¿En Armas Confiamos?
El debate sobre el control de armas se considera en todo el mundo como un asunto singularmente estadounidense. No obstante, la historia subyacente es realmente de alcance mundial, como también lo es la solución.
En una entrevista de prensa, el actor norteamericano Brad Pitt señaló: «Estados Unidos es un país fundado en las armas. Lo traemos en nuestro ADN». Él ha utilizado armas en numerosos papeles en la pantalla, pero a diferencia de muchos de sus colegas actores, hace lo mismo fuera de ella. «Es muy extraño, pero me siento mejor teniendo un arma —dijo—. No me siento a salvo; no siento que la casa esté completamente segura si no tengo un arma escondida en alguna parte». Su aseveración de que las armas están en el ADN de Estados Unidos es claramente metafórica; al fin y al cabo, la genética no reconoce fronteras nacionales. Sin embargo, vale la pena preguntarse exactamente qué quiso decir con eso, especialmente dado que su comentario surgió en medio de una oleada de crímenes relacionados con armas de fuego.
Las armas constituyen un tema importante, actual y a veces angustiante en los Estados Unidos, donde según el Gun Violence Archive, un tiroteo masivo —lo cual se define como incidente en el que se mata a cuatro o más personas excluyendo el autor del tiroteo— ocurre, en promedio, en cinco de cada seis días. Después del incidente de 2015 en San Bernardino, donde 14 personas murieron, el presidente de los Estados Unidos Barack Obama señaló que «en este país tenemos ahora un patrón de tiroteos masivos que no tiene paralelo en ninguna otra parte del mundo».
Él no fue el primero en notarlo. En 1970, el historiador Richard Hofstadter escribió que «Estados Unidos es la única nación urbana industrial moderna que persiste en mantener una cultura de armas. Es la única nación industrial en la que la posesión de rifles, escopetas y revólveres es prevalece legalmente entre gran parte de su población».
Tocante a la «cultura de armas», Hofstadter señalaba el hecho de que, para los estadounidenses, las armas representan mucho más que el crimen. Los estadounidenses que poseen armas (y quede claro que, según una encuesta de 2016, 64% de los hogares no las poseen) las tienen por una miríada de razones: para cazar, practicar tiro al blanco y controlar la fauna silvestre, por nombrar solo algunas. Este es el lado oculto de lo que el resto del mundo ve cuando ocurre un tiroteo masivo.
Con todo, en años recientes, otra razón para la posesión de armas se ha vuelto cada vez más prominente. En una encuesta de Pew realizada en 1999, 26% de quienes poseían armas citaban «protección» como motivo principal; la encuesta siguiente efectuada en 2013 mostraba que esa cifra asciende a 48%, convirtiéndola en la razón más popular de todas; como Brad Pitt, 79% de los propietarios de armas dijeron que poseer una los hace sentir más seguros.
«En 1999, 49% dijeron que poseían un arma principalmente para cazar, en tanto que solo 26% citaron protección como factor principal».
Los tiroteos masivos y otras tragedias, siendo la de 9/11 la principal entre ellas, parecen haber sido un catalizador para este cambio. Un informe publicado en enero de 2016 por NPR News cita al veterano promotor de ferias de armas John Lamplugh diciendo: «Después de San Bernardino, nuestro negocio aumentó probablemente en 50%... La gente está asustada y necesita protegerse o teme que se las quiten [que el gobierno llegue a quitarles las armas]. Estas son las dos cosas que impulsan nuestro negocio». Según ciertos cálculos, en Estados Unidos hay ahora más armas que gente; una proporción mucho mayor que en ningún otro sitio.
Es complicado
Para la mayoría del mundo, la cultura de armas de Estados Unidos es sombríamente pasmante. En siglos pasados, tal como en Estados Unidos, muchas culturas dependían de las armas, pero hoy en día casi todas difieren de Estados Unidos y no consideran la posesión de armas por parte de civiles como un derecho elemental. Complicando el cuadro, muchos estadounidenses han prescindido de sus armas también; aunque todavía una porción de la población propietaria de armas sigue defendiendo agresivamente su derecho a portar armas. ¿Por qué pasa esto? Como señala el periodista Lois Beckett, «en lo que respecta a la violencia con armas en los Estados Unidos hay una pregunta formulada en todo el mundo que muy a menudo se contesta con un impotente encogimiento de hombros».
Este «impotente encogimiento de hombros» es señal no solo de lo intransigente que se ha vuelto la discusión, sino de la complejidad de los asuntos en juego. Según Beckett, generalmente se acompaña de «casi ritualistas maniobras mientras las personas de ambos lados se atrincheran en sus respectivas posiciones». Algunos (mayormente liberales) dicen que las armas son el problema, mientras que otros (mayormente conservadores) dicen que no. Parece no haber zonas grises. Es un asunto extraordinariamente polarizado, tan partidista como cualquier encuentro deportivo o guerra de trincheras. Cada lado tiene sus argumentos destilados, condensados y repetidos en conversaciones y en sitios web en todas partes. Algunos van más allá; por ejemplo, según cierto comentario en Internet, los tiroteos de Orlando y Sandy Hook fueron falsas alarmas políticamente motivadas para fomentar el movimiento en contra de las armas. Afirmaciones descabelladas como esta, aunque no generalizadas, no están fuera de lugar con respecto a la orientación general del debate, que parece en muchos casos ser deliberadamente obstructiva.
Ningún aspecto en particular del problema —la política polarizada, el poder de los medios de información, las fricciones e historia multiculturales, la desconfianza del gobierno o incluso la presencia de armas es peculiar de los Estados Unidos. Otros países tienen la mayoría, cuando no todos, estos factores. Pero muchos estadounidenses ven las armas de modo diferente y la razón es más complicada que lo que cada lado parece dispuesto a contemplar. De hecho, pudiera decirse que la disputa se aparta por completo del problema de fondo y es instructivo ver cómo y por qué.
A menudo el debate comienza —y a veces termina— con la Segunda Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos, instituida en 1789: «Siendo necesaria una milicia bien ordenada para la seguridad de un Estado libre, el derecho del pueblo a poseer y portar armas no será infringido». Para ponerlo en términos gramaticales más claros, la enmienda declara que para la seguridad de un estado libre se necesita una milicia bien ordenada; por lo tanto, no se violará el derecho del pueblo a poseer y portar armas. Su abstrusa sintaxis original ha dado origen a un largo debate acerca de si se refiere a ciudadanos privados o únicamente a quienes integren una milicia local. Como sea que se interprete hoy, el principio fue establecido un siglo antes, cuando el gobierno inglés podía instalar ejércitos permanentes en zonas civiles. La Segunda Enmienda fue creada como medida de contención contra eso; pero en décadas recientes se ha aplicado de manera más generalizada. Más controversialmente, y para sorpresa de muchos, en 2008 la Corte Suprema de los Estados Unidos flexibilizó su interpretación a fin de permitir a los individuos armarse para defensa personal en general.
«La Segunda Enmienda protege el derecho de un individuo a poseer un arma de fuego no vinculada con el servicio en una milicia, y a usar dicha arma con fines tradicionalmente lícitos, tales como el de autodefensa dentro del hogar».
Hoy en día, muchos estadounidenses defienden vehementemente tanto «el derecho a portar armas» como la Constitución en su totalidad. Entre ellos, principalmente los conservadores de derecha, impulsados en parte por la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés), que ha fomentado la causa con políticos astutos y lemas agresivos. «¡De mis manos frías y muertas!» es una consigna de la NRA basada en un mantra popular en pro de las armas: «Entregaré mi arma cuando desprendan de ella mis dedos fríos, muertos». La NRA se creó en 1871 como una organización de capacitación en el uso de armas de fuego con fines militares, y más tarde, para cazar. Publica varias revistas dirigidas a coleccionistas de armas, entusiastas de la caza y otros, y todavía ofrece capacitación y certificación en el uso de armas y seguridad para civiles, como también para personal militar y de las fuerzas del orden. Pero con el transcurso de los años ha adoptado una voz política cada vez más fuerte en defensa de la Segunda Enmienda, sosteniendo que los principios en los que se basa siguen siendo pertinentes. Como un partidario anónimo escribiera en línea: «Los fundadores de nuestra patria convirtieron en un derecho el que poseamos y portemos armas, para que nuestra nación [o sea, el gobierno] no se torne demasiado poderosa ni se exceda en su derecho de control sobre la gente».
Valores fundamentales
Tanta fiel atención a un centenario documento extraña a muchos no estadounidenses. Los Estados Unidos, junto con México y Guatemala son los únicos países del mundo que consagrado en su constitución tienen el derecho a portar armas. En un flagrante artículo de opinión, el periodista británico Henry Porter escribió: «Nosotros prescindimos de esos derechos hace largo tiempo, pero los dueños de armas estadounidenses se aferran a ellos con la tenacidad con que generaciones previas lucharon para continuar la esclavitud». Porter escribe con desdén y asombro, lo cual no es de sorprender, dado que para él las armas no son especialmente importantes. Pero para los estadounidenses, un arma es más que una herramienta, un implemento o un accesorio: es parte intrínseca de lo que ellos son.
El sheriff Mike Lewis vive en Wicomico condado rural en el estado de Maryland. Hablando a News21, dijo: «He tenido un arma en mis manos desde que probablemente tuve edad suficiente para caminar. Realmente. Es parte de mi vida cotidiana estar armado. No voy a ninguna parte sin mi arma». Y agrega: «Nos encanta nuestro estilo de vida aquí». Sus palabras hacen eco de las de Brad Pitt, que afirma haber poseído un arma desde sus días de jardín de infantes.
Lewis es un hombre blanco, de mediana edad, republicano y vive en una zona rural. Según las estadísticas, es el prototipo del propietario de armas de fuego. Es parte de su identidad. Puede que suene como un personaje tomado de una película de vaqueros, pero las razones que esgrime para poseer armas —caza recreativa y defensa personal— sugieren algo más discreto y habitual que un estereotipo de John Wayne. Concuerdan con el perfil y las actividades de la mayoría de propietarios de armas estadounidenses, especialmente con los que viven en las vastas zonas rurales del país. Para Lewis, las armas son parte de la vida cotidiana y lo han sido desde su niñez. De nuevo, esto es típico: a diferencia de quienes no han crecido con armas en su hogar, es tres veces más probable que quienes sí han crecido con ellas posean un arma en su vida adulta. Para muchos de ellos, las armas son parte de lo que significa ser estadounidense.
Los investigadores académicos Philip J. Cook y Kristin A. Goss señalan que los propietarios de armas «equiparan la tenencia privada de armas de fuego con valores fundamentales estadounidenses tales como libertad, desconfianza del gobierno y confianza en ellos mismos». Muchos de los principios fundamentales estadounidenses, incluso la Segunda Enmienda, se establecieron durante el período que enmarca la Guerra de la Independencia Estadounidense (1775–83), y la posesión de armas de fuego por civiles se halla indisolublemente unida a su narrativa. Cook y Goss describen la historia: «Las milicias ciudadanas de hombres armados privadamente ganaron la independencia estadounidense del tiránico rey Jorge». La historia respalda este relato hasta cierto punto, pero lo importante es que, según estos autores, ha dado lugar a considerar las armas como «esenciales para la grandeza estadounidense».
Las armas son, cada vez más, también una identidad política, aunque es importante notar que, en principio, el control de las mismas encuentra un amplio respaldo en todo el espectro.
«El cuadro completo de esta encuesta es claro: los propietarios de armas masivamente apoyan las verificaciones de antecedentes. Y eso incluye tanto a propietarios de armas que son republicanos como a propietarios de armas que son miembros de la NRA».
Las prioridades son a todo lo que se reduce. Una encuesta Pew del 2000 encontró que 66% de quienes apoyaban al candidato presidencial demócrata sentían que era más importante el control de la posesión de armas que proteger los derechos de poseerlas, mientras que un porcentaje menor (46%) de los que apoyaban al candidato republicano sentían lo mismo. En 2016, una encuesta posterior halló que la brecha se amplió radicalmente a 79% de votantes que respaldaban al candidato demócrata y solo 9% de los que respaldaban al republicano. Esto concuerda con la creciente polarización acerca de muchas otras cuestiones, tanto en el plano ideológico como en el demográfico entre los dos partidos dominantes.
Cuando se presenta la legislación sobre control de armas —suscitada mayormente por tragedias como las de Columbine, Sandy Hook y Orlando— encuentra una fuerte y constante resistencia, por lo general basada en que va demasiado lejos. Esto no es de extrañar cuando, como ya hemos notado, para muchos las armas están indisolublemente unidas a un estilo de vida, es lo que formó su país, y es una parte intrínseca de sus valores nacionales. Intentar restringir los derechos de poseer y portar armas a ciudadanos respetuosos de la ley es visto como un ataque personal a su libertad y una amenaza a su propia esencia, motivo por el cual el lema «frías manos muertas» ha tenido semejante resonancia.
El meollo del asunto
Los activistas estadounidenses en contra de las armas han obrado hacia fines previsibles —verificaciones de posesión de armas más estrictas y periódicas, aumento de los impuestos y control más firme en las ventas, pero sin mayor éxito hasta ahora. Aunque tras cada incidente de tiroteo importante inevitablemente sigue un aluvión de actividad en contra de las armas —que conlleva desde la indignación mediática hasta las audiencias del Senado y nuevos intentos de proyectos de ley sobre control de armas— en gran medida el movimiento se ha debilitado y dividido, careciendo de una contrapartida monolítica ante la NRA para defender su causa. Algunos piden la eliminación total de las armas, mientras la mayoría tiene por objetivo diversos grados de control más moderado; pero rara vez han actuado con claridad alguna o energía constante.
En contraste, la respuesta de los activistas en pro de las armas tocante a la serie de tiroteos masivos ha sido unida y muy diferente, siendo claramente resumida en el lema «Las armas no matan a la gente; la gente es la que mata». El objetivo es transferir el enfoque del objeto (el arma) a la sociedad circundante. Según esta lógica, la culpa no es del arma en sí, sino de la mente del perpetrador que la usa. Señalan, además, que la cultura general de crimen y violencia perpetuada por las noticias y la industria del entretenimiento afectan directamente a los atacantes, un argumento tentador, aunque carece de apoyo generalizado dada la evidencia disponible. Mientras que sin duda las armas desempeñan un papel prominente en las noticias y a menudo se glorifican en las películas y videojuegos, las investigaciones realizadas no han logrado demostrar un vínculo causal directo entre las armas y el crimen. Por otro lado, mientras que no hay una evidencia concluyente con respecto a que las armas aumentan el crimen, los estudios sí han demostrado que lo intensifican; o sea: la presencia de un arma aumenta la posibilidad de que la víctima de un crimen muera.
Dicho esto, vale la pena buscar la raíz de la violencia en la humanidad, antes que en las armas que esta usa. Después de todo, la violencia humana tiene una larga historia. Hace dos mil años, el apóstol Santiago se preguntaba en su epístola: «¿De dónde surgen las guerras y los conflictos entre ustedes? ¿No es precisamente de las pasiones que luchan dentro de ustedes mismos?» (Santiago 4:1 Nueva Versión Internacional). Según esto, los intentos de restringir o eliminar el uso de las armas no pueden erradicar la violencia, porque lo que la produce es el corazón humano (no el arma). Sin armas, nuestras ingeniosas mentes encontrarían otras maneras de saciar esos deseos combativos. Lo que en última instancia necesitamos, pues, es un cambio de corazón universal, acerca del cual la Biblia también habla (véase, por ejemplo, Ezequiel 36:26 e Isaías 11:9).
Por supuesto, la perspectiva del movimiento en pro de las armas no concuerda con la de la Biblia, sino más bien con una visión del mundo específicamente estadounidense. La lógica se expresa sucintamente en las palabras del presidente de la NRA, Wayne LaPierre: «Lo único que detiene a una mala persona con un arma es una buena persona con un arma». Según el sheriff Lewis, «Necesitamos sacar las armas de las manos de la gente mala». Es una perspectiva binaria familiar propia de los cuentos del Lejano Oeste. El modelo buen muchacho-mal muchacho es intrínsecamente estadounidense, familiar desde los antiguos clásicos de Hollywood de vaqueros e indios y policías y ladrones. Se trata de un modelo simplista, fácil de difundir e ideal para las frases hechas por los medios de comunicación y en línea. También se basa en conceptos del pasado estadounidense, desde la época del asentamiento colonial en tierras nativas hasta la Guerra Fría; su perpetuación es la promoción de una idea nacional.
«Esta es la trama familiar de las antiguas películas del Lejano Oeste, con actores fácilmente identificados por su sombrero blanco o su sombrero negro. El mito del “sombrero blanco, sombrero negro” sigue permeando la discusión sobre la violencia con armas y la regulación de las armas».
Resulta extraño que los conservadores, entre los que se hallan una importante cantidad de cristianos evangélicos, tomaran este rumbo cuando tienen tan a la mano el modelo bíblico. La Escritura describe la sociedad humana como pecadora (Romanos 3:23) y radicalmente contraria a la paz (Santiago 4:4; Juan 14:27); pero no divide a la humanidad entera en «buenos» y «malos» ni respalda la posición de que una sociedad sin armas (o una en la que se restrinja su uso) será automáticamente una sociedad pacífica. Nuestro mundo es uno en el cual «las obras de la carne», incluso homicidios (Gálatas 5:19–21), ocurren; acontecimientos devastadores como los de Sandy Hook y Orlando concuerdan con la narrativa bíblica referente a este mundo. Ni los liberales ni los conservadores ofrecen soluciones acertadas a esto. En contraste, Jesús urge a sus oyentes a volverse a él para escapar de las tinieblas del mundo y encontrar paz mental en su salvación y estilo de vida (Juan 14:27; 16:33). Esta, sin embargo, no es la dirección que muchos en los Estados Unidos o, de hecho, en ninguna otra parte del mundo han tomado.
Adquirir un arma no es la única manera que la gente tiene de lidiar con el temor social y la ansiedad (y en realidad, muchos no lo harían), pero es notable cómo las tragedias ampliamente publicitadas y las amenazas externas percibidas han alentado a la gente a buscar socorro y seguridad en las armas. Tricia Wachtendorf, directora del Centro de Investigación de Desastres de la Universidad de Delaware, dijo a la BBC «La violencia con armas ha permeado nuestras conversaciones y nuestra existencia». Se tiene la sensación de que está en todas partes, y la gente actúa en consecuencia. Muchos están en alerta máxima. En espacios públicos como aeropuertos y centros comerciales las falsas alarmas de tiroteo han aumentado. Refiriéndose a un tiroteo en Aurora, Colorado (en un cine donde se prohíbe portar armas), una mujer señaló: «Las zonas libres de armas son trampas mortales en potencia; no me agarrarían en una». Otro comentador en línea escribió: «Tengo 79 años. Serví en el ejército de Estados Unidos, soy tirador experto, nunca he cazado ni matado animales, jamás he poseído un arma en mi vida privada pero ahora voy a comprar un arma. ¿Por qué? Porque de pronto veo problemas en el horizonte». Esta aprehensión, que no es exclusiva de los propietarios de armas, también concuerda con la narrativa bíblica referente al mundo de hoy. Jesús predijo que en los postreros tiempos proliferarían las «guerras y los rumores de guerra»; o, como pudiéramos decir, «tiroteos y rumores de tiroteos» (véase Mateo 24:6). El promotor de ferias de armas Lamplugh ve que los estadounidenses lidian con el temor comprando armas; en contraste, Jesús urgía a sus oyentes a disipar el temor mediante la confianza en él (Juan 14:27; 16:33).
¿En quién puede uno confiar?
Muchos de los aspectos de la cultura de las armas estadounidense son la excepción a las normas internacionales, pero la respuesta de la nación a la tragedia no lo es. En todo el mundo la gente busca soluciones humanas que en muchos casos son falsificaciones de la protección que Dios ofrece. Es útil recordar que cuando Dios guiaba al antiguo Israel a la batalla, sus victorias nunca se lograron por su poderío militar, sino más bien por el poder divino (véase, especialmente, el relato en relación con Gedeón en Jueces 7). Las veces que los israelitas fallaron —cosa que sucedió a menudo— fue porque se apartaron de su Dios. Visto así, resulta irónico que tantos estadounidenses adquieran armas con dinero cuya consigna es «En Dios confiamos»; pero esa ironía es incidental dado que confiar en uno mismo y en el materialismo antes que en Dios es una falta humana común. Las armas, o en realidad cualquier defensa física, y la Segunda Enmienda (que a menudo se observa como algo afín al rigor religioso) son sustitutos inferiores para lo que Dios promete a quienes le obedecen.
Enmendar esta situación requeriría una alteración tremenda de la sociedad. Significaría la adopción, por parte de la humanidad, de una identidad diferente que no fuera gobernada por ideas humanas o nociones patrióticas. Requeriría, además, un cambio de corazón universal, a lo que aludiéramos anteriormente, para eliminar la urgencia innata hacia la violencia —con armas u otros implementos— que el apóstol Santiago describiera. Dadas las condiciones actuales y la intransigencia ideológica en todos lados, parece virtualmente imposible; pero la Biblia promete que ocurrirá. El profeta Isaías escribió acerca del tiempo futuro en términos de espadas, rejas de arados, lanzas y hoces. Si pusiéramos sus palabras en términos más modernos, podrían leerse más o menos así: «Y convertirán sus pistolas en horcas y sus rifles en rastrillos». Y tal vez el principio supremo en semejante mundo pacífico sería: «Ni se adiestrarán más para la guerra [la violencia]» (Isaías 2:4). ¡Ojalá llegue pronto ese día!