Expresa tus Penas…
«Expresa tus penas: dolor que te guardes
musita a tu pecho y le pide que estalle»
En la última década se han dado grandes pasos para comprender parte —por lo menos los aspectos prácticos— de la ciencia cognitiva que yace detrás de emociones como la tristeza y la alegría. Al utilizar la tecnología más reciente los científicos pueden ver lo que sucede físicamente en el cerebro cuando experimentamos ciertos sentimientos, pero falta mucho más por aprender.
Un área que requiere mayor investigación es la del duelo y la pérdida. ¿Cómo podemos emplear los hallazgos de la neurociencia para ayudar a que quienes lloran la pérdida de un ser querido eviten las dificultades que a menudo conducen a la depresión? Tales análisis deben empezar con un entendimiento de cómo nos afecta esa pérdida.
Quien haya perdido a un familiar o amigo cercano sabe que el proceso del duelo puede ser solitario. Incluso aunque quizás otras personas hayan amado a quien se ha marchado, cada quien llora la pérdida de una relación individual y única. La sensación puede ser como si nadie se identificara por completo con nosotros en esos instantes en que anhelamos desesperadamente que alguien llene el vacío emocional dejado por la pérdida.
Tal vez contemos con muchos amigos a quienes les importemos mucho, pero ellos podrían suponer que nos estamos recuperando bien si no les llamamos para pedirles consuelo. De hecho, quizás aparentemos estarnos recuperando muy bien —en especial si somos del tipo de personas que llena el vacío con trabajo u otra actividad—, pero aún así podríamos sentirnos aislados.
Otras presiones sociales se suman al problema, en particular en las culturas individualistas. En occidente aún existen filosofías que pregonan la idea de «sal adelante sin la ayuda de nadie», las cuales son tan dominantes y persistentes en nuestra mente como las filosofías aparentemente opuestas, tales como el colectivismo y la victimización. A menudo consideradas mutuamente excluyentes, estas ideas en realidad coexisten en la cultura moderna con una sorprendente tranquilidad. El resultado es que no llamamos a nuestros amigos aunque los necesitemos con desesperación. Contra toda lógica, nos sentimos abandonados, aunque nosotros propiciemos ese abandono debido a que se nos enseñó que es vergonzoso mostrarse «necesitado».
Stefan Klein, un científico y periodista alemán, señala un punto interesante acerca de la neurociencia de la tristeza y su relación con la cultura individualista. Afirma que «En especial la cultura alemana ha quedado fatalmente convencida de que la soledad es una condición particularmente deseable y noble… que acerca a las personas a su yo más interno» (La fórmula de la felicidad, 2006).
Éste es también un rasgo de otras culturas. Los británicos son conocidos por ser flemáticos y Klein hace referencia al cliché de las películas del viejo oeste: los vaqueros abandonan a las mujeres que aman para ir a montar solos rumbo al atardecer. El mensaje es que quienes en verdad son fuertes no necesitan de otros. Sin embargo, «la verdad es lo diametralmente opuesto, como lo demuestran los experimentos clínicos y neurobiológicos», continúa Klein. «Es la soledad, mucho más que cualquier otro factor, la que causa estrés. Es una carga para la mente y el cuerpo. Produce inquietud, confunde los pensamientos y los sentimientos (a causa de las hormonas del estrés) y debilita al sistema inmunitario. Al aislarse, las personas entristecen y se enferman».
Estudio tras estudio muestran que el gozar de una compañía comprensiva es bueno para el cuerpo, la mente y el espíritu; prolonga la vida y mejora su calidad. Pero la compañía equivocada puede ser peor para nosotros que la soledad. Las relaciones destructivas aumentan el estrés y reducen el tiempo para la recuperación. Esto se ha demostrado a un nivel fisiológico por lo menos con un estudio realizado en los Estados Unidos por un matrimonio de investigadores: la psicóloga Janice Kiecolt-Glaser y el inmunólogo Ronald Glaser. Ambos descubrieron que quienes forman parte de relaciones muy conflictivas se recuperaban a 60% de la velocidad de quienes forman parte de relaciones con poco estrés. Al mismo tiempo, descubrieron que luego de las riñas interpersonales el cuerpo segrega una proteína que produce reacciones inflamatorias en enfermedades autoinmunitarias como la artritis reumatoide y la enfermedad de Crohn. «Asimismo,» señalan los Glaser, «la inflamación puede aumentar el desarrollo de los síntomas de la depresión».
Resultados como éstos no nos deben sorprender. Debería bastar el sentido común por sí mismo para sugerirnos que debemos buscar apoyo entre las personas con quienes nos sentimos más a gusto. Klein señala que «el mero contacto físico de alguien a quien conocemos y en quien confiamos puede disminuir la tristeza. Esto… es causado por los neurotransmisores como la oxitocina y los opioides que se liberan en los momentos de ternura».
Podemos entender intelectualmente estos conceptos cuando estamos de luto, pero incluso entonces puede no ser fácil pedir lo que necesitamos o que quienes están a nuestro alrededor se percaten de que lo necesitamos. Otra opción es que podríamos comunicar nuestras necesidades sólo para que nuestros familiares y amigos respondan negativamente, en especial si ellos también han asimilado los mensajes de una cultura individualista. Podrían pensar que su deber es sacarnos de nuestra depresión y levantarnos el ánimo, o podrían temer que su apoyo pueda fomentar nuestra depresión. La tristeza es vista como una emoción negativa e improductiva.
¿Podría ser buena para nosotros en dosis adecuadas? Klein piensa que sí. El escritor realiza una interesante observación acerca del valor de las sensaciones más obscuras como la tristeza. «Por muy incómodas que sean», afirma, «están programadas en el cerebro y en realidad pueden ser muy útiles. Cuando perdemos algo, cuando una relación termina o cuando no alcanzamos una meta, el organismo responde con la tristeza: una indicación de que debemos renunciar a una meta que podría carecer de sentido. La depresión es un programa orgánico para ahorrar energía. Cuando nos sentimos sin energía, nos detenemos y reflexionamos, y al final a menudo encontramos nuevas fuerzas y claridad».
Klein modera esto al advertir que la tristeza frecuente durante un largo periodo se podría convertir en un tipo más perjudicial de depresión. Sin embargo, no hay horarios concretos para el pesar. ¿Qué constituye un periodo prolongado? Muchas personas que no han experimentado una pérdida subestiman la cantidad del tiempo necesario para la recuperación. Los terapeutas profesionales varían en sus cálculos, que abarcan desde unos cuantos meses hasta tres años para que la persona afectada alcance la etapa de aceptación. A menos que haya otros síntomas concretos de una severa depresión, es contraproducente intentar acortar o suprimir el proceso natural y muy individual de lamentar una pérdida.
¿Esto significa que no debemos trabajar para reemplazar las imágenes mentales negativas con positivas? Por supuesto que no. La ciencia neurobiológica encuentra de manera constante que tenemos el poder para reforzar los rasgos positivos en nuestro cerebro y para realizar los cambios neurológicos prácticos que son necesarios a fin de impedir que la tristeza nos arrastre hasta una depresión enfermiza. No obstante, nos equivocamos si intentamos forzar a otros para que abandonen su duelo al dejarlos a solas. Los investigadores han descubierto que es el reconocer más que el ignorar la pérdida lo que ayuda a una persona a sobrellevar su pérdida de una manera saludable.
En los antecedentes de su «Estudio del Duelo en Quienes cuidan Enfermos (Caregiver Grief Study)» del año 2000, Thomas Meuser, profesor asociado de neurología en la Universidad de Washington, y Samuel J. Marwit, profesor de psicología en la Universidad de Missouri, señalan que «el duelo es nuestro proceso innato de ajuste ante la pérdida y cuando lo ignoramos o minimizamos puede traer consecuencias, como depresión y otras enfermedades concurrentes». Los poetas, reconocidos por su depresión y sus «enfermedades concurrentes», nos lo han dicho a través de los siglos. William Cowper insistía en que «el dolor es, él mismo, una medicina» y Shakespeare lo comentó con ironía en Mucho Ruido y Pocas Nueces:
«…Es un deber de todos los hombres predicar paciencia / a cuantos se retuercen bajo el peso de la desdicha; / pero ninguno tiene virtud ni entereza / para mantenerse tan moralizador cuando esa misma desdicha / esa sobre él».
«El dolor mismo es una medicina, cuyo propósito es robustecer la fortaleza que soporta la carga…».
No obstante, cualquiera que sea nuestra pérdida, el permitir que el duelo descienda hasta una depresión clínica no es una opción saludable. Las hormonas del estrés pueden ser benéficas a corto plazo, pero pueden traicionarnos a largo plazo al terminar por afectar la programación del cerebro. «En el proceso», señala Klein, «el cerebro pierde su capacidad de adaptación». Lo que es peor, «si esta situación continúa, las consecuencias pueden ser devastadoras: las células de la materia gris se encogen… Otras partes del cerebro pierden tanta sustancia que simplemente se marchitan».
La ciencia detrás de la declaración de Klein involucra el proceso de la neurogenia. Durante la última década los neurocientíficos han descubierto que el cerebro adulto puede continuar produciendo nuevas neuronas en algunas áreas del cerebro. Una de las más importantes es el hipocampo, el cual es vital para el aprendizaje y la memoria y también está vinculado con las emociones y el humor. La ciencia ha descubierto que algunas actividades parecen favorecer la neurogenia en el hipocampo, mientras que la depresión a largo plazo parece inhibirla. Cuando la tristeza se convierte en depresión la neurogenia se detiene y, luego de varios y repetidos casos de depresión, algunas áreas del cerebro realmente se encogen. Aunque aún hacen faltan muchos estudios por realizar sobre el vínculo entre la depresión y la neurogenia, es bastante obvio que la depresión no es un buen estado de ánimo.
Entonces, ¿qué podemos hacer para mantener nuestra mente sana incluso en los largos periodos de duelo? Debido a que la neurogenia y la depresión son estados incompatibles, la razón nos obliga a dedicarnos a aquellas actividades reconocidas por aumentar la neurogenia. Los investigadores sugieren que esto se reduce a ejercitar tres áreas clave: el cuerpo, la mente y el corazón.
EL CUERPO
Quienes se ejercitan con regularidad conocen la sensación de bienestar que produce la actividad física continua, así que no es de sorprender que se demuestre repetidamente que el ejercicio fomenta la neurogenia en esa región crucial: el hipocampo. Un estudio del Instituto Salk (Salk Institute) en California descubrió que mientras «el ejercicio aumenta la neurogenia en el hipocampo y mejora el aprendizaje», estos beneficios se pueden obtener sin importar la edad porque «la madurez de las neuronas recién formadas no [se ve] afectada por la edad».
El biólogo conductista Paul Martin añade de forma alentadora: «Las mediciones han confirmado que hasta una caminata a paso ligero por diez minutos puede ayudar a mejorar el humor y a disipar la melancolía por un par de horas. Un ejercicio más vigoroso y regular produce mayores y más duraderas mejorías en el humor y la vitalidad… Existen pruebas concretas de que el ejercicio reduce la ansiedad y ayuda a sobrellevar el estrés. Incluso brinda alivio en algunos casos de depresión leve» (Making Happy People, 2006).
Un estudio reciente de la Universidad de Texas en Austin lo confirma. Para los pacientes con depresión crónica incluso una sesión de ejercicio de 30 minutos fue suficiente para elevar las calificaciones de «vigor» y «bienestar», por lo menos a corto plazo. John Bartholomew, uno de los investigadores involucrados en el estudio, piensa que esto es significativo al considerar que quienes padecen depresión a menudo se intentan automedicar utilizando alcohol u otros métodos cuestionables. «El ejercicio de intensidad baja a moderada parece ser una manera alterna para enfrentar la depresión», sugiere. Aunque una moderada cantidad de vino trae beneficios a la salud, incluyendo el de «animar el espíritu», el alcohol es un depresor y en exceso puede sabotear hasta las mejores intenciones de sobrellevar el duelo adecuadamente. Por fortuna, es mucho menos probable que uno se ejercite en exceso y la actividad física es una de las maneras más fáciles y efectivas de aliviar nuestra tristeza.
LA MENTE
Incluso antes de que la neurociencia comenzara a revelar el funcionamiento interno del cerebro, los estudios confirmaron a los científicos que quienes amaban aprender sólo por el gusto de hacerlo tendían a ser más felices que quienes no. Los nuevos descubrimientos continúan resaltando los beneficios del aprendizaje. De acuerdo con Martin, «la investigación muestra que las personas con mejor educación tienden a experimentar menores niveles de emociones negativas como la ansiedad, la ira y la depresión, así como menores síntomas físicos como los dolores». Sugiere lo anterior debido a que «el conocimiento y las habilidades para resolver problemas que nos ofrece la educación nos pueden liberar de preocupaciones irracionales que, de otra manera, nos dejarían a merced de la ansiedad».
Desde un punto de vista científico, el aprendizaje continúa donde se quedó el ejercicio en el proceso de la neurogenia. Luego de nacer las nuevas neuronas se integran o mueren; sin embargo, de acuerdo con la profesora de psicología de la Universidad de Rutgers, Tracey J. Shors, «la formación de nuevas memorias parece mejorar directamente la probabilidad de que las nuevas neuronas permanezcan en el cerebro incluso cuando termine la experiencia. Estos hallazgos tienen cierta relación con la frase “Úselo o piérdalo”». Así que la actividad mental es tan importante como la neurogenia como actividad física.
EL CORAZÓN
Existe un tercer colaborador para el fin compartido de alentar la neurogenia e impedir que la tristeza se convierta en depresión, y éste nos regresa a donde empezamos: la importancia del tipo adecuado de compañía.
De acuerdo con los investigadores de la Universidad de Princeton, Alexis Stranahan, David Khalil y Elizabeth Gould, «durante la ausencia de interacción social una experiencia normalmente benéfica podría ejercer una influencia perjudicial en el cerebro». Uno de sus estudios descubrió que incluso el ejercicio no mejoraba la neurogenia si los sujetos vivían aislados. En otras palabras, se requiere tanto el ejercicio como la interacción social para que la neurogenia se lleve a cabo.
Esto sólo confirma lo que la humanidad sabe por instinto: que todos necesitamos de los demás. Klein cree que la ciencia ha contribuido a nuestra comprensión innata de lo anterior al brindar una prueba sólida de que «una estructura comunal con un buen funcionamiento beneficia hasta la salud física… Las personas viven mejor y por más tiempo cuando están socialmente arraigadas».
Sin embargo, James Coan, un neurocientífico de la Universidad de Virginia, ha descubierto que las personas necesitan más que simples lazos sociales. El beneficio más tangible de una sólida estructura de apoyo puede ser una mayor posibilidad de tener contacto físico. Coan realizó lo que creyó ser «el primer estudio de las reacciones neurológicas al contacto físico humano en una situación amenazante y el primer estudio en medir cómo el cerebro facilita las propiedades de mejora de la salud de las relaciones sociales cercanas». ¿Su método? Utilizando una resonancia magnética nuclear (RMN) para seguir los resultados, aplicó choques eléctricos para crear estrés en sus sujetos (todos ellos mujeres casadas). Por turnos soportaron el choque por sí solas, mientras sostenían la mano de un extraño o la de su esposo. Como se esperaba, las RMN mostraron que las mujeres respondían con el mínimo de ansiedad cuando su esposo sostenía su mano y con la mayor cuando no tenían contacto físico humano.
Aunque esto parece un tanto obvio, de cualquier manera es significativo porque los altos niveles de hormonas del estrés están estrechamente ligados con la depresión clínica. ¿El contacto físico podría ser biológicamente crucial para quienes luchan con la pérdida de un ser querido? De ser así, es un aspecto del proceso de recuperación que la persona afectada no puede enfrentar por sí sola. Una vez más, aunque es evidente por sentido común, esto fue establecido biológicamente por neurocientíficos británicos en un estudio utilizando un resonancia magnética nuclear funcional (RMNf) para dar seguimiento a las respuestas neuronales al contacto físico. El estudio informa que «se encontró mayor actividad en la corteza somatosensitiva cando el estímulo se producía de manera externa». Al especular con respecto a las razones para ello, la investigadora Sara-J. Blakemore y sus colegas proponen que «nuestro sistema sensorial es bombardeado constantemente por una multitud de estímulos sensitivos de los que debemos extraer los pocos estímulos que corresponden a los cambios importantes dentro del entorno. Una clase de estímulos que no tendrían importancia en la mayoría de las circunstancias y que, por lo tanto, se podrían descartar, son los que surgen como una consecuencia necesaria de nuestras propias acciones motrices».
Es claro que esto también aplicaría a los tipos de contacto que, como otros científicos han establecido, son capaces de reducir la ansiedad y aliviar la tristeza. Existen algunas formas de apoyo que sólo pueden provenir de otras personas.
Y con respecto al expresar las penas… A nadie le gusta contradecir a Shakespeare, pero los expertos señalan que algunas personas simplemente no necesitan expresar su dolor. Sin embargo, esto no significa que no tengan otras necesidades relacionadas con el mismo. Quizá sólo necesitamos alejarnos de nuestro teléfono celular y del correo electrónico y salir a sentir el cariño de otras personas a la manera antigua. Hay un viejo dicho que se aplica por igual a los dolientes y a quienes los apoyan; se trata del ya comprobado refrán «Acciones son amores y no buenas razones».