El Negocio de las Enfermedades
La esperanza de vida en Estados Unidos ha aumentado de 47 años en 1900 a casi 78 años en la actualidad. Este notable incremento es el resultado de diversos factores que incluyen una mejor nutrición, mejor higiene y los sorprendentes avances en la medicina. El aumento en las cifras de esperanza de vida en los países desarrollados apoya el positivo papel que han desempeñado los científicos y los profesionales del cuidado de la salud. La gente no sólo está viviendo más tiempo, sino que además disfruta de una mejor calidad de vida.
Conforme nos adentramos en la era de la ingeniería genética, el alcance y la velocidad de los avances en el conocimiento médico-científico son asombrosos; sin embargo, bajo la superficie de estos tremendos avances existen áreas cada vez más preocupantes.
Desde la Edad Media la tendencia occidental ha sido observar cada vez más a la ciencia para comprender los aspectos importantes de la vida. Aunque alguna vez la religión actuó como la autoridad final con respecto a temas que tenían qué ver con la vida y la muerte, esto ha ido cambiando progresivamente. Ahora se considera a la investigación científica como la voz que determina el conocimiento autorizado.
NUESTRO MUNDO MEDICALIZADO
El enfoque científico ha tenido un enorme efecto en todas las áreas de la sociedad, pero tal vez ninguna tan cercana a nosotros como el área de la medicina. Ha ocurrido un cambio evidente en la forma de definir las enfermedades y las cuestiones sobre el comportamiento: la biomedicina moderna se ve influenciada por la noción de que la mayoría de los trastornos son de origen orgánico. Esto provee una base fisiológica (y no tanto conductual-social) para los problemas, pues sugiere que nuestra forma de pensar y las decisiones que tomamos tienen poca o ninguna influencia en nuestro bienestar, y que nuestras afecciones físicas, mentales y emocionales son una prueba casi certera de alguna enfermedad orgánica subyacente que requiere un tratamiento con medicamentos. En otras palabras, los que antes se consideraban como trastornos morales o sociales ahora se consideran trastornos médicos tratables.
El fallecido sociólogo, Ivan Illich, fue uno de los primeros en manifestar su preocupación por este enfoque cambiante. A mediados de la década de los setenta planteó el problema de que los medicamentos y otras tecnologías médicas se estaban utilizando de tal forma que negaban el papel de la responsabilidad personal en el sufrimiento humano. Argumentó que la medicalización de la sociedad (incluyendo la suposición de que los trastornos conductuales por sí mismos constituyen una enfermedad y por lo tanto necesitan ser tratados con medicamentos) era dañina de dos maneras: introducía una amplia gama de peligrosos efectos secundarios, definidos como iatrogenia clínica o problemas causados por el médico (del griego iatros [médico]); y eliminaba la responsabilidad personal, creando dependencia en la asistencia médica.
El desarrollo tanto de la ciencia médica como de la industria farmacéutica desde mediados de la década de los setenta ha sido asombroso, de tal forma que las preocupaciones que se manifiestan hoy en día son más difíciles de tratar que en la época de Illich. El término medicalización lleva ahora la connotación negativa adicional de un abuso y de una aplicación inadecuada de los medicamentos.
David Melzer, supervisor titular adjunto de investigación clínica del Departamento de Salud Pública y Atención Primaria (Department of Public Health and Primary Care), junto con Ron Zimmern, director de la Unidad de Genética y Salud Pública (Public Health Genetics Unit) en el Laboratorio de Investigación Strangeways (Strangeways Research Laboratory), ambos de la Universidad de Cambridge, expresaron en la revista British Medical Journal [BMJ] que «la genética podría conducir a una nueva ola de medicalización si se aceptan las pruebas genéticas sin una evaluación clínica adecuada». Asimismo comentan que: «Con el tiempo, la tendencia ha sido expandir los límites del diagnóstico y el tratamiento e incluir en la categoría de ‘enfermedad’ a las personas con manifestaciones más ligeras de patología y niveles más bajos de riesgo». Melzer y Zimmern llaman a esto un ejemplo de «medicalización prematura, el etiquetar de “enfermedad” antes de que se haya determinado que la prevención o el tratamiento es claramente benéfico». La BMJ aparentemente comparte su preocupación, ya que dedicó el número completo a la pregunta “¿demasiada medicina?”.
UNA HISTORIA DEPRIMENTE
El papel de los grandes laboratorios farmacéuticos también está causando alarma. Ray Moynihan es un periodista médico de las publicaciones New England Journal of Medicine y The Lancet. Tanto él como el escritor canadiense de ciencias, Alan Cassels, abordan el tema en su libro Selling Sickness [Vendiendo enfermedad]: «Las estrategias de mercadotecnia de los más grandes laboratorios farmacéuticos del mundo se enfocan de una manera agresiva en la salud y el bienestar. Las altas y bajas de la vida diaria se han convertido en trastornos mentales, las afecciones comunes se transforman en enfermedades alarmantes y cada vez más y más personas comunes y corrientes se están volviendo pacientes... La industria farmacéutica… de $500 mil millones de dólares… está cambiando literalmente lo que significa ser humano».
Un ejemplo de la preocupación por los laboratorios farmacéuticos está relacionado con los medicamentos para aliviar la depresión. El farmacéutico y educador australiano, Gail Bell, explica el problema desde una perspectiva australiana en su ensayo The Worried Well [Los sanos preocupados] publicado en 2005 en el segundo Quarterly Essay [Ensayo Trimestral] de Australia: «En 2004 se surtieron doce millones de recetas con este grupo de medicamentos a través del Plan de Prestaciones Farmacéuticas (PBS, por sus siglas en inglés), una cifra que contiene tanto los documentos recientemente iniciados como las repeticiones mensuales de los regímenes establecidos y que equivale a más de un millón de usuarios por año. Más gente que nunca antes en la historia de Australia está tomando antidepresivos. Cinco millones de documentos del PBS en 1990, 8.2 millones en 1998, 12 millones el año pasado, de los cuales 250,000 fueron para pacientes menores de 20 años». En un país de tan sólo 20 millones de habitantes estas cifras son alarmantes.
La tendencia se repite en muchos otros países. Por ejemplo, Moynihan y Cassels señalan que en Estados Unidos un pequeño grupo de promotores (los representantes de ventas que introducen y promueven los nuevos medicamentos a los médicos y farmacéuticos) han «ayudado a inculcar y reforzar la noción de que la depresión es una enfermedad psiquiátrica generalizada, debida muy probablemente a un desequilibrio químico en el cerebro que se arregla mejor con un moderno grupo de medicamentos llamados inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina, o ISRS, que incluyen Prozac, Paxil y Zoloft… El laboratorio farmacéutico que gasta en representantes de ventas y en muestras gratuitas es el mayor componente de los aproximadamente 25 mil millones de dólares… que se gastan anualmente en Estados Unidos en promoción... Y en cada oportunidad, no sólo se venden medicamentos, sino también muy particulares puntos de vista acerca de la enfermedad».
No existe una solución sencilla para el problema de la medicalización. La enfermedad mental y la depresión clínica son afecciones muy reales e incapacitantes, y a muchas personas se les está ayudando con los medicamentos. El problema no es el tratamiento de los casos muy reales de enfermedad mental, sino la relación entre los laboratorios farmacéuticos, los médicos y los pacientes. Estos grupos no operan aislados; sin embargo, el poder de los enormes laboratorios farmacéuticos es una preocupación cada vez mayor.
BAJO LA INFLUENCIA DE LOS LABORATORIOS FARMACÉUTICOS
Existen tres temas que salen a relucir con mayor frecuencia en relación con las prácticas de los laboratorios farmacéuticos. El primero de ellos es la redefinición de la enfermedad para hacerla redituable, como ilustra Sarah Ross, un miembro distinguido del área de investigación clínica de Aberdeen, Escocia: «[Un] ejemplo de medicalización con fines de lucro es el Viagra. El mayor énfasis que da la sociedad al sexo ha elevado el nivel de expectativas y ha cambiado lo que la gente considera normal en términos del comportamiento sexual. El Viagra se ha aprovechado de esto. En parte, el tratamiento médico de una enfermedad tiene qué ver con la existencia de un tratamiento disponible y con cuán grave es el problema. Los laboratorios farmacéuticos están creando tratamientos y después crean o exageran las enfermedades para venderlos» (“Beyond Reasonable Boundaries” [Más allá de los límites razonables]).
Moynihan y Cassels afirman que «el epicentro de esta venta es, naturalmente, los Estados Unidos, sede de muchos de los más grandes laboratorios farmacéuticos del mundo… Con menos del 5% de la población mundial, EE.UU. ya representa casi el 50% del mercado mundial en medicamentos de venta con receta». Y agregan que el gasto ha aumentado casi un 100% en sólo seis años.
La segunda causa de preocupación es que los laboratorios farmacéuticos dominan la investigación clínica. Aquí la inquietud es el grado en que los laboratorios farmacéuticos financian la investigación científica y pagan la nómina de quienes establecen las normas. Moynihan y Cassels reportan que «aproximadamente el 60% del financiamiento para la investigación y el desarrollo biomédico en EE.UU. proviene actualmente de fuentes privadas, sobre todo de los laboratorios farmacéuticos... Casi todos los estudios clínicos de los nuevos antidepresivos fueron financiados por sus fabricantes y no tanto por fuentes públicas o sin fines de lucro». Y resaltan que «Ocho de los nueve expertos que establecieron los lineamientos más recientes sobre el colesterol también trabajan como oradores, consultores o investigadores pagados por los principales laboratorios farmacéuticos del mundo... Un “experto” ha ganado dinero de diez de ellos». Esto nos lleva a tener serias dudas acerca de su objetividad.
La tercera área problemática de la influencia de los laboratorios farmacéuticos está relacionada con el nivel educativo de los médicos que se encuentran entre los proveedores y los consumidores de medicamentos. Ben Lerner, cuya práctica en Florida se enfoca en un planteamiento holístico de la salud, habla de «una “alianza profana” entre los fabricantes de fármacos y los médicos que informan a la población que están enfermos. Los médicos van a la escuela para aprender a ayudar; sin embargo, debido a la velocidad a la que llega la información al escritorio del médico y dado lo ocupados que están con sus prácticas médicas, difícilmente pueden mantener el paso».
«Como resultado, los médicos se ven obligados a confiar en las muy tendenciosas opiniones de los informes farmacéuticos y en la investigación sesgada pagada por sus laboratorios para sus recetas médicas» (“Medicalisation: Disease Mongering” [La medicalización: La codicia y las enfermedades]).
El trabajo de los representantes de todos estos laboratorios farmacéuticos no es solamente instruir a los médicos con respecto a los medicamentos específicos que producen sus laboratorios, sino en aumentar el conocimiento del médico respecto a la amplia gama de enfermedades que pueden ser tratadas con sus medicamentos.
Existen otros aspectos relacionados con el papel que desempeñan los laboratorios farmacéuticos en la medicalización, pero estas tres observaciones proveen la suficiente información como para estar conscientes de la gravedad del problema. Muchas publicaciones médicas se han preparado para publicar sus propias advertencias dentro de la profesión. New England Journal of Medicine, Journal of the American Medical Association, British Medical Journal, Annals of Internal Medicine y The Lancet han publicado artículos relacionados con el abuso de los medicamentos y la medicalización de las altas y bajas de la vida de un ser humano normal.
OFERTA Y DEMANDA
Desde luego que el punto de inicio para enfrentar esta tendencia problemática debe ser el paciente. Como consumidor, el paciente se encuentra al final de la cadena de suministro médico y es la clave de todo el proceso. Sin los consumidores que proveen una demanda cada vez mayor se rompe el ciclo de la oferta y la demanda.
No cabe duda de que el proceso de buscar asistencia médica de una manera prudente es de enormes proporciones. Los médicos son expertos en su campo y ya que los pacientes desconocen todas las complejas interacciones entre nuestro cuerpo y los medicamentos, generalmente siguen las instrucciones del médico con cierta medida de fe y confianza en los expertos reconocidos. Aunque la mayoría de los médicos son sinceros en su esfuerzo por ayudar a los pacientes, los factores sutiles que hemos revisado brevemente están presentes. Si un médico está saturado de pacientes y los tratamientos con nuevos medicamentos le están llegando a una velocidad a la que es imposible mantener el ritmo, el médico a su vez se ve obligado a tener cierta medida de fe en los representantes de ventas de los laboratorios farmacéuticos. Por lo tanto, tal vez de manera inconsciente, los pacientes hemos sido introducidos a la cadena de la medicalización.
Además de este círculo vicioso están las fuerzas culturales que moldean nuestros puntos de vista sobre la vida. Una fuerza poderosa en la sociedad actual es la disposición para encontrar formas de evitar la responsabilidad por nuestros actos. Muchas enfermedades son el resultado de las decisiones que tomamos sobre nuestro estilo de vida. La obesidad, el fumar y el consumo social de drogas generalmente son el resultado de las decisiones que toma la gente. Todo tiene consecuencias. En diciembre de 2005, cuando Elise Soukup de Newsweek preguntó al secretario del Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos, Michael Leavitt: «¿Qué cree usted que sea lo mejor que se puede hacer para mejorar la salud en Estados Unidos?», él respondió: «Enfocarse en el bienestar en lugar del tratamiento. Hemos hablado de las epidemias; vemos una epidemia en una enfermedad crónica. La obesidad es un ejemplo. Y podemos mejorar nuestros hábitos y enfocarnos en nuestra salud». Sin embargo, en lugar de cambiar nuestro estilo de vida es mucho más fácil recurrir al médico para que nos recete una pastilla para aliviar las consecuencias de nuestras malas decisiones.
De igual manera, existe una gran preocupación por la facilidad con que a los niños se les diagnostica el “trastorno por déficit de atención con hiperactividad” (AD/HD, por sus siglas en inglés). Ciertamente es más fácil dar un medicamento a los niños para tranquilizar su comportamiento que buscar otras posibles causas del problema.
Por supuesto, mucha gente está recibiendo una verdadera ayuda gracias a los sorprendentes avances de la medicina. En otros casos, sin embargo, la medicalización no hace más que beneficiar económicamente a las industrias sanitaria y farmacéutica. Necesitamos tomar el control de nuestra vida atacando los problemas de raíz en lugar de buscar inmediatamente una solución médica rápida. Tal vez en realidad no necesitamos el nivel de medicalización que se nos ofrece.
Un modo eficaz de asumir una mayor responsabilidad por nuestra vida sería considerar la posibilidad de que existen principios eternos (en realidad leyes invisibles) que, de seguirse, producen felicidad, paz mental y una mejor salud. Estas leyes fueron diseñadas para nuestro bienestar a fin de permitirnos alcanzar la máxima realización de nuestra vida, y se encuentran en la Biblia. Moisés recordó a los israelitas justo antes de morir: «Estos, pues, son los mandamientos, estatutos y decretos que Jehová vuestro Dios mandó que os enseñase... para que tus días sean prolongados... Y nos mandó Jehová que cumplamos todos estos estatutos... para que nos vaya bien todos los días, y para que nos conserve la vida, como hasta hoy» (Deuteronomio 6:1–2, 24). Éstas son las mismas leyes que Jesucristo cumplió cuando estuvo en la tierra, tanto a manera de ejemplo como para enseñanza. El aplicar estas leyes puede ayudarnos a cambiar nuestro estilo de vida desde el nivel más básico y así tener una mejor salud y una mayor felicidad.
Siendo realistas, como individuos no podemos cambiar el comportamiento de los grandes laboratorios farmacéuticos, que están fuertemente motivados por obtener utilidades; pero sí podemos decidir utilizar los medicamentos de una manera responsable y podemos ayudarnos a nosotros mismos al llevar un modo de vivir que permita una vida saludable.