El Universo Paralelo de Poe
El origen del universo en el big bang sucedido por el enfriamiento y la fusión de la materia es llamado el Modelo Estándar de la cosmología. La evidencia de esta imagen de un universo en expansión se ha recopilado en el transcurso del último siglo pero, aunque podamos ver este modelo como un producto de la moderna investigación científica combinada con la teoría matemática, pareciera que Edgar Allan Poe poseía un conocimiento adelantado a su tiempo y escribiera todas las pautas que ahora seguimos.
¿Acaso la historia de Poe es simplemente una interpretación artística, su manera de enlazar los miles de años de historias que aprendió en sus días acerca del origen? ¿Es sólo un embellecimiento de los familiares pasajes bíblicos: «En el principio», «lo que se ve fue hecho de lo que no se veía«, «un cielo nuevo y una nueva tierra» (Génesis 1:1; Hebreos 11:3; Apocalipsis 21:1)? En cualquier caso, uno se pregunta: ¿cómo lo sabía?
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Por Él, sin embargo —ahora al menos, el Incomprensible—, por Él, considerado como Espíritu, es decir, como no-Materia, distinción que a los efectos de la inteligibilidad utilizamos en lugar de una definición, por Él, entonces, existente como Espíritu, contentémonos esta noche con suponer que ha sido creado o sacado de la nada gracias a su voluntad, en algún punto del espacio que tomaremos como centro, en algún período que no pretendemos determinar, mas en todo caso remotísimo…
Hace quince mil millones de años el universo se expandió a partir de un punto de intensa energía: el big bang. La rápida expansión luego perdió velocidad y vino un enfriamiento. Esto continúa hoy conforme aumenta el espacio-tiempo.
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Entendido esto, afirmo ahora que una intuición por completo irresistible aunque inexpresable me fuerza a la conclusión de que lo que Dios creó originariamente, esa materia que por obra de Su Voluntad sacó primero de Su Espíritu o de la Nada, no pudo haber sido sino Materia en su extremo estado concebible ¿de qué? De Simplicidad.
El Modelo Estándar describe la formación de átomos como resultado de la condensación de un plasma de partículas subatómicas en enfriamiento, cada una de ellas formada de otras partículas más fundamentales. Los físicos continúan realizando ajustes para resolver la dinámica de este proceso utilizando los más novedosos aceleradores de alta energía de todo el mundo.
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Suponer la absoluta Unidad de la Partícula primordial implica suponer su infinita divisibilidad. Imaginemos, pues, que la partícula no se agota absolutamente en su difusión en el Espacio. Supongamos que de la partícula como centro se irradian de manera esférica —en todas direcciones—, hasta distancias inconmensurables pero definidas, en el espacio antes vacío, cierto número inmenso, si bien limitado, de una pequeñez imaginable pero no infinita.
Se cree que la naturaleza consistente, simétrica o «isotrópica» del universo como se observa en la radiación del fondo se originó de la llamada «inflación cósmica» en la primera fracción del segundo posterior al big bang. Hoy el Principio de Copérnico establece que el universo es uniforme en todas direcciones, con materiales y leyes consistentes desde el principio hasta el fin.
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Permítaseme declarar tan sólo que como individuo me siento impelido a imaginar —no me atrevo a decir más— que existe una ilimitada sucesión de Universos más o menos similares al que conocemos, al único que conoceremos jamás, por lo menos hasta el retorno de nuestro Universo particular a la Unidad. Sin embargo, si tales grupos de grupos existen —y existen—, es de sobra claro que, no habiendo participado en nuestro origen, no participan de nuestras leyes. Ni ellos nos atraen ni nosotros los atraemos. Su materia, su espíritu, no son los nuestros; no son los que privan en parte alguna de nuestro Universo. No podrían impresionar nuestros sentidos ni nuestra alma.
El concepto de universos múltiples que se utiliza hoy para explicar la aparente mezcla única de reglas físicas que hacen posible la vida. Se dice que estos universos paralelos, con su propia mezcla infinita de leyes, existen en dimensiones más allá de la nuestra y, por lo tanto, no los podemos detectar desde el nuestro.