En la mira de los Bravucones
Los padres de Karl Peart explicaron al diario londinense Daily Telegraph que su hijo había sido una víctima toda su vida. A pesar de que podía hacer amigos fácilmente, el acoso de los bravucones en la escuela había sido constante. Sus padres recordaron algunas ocasiones en que su hijo fue víctima de violencia escolar cuando todavía era muy pequeño. Para cuando tenía 13 años, Karl regresaba a casa con moretones, cortadas, un dedo roto y relatos sobre burlas y amenazas.
Pero a los 16 años Karl lo tenía todo resuelto: cerró la puerta de su habitación y abrió un frasco de analgésicos de venta con receta. Cuando su madre lo encontró a la mañana siguiente, Karl yacía muerto, dejando sólo notas para sus padres y planes para su funeral, donde incluso elegía la música que quería que se tocara.
Sus padres admitieron que, quizás, Karl no había tenido la suficiente fuerza para luchar. Para su padre fue muy difícil. «Si hubiera tenido un poco más de mí en él, les habría dado un puñetazo en la nariz», decía. «Pero Karl jamás habría hecho algo así; era demasiado noble».
De acuerdo con la Journal of the American Medical Association [Publicación de la Asociación Médica Estadounidense] del 25 de abril de 2001, casi el 30% de más de 15,000 estudiantes de escuelas públicas encuestados en los Estados Unidos señalaron participar ocasional o frecuentemente en actos de violencia escolar, ya sea como el agresor, la víctima o ambos. En el Reino Unido, la British Schools Health Education Unit [Unidad de Educación para la Salud Escolar de Gran Bretaña] descubrió que una cuarta parte de los niños encuestados de entre 10 y 11 años de edad eran víctimas de violencia escolar «todos los días» o «a menudo». Otro informe indica que cerca del 15% de los niños australianos admiten ser víctimas de violencia escolar cada semana.
Estas cifras pueden no ser impresionantes. Por supuesto, la manera en que se define el problema puede cambiar la manera en que se juzga su prevalencia. Si el hecho de poner apodos crueles a los niños o de excluirlos del juego constituye una acción violenta, entonces quizás la cifra realmente se acercaría más al 100%.
Pero para los niños que son víctimas de acoso, las cifras en realidad no importan.
OPRESIÓN CONSTANTE
La mayoría de los adultos probablemente definirían la violencia escolar en pocas palabras, como recuerdos angustiantes desenterrados de la infancia. Por otro lado, los psicólogos sociales tienden a ser más clínicos. La mayoría define la violencia escolar como violencia psicológica; una opresión constante que despoja a una persona de su control y dignidad.
Lo anterior trae a colación un punto importante: la violencia escolar no se limita a la violencia física, sino que es un patrón prolongado de conductas negativas y repetidas que agobian a la víctima de las agresiones, degradándole hasta un nivel de impotencia. Es una desproporción de poderes que, con el tiempo, desgasta a la víctima. La violencia escolar es una epidemia silenciosa, reservada para aquellos momentos en que la atenta mirada de las figuras de autoridad se dirige a otra parte. Por lo general las víctimas se muestran renuentes a contarlo a las autoridades escolares o incluso a sus propios padres.
Lo anterior trae a colación un punto importante: la violencia escolar no se limita a la violencia física, sino que es un patrón prolongado de conductas negativas y repetidas que agobian a la víctima de las agresiones, degradándole hasta un nivel de impotencia. Es una desproporción de poderes que, con el tiempo, desgasta a la víctima. La violencia escolar es una epidemia silenciosa, reservada para aquellos momentos en que la atenta mirada de las figuras de autoridad se dirige a otra parte. Por lo general las víctimas se muestran renuentes a contarlo a las autoridades escolares o incluso a sus propios padres.
SUELO FÉRTIL
¿Quién enseña este comportamiento a los niños? Por sorprendente que parezca, la sociedad podría estar autorizando tácitamente la violencia escolar a través de las expectativas que tenemos de nuestros jóvenes.
Por sorprendente que parezca, la sociedad podría estar autorizando tácitamente la violencia escolar a través de las expectativas que tenemos de nuestros jóvenes.
Aunque cualquier número de factores puede ser la causa de la cultura de la violencia escolar en la que actualmente se encuentran los niños, la competencia parece ser la clave. Los psicólogos australianos Ken Rigby y Phillip T. Slee, expertos en relaciones entre iguales en los niños, atribuyen la prevalencia del acoso en las escuelas, en parte, al espíritu competitivo del sistema educativo. En su rivalidad por obtener las mejores calificaciones en los exámenes, los primeros puestos de responsabilidad y cartas de aceptación de las mejores universidades, los estudiantes concentran su atención en ellos mismos y dejan poco lugar para sentir compasión por quienes son víctimas de la violencia escolar. Después de todo, si las víctimas se esconden en un rincón se reduce el número de competidores. Es por ello que los agresores continúan sus fechorías sin ser confrontados.
Claro que existen otros factores que contribuyen a la violencia escolar. Diversos investigadores, psicólogos, educadores, políticos y grupos de interés especial han estudiado este fenómeno y la Internet está llena de sitios que informan de nuevos descubrimientos y ofrecen nuevas formas de combatir el problema. Algunos apuntan a las normas para los grupos de iguales, la tecnología y los medios de comunicación como las causas de la violencia escolar: los agresores ven violencia en la televisión, juegan videojuegos violentos, y tienen menos modelos adultos para imitar y más influencias negativas de sus iguales.
Pero quizás estas influencias modernas solamente apoyan el acoso, mientras que la causa radica en algo más profundo. El deseo de estar en la cima puede ser un aspecto común de la naturaleza humana, pero aquéllos que se convierten en agresores parecen tener un deseo particularmente profundo por ser dominantes.
Los padres pueden jugar un papel crucial para evitar que sus hijos se conviertan en agresores y otro papel igualmente importante para protegerlos.
Cualquiera que sea la causa, los padres pueden jugar un papel crucial para evitar que sus hijos se conviertan en agresores y otro papel igualmente importante para protegerlos. Es cierto que los padres de los hijos acosados pueden sentirse impotentes. Observemos, por ejemplo, al padre de Karl, quien lamentaba el hecho de no haber sido capaz de proteger a su hijo. Su dolor no es único.
Sin embargo, los psicólogos insisten en que los padres pueden ayudar de formas significativas motivándolos a responder con actitudes positivas, capacitándolos y ofreciéndoles alternativas para aceptar el trato injusto. Por ejemplo, en lugar de sugerir que el niño victimizado responda con violencia o con una agresión, los padres deben ayudar a buscar amigos que apoyen a su hijo. Los padres pueden motivar a sus hijos a ignorar los comentarios crueles, a evitar la furia y a rodearse de aliados. Estas estrategias ayudan a reforzar el respeto que tiene el niño por sí mismo y a la vez forma un escudo contra las burlas del agresor.
¿EN REALIDAD ES TAN MALO?
Rigby ha observado una tendencia a resistirse a ver que la violencia escolar es dañina para los niños. Algunos adultos recuerdan con orgullo sus experiencias con los agresores y niegan haber sufrido de alguna manera, mientras que algunos estudiantes en uno de los estudios australianos de Rigby afirmaron que ser víctimas de acoso en realidad los hace más fuertes.
Entonces, ¿cuáles son los efectos de la violencia escolar? ¿Cómo les va a las víctimas de violencia escolar mientras llegan a la edad adulta? Lógicamente, las respuestas muestran que, en general, la víctima no siente que la experiencia lo haya convertido en alguien mejor.
Dan Olweus, un noruego pionero en el estudio de la violencia escolar, descubrió que las víctimas pueden perder su autoestima y desarrollar traumas emocionales y sociales a largo plazo.
Kidscape, una institución de beneficencia con sede en el Reino Unido para la prevención de la violencia escolar y el abuso, señala que el acoso durante la infancia no sólo afecta la autoestima en la edad adulta, sino que también inhibe la habilidad del adulto para hacer amigos y alcanzar el éxito en niveles superiores académicos y profesionales. Lo que es quizá más impactante es el descubrimiento de una encuesta de Kidscape: el 46% de los encuestados que habían sido víctimas de violencia escolar pensaron en el suicidio, comparado con el 7% que no lo hicieron.
¿Y qué pasa con los agresores? ¿Dejan este comportamiento con la edad? William Pollack, psicólogo clínico y autor de Real Boys: Rescuing Our Sons From the Myths of Boyhood [Niños reales: Al rescate de nuestros hijos de los mitos de la niñez], teme que el niño agresor de hoy sea frecuentemente el adulto delincuente y violento del mañana. Asimismo, señala que los niños y las niñas están igualmente ligados a la agresión.
La investigación de Olweus reveló que los agresores de 8 años de edad son cinco veces más propensos a tener antecedentes penales a los 30 años que otros niños de su misma edad. Un estudio estadounidense llegó a una conclusión similar: informó que 1 de cada 4 niños agresores probablemente tendrán antecedentes penales a la edad de 30, mientras que el porcentaje de los niños que no agreden a otros es de 1 de cada 20. Los estudios también sugieren que los niños agresores son más propensos a tener hijos que imiten su comportamiento agresivo.
Rigby resume así los desalentadores resultados: «Desafortunadamente, algunos niños aprenden demasiado bien cómo dominar a otros con medios viles en lugar de los justos, y tristemente comienzan a disfrutarlo, estableciendo un patrón de cómo se comportarán de adultos; mientras tanto, otros niños, que son dominados con mayor facilidad, sufren desesperadamente, a menudo en silencio, y desarrollan una mentalidad de víctima que quizás no podrán quitarse».
EN EL TRABAJO
Es una triste realidad que el comportamiento dominante no está limitado a la generación más joven (vea «Workplace Bullying»). Mientras que algunos niños agresores se inclinan por una vida de delincuencia y violencia, probablemente la mayoría de ellos pasarán a formar parte de la sociedad como adultos productivos. Pero conforme estos individuos crecen e ingresan al mercado laboral, su influencia puede volverse simplemente más sofisticada, tomando la forma de lo que podría denominarse «terrorismo emocional».
Mientras tanto, quienes han sido víctimas de otros durante la infancia muestran un mayor riesgo de experimentar el acoso de sus compañeros de trabajo (los agresores del lugar de trabajo que desarrollaron sus patrones de conducta opresiva durante la infancia).
Los psicólogos Ruth y Gary Namie, autores de The Bully at Work [El agresor en el trabajo], iniciaron en 1998 una campaña para acabar con el reinado del terror de los agresores en las empresas estadounidenses. Al fundar el Workplace Bullying and Trauma Institute [Instituto contra el Trauma y la Violencia entre Iguales en el Lugar de Trabajo] se dio inicio al movimiento de los adultos contra la violencia entre iguales en los Estados Unidos. El equipo de esposos comenzó a viajar por todo Estados Unidos y Canadá instruyendo a las empresas sobre los perjudiciales efectos del acoso y la violencia entre iguales en la oficina. Sus presentaciones en The Oprah Winfrey Show y en otros programas de televisión les ha dado un estatus casi de celebridades entre los desvalidos de las oficinas y ahora se les considera líderes en la lucha contra la violencia entre iguales en el lugar de trabajo. Su trabajo ha abierto un diálogo sobre el tema, un intercambio que está despertando el interés en todo el mundo.
En el Reino Unido, la Health and Safety Executive [Comisión de Seguridad e Higiene] publicó un documento que enlista las causas de estrés en el trabajo y declaró que la violencia entre iguales puede ser una de ellas. Si los patrones ignoran las quejas de acoso de los empleados, éstos pueden demandar a la empresa por daños y acusarla de incumplimiento de contrato, puesto que los trabajadores tienen, por ley, el derecho a sentirse seguros en el trabajo.
Se nos ha hecho creer que la fuerza es sinónimo de virtud y que quienes no dominan deben aceptar ser dominados.
El hecho de que la violencia entre iguales sea algo común a nivel individual, ya sea en la escuela o en el trabajo, no significa que sea un problema menor entre las naciones. Se nos ha hecho creer que la fuerza es sinónimo de virtud y que quienes no dominan deben aceptar ser dominados.
El darwinismo social afirma que «la supervivencia del más fuerte» va más allá del reino animal, que aplica a razas y culturas por igual. En un mundo así, al débil o el menos culto sólo le queda sufrir. La violencia entre iguales sólo contribuye al proceso.
Nuestro instinto natural de favorecer al dominante, a pesar de los sentimientos de compasión por el desvalido, van en contra del camino por la paz. Si deseamos paz en nuestra vida diaria debemos echar un buen vistazo a nuestras propias creencias y prácticas. ¿Oprimimos a otros para salirnos con la nuestra? ¿Nos mantenemos al margen de los acontecimientos con un deseo perverso de ver un poco de acción? La captura de Saddam Hussein, un agresor por derecho propio, se transmitió varias veces por televisión, brindando a los espectadores la oportunidad de regocijarse maliciosamente ante la humillación del antiguo dictador. ¿Tenemos un apetito insaciable por ese tipo de escenas?
UNA HISTORIA DE OPRESIÓN
Este alejamiento de la urbanidad no es un fenómeno moderno. Aunque señalemos a los medios, a las escuelas y a los videojuegos, no podemos negar que la opresión, en cualquiera de sus formas, ha estado presente por milenios.
Las Escrituras Hebreas detallan la historia de opresión de los tiempos antiguos. El autor de Eclesiastés, por ejemplo, escribió que había visto demasiados seres humanos caer en patrones de violencia y dominación: «Me volví y vi todas las violencias que se hacen debajo del sol; y he aquí las lágrimas de los oprimidos, sin tener quien los consuele; y la fuerza estaba en la mano de sus opresores, y para ellos no había consolador» (Eclesiastés 4:1, versión Reina Valera 1960).
¿Quién consuela a los oprimidos en nuestro mundo moderno? Algunos creen que más reglamentaciones nos darán el alivio necesario. Por ejemplo, un documento publicado por el Departamento de Educación de California decretó que «las escuelas tienen la obligación moral de asegurar que cada estudiante tenga un sentimiento de pertenencia, respeto, dignidad y seguridad».
Pero, ¿en verdad necesitamos documentos públicos que nos digan que la pertenencia, el respeto, la dignidad y la seguridad son necesidades básicas para todos? ¿Nuestro mundo se ha desviado tanto de los principios fundamentales que ahora la urbanidad tiene que legislarse?
Además, ¿puede la ley cambiar el corazón humano? Debido a que nuestro instinto de auto-preservación y el deseo de competir con otros vienen de nuestro interior, el cambio también debe ocurrir desde el interior y ni siquiera las normas mejor intencionadas pueden hacer que eso suceda.
Haríamos bien en considerar las palabras del apóstol Santiago si queremos aprender a manejar nuestras tendencias a oprimir a los demás. El apóstol escribió: «Si en verdad cumplís la ley real, conforme a la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, bien hacéis… Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia; y la misericordia triunfa sobre el juicio» (Santiago 2:8, 13).
El rechazar la opresión (de agredir a otros para salirnos con la nuestra) sólo puede producir resultados positivos. De hecho, el tener misericordia en lugar de oprimir es una de las sendas básicas para lograr la paz. Consideremos las palabras del profeta Miqueas: «Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios» (Miqueas 6:8).
Las Escrituras ofrecen consuelo a través de éste y de otros principios básicos bajo los cuales deben vivir tanto hombres como mujeres; es el medio para alcanzar la dignidad de toda la humanidad. La Biblia nos ofrece un vistazo a ese tipo de mundo y nos dice lo que cada uno de nosotros tenemos que hacer para que ese mundo se vuelva una realidad.
Todos queremos vivir en un mundo libre de la opresión de quienes ejercen un poder tiránico sobre otros. De hecho, clamamos justicia y misericordia. Clamamos por un mundo en el cual nuestros hijos se sientan seguros y respetados, en donde puedan aprender, crecer y vivir en paz, sin mirar por encima del hombro para evitar los ataques de otros, un mundo sin suicidios ni tiroteos. Clamamos, pero es un clamor que nunca acabará hasta que cada uno desarrolle una relación más cercana con nuestro Creador, de quien procede la paz y la misericordia.