Desarrollando Resiliencia en un Mundo Turbulento
«Sé que tengo que lidiar con ello para sanar», comenta una mujer a la que llamaremos Ramona, «pero a veces también necesito simplemente alejarme. He tenido muchos y dolorosos retrocesos. Los recuerdos se tornan tan vívidos que, literalmente, vuelvo a sentir el dolor físico». Ramona padece depresión y también se le ha diagnosticado síndrome de estrés postraumático (SEPT), resultado de experiencias de su niñez que prefiere no describir. Aunque Ramona a menudo se siente sola, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, no lo está. Muchísimas otras personas se encuentran atrapadas en la misma lucha.
En su Informe de Estadísticas de Salud en el Mundo 2007, la OMS llama a la depresión «un problema importante de salud pública», debido tanto a su prevalencia como a sus efectos de gran alcance. Lo que es aún peor, la OMS insiste en que hay nuevas investigaciones para establecer que el SEPT se presenta con mayor frecuencia y conlleva consecuencias mucho más graves de lo que se creía. Tales informes fomentan la percepción generalizada de que durante las últimas décadas se ha disparado la depresión relacionada con el estrés y la ansiedad.
Para complicar aún más las cosas, los ataques terroristas han afectado más directamente a las naciones occidentales que nunca antes, y los gobiernos y medios de comunicación no parecen negarse demasiado a explotar el miedo público.
«Una sociedad que proteja mejor a sus miembros del dolor y la depresión organizaría sus relaciones de tal manera que fueran tan estables, predecibles, entendibles y cuidadosas en sus vínculos afectivos como fuera humanamente posible».
Debido a dichas consideraciones, a las comunidades les encantaría saber cómo preparar a las personas para los sucesos psicológicamente estresantes y cómo incrementar su potencial de recuperación. Los investigadores, a su vez, están ampliamente ocupados tratando de descubrir las características que comparten aquellas personas que demuestran una mayor capacidad para sobrellevar esas situaciones, con la esperanza de ayudar a otros a volverse más resistentes al estrés, los traumas y la depresión.
Pero ¿realmente es posible lograr la fortaleza humana? ¿No son algunas personalidades simple y naturalmente más optimistas que otras? ¿Se puede hacer algo a nivel individual para fomentar una salud emocional de hierro en un mundo cada vez más turbulento?
Es cierto que algunas personas nacen con una actitud naturalmente positiva y que el optimismo es considerado como un factor clave para la resiliencia; sin embargo, ahora los investigadores saben que las nuevas experiencias y las relaciones de apoyo pueden cambiar, literalmente, la estructura del cerebro. Esto ha llevado a los psicólogos a entender que se puede desarrollar el optimismo y la resiliencia, y que, en efecto, tanto los adultos como los niños pueden ser inoculados contra la depresión… al menos en alguna medida.
No obstante, a pesar de estas buenas noticias, aumentar la resiliencia no es un logro personal heroico como nos quieren hacer creer la cultura individualista occidental y estos nuevos descubrimientos. Uno no se convierte en la clase de persona que puede sobrellevar la adversidad tan sólo por adoptar firmemente la resolución individual de salir adelante sin ayuda. De hecho, dicen los investigadores, aumentar la resiliencia es casi imposible fuera de la influencia protectora de las relaciones interpersonales positivas.
Louis Cozolino, autor de The Neuroscience of Human Relationships [La neurociencia de las relaciones humanas], está de acuerdo. «Por mucho tiempo las personas vivieron en grupos de 50 a 70. Hubo muchas generaciones y muchas personas estaban interconectadas», comentó a Visión, «pero en sociedades como la nuestra se hace énfasis en el individualismo. Sospecho que el aumento en el número de enfermedades mentales que estamos presenciando está relacionado con ese factor. Es difícil comprobarlo porque no podemos regresar el tiempo y sólo podemos suponer que realmente en la actualidad hay más depresión que antes, pero podemos exponer argumentos convincentes a favor de ello».
Además de los ideales individualistas occidentales —o, quizá, debido a ellos—, existen otros factores que contribuyen al incremento observado en el predominio de la depresión y el SEPT.
Los neurocientíficos están confirmando muchos aspectos de las especulaciones de John Bowlby acerca del vínculo afectivo durante la infancia y sus efectos en el desarrollo cerebral, publicadas en 1969. Así como los seres humanos necesitamos alimentos nutritivos durante la infancia para desarrollar un cuerpo adulto saludable, también necesitamos relaciones nutritivas durante la infancia para desarrollar una actitud mental saludable. «Un desarrollo óptimo de la corteza prefrontal a través de relaciones tempranas saludables», escribió Cozolino, «nos permite pensar bien de nosotros mismos, confiar en los demás, regular nuestras emociones, mantener expectativas positivas y utilizar nuestra inteligencia intelectual y emocional para resolver los problemas de cada día».
En contraste, cuando estas áreas del cerebro no se han desarrollado de manera adecuada, somos particularmente propensos a tener problemas para controlar la depresión, la negatividad y el miedo, debido a que la regulación del sistema de circuitos del miedo depende en gran medida del proceso de vinculación afectiva. Cozolino ve una relación directa de causa y efecto en su práctica: «Considero que los niños son más vulnerables cuando se tiene un vínculo afectivo inadecuado… y la sociedad realmente no brinda a las personas ni el tiempo ni el espacio para estar con sus hijos y así establecer ese vínculo. No veo que haya mucha seguridad respecto a los vínculos afectivos, al menos no en las personas con quienes trabajo».
«Los niños desarrollan una mayor fortaleza como resultado de los patrones de estrés que experimentaron y del cariño que recibieron al principio de su vida».
Al considerar estos factores es fácil ver por qué las relaciones positivas tempranas ayudan a determinar cuán fuertes seremos como adultos, pero un vínculo afectivo temprano no es lo único que afecta la fortaleza psicológica. Entre otros lazos adultos estrechos, las uniones como el matrimonio pueden tener un efecto similar al del vínculo afectivo de la infancia, señalan los sociólogos. De hecho, Cozolino comenta que «las investigaciones muestran que si una persona insegura en sus vínculos afectivos se casa con alguien con seguridad en ellos, después de aproximadamente cinco años habrá un cambio en su patrón de desarrollo de vínculos hacia un perfil más seguro».
Aunque los sociólogos reconocen que incluso los lazos con colegas, amigos y la comunidad en general pueden ser benéficos para la salud mental de quienes sufren estrés, en una situación ideal la cuna de la resiliencia sería la unidad familiar: la primera fuente de cariño, apoyo afectivo y ejemplos claros de conducta de una persona; sin embargo, si los padres por alguna razón no están disponibles o no son capaces, otras relaciones cercanas (abuelos, tíos e incluso hermanos mayores) pueden satisfacer esta necesidad y contribuir a restaurar un patrón de fortaleza.
Froma Walsh es profesora de administración de servicios sociales y psiquiatría en la Universidad de Chicago. Entre sus áreas de especialización se encuentran los estudios familiares y la terapia familiar, y ha escrito mucho acerca de la resiliencia. En su libro de 2006, Strengthening Family Resilience [El Fortalecimiento de la Resiliencia Familiar], observa que «hemos llegado a entender la resiliencia como una interacción continua entre la naturaleza y la crianza, alentada por relaciones de apoyo… Las conexiones interpersonales juegan un papel importante en el establecimiento de conexiones neurales en la mente joven».
Walsh afirma que existen diferentes maneras en las que las relaciones familiares en particular moldean las bases de la fortaleza en momentos de estrés o trauma: «Los sistemas de creencias compartidas que se transmiten a través de la interacción familiar son influencias poderosas para la resiliencia. La adaptación de los niños a crisis y transiciones negativas se ve influenciada por el significado de la experiencia, mediado por el entendimiento y la comunicación con los padres».
Los sistemas de creencias compartidas que Walsh considera fundamentales para la fortaleza familiar abarcan tres áreas extensamente estudiadas: encontrar significado a partir de la adversidad, mantener una actitud positiva y encontrar un propósito más allá de uno mismo, la familia y los problemas, a través de las convicciones espirituales. Por simples que puedan parecer, cada uno de estos temas merece un análisis más profundo.
ENCONTRAR SIGNIFICADO A PARTIR DE LA ADVERSIDAD
«Una persona traumatizada puede estar tan abrumada e inmersa en información que podría no responder a un mundo confuso», comenta el psicólogo francés Boris Cyrulnik. «La violencia sin sentido significa que la muerte nunca está lejos. Los granos de arena parecen montañas y el mundo pierde su claridad… Mientras el trauma carece de significado, nos sentimos destrozados, estupefactos y confundidos por un torbellino de información contradictoria… Sin embargo, debido a que estamos obligados a encontrar un significado para los fenómenos y los objetos que nos “hablan”, contamos con una forma de despejar la niebla que se forma cuando experimentamos un trauma psicológico… y es a través de la narración».
Hace tiempo que los psicoanalistas reconocen la narración, o la historia mental que construimos para explicar nuestras adversidades a nosotros mismos y a los demás, como un paso importante para superarlas. Ésta es, ante todo, la razón por la que se alienta a las personas a hablar de lo que les sucede —no solamente para «desahogarse» o para demostrar cierta clase de dependencia emocional—, ya que cuando hablamos de nuestros traumas nos forzamos a colocarlos en contexto y a darles un significado.
No todas las narraciones pueden ser compartidas con otras personas, admite Cyrulnik. «En ocasiones el testigo existe sólo en la imaginación de la persona herida, quien habla con un oyente virtual al contarse la historia a sí mismo».
No obstante y sin importar a quién se platique la narración, la historia necesita ciertos ingredientes para dar lugar a la resiliencia. De acuerdo con investigadores del Hospital Universitario Hadassah en Jerusalén, entre éstos se incluyen la continuidad y coherencia, la creación de un significado y la autoevaluación. En su estudio de 2004 sobre el uso de la narración para lidiar con un trauma, los investigadores (seis, del Centro de Estrés Traumático del hospital) descubrieron que «cuando la narración se construyó correctamente, con una historia coherente, relevancia y una imagen positiva de uno mismo, los niveles de los síntomas del Síndrome por Estrés Postraumático fueron menores».
Con una «imagen positiva de uno mismo» los investigadores no se refieren al «golpe al ego» simplista e infundado que caracteriza a gran parte del movimiento popular de autoestima de la segunda mitad del siglo; la definición del estudio respecto a la imagen positiva de uno mismo es más concreta e implica la evaluación del papel personal en tiempos de adversidad en términos de nivel de control, sentimientos de culpa o responsabilidad, y el ser activo o pasivo.
Lo anterior denota una distinción importante que se debe hacer entre la versión popular de la autoestima y la clase de autoevaluación positiva que da significado a nuestras adversidades. En palabras del psicólogo Martin Seligman, tiene que ver con «sentirse bien en comparación con hacerlo bien». En su libro, Niños Optimistas, Seligman observa que «no existe una tecnología efectiva que enseñe a sentirse bien que no enseñe primero a hacerlo bien. Los sentimientos de autoestima en particular, y la felicidad en general, se desarrollan como los efectos secundarios de superar los retos, trabajar exitosamente, vencer la frustración y el aburrimiento, y ganar. El sentimiento de autoestima es un resultado secundario de hacer las cosas bien».
Este aspecto de «hacer» que Seligman considera como los cimientos de la autoestima también se refleja en el estudio del Hospital Universitario de Hadassah. Los investigadores observaron que un factor importante para enfrentar un trauma implica cierto grado de control activo: «Aquéllos que son capaces de sentir su acción y dominio, durante y después del acontecimiento, lidiaron y procesaron mejor lo ocurrido de una manera más productiva».
Walsh lo reconoce y coloca la autoevaluación en el contexto de la fortaleza familiar cuando añade que el mejor tipo de significado se basa en un entendimiento de las limitaciones humanas. «Nadie está completamente indefenso ni es omnipotente en toda situación», comenta. «La autoestima resulta de lograr una competencia relativa, más que de un control absoluto, al enfrentarse a un reto». De hecho, cuando los miembros de la familia de un individuo pueden ser realistas respecto a sus propias fortalezas y limitaciones, así como con las de otros miembros de la familia, es probable que la historia compartida que resulta de la adversidad sea más significativa.
MANTENER UNA ACTITUD POSITIVA
Una opinión realista acerca de nuestras fortalezas y debilidades puede no parecer compatible al principio con el segundo aspecto clave de la fortaleza familiar: mantener una actitud positiva. La palabra optimismo puede evocar imágenes del clásico infantil Pollyanna y la constante «actitud positiva» de su personaje principal. Sin embargo, de acuerdo con Seligman, la clase correcta de optimismo no es irreal ni se aplica ciegamente; por el contrario, recomienda lo que él llama «optimismo flexible» para practicarlo con una dosis saludable de realidad y sentido común, y cuando el precio de equivocarse es bajo.
Por ejemplo, si está pensando en atravesar un pantano infestado de cocodrilos, probablemente sea tonto basar su decisión en la esperanza optimista de que los reptiles estén tomando su siesta de la tarde en ese preciso momento; no obstante, en una conversación familiar luego de una adversidad, el optimismo es perfectamente adecuado. Si adoptamos el punto de vista de que una situación tiene remedio es poco probable que alguien resulte lastimado y es casi seguro que ayudará. De hecho, cuando el optimismo está firmemente arraigado en la realidad nos permite reconocer los contratiempos y considerarlos como oportunidades de crecimiento. Por ejemplo, alguien con un optimismo flexible podría decirse a sí mismo: «A mi esposa le molestó algo que dije y ahora he aprendido a evitar ese tipo de comentarios en el futuro», en lugar de «Mi esposa es injusta y es imposible complacerla».
Esta última teoría de la realidad proviene de la clase de pensamiento que considera que las causas de la adversidad son permanentes y dominantes. Si es «imposible» complacer a alguien, estamos librados; no tenemos ninguna motivación para cambiar nuestras acciones porque no creemos que hacerlo pueda marcar alguna diferencia, ni hoy ni nunca. Por lo tanto, no experimentamos el sentido de dominio que nos ayudaría a superar las dificultades y nos volvemos más susceptibles a la depresión.
Por otro lado, comenta Seligman, cuando creemos que las causas de los acontecimientos adversos son temporales, tenemos una base para sembrar la esperanza de un mejor futuro, sin importar lo que podamos estar sufriendo en ese momento. También contamos con la motivación para realizar los cambios que sean necesarios para garantizar que el futuro sea mejor. El dominio propio que resulta al realizar estos cambios alimenta la clase correcta de autoestima y nos dirigimos hacia arriba y no hacia abajo.
Otra dimensión de optimismo relacionada con la fortaleza familiar implica el cómo (y a quién) se culpa. Aceptar la culpa por los contratiempos o incluso por las experiencias traumáticas puede ser un mecanismo de defensa útil, pero sólo es terapéutico si la víctima realmente tuvo algún control. La culpa desmerecida es terriblemente destructiva, en especial cuando tiene la forma de generalizaciones globales y absurdas, tales como «esto sucedió porque soy estúpido; no valgo nada». Es algo tan destructivo como culpar de esta manera global a otros: «Fallé porque todos están en mi contra. No quieren que tenga éxito y nunca me dejarán hacerlo». Las familias también limitan su fortaleza colectiva cuando se definen unos a otros con generalizaciones absurdas: «José nunca termina lo que empieza» o «Mi esposo no es capaz de conservar su empleo».
En contraste, observa Walsh, «las familias fuertes pocas veces asignan culpas o se involucran en ataques personales o difamaciones. Sus miembros asumen la responsabilidad de sus propios sentimientos y acciones, y reconocen su aportación a las dificultades». Como también reconocen las fortalezas y las aportaciones positivas de cada uno, se refuerza la creencia compartida de la familia de que no son indefensos y, como resultado, aumenta su motivación para perseverar a través de la adversidad debido a que creer que el cambio es posible motiva a las personas a intentarlo una y otra vez. Cuando estos intentos producen crecimiento, es más fácil que los miembros de la familia consideren la adversidad como un resultado de muchas variables temporales en lugar de una simple causa, lo cual puede fortalecer el optimismo y, al mismo tiempo, la decisión de continuar luchando.
Si el optimismo es nuestro enfoque personal e interno respecto a la adversidad, el ánimo será la manera de manifestarlo ayudando a otros. No obstante, así como nuestro optimismo es hueco si no se basa en la realidad, nuestro aliento para otros es vacío a menos que cuente con bases realistas, y nuestro optimismo debe funcionar internamente si queremos animar a otros con efectividad. Como señala Walsh, «la palabra “valor” está incrustada en la palabra “ánimo”. El valor personal se fortalece con el ánimo de la familia, los amigos y la comunidad». Así entonces, las relaciones positivas son tan fundamentales para desarrollar el optimismo personal como lo son en otros aspectos de la fortaleza.
ENCONTRAR UN PROPÓSITO MÁS ALLÁ DE UNO MISMO
El último de los tres sistemas de creencias compartidas que Walsh considera como factores clave para la fortaleza familiar consiste en encontrar un propósito más allá de uno mismo a través de creencias que trasciendan los límites del conocimiento personal.
«Un sistema de valores trascendentes», escribe, «…nos permite definir nuestra vida y nuestras relaciones con los demás como significativas e importantes. Así como las personas prosperan dentro de relaciones importantes, las familias se desarrollan cuando están conectadas a comunidades y sistemas de valores más grandes». ¿Por qué? Walsh considera que manejamos mejor los riesgos de nuestras relaciones cuando tenemos la esperanza que acompaña a la continuidad y a un propósito más allá de nuestra propia experiencia. «Sin esta opinión más amplia o una escala de valores,» asegura, «somos más vulnerables a la desesperanza y la desesperación».
Dennis Charney, profesor de psiquiatría y neurociencia de la Facultad de Medicina Monte Sinaí, está de acuerdo. En un artículo del año 2006 de la revista Primary Psychiatry, Charney, quien ha realizado aportaciones importantes para entender los mecanismos psicológicos de la resistencia al estrés (entre otros temas relacionados), concluyó que «tener una escala de valores o una serie de creencias que pocas cosas puedan destruir puede ayudar a una persona a superar tiempos muy difíciles. La fe o la espiritualidad coinciden con una escala de valores y, para algunas personas, pueden ser reconfortantes y proporcionar un sentido de optimismo y esperanza al enfrentar situaciones difíciles».
«Las lecciones de resiliencia son tan pertinentes para las personas “normales” como para quienes luchan contra la ansiedad o la depresión. Casi todos pueden aumentar su fortaleza en algún aspecto de su vida física o mental».
Charney y el profesor de psiquiatría de Yale, Steven Southwick, realizaron estudios entre grupos de prisioneros de guerra de Vietnam, mujeres que habían sufrido traumas severos (incluyendo abuso sexual) y pacientes que se habían repuesto de padecimientos médicos graves. Descubrieron que aquéllos que mostraron fortaleza —en algunos casos volviéndose más fuertes en lugar de simplemente recuperarse— compartían muchas características, reveladas a través de entrevistas y pruebas neuropsicológicas que incluyeron neuroimágenes. Muchas de estas características pueden considerarse como aspectos de las dos claves de la fortaleza que ya hemos explorado. Sin embargo, Charney descubrió también que las características tales como el altruismo y el uso de modelos a seguir y de personajes heroicos contribuyeron considerablemente a la fortaleza… y, desde luego, estas características son elementos comunes de los sistemas de creencias trascendentes.
«Tener una misión o una meta más grande que uno mismo puede proporcionar un punto de vista a largo plazo que ayuda a mantener en perspectiva las frustraciones diarias, las pérdidas o los problemas», escribió Charney en su libro de 2004, The Peace of Mind Prescription [La fórmula para la paz mental]. «Ayudar a otros parece reforzar nuestra propia capacidad para soportar el estrés o un trauma».
Charney también señala que las personas realmente no necesitan ejércitos de terapeutas que les caigan luego de un trauma importante. Lo que más ayuda a incrementar la fortaleza es mantener relaciones ya establecidas, cercanas, significativas y de confianza entre los amigos y familiares. Incluso cuando la familia como tal no está disponible, muchas personas obtienen este tipo de apoyo a través de sistemas de creencias trascendentes, no sólo con su participación en las redes sociales que las acompañan, sino también a través de actividades privadas tales como la oración y la meditación.
Los sistemas de creencias trascendentes son más poderosos cuando inspiran el cambio creativo y el crecimiento personal en lugar de la culpa. Después de todo, el sufrimiento en ocasiones es el resultado de la injusticia y la violencia sin sentido. La religión y la espiritualidad permiten vislumbrar un futuro prometedor más allá de un presente difícil, lo que puede generar un valioso impulso hacia la curación y el desarrollo de la fortaleza.
«Las personas resilientes creen que preocuparse con pesar o estar absortos en el castigo o curando viejas heridas es una pérdida de tiempo», afirma Walsh. «Al aprender de la adversidad, las familias fuertes creen que sus tribulaciones los han hecho superarse más de lo que de otra forma habrían conseguido».
De hecho, este concepto de adquirir sabiduría del pasado y mirar hacia un futuro diferente puede ser el común denominador de las características de la resiliencia. La culpa, la amargura, la impotencia, la venganza y el miedo se caracterizan por un enfoque hacia el pasado. En cambio, las características de la resiliencia (creatividad, desarrollo de relaciones, cambio, crecimiento, dominio, optimismo, altruismo, narración, una escala de valores, metas y misiones) exigen que miremos hacia delante, y juntas producen otra característica irresistible: la fe.
«Después de una pérdida o un trauma devastador», señala Walsh, «necesitamos ayudar a las familias a recuperar la esperanza para invertir en la reconstrucción de su vida y para replantear sus esperanzas y sueños perdidos. La esperanza es una creencia orientada hacia el futuro; no importa qué tan sombrío sea el presente, podemos visualizar un mejor futuro».
Erik H. Erikson, psicólogo del desarrollo, habló también de la importancia psicológica de esta característica: «La esperanza es la virtud más temprana e indispensable, inherente al hecho de estar vivo. Otros se han referido a esta profunda cualidad como confianza, y yo me he referido a ella como la primera actitud psicosocial positiva; si hay que mantenernos con vida la esperanza debe permanecer, incluso cuando se ha traicionado o perdido la confianza. Los médicos saben que un adulto que ha perdido toda esperanza experimenta un retroceso hacia un estado sin vida que un organismo apenas puede soportar».
Este estado de retroceso herido es muy familiar para quienes padecen depresión y SEPT, pero ciertamente existe esperanza. El cambio es posible, el futuro es muy prometedor, en especial para quienes están dispuestos a aceptar que incluso nuestras peores experiencias pueden contener las semillas de nuestro mayor crecimiento.
Ramona, la mujer con la que comenzamos, resume la lucha personal por recuperar la esperanza que deben enfrentar quienes padecen depresión y SEPT: «El mal existe y es un mal aterrador en el mundo», comenta, «pero sé que esperarlo no ayuda. Incluso si algunas personas son así, otras pueden ayudar —y me están ayudando a cambiar mi forma de pensar».