No me toques
Según la autora italiana Donatella Di Cesare, un hilo común que une los problemas actuales —desde la migración hasta el racismo y el coronavirus—es la «extranjería». Habló de esa idea en una entrevista con el editor de Vision, David Hulme.
Donatella Di Cesare, filósofa y académica italiana, está profundamente preocupada por el estado actual del mundo. Entre sus libros recientes que exploran esas preocupaciones se encuentran Stranieri residenti (Resident Foreigners) y Virus sovrano? («¿Virus soberano?», que MIT Press publicará en inglés con el título Immunodemocracy). Al describir este último volumen, el editor escribe: «La violenta pandemia mundial muestra que es imposible que sobrevivamos si no nos ayudamos unos a otros… Cuando ya no se puede dar por sentado el poder respirar, tenemos que repensar una nueva forma de vivir juntos».
Pero en el camino del progreso —dice Di Cesare— están las políticas nacionales que dividen y separan a los privilegiados del Otro. Tales políticas son el sello distintivo de lo que ella llama «democracias inmunitarias», estados que se esfuerzan por protegerse contra todo lo que se considera extranjero, desde los migrantes hasta las ideas o ideologías y los virus. Su lema, sugiere ella, es «No me toques».
De la mano con eso, va el concepto de «soberanismo», una ideología que glorifica la independencia —sea nacional o personal— y que a menudo se manifiesta en aislacionismo y un aire de superioridad.
Como el título Virus sovrano? Sugiere, Di Cesare también aplica el término al nuevo coronavirus porque este fácilmente pasa por alto los muros y los límites patrióticos, mostrando poca consideración por los débiles e indefensos, ya que hace valer su superioridad en todo el mundo.
Le pedí que compartiera algunos pensamientos sobre ambos libros y sobre su visión del mundo después de que la pandemia de COVID-19 desaparezca.
DH Usted ha abordado varios problemas sociales en sus escritos, desde la tortura hasta la migración y la actual pandemia de coronavirus. ¿Por qué estos temas y no otros?
DDC No creo que siempre sea posible responder o dar cuenta de estas opciones. Para mí, la filosofía no es una especulación abstracta. Vivo en mi época de la historia, me involucro en ella y me siento llamada a reflexionar sobre las grandes y urgentes preguntas sin pretender dar respuestas. Más bien, creo que debemos hacer preguntas para ampliar las perspectivas. Por ejemplo, el tema de la violencia es un tema clásico, muy discutido a lo largo del siglo XX. Recientemente ha adoptado nuevas formas que han captado mi atención.
DH¿Hay puntos en común en los temas que ha estado explorando?
DDC Ciertamente, aunque prefiero hablar de ello en términos de un hilo común, o varios hilos. Y dejaría que los lectores los desenlazaran.
Puedo sugerir al menos un ejemplo: el de la extranjería. Lo he retomado varias veces, y a partir de varios ángulos, desde mi libro sobre la inquietante historia de los marranos —los judíos convertidos por la fuerza (en la Península Ibérica, durante la Edad Media)— en el que señalo lo que llamo «el paradigma de la modernidad», hasta el repudio del Otro en las democracias inmunitarias que rechazan a los migrantes en la frontera, e incluso al referirme al «virus soberano» que, como sabemos, cambia la vida, pero también es parte de la vida.
DH¿Qué papel juega la moralidad en su pensamiento sobre estos temas?
DDC Yo diría que ninguno. La moralidad, como término, no forma parte de mi vocabulario filosófico, por lo que prácticamente nunca lo uso, también porque destaca orientaciones filosóficas analíticas que he criticado en varias ocasiones. De hecho, creo que uno de los grandes peligros de estos días es la despolitización de grandes temas (como la democracia) que se reducen a cuestiones de moralidad y elecciones individuales, como si estos temas no fueran asuntos eminentemente políticos. Y por política no me refiero a la gobernanza, sino a la relación ético-política que nos une a otros en la polis.
DH Resident Foreigners tiene por subtítulo «Una filosofía de la migración». ¿Cómo resumiría esa filosofía?
DDC No ha habido una reflexión filosófica sobre el tema de la migración; siempre se ha mantenido al margen de la filosofía, al igual que la figura del migrante se ha mantenido al margen. Hoy en día, en el exilio global que nos concierne a todos, es imposible no preguntarse qué significa migrar.
Mi posición es diferente de la de quienes solicitan de manera abstracta el derecho a mudarse porque desplazarnos está en nuestro ADN, sin considerar la naturaleza centrada en el estado del mundo en el que vivimos, el mundo que se divide en estados-nación. La migración no es un hecho biológico sino un acto existencial y político. No es un simple movimiento, sino un intercambio complejo, el de lugar. Por tanto, tiene lugar en el paisaje donde se encuentra el extranjero y, por tanto, donde comienza la práctica ético-política de la hospitalidad. No hay migración sin cambio (o mejor, intercambio) de lugar, sin el Otro, y sin ese encuentro que por el lugar podría provocar un enfrentamiento.
Esto explica por qué el ius migrandi, el derecho a migrar, está lejos de ser evidente y ha provocado amargos conflictos. En este sentido, el ius migrandi representa uno de los grandes retos del siglo XXI.
«El derecho a migrar es el derecho humano del nuevo milenio —defendido por asociaciones militantes, movimientos internacionales y una opinión pública cada vez más alerta y vigilante— y requerirá una lucha tan grande como la abolición de la esclavitud».
DH Usted dice que el lector no debe esperar respuestas a preguntas sobre el control de la migración, la distinción entre refugiados y migrantes económicos, o cómo es la integración exitosa de los migrantes en las sociedades de acogida. Como resultado algunos han criticado el libro, diciendo que se trata de ideas y no de realidades prácticas. ¿Cómo contrarresta eso?
DDC Siento que uno de los grandes males de hoy es algo que podríamos llamar solucionismo; es decir, el afán de encontrar en algún lugar soluciones buenas y fáciles. Cuanto más complejo es el contexto en el que vivimos, más aumenta este anhelo. La gente no quiere perder el tiempo pensando o reflexionando. No es casualidad que la figura del experto haya ganado tanta importancia en el debate público. El experto es el que tiene una solución en el bolsillo, una propuesta. Así es como se quita la responsabilidad a los ciudadanos. Por tanto, el gobierno de expertos también es un riesgo democrático.
No tengo soluciones en mi bolsillo. Esto no es parte de mi trabajo como filósofa. Creo que mi contribución es cambiar las preguntas. Si una pregunta está mal formulada, siempre conducirá a las mismas soluciones. He intentado cambiar el enfoque del problema y cuestionar el concepto de estado, de nación, pero también de ciudadano. En la actualidad el ciudadano es cómplice del estado-nación, que lo llama a defender las fronteras en su guerra contra el migrante.
¿Tienen realmente los ciudadanos el derecho a decidir quién puede residir con ellos? Yo distingo entre vivir juntos y residir juntos; podemos elegir con quiénes vivimos, con quiénes compartimos nuestra casa o nuestro barrio, pero no podemos elegir quiénes residen entre nosotros. Crear confusión a este respecto es un grave error. Reclamar un lugar en exclusiva es discriminatorio. Quien lo realiza se erige como sujeto soberano que, afirmando su supuesta identidad con ese lugar y fantaseando su propia unidad con él, reclama derechos de propiedad. Este reclamo esconde una violencia ancestral.
Entonces, ¿por qué tendría que señalar criterios de «control» si esa palabra me horroriza? ¿Por qué debería tener que entregar recetas para la «integración» si considero que esa palabra, y lo explico en mi libro, es una expresión de poder?
DH En Resident Foreigners usted presentó un modelo preferido de migración basado en ciertos principios judeocristianos. ¿Por qué surgió eso en lugar de un modelo humanitario secular?
DDC En el libro contemplo tres ciudades: Atenas, Roma y Jerusalén, que son ejemplos de tres paradigmas políticos. No quiero que me malinterpreten: no se trata de paradigmas religiosos. Han tenido repercusiones durante siglos, incluido el siglo XX.
La más famosa es sin duda Atenas, que sigue siendo hoy para muchos el modelo y arquetipo de la democracia. En mi libro también señalo sus limitaciones, no solo porque las mujeres, los esclavos y los llamados metecos fueron excluidos: los birraciales, los bastardos, los intrusos, los inmigrantes. Aquí es donde nace la idea de autoctonía: solo un hombre de ascendencia ateniense, que nació en ese suelo y nunca se mudó, es ciudadano. Aquí tenemos el ius sanguinis (ley de la sangre) y el ius terrae (ley del suelo) que iban a seguir un largo curso y que encontraron su expresión más violenta en el Tercer Reich. El mito de la autoctonía es extremadamente peligroso.
«Nadie es autóctono en la tierra; siempre hay alguien más que ha venido antes que nosotros. Y, sin embargo, debido a que la autoctonía continúa operando en los estados-nación, la discriminación continúa».
Roma introdujo la ciudadanía para todos. No sin una buena razón se convirtió en un imperio, a diferencia de Atenas.
Para mí, sin embargo, la Jerusalén bíblica es el modelo de una hospitalidad diferente, donde hay una conexión entre gher, «extranjero» y ghur, «habitar o residir». Por esta conexión inmediata en el idioma, el extranjero se vincula con la vivienda y la vivienda con el extranjero. Esto contradice todas las economías de la tierra y todas las lógicas de autoctonía. No solo debemos dar la bienvenida al extranjero, sino que debemos repensar el habitar junto con la idea de extranjería. La sugerencia es no solo dejar residir a los extranjeros, sino dejarlos residir como extranjeros, reconociendo la extranjería. Esto es, en definitiva, lo que se entiende por «extranjeros residentes».
DH ¿Qué cambios necesitaría hacer la sociedad para que el modelo de Jerusalén sea viable hoy?
DDC Soy miembro del comité científico y directivo del Consejo Italiano para los Refugiados, que opera bajo los auspicios de la ONU a nivel nacional, europeo y norteafricano. En Italia, recientemente se aprobó una ley para regularizar a los inmigrantes extranjeros, a quienes el gobierno de derecha, con el viceprimer ministro Matteo Salvini a la vanguardia, había ilegalizado y escondido.
En realidad, hay que destacar que las llamadas fronteras cerradas de [Donald] Trump y sus colegas soberanistas son noticias falsas. El mecanismo capitalista funciona de manera diferente: trae trabajo que es útil para el mercado. Y luego trata a estos trabajadores como desechables, sin derechos. Regularizar la mano de obra agrícola, los trabajadores, las mujeres que trabajan en varios sectores (que de otro modo serían esclavizadas): esta es la solución, pero sin que ellos tengan que ejercer el poder inherente a la ciudadanía.
DH La inmigración ha sido un tema muy debatido en todo el mundo durante mucho tiempo, por supuesto. Pero este año se ha visto ensombrecido por la pandemia de coronavirus. En Virus sovrano?, usted dice que los efectos de la pandemia son múltiples y complejos. ¿Por qué destacó la discriminación?
DDC La disparidad entre protegidos e indefensos, que desafía toda idea de justicia, nunca ha sido tan evidente y descarada como en la crisis provocada por el coronavirus. Los ejemplos son innumerables. Piense en las personas sin hogar a las que se les ha proporcionado alojamiento improvisado en un estacionamiento al aire libre en Las Vegas, como si fueran automóviles.
«Es difícil entender lo que está sucediendo si no se mira el pasado reciente. El virus ha exacerbado y exasperado una situación ya establecida, que de repente se vuelve claramente visible en todos sus aspectos más oscuros y nefastos».
Vista a través de la lente del virus, la democracia de las naciones occidentales se revela como un sistema de inmunidad que ha estado operando durante mucho tiempo y ahora progresa de manera más abierta. Por un lado, están los ciudadanos protegidos y salvaguardados; por el otro, todos los que están expuestos, los marginados, los abandonados. Las políticas «inmunizadoras» rechazan la alteridad, siempre y de todas las formas. La frontera se convierte en el cordón sanitario (la barrera protectora). Sin embargo, no sé si la democracia inmunitaria todavía puede llamarse verdaderamente democracia.
DH Si finalmente se elabora una vacuna, ¿cómo puede el mundo evitar que su uso sea privilegiado? Algunos han expresado su preocupación por qué muchas personas simplemente no tendrán acceso a ella.
DDC Esta es una pregunta muy importante, quizás la más importante en este momento. Sería una pérdida para todos si la vacuna estuviera, por así decirlo, «capitalizada». Eso significaría que nuevamente, como usted dice, solo los privilegiados tendrían acceso a ella, o sea, ante todo, los ciudadanos de los países más ricos. Los demás quedarían a la suerte de la muerte. No podemos permitir eso. Este tema ya debería estar en la agenda.
DH ¿Han influido el populismo y el nacionalismo en la crisis?
DDC La guerra de los estados-nación contra los migrantes, esa lógica inmunitaria de exclusión, aparece hoy en toda su ridícula crudeza. Nada nos ha mantenido a salvo del coronavirus, ni siquiera los muros patrióticos, las fronteras arrogantes y violentas de los soberanistas. La pandemia mundial muestra la imposibilidad de escapar, excepto ayudándose unos a otros. Por eso este hecho debe animarnos a repensar el «residir», que no es sinónimo de tener o poseer sino de ser, existir. No significa estar enraizado en la tierra sino respirar el mismo aire. Lo hemos olvidado. He titulado mi libro Virus sovrano? porque este virus escapa, ignora, pasa por encima de los confinamientos, sigue adelante. Se burla de un soberanismo que hubiera buscado ignorarlo grotescamente o sacar provecho de él. Y se convierte en el nombre de una catástrofe inmanejable.
«El virus soberano pasa por el aire y nadie es inmune».
Pero la xenofobia de los estados-nación puede encontrar un pretexto en el «virus extranjero» para desencadenar una nueva campaña de odio. Esto es lo que hizo Trump cuando empezó desde el principio a hablar de una «gripe china». Continuó también después del asesinato racista de George Floyd, tal vez para desviar las protestas hacia el exterior.
DH También ha escrito que estamos en medio de una segunda epidemia, «una epidemia psicológica». ¿Qué quiere decir con eso?
DDC El shock relacionado con el virus causa tristeza, ira, irritabilidad, depresión e insomnio. Los miedos se multiplican: miedo a enfermarse, quedarse desempleado, ser abandonado, terminar intubado; por lo que la pandemia también es una emergencia psicológica. En el debate público no se habla mucho de esto, casi como si fuera un tabú que hay que eliminar. ¿Pero quién decide qué es vital? La conciencia de todos está dirigida hacia la fragilidad y la mortalidad. Tenemos que seguir vivos, protegernos, defendernos del organismo. Pero las restricciones que están destinadas a salvar vidas también tienen efectos dañinos en la vida, porque paralizan las relaciones humanas, dificultando los contactos emocionales. En algunos casos, la ausencia de otras personas podría incluso resultar fatal. El drama del suicidio es un hecho cotidiano.
DH ¿Cómo contrarrestamos sus efectos?
DDC Ahora se entiende ampliamente que nuestra vida nunca volverá a ser la misma y se modificará incluso en los detalles más pequeños, quizás incluso reorganizada globalmente. Pero los resultados son imponderables. Es de suponer que la distancia impuesta, mediada por la tecnología, cambiará profundamente nuestra forma de relacionarnos con los demás.
DH Con tanta gente luchando de tantas maneras, parece que otro principio judeocristiano ampliamente citado tiene una amplia aplicación aquí: ama a tu prójimo como a ti mismo o trata a los demás como te gustaría que te trataran. En otras palabras, póngase en el lugar de la otra persona y busque formas de ayudar. ¿Eso resume su enfoque del problema?
DDC Debido a la pandemia, la otra persona es una infección, una contaminación, un contagio. En cierto modo, podemos decir con amargura que el ciclo de la civilización termina donde toda forma de contacto físico está prohibida por ley, al considerarse como fuente de contagio, riesgo de mancha y contaminación. La comunidad abierta, espontánea, hospitalaria —reunión, juego, baile, celebración— parece desaparecer del horizonte civil y político. La comunidad extranacional y extrainstitucional, esa exuberante efusión del yo que llega al otro, que se expone, que se abandona a sí misma, decae. ¿Cómo sobreviviremos en una comunidad sobreprotegida, reglamentada y resguardada?
DH ¿Cómo ve el mundo cambiante como resultado de la pandemia? ¿Hemos aprendido algo? ¿Qué debemos aprender de ella?
DDC Así como es imposible descifrar el orden secreto de las catástrofes, es difícil decir qué traerá esta pandemia. ¿Que el biovirus es una última y dramática señal de alarma? ¿Que nuestra resistencia crucial está siendo probada una vez más antes del colapso final? ¿Y se notará la señal? ¿Será la pandemia violenta nuestra oportunidad de cambiar? Hasta ahora, podíamos considerarnos omnipotentes entre los escombros, preeminentes incluso en la destrucción. Esta supremacía nos ha sido arrebatada por un poder superior al nuestro y más destructivo. Incluso el organismo más pequeño puede destronarnos, despedirnos, minarnos. Quién sabe, tal vez la vida en el planeta tome nuevas direcciones.
Mientras tanto, tenemos que reconocer que no somos tan omnipotentes como asumíamos. De hecho, somos extremadamente vulnerables. Tendremos que vivir con este virus, y tal vez con otros, lo que significa vivir con una co-vulnerabilidad redescubierta.