidad la mayoría de las depresiones pueden curarse. ¿También pueden prevenirse?
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, hoy en día una de las principales causas de discapacidad es la depresión. Es por ello que, sin importar dónde viva, probablemente conoce a alguien que lucha contra el trastorno depresivo o usted mismo lo padece. En Estados Unidos, hasta 20% de la población tiene probabilidades de presentar síntomas depresivos en algún momento de su vida, y de 5% a 10% ha sido diagnosticada con un trastorno depresivo mayor en alguna ocasión.
Además, quienes diagnostican y tratan este problema en crecimiento reportan que lo ven a una edad cada vez más temprana en generaciones sucesivas. El Centro de Información Nacional de la Salud Mental (National Mental Health Information Center) de EE.UU. indica que, en algún momento, hasta 15% de los niños y adolescentes muestran algún síntoma de depresión.
Comoquiera que sea, señalan los investigadores, el problema ha sido mal diagnosticado y mal tratado. Muchas personas que la padecen probablemente ni siquiera se consideran deprimidas y buscan ayuda para sus síntomas físicos, como el insomnio, los dolores o la falta de energía. Las cifras también pueden estar distorsionadas por el hecho de que es menos probable que los hombres busquen ayuda que las mujeres, quizá por el estigma de la sociedad o por vergüenza.
Las estadísticas abundan, pero sin importar cómo se interpreten los números, el consenso es que la incidencia de la depresión va en aumento, se presenta cada vez a más temprana edad, y es una preocupación primordial de los profesionales de la salud. Por el lado positivo, mientras los investigadores médicos tratan de entender mejor el problema, están desarrollando nuevos enfoques para su tratamiento, enfoques que van mucho más allá de mejorar los medicamentos y que enfatizan los cambios en el comportamiento personal.
«Recuperarse de la depresión es como recuperarse de una enfermedad del corazón o del alcoholismo. Un paciente que padece del corazón sabe que la medicación no es suficiente; se deben modificar los hábitos de toda la vida en cuanto a dieta, ejercicio y cómo se sobrelleva el estrés».
A la luz de estos descubrimientos, ¿qué pueden hacer las personas y las familias para hacerle frente a la depresión y tal vez ayudar a futuras generaciones a evitar esta enfermedad mentalmente incapacitante?
EL PROBLEMA
La depresión es un trastorno del estado de ánimo y no se debe confundir con las vicisitudes que son parte de la vida normal. La depresión clínica se caracteriza por periodos prolongados con una sensación de tristeza o vacío, en donde nada se disfruta y la actividad física decae. Los síntomas incluyen cambios en el estado de ánimo y los patrones de alimentación y sueño, adormecimiento, falta de energía y un sentimiento de falta de autoestima e incompetencia. En el caso de una depresión crónica leve (distimia), una persona puede funcionar aunque no a su capacidad total, lo cual con frecuencia evita que se reconozca el problema.
Las emociones influyen claramente en el problema, pero son una parte normal de la vida puesto que la mente y el cuerpo reaccionan a las situaciones. Estos sentimientos son principalmente transitorios por naturaleza y vienen y van a lo largo del día; sin embargo, cuando las emociones se vuelven intensas y constantes, y no están ligadas a un estímulo en particular, se les llama estados de ánimo, y los estados de ánimo extremos y persistentes pueden llevar a la depresión.
Otro factor del trastorno depresivo es el estrés: una característica clave de la vida moderna; no obstante, no todo el estrés es dañino. Como las emociones, puede ser bueno o malo, dependiendo de su duración y severidad. Un breve periodo de estrés nos permite realizar tareas y enfrentar los problemas como si fueran retos. A esto se le llama estrés bueno o agudo. El estrés malo es crónico y puede tener efectos físicos negativos en el cuerpo, incluyendo insomnio, enfermedad y depresión.
QUIÉNES SE DEPRIMEN
Ciertos sectores de la sociedad tienen más riesgo de padecer depresión. Algunas estadísticas señalan que las mujeres son dos veces más propensas a caer en depresión que los hombres: los niños y las niñas tienen el mismo nivel de riesgo hasta los doce años; después de esta edad el riesgo para las niñas se duplica durante la adolescencia y permanece consistentemente más alto hasta después de la menopausia.
El Instituto Nacional de Salud Mental (National Institute of Mental Health) o NIMH, por sus siglas en inglés) de EE.UU. informa que «los factores biológicos, hormonales, psicosociales y del ciclo de la vida, únicos en la mujer, podrían estar relacionados con su mayor índice de depresión. Los investigadores han mostrado que las hormonas afectan directamente la química del cerebro que controla las emociones y el estado de ánimo». El artículo señala, además, que «las mujeres son especialmente vulnerables a la depresión después de dar a luz, cuando los cambios hormonales y físicos, junto con la nueva responsabilidad de cuidar a un recién nacido, pueden ser abrumadores». Aunque esto puede resultar en nada más que un breve episodio de la llamada nostalgia puerperal o baby blues, también puede convertirse en una enfermedad más grave conocida como depresión posparto. Los cambios hormonales en las mujeres cerca de su menopausia también pueden estar relacionados con el incremento en el riesgo de depresión.
Además, el NIMH señala que «muchas mujeres enfrentan el estrés adicional del trabajo y las responsabilidades de la casa, el cuidado de los hijos y de sus padres ancianos, abuso, pobreza y las presiones de una relación»; sin embargo, vale la pena mencionar que no todas las mujeres que enfrentan dichas dificultades se ven abrumadas por ellas. De acuerdo con el NIMH, «aún no está claro por qué algunas mujeres que enfrentan enormes desafíos desarrollan depresión, mientras que otras con retos similares, no».
La depresión también tiende a presentarse en familias, nuevamente con el riesgo genético más pronunciado en las mujeres que en los hombres. Otro factor son las experiencias negativas de la infancia, incluyendo la pérdida de uno de los padres antes de los 10 años, el abuso sexual o físico, o alguna otra experiencia traumática que actúe más adelante como desencadenante.
Un último factor lo constituyen algunos acontecimientos importantes en la vida adulta, como un divorcio, agresión, pérdida del empleo, estrés crónico, enfermedad grave o luto. En el caso de éste último, el dolor ocasionado por la pérdida de un ser querido es una reacción emocional normal y no desencadenará automáticamente en una depresión si se trabaja en él, aunque eso puede tomar muchos meses; sin embargo, el luto puede conducir a la depresión si se deja caer más profundo durante un periodo prolongado.
A pesar de las predisposiciones, no existe un cierto modo de predecir quién se volverá depresivo. Las dificultades en la niñez o un desastre importante ocurrido posteriormente pueden provocar una baja autoestima, un sentido de rechazo y la incapacidad de sentirse bien con uno mismo. Incluso algunas personas que no viven esas experiencias, que parecen estables y bien integradas, pueden caer en un estado depresivo. Asimismo, las personas que han sufrido un trauma en su infancia o que están sujetas a una cantidad significativa de estrés o cambios en su vida no están inevitablemente condenadas a una vida de depresión.
DIAGNÓSTICO Y TRATAMIENTO
La buena noticia es que la mayoría de las depresiones son tratables. Por supuesto, al igual que con otras cuestiones relacionadas con la salud, mientras más pronto se busque tratamiento, mayores serán las posibilidades de éxito. Si se deja sin tratamiento, el riesgo de depresiones sucesivas aumenta considerablemente; y conforme aumenta el riesgo, aumenta también la probabilidad de experimentar problemas relacionados con ella, tales como drogadicción, alcoholismo y suicidio.
Entonces, ¿qué debe hacer si sospecha que usted o alguien cercano a usted muestran síntomas de depresión? El primer paso a seguir es establecer si los síntomas se han desarrollado a partir de un trastorno del estado de ánimo o por una causa física. Muchos síntomas pueden ser resultado de factores como un mal funcionamiento de la tiroides, falta de vitaminas, apnea del sueño, medicamentos o cambios hormonales. La fatiga y el cansancio por estrés también pueden producir síntomas parecidos a los de la depresión.
Trastorno Bipolar
El trastorno bipolar, también conocido como enfermedad maníaco-depresiva, provoca cambios inusuales en el estado de ánimo, la energía y la capacidad de funcionamiento de una persona. De un día para otro puede producir cambios bruscos en el estado de ánimo que llevan a una persona de sentirse tan deprimida que apenas puede levantarse de la cama, a sentirse muy bien y llena de energía. Los periodos de altas y bajas se denominan crisis, ya sea una crisis maníaca o una crisis depresiva. Debido a que las personas pueden estar genéticamente predispuestas al trastorno bipolar, la enfermedad tiende a heredarse.
En el trastorno bipolar con ciclos rápidos una persona experimenta cuatro o más ciclos de crisis en un año. Al menos 70% de quienes padecen este tipo de trastorno bipolar son mujeres. Es importante señalar que también es más probable que las mujeres desarrollen el trastorno bipolar con ciclos rápidos en respuesta al tratamiento con antidepresivos. Su uso debe realizarse con gran precaución debido a que los fármacos en realidad pueden promover crisis maníacas de mayor gravedad. Los lineamientos del 2002 de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría (American Psychiatric Association) para el tratamiento del trastorno bipolar generalmente recomiendan el uso conservador de antidepresivos en pacientes bipolares.
A diferencia de otros trastornos depresivos, considerados altamente tratables, el trastorno bipolar no lo es. Por lo general es una condición de por vida que debe tratarse exhaustivamente. Es fundamental contar con un tratamiento profesional continuo y competente, así como con una combinación de medicamentos y terapia.
Esto significa que el diagnóstico no es tan sencillo como se pudiera esperar y ello explica los ya mencionados problemas de mal diagnóstico y mal tratamiento. De acuerdo con un estudio publicado en Primary Care Companion to the Journal of Clinical Psychiatry, «sólo 50% de los pacientes con depresión atendidos en un centro de atención primaria será diagnosticado con precisión y, de ese porcentaje, menos de 10% será tratado correctamente» («Depression: Diagnosis and Management for the Primary Care Physician» [Depresión: Diagnóstico y Tratamiento por el Médico de Cabecera], octubre de 2000).
Las opciones de tratamiento también varían constantemente debido a que los profesionales de la salud van más allá de la creencia de que el simplemente recetar un antidepresivo es un tratamiento adecuado para algunos pacientes que se sospecha padecen depresión. Ahora los especialistas abordan el tratamiento desde una variedad de ángulos, y así como cada persona es diferente, también lo es el tratamiento. Algunas depresiones pueden necesitar un medicamento o una combinación de medicamentos para ayudar a la recuperación, mientras que otras pueden ser tratadas sin medicación. Es importante tomar en cuenta que no existe una forma válida para que un médico sepa cuál tratamiento ayudará a un paciente en particular. La persona y su familia necesitan asumir una responsabilidad muy personal, hacerse cargo del problema y buscar activamente soluciones exitosas. Es por ello que la terapia puede ser una parte especialmente útil en el proceso de curación: mantiene al paciente enfocado en trabajar el problema. La mayoría de las depresiones son tratables y curables, pero la clave está en obtener ayuda y mantenerse en la lucha.
LA CIENCIA DE LA MENTE
La investigación sobre el cerebro ha revelado que la función cerebral es un factor importante tanto en la causa como en el tratamiento del trastorno depresivo. La neurociencia continúa arrojando información acerca de cómo opera el cerebro y está llevando a los investigadores a obtener nuevos y sorprendentes conocimientos sobre cómo pensamos: un elemento clave en la depresión.
Algunos dicen que el cerebro humano contiene más de 100,000 millones de neuronas o células cerebrales. Cada una está conectada a miles de otras neuronas, y cada una puede enviar mensajes eléctricos y neuroquímicos cientos de veces por segundo a otras neuronas a través de la sinapsis. Las neuronas pueden o no conducir una carga eléctrica. Las cadenas y circuitos de estas neuronas de «activación» y «desactivación» subyacen a todos nuestros procesos mentales. Crean vías nerviosas que provocan respuestas de movimiento, percepción, sensación, lenguaje y pensamiento. Entre más frecuentemente se transite por estas vías, más arraigado se vuelve un comportamiento, percepción o pensamiento resultante (es decir, se forma un hábito).
Toda esta comunicación nerviosa ocurre con la ayuda de sustancias químicas llamadas neurotransmisores. Se conocen más de 30 neurotransmisores diferentes en el cerebro (algunos calculan que 100 o más). También se sabe que algunos de ellos, llamados monoaminas (incluyendo la serotonina, epinefrina y dopamina), contribuyen a la estabilidad del estado de ánimo, aunque niveles anormales en ellos pueden producir trastornos del estado de ánimo persistentes.
En los años sesenta se volvió popular atribuir la depresión exactamente a dichos desequilibrios químicos en el cerebro. La «hipótesis monoaminérgica» se enfocó en una falta de serotonina en particular como la causa de la depresión y, como resultado, el tratamiento se orientó hacia los fármacos.
Sin embargo, para finales de los noventa, las investigaciones realizadas mostraron que los antidepresivos, al incrementar los niveles de serotonina, en realidad motivaban el crecimiento de células cerebrales en el hipocampo, una parte del cerebro relacionada con la regulación del estado de ánimo. La revelación de que el cerebro adulto es capaz de producir nuevas neuronas no solamente ha revolucionado el tratamiento de la depresión, sino que ha llevado a la conclusión trascendental de que el cerebro puede desarrollar nuevas vías nerviosas al cambiar su forma de pensar. Cuando respondemos a un trauma y a otras grandes experiencias de vida ocurridas en la infancia, creamos un enlace nervioso en el cerebro. Cuando posteriormente ocurren eventos similares, activan una respuesta que está predeterminada por el venlace ya existente. Por lo tanto, si nuestra respuesta anterior fue negativa, entonces el cerebro probablemente responderá al suceso posterior con pensamientos negativos y con su consecuente estado de ánimo bajo. Con el tiempo, se vuelve habitual para el cerebro reaccionar negativamente a los desencadenantes comunes. La meta consiste en romper el ciclo.
El resultado de este gran avance en la investigación del cerebro es que, en lugar de tratar de explicar y tratar la depresión desde un solo punto de referencia, los doctores ahora lo suelen abordar con una combinación de tratamientos. La medicación ya no es necesariamente la primera línea de ataque. Puede ser útil, en especial en trastornos del estado de ánimo más severos, pero las técnicas que ayudan a que la persona deprimida cambie su forma de pensar pueden ayudar al cerebro a formar nuevas células y vías nerviosas alternas. Esto no sólo ayuda a la recuperación, sino que también tiene obvias implicaciones en la prevención de recaídas.
ELECCIONES EN EL ESTILO DE VIDA
Un cerebro que está dañado por un trauma ocurrido en los primeros años de vida, estrés crónico o incluso por genética tiene el poder para curar ese daño. El cerebro cambia de acuerdo con la experiencia o, como nos dice la neurociencia, puede «reprogramarse» para pensar de nuevas formas.
Como ya se mencionó, gran parte de la investigación actual indica que la depresión está aumentando de una generación a otra y que se está diagnosticando en personas más jóvenes en promedio. Aunque la genética juega su parte, esto también tiende a sugerir un enlace entre la depresión y el estilo de vida.
Con respecto a la longevidad de una persona, se dice que los factores genéticos son 30% responsables, mientras que el estilo de vida representa 70%. En otras palabras, la longevidad no solamente está en los genes, también es resultado de las elecciones que hacemos respecto a nuestro estilo de vida.
De manera similar, la conexión entre el estilo de vida y la depresión es indiscutible. Los Centros de Control de Enfermedades de EE.UU. señalan que «las enfermedades crónicas representan 70% de todas las muertes en Estados Unidos... Aunque las enfermedades crónicas se encuentran entre los problemas de salud más comunes y costosos, también están entre los más prevenibles. Adoptar comportamientos saludables como comer alimentos nutritivos, ser físicamente activos y evitar el tabaco pueden prevenir o controlar los devastadores efectos de estas enfermedades».
Lo que no ha sido tan obvio hasta ahora es la conexión entre el estilo de vida y la depresión, al menos en términos de tratamiento. Después de todo, ¿qué es el estilo de vida sino un modo de vida, una serie de comportamientos?
El psicoterapeuta Richard O’Connor lo plantea muy directamente: «Yo creo que las personas pueden hacer cambios sustanciales en la forma en que viven sus vidas emocionales, en su personalidad e incluso en la química de su cerebro, a través de cambios en su comportamiento».
Para tratar la depresión, algunos cambios en el estilo de vida son fundamentales. El pensamiento depresivo desarrolla una serie de hábitos y comportamientos (formas de pensar y sentir) que necesitan reemplazarse. Nosotros permitimos que la interacción cuerpo-mente refuerce las formas positivas de pensar y sentir a través de elecciones deliberadas respecto al modo en que vivimos. Esto no quiere decir que sea fácil, pero puede hacerse. En particular, una persona deprimida haría bien en evaluar cuatro aspectos de su estilo de vida (ejercicio, dieta, estructura y sueño) antes de tomar medicamentos, ya que estos cuatro comportamientos tienen una relación directa con la función cerebral.
¿POR QUÉ NO PREVENIR?
Si la mayoría de las depresiones pueden tratarse para lograr un resultado positivo, ¿también es posible influir en la mente para evitar una inclinación a la depresión? En otras palabras, si el cerebro puede ser reentrenado en su forma de pensar, ¿no podría ser entrenado para pensar adecuadamente desde la infancia?
«Cada vez que una persona se deprime, se fortalecen las conexiones cerebrales entre el estado de ánimo, los pensamientos, el cuerpo y el comportamiento, haciendo más fácil que la depresión se vuelva a reactivar».
El énfasis de la gran cantidad de material relacionado con la depresión que está disponible en la actualidad es en el tratamiento, incluyendo tanto la medicación como la terapia; sin embargo, este enfoque limitado puede pasar por alto el panorama completo. El cerebro puede hacer conexiones entre las emociones y los pensamientos; tiene la capacidad de razonar con la emoción y de utilizar las emociones para enriquecer el pensamiento.
En los años noventa comenzó a surgir información respecto a la inteligencia emocional (IE) a través de la investigación de John D. Mayer, Peter Salovey, David R. Caruso, Daniel Goleman y otros, quienes promovieron principios que proveen una nueva forma de entender y evaluar las conexiones entre las emociones, los pensamientos y el comportamiento. Una definición general de IE dada por Mayer, Caruso y Salovey es «la capacidad para reconocer los significados de las emociones y sus relaciones, y para razonar y resolver problemas a partir de ellos. La inteligencia emocional está relacionada con la capacidad para percibir emociones, asimilar sentimientos relacionados con las emociones, entender la información de esas emociones y manejarlas»(«Emotional Intelligence Meets Traditional Standards for an Intelligence» [La Inteligencia Emocional cumple con las Normas Tradicionales de Inteligencia], 2000). Algunos investigadores incluso sugieren que el coeficiente de inteligencia emocional de las personas (EQ, por sus siglas en inglés) puede ser más importante para el éxito en general en la vida que su coeficiente intelectual o IQ. La capacidad para controlar y manejar las emociones es crítica, especialmente en aquellas áreas de la vida que producen estrés.
Así que en lugar de enfocarse solamente en el desarrollo de la madurez emocional en los adultos como un medio para modificar la química del cerebro, por qué no regresar a una causa básica de la depresión: las experiencias de la infancia o el estrés en los primeros años de vida. Tratar eficazmente la epidemia de la depresión requiere atacar la causa, no sólo aprender a tratar mejor el efecto. Ése fue el enfoque de la investigación del psicólogo Martin Seligman desde finales de los años setenta. (Consulte «Desarrollo de Resiliencia en un Mundo Turbulento»).
No es coincidencia que el aumento en el número de casos de depresión de una generación a la siguiente sea paralelo a la desintegración de la familia tradicional. Si los hijos no experimentaran un trauma en su infancia, la posibilidad de desarrollar depresión disminuiría. El psicólogo infantil Lawrence E. Shapiro hace esta interesante observación en su libro How to Raise a Child With a High EQ: A Parents’ Guide to Emotional Intelligence [Cómo Criar a un Hijo con un Alto EQ: Guía para Padres sobre la Inteligencia Emocional]: «Paradójicamente, mientras que cada generación de niños parece ser más inteligente, sus habilidades emocionales y sociales parecen ir en picada. Si medimos el EQ mediante estadísticas de salud mental y otras estadísticas sociológicas, podemos ver que en muchas formas los niños en la actualidad se encuentran mucho peor que los de generaciones anteriores... Muchos científicos sociales creen que los problemas de los niños de hoy pueden atribuirse a cambios complejos en los patrones sociales ocurridos durante los últimos cuarenta años, incluyendo los crecientes índices de divorcio... y la disminución del tiempo que los padres pasan con sus hijos... ¿Qué puede hacer para criar a sus hijos para que sean felices, sanos y productivos?... Debe cambiar la forma en que se desarrolla el cerebro de su hijo» (énfasis añadido).
El desarrollo de la madurez emocional empieza con las experiencias de cuidado y amor a un hijo dentro de una familia estructurada, conforme la química del cerebro establece los patrones que llevarán al niño felizmente hacia la vida adulta. Una familia amorosa y estable que enseña autodisciplina y autocontrol a su hijo ayuda a determinar la bioquímica emocional del niño, permitiéndole tener un mayor control de la vida. Los hogares rotos, las familias de padres solteros, el divorcio, el abuso y la violencia afectan el desarrollo de los neurotransmisores como la serotonina mientras se forman las vías nerviosas.
Entonces, ¿es posible prevenir los efectos paralizantes de esta condición generalizada? Una investigación en curso indica que la lucha contra la creciente oleada de trastornos del estado de ánimo y depresión inicia con un enfoque proactivo en el desarrollo efectivo del niño. Los hijos que son criados para lograr una fuerte madurez emocional pueden, de hecho, ayudar a contener el incremento generacional de la depresión. Por supuesto, debemos encontrar formas para tratar de manera más efectiva a aquéllos con trastornos del estado de ánimo, pero también debemos enfocarnos en la prevención como una parte importante de la cura.