En la Zona
«¿Qué se apodera de un hombre, de su alma o de su mente,
que no puede permanecer confinado a ningún límite o frontera?
Podría decirse que su ambición era extender su alcance
hasta el Ártico de cada especie viviente.
¿Por qué su naturaleza siempre es tan difícil de dominar…?
Existen algunas zonas delimitadas cuyas leyes debemos obedecer».
Tal como lo plantea Robert Frost en su poema, la humanidad siempre tratará de extender su alcance. En un sentido literal, el poema, del cual hemos citado sólo unos cuantos versos, habla de un duraznero plantado muy hacia el norte; sin embargo, su mensaje tiene un significado metafórico intemporal. Hace 70 años, la descripción de Frost del orgullo desmedido de plantar un árbol frutal más allá de sus límites climáticos hubiera sonado convincente. Podemos imaginar al lector reflexionando: «Sí, claro, es demasiado frío. ¿Qué estaban pensando?». O, quizá: «Qué tontería pensar que podría funcionar».
«En el siglo XXI y posteriormente, la ambición humana estará sujeta sólo a las leyes de los físicos, las reglas de la lógica y el propio sentido del bien y el mal de nuestros descendientes».
Si Frost vivera, tal vez modificaría su poema para actualizarlo y cambiaría el trasplante de un árbol con la transformación de una célula, la clonación de un embrión o la creación de genes por computadora. Ahora no se trata de considerar una zona de adaptación, sino de cambiar el código de vida, básicamente manipulándola genéticamente desde la raíz o, para ser más precisos, desde las células.
Aun cuando el escenario y el método han cambiado, la pregunta sigue siendo la misma: ¿Existen algunas zonas delimitadas o barreras que no deberíamos cruzar?
PLUG-AND-PLAY
Frost falleció en 1963, una década antes del comienzo de la división genética, época en que la televisión a color era una nueva maravilla, el punto medio entre el descubrimiento de la estructura del ADN a principios de los cincuenta y la primera célula genomanipulada a principios de los setenta.
Con casi 40 años de existencia, el concepto de ingeniería genética a través de la recombinación de genes, o el ADN recombinado, es la base sobre la que se ha desarrollado gran parte de la industria biotecnológica. Los primeros esfuerzos de modificación genética condujeron a la creación de bacterias que lograron sintetizar la insulina humana. Aunque entonces parecía un milagro, desde la perspectiva actual no es algo tan difícil. De hecho, se podría llevar a cabo en una clase de ciencias en la escuela primaria con equipo poco especializado: el gen humano para formar la proteína se corta y pega al genoma bacteriano, y así se recombina. Esto es posible gracias a que, al igual que un archivo MP3 puede leerse en cualquier reproductor apropiado, el carácter universal del código genético hace que cualquier célula «lea» cualquier gen y, así, la biotecnología simplemente aprovecha la extraordinaria naturaleza «plug & play» del sistema genético de la vida.
Desde luego, hasta entonces se trataba de un territorio desconocido, un gran paso hacia delante al que no le faltaron detractores. En 1975, las preocupaciones iniciales sobre la seguridad se discutían en una especie de reuniones donde se asentaban las bases de todo. La Conferencia de Asilomar se caracteriza por su efectividad para generar acuerdos científicos respecto al avance de la investigación. Aquéllos que continúan opinando que la ciencia debería regular a la ciencia también la consideran como un punto de referencia, en cuanto a que los participantes no entorpecieron el trabajo de laboratorio con disputas sobre ética o cuestiones políticas turbias.
MÁS ALLÁ DE LA RECOMBINACIÓN
Un participante clave en Asilomar fue Paul Berg, quien en 1980 reiteró la naturaleza fundamental del trabajo científico cuando recibió el Premio Nobel de Química: «El desarrollo y la aplicación de las técnicas del ADN recombinado le han abierto las puertas a una nueva era de descubrimiento científico, que promete influir de mil maneras en nuestro futuro». Berg, pionero de la técnica de recombinación junto con Steven Boyer y Stanley Cohen, observaron más adelante que «era como una avalancha detrás de nosotros» mientras otros científicos empleaban las nuevas herramientas tanto para la investigación como para obtener ganancias.
Hoy en día las controversias se han convertido en patentes: ¿a quién pertenecen los genes, los procesos y los organismos creados? La Suprema Corte de los Estados Unidos aprobó en 1980 el primer organismo patentado, una bacteria genomanipulada que se alimenta de petróleo para ayudar a limpiar los derrames petroleros. El primer animal patentado fue el OncoMouse transgénico de DuPont (1988). Los investigadores de Harvard manipularon genéticamente al ratón para que desarrollara cáncer y así sirviera como una plataforma para la realización de pruebas con medicamentos. Otros crearon un ratón diseñado para perder el pelo y así utilizarlo en estudios contra la calvicie; sin embargo, en ese caso la Oficina Europea de Patentes negó la patente debido a que los posibles beneficios en el ser humano no compensaban el costo para el ratón.
Mientras tanto, la modificación genética de plantas se ha vuelto algo común, con alimentos básicos patentados, como el maíz, soya, canola y algodón GM que superan a las formas naturales. Muchas personas todavía se oponen a esta tendencia, aunque las protestas tienden a experimentar altibajos con el aumento y la disminución del abastecimiento de grano a nivel mundial. La realidad es que todos los cultivos aclimatados son manipulados en el sentido de que son producto de intensos programas. En términos agrícolas, contamos con muy pocos productos que no han sido alterados de alguna manera. Por supuesto, actualmente se ha dado rienda suelta a un tipo de alteración diferente al realizado por milenios; sin embargo, entre más consumidores acepten los alimentos GM como las variedades más novedosas, el miedo a los tan conocidos alimentos transgénicos irá desapareciendo.
No obstante, la naturaleza sigue su curso haciendo oídos sordos a nuestros debates sobre los problemas de seguridad al mezclar genes de diferentes especies. Los cultivos desarrollados para resistir a los herbicidas o para fabricar sus propios pesticidas provocan que la mala hierba sea más resistente y que las plagas se vuelvan inmunes a los mismos herbicidas y pesticidas para los cuales los organismos GM fueron diseñados a tolerar para ser más efectivos. Tal como lo advirtió el ecologista Paul Ehrlich: «La naturaleza tiene su turno al bate hasta el final». (Consulte nuestra entrevista titulada «Y luego ¿qué?»).
Estos ejemplos brindan cierta perspectiva histórica de la forma de manipulación genética más novedosa: crear genes y células digitalmente. El primero de esos organismos sintéticos fue dado a conocer en mayo de 2010 por J. Craig Venter y fue financiado por Synthetic Genomics, Inc. Cabe mencionar que el equipo de Venter no obtuvo una generación espontánea de vida; sin embargo, el nuevo nivel de manipulación genética es sorprendente. Después de secuenciar un genoma bacteriano y registrarlo como un archivo digital, se editó como cualquier archivo, de la misma forma que se edita un texto. En un punto insertaron una cita destacada atribuida al físico Richard Feynman: «Lo que no puedo construir, no lo puedo entender». Desde luego, lo escribieron en código utilizando el lenguaje del ADN de A, T, C y G, pero establecieron su punto: Ahora podemos construir lo que queremos; no dependemos únicamente de lo que la naturaleza nos brinda para trabajar.
Los investigadores vincularon su genoma hecho a mano con otro tipo de bacteria e hicieron funcionar la célula utilizando el nuevo software. Venter y sus colegas explicaron en su informe: «Nos referimos a la célula controlada por un genoma armado con piezas de ADN químicamente sintetizadas como “célula sintética”, aun cuando el citoplasma de la célula receptora no sea sintético». El objetivo de Venter es crear células que beneficien a los humanos, por ejemplo, aliviando enfermedades a través de nuevas vacunas. Al preguntarle sobre las posibles desventajas, el científico respondió en la conferencia de prensa: «No está claro que las haya». (Consulte más sobre el trabajo de Venter en «La Nueva Síntesis»).
CÓMO JUGAR A SER DIOS
En una ocasión, cuando se le preguntó si el entendimiento del ADN nos lleva a jugar a ser Dios, James Watson, codescubridor de la doble hélice, respondió infamemente: «Si nosotros no jugamos a ser Dios, ¿quién lo hará?». Y, de alguna manera, así lo hemos hecho.
«Cuando un ingeniero biólogo interviene para fines no terapéuticos, no funge como un servidor de la naturaleza, sino como el maestro al que aspira ser, guiado por nada menos que su propia voluntad y sus fines de servicio a su propia creación».
Quizás al creer siempre que Dios no estaba a nuestro alcance o que estaba ocupado en otra cosa ha causado que la humanidad se esfuerce por hacer de éste un mundo mejor y más placentero. Los pasajes bíblicos, incluso si sólo se consideran como un registro de esperanzas seculares, hablan de este deseo eterno: el lobo y el cordero juntos y en paz (Isaías 11:6), lanzas convertidas en hoces (Miqueas 4:3), un corazón nuevo (Ezequiel 36:26), victoria sobre la muerte (1 Corintios 15:54), un cielo y tierra nuevos (Apocalipsis 21:1). Aunque en la actualidad pueden haber perdido un poco de su familiaridad, las imágenes presentan posibilidades convincentes, y con ellas, la Biblia también expresa en Génesis la historia de la humanidad comiendo del árbol del conocimiento del bien y el mal. ¿Podemos confiar en nuestras decisiones cuando ya hemos decidido, por decirlo así, hacerlo por nuestra propia cuenta?
Aquéllos que consideran las promesas bíblicas como afirmaciones proféticas de lo por venir, extremos que sólo Dios puede llevar a buen término, a menudo acusan a quienes se encuentran en la frontera de la ciencia de rebasar sus límites. De hecho, para quienes también toman en serio la afirmación «nada les hará desistir ahora de lo que han pensado hacer» (Génesis 11:6b), parece claro que tenemos la responsabilidad de limitarnos a nosotros mismos, aceptar ciertos límites y negarnos a cruzarlos. ¿Será que «jugar a ser Dios» no tiene tanto que ver con hacer todo lo que pensamos que podemos hacer, sino con ser más precavidos y más sabios, y tener más autocontrol?
Cualquiera que sea la perspectiva bajo la que veamos a los seres humanos —ya sea que nuestra conciencia creativa sea un subproducto de la evolución o el atributo clave de haber sido creados «a imagen de Dios»—, debemos asumir la responsabilidad de lo que sabemos. Los poderes hasta este momento ocultos que le hemos arrancado al mundo natural ahora son nuestros poderes. Es un defecto lamentable de la naturaleza humana inclinarse hacia el interés personal, por lo que a menudo descuidamos la necesidad de caminar con cautela, independientemente de la creencia subyacente. Sólo superamos esta deficiencia tan común en los individuos de manera esporádica, así que sería mucho menos probable esperar que un grupo completo lo haga.
No obstante, es sorprendente que el caminar con cautela fuera exactamente el enfoque del Consejo de Bioética de los Estados Unidos cuando en 2002 comenzó a analizar a fondo la variedad de posibles futuros que yacen en las manos de nuestra biotecnología. Gilbert Meilaender, profesor de teología en la Universidad de Valparaíso y miembro del consejo durante la administración del Presidente George W. Bush, escribió: «Es poco probable que dicha exploración resulte en un gran número de recomendaciones de políticas, pero ése no es su objetivo. En realidad, el objetivo es ayudar al público y a sus representantes electos a considerar las implicaciones del avance biotecnológico para la vida humana. … El Consejo pensó en la tarea de la bioética pública no para proteger a la investigación científica y evitar que sea supervisada, sino para enriquecer la deliberación pública acerca del lugar que tiene la investigación en nuestra vida juntos».
La falta de directivas y políticas específicas, y especialmente de recomendaciones para que los investigadores tengan carta blanca o respecto a que «la ciencia sabe más», sigue alimentando una corriente subyacente de críticas entre los científicos. Por ejemplo, en la conferencia de la Sociedad Internacional de Investigación en Células Madre de 2010, realizada en San Francisco, Visión descubrió que muchos siguen considerando el trabajo del Consejo como tendencioso, el detestable producto de autoría como a favor de la «moralidad cristiana», y la doctrina de Bush de la investigación restringida a las células madre. Hay quienes siguen quejándose de que las restricciones de financiamiento más allá de las establecidas por un consenso científico han sido un obstáculo innecesario para el progreso. Es irónico que la política de Bush fuera en realidad más liberal —abriendo en sí fuentes de financiamiento federal para la investigación de células madre de embriones humanos— de lo que las leyes de EE.UU. habían permitido antes. [Al cierre de esta edición, parece que la política de la administración de Obama de permitir una mayor libertad de financiamiento federal para la investigación podría ser desestimada por motivos legales. Las implicaciones exactas de la resolución del 23 de agosto son aún inciertas].
A pesar de las críticas de cada una de las parte, la investigación sigue avanzando a un ritmo acelerado. Lo prudente es estar pendientes del desarrollo, porque todos avanzamos juntos; como las células de un cuerpo, estamos separados, pero somos uno mismo. Como individuos, es posible que no sintamos la necesidad de conocer o participar en la discusión, pero como lo señaló el Consejo de Bioética de EE.UU. en su informe de 2003: «Debido a que las elecciones hechas por algunos pueden, en sus consecuencias, alterar la vida que todos compartimos, nos corresponde a todos considerar el significado de estos avances, ya sea que en lo personal nos sintamos tentados por ellos o no» («Beyond Therapy: Biotechnology and the Pursuit of Happiness» [Más allá de la terapia: La biotecnología y la búsqueda de la felicidad]).
UNA ERA DE CONTROL
Vivimos en una nueva era, un periodo al que Sir Ian Wilmut llama «la era del control biológico», en la que él considera obsoleta la idea de que algo sea biológicamente imposible. Wilmut, junto con sus colegas del Instituto Roslin y la compañía biotecnológica PPL en Edimburgo (Escocia), creó en 1996 el primer mamífero clonado a partir de una célula adulta. Aunque hubo muchos otros (ovejas que no sólo fueron clonadas, sino también modificadas genéticamente), Dolly fue la más conocida y la que comprobó que una célula adulta totalmente diferenciada contenía un genoma completo. Obviamente fueron las ideas de duplicar y clonar personas las que provocaron la mayor intriga.
Sin embargo, seguramente ahora entendemos que aunque un clon puede compartir la estructura genética del donante, cada individuo es, pues, individual, el producto único de información genética, ambiental y experimental. La clonación no va a ser una buena protección contra lo que más tememos: la enfermedad y la muerte; no obstante, cuando se mezclan los temas de ingeniería genética, producción de cromosomas, inyección de células precursoras y análisis genómico, casi todo parece posible.
Es cierto que no todo es posible aún. Incluso el medicamento más probablemente regenerativo basado en células precursoras sigue siendo un objetivo a largo plazo con muchos objetivos de investigación a corto plazo aún por cumplir. Esto incluye el entendimiento desde una perspectiva biológica de cómo trabajan las células para sanar y regenerar, y cómo actúan en los pacientes.
«Debemos tener un enfoque pragmático y aplicar la mejor y más rigurosa ciencia que nos sea posible», comentó Clive Svendsen, director del Instituto de Medicina Regenerativa Cedar-Sinaí en Los Ángeles. «Hay un grupo de personas que dicen que es necesario saber todo acerca del tema antes de siquiera poder tocar a un paciente; otro grupo dice que no importa nada, que se pueden introducir las células puesto que el paciente está muriendo. Yo digo que tengamos un plan racional y respaldado por pruebas estadísticas de que algo tiene un cierto efecto, pero una vez que lleguemos a cierto punto, procedamos con ese «algo» a un ensayo clínico». (Consulte más sobre nuestra entrevista, «Just Getting On With Business»).
HÁBITOS DE VIDA
Aunque el objetivo de sanar enfermedades degenerativas como la diabetes, el mal de Parkinson y la esclerosis lateral amiotrófica es una meta optimista y positiva, los medios para alcanzarla siguen siendo poco claros. Al distraernos con panoramas distópicos (de, digamos, nuevas especies de humanos que se alimentan y crecen en botellas como si fueran una línea de producción de refresco, o castas genéticas diseñadas para los trabajos más aburridos o peligrosos del futuro), podríamos ignorar el lado negativo de lo que ya existe. ¿Cuán lejos llegamos con el análisis genético previo a la implantación? ¿Cuál es el destino de los «restos» embrionarios en las clínicas de fertilización in vitro? ¿La creación y destrucción intencional de embriones humanos como una fuente de nuevos linajes de células precursoras es una buena idea?
Pero también podríamos estar ignorando el lado positivo. Una nueva célula precursora con forma de embrión, llamada célula madre pluripotente inducida (iPs), puede ser reprogramada a partir de una célula de la piel de un paciente. El potencial para crear nuevas líneas celulares útiles para el estudio de las enfermedades en las células humanas y no sólo en modelos animales es un paso alentador. La idea es «recapitular» la evolución de la enfermedad, señala Fred Gage del Instituto Salk en San Diego, con el objetivo de saber cómo ocurrió la enfermedad, la interacción de los genes y la bioquímica. Las verdaderas curas serán posibles sólo si se revelaran los trabajos reales de las células dañadas. Entonces algún día podría ser posible tener acceso a dichos mecanismos para ajustarlos.
Aunque muchos biólogos adoptan el punto de vista reduccionista de la enfermedad, buscando los interruptores químicos para apagar los problemas y restaurar la función normal, sabemos que eso no lo es todo. Susan Fitzpatrick, vicepresidenta de la Fundación James S. McDonnell, comentó a Visión: «Creo que la enfermedad es una mera cuestión de contexto». Nuestros problemas pueden tener marcadores celulares, pero ¿lo que vemos es una causa o un efecto? «Los aspectos de una pregunta en particular pueden explorarse en modelos», añade, pero «en algún punto todo tiene que volver a una célula dentro de un tejido, en un órgano y en un organismo, y a las interacciones que suceden en cada nivel con los diversos ambientes encontrados».
Es evidente que existen numerosas influencias que contribuyen a la vulnerabilidad de una persona a las enfermedades degenerativas. Debido a que la mayoría de ellas están relacionadas con la edad, también tendría sentido buscar las características que tienen en común los adultos mayores sanos. Dan Buettner, explorador y escritor de National Geographic, viajó por todo el mundo para estudiar los bolsillos de los centenarios. Al compilar sus descubrimientos en su libro The Blue Zones [Las zonas azules], Buettner se enfocó en el estilo de vida y no en las células. Lejos de extirpar tejido dañado o de bombardear el cuerpo con toxinas para someter a las células caprichosas, Buettner sugiere un patrón clínico diferente. «Elimina a la gente tóxica de tu vida», aconseja, «y pasa tiempo y esfuérzate por llenar tu círculo social con personas que tengan los valores correctos y un estilo de vida sano». (Consulte «Live Long and Prosper»).
Leon Kass, director del Consejo de Bioética de EE.UU. durante el periodo de 2001 a 2005, agrega que la calidad de vida también significa más que estar libre de enfermedades. «No debemos aspirar a una vida simple, o siquiera a una vida sana, sino a una vida buena y digna. Y aunque una mala salud puede debilitar nuestros esfuerzos, la buena salud por sí sola es una condición o signo insuficientes de una vida humana digna». Ésta es una afirmación desafiante porque nos pide considerar el propósito de la vida misma. ¿Para qué es la vida? «Debemos encontrar un equilibrio adecuado», continúa Kass, «un equilibrio que sólo pueda fomentarse si el enfoque hacia la salud también se concentra en los hábitos de vida».
UN ÁRBOL SE CONOCE POR SUS FRUTOS
Se tiene la sensación de que se necesita una nueva ciencia para resolver los problemas creados por la antigua. En el corazón del trabajo de Venter yace un deseo no sólo de reparar lo que la enfermedad degenerativa le causa al cuerpo, sino también de deshacer el daño que le hemos causado al mundo. Incluso la civilización puede considerarse tóxica, como un virus, no sólo desde un punto de vista ecológico, sino como algo degenerativo o degenerándose, tambaleándose al borde del colapso debido a que la hemos desarrollado con tecnologías cuyas consecuencias a largo plazo no podemos entender aún. La propuesta de Venter de una vida hecha a la medida pretende facilitar un cambio positivo, una semilla plantada para un mejor futuro. «Necesitamos nuevas maneras de alterar nuestro futuro, porque de otra forma no tendremos uno», agrega.
Hemos creado un mundo acelerado e impaciente en el que la mayoría estamos profundamente entrelazados y del cual todos dependemos… con una dependencia que va más allá del intercambio de agua y alimento. Nuestros cordones umbilicales están interconectados y arraigados en los sistemas y culturas humanos, sedientos de pulsaciones de medios electrónicos que alimenten nuestras vidas laborales y de ocio. Cuando tenemos un momento libre, quizás un fin de semana, queremos ir mucho más allá, pero hay poco tiempo para pensar, e incluso menos tiempo para meditar en cómo cambia este ritmo tan ajetreado, afectándonos tanto psicológica como físicamente.
El objetivo de un poema, así como la apreciación de la intemporalidad de un poeta como Frost, es que brinde algo para meditar, algo que amerite hacer una pausa. En un mundo como el nuestro, dirigido por la ciencia y la tecnología, rara vez nos tomamos un momento para reflexionar y considerar que no es el científico sino el artista quien se sujeta mejor a la ambición y las motivaciones de la naturaleza humana. Probablemente vivimos en una zona de confort y confianza ingenua, sin disposición para enfrentar los retos que conllevan nuestros descubrimientos y nuestros deseos, esperanzados a que otros establezcan los límites.
«La biotecnología», sugiere el informe «Beyond Therapy», «como cualquier otra tecnología, no sirve para nada en particular. Como cualquier otra tecnología, sus objetivos no están basados en las técnicas en sí ni en los poderes que ponen a disposición, sino en sus usuarios humanos. Como cualquier otro medio, cierta tecnología, una vez desarrollada para un fin, a menudo está disponible para otros fines, incluyendo algunos que no imaginábamos o que incluso eran difíciles de imaginar para quienes los hicieron realidad».
Es verdad, hay zonas delimitadas. Aunque nuestros anhelos de investigar pueden no tener límites, y podemos sentir que los límites existen sólo para rebasarlos, necesitamos acorralar y atenuar esos deseos. No todas las ideas nos conducirán a donde queremos llegar. El hecho de que la curiosidad sea el acelerador de la invención humana no está sujeto a discusión, pues nos hace ser quienes somos y está en el centro de todo lo que hacemos y hemos hecho; sin embargo, un acelerador necesita un freno, un medio para bajar el paso y tener tiempo de evaluar y ajustar. Después de todo, la satisfacción también cura.
Un sembrador sabio no planta con desenfreno, sin consideración; elige con cuidado el campo y la cosecha adecuada. Él sabe que seguir adelante sin hacerlo producirá un fruto amargo.