El Silencio no es Oro
Aunque el silencio puede ser una red confiable ―el amigo verdadero que nunca traiciona―, también puede dar una falsa sensación de seguridad. Francis Bacon lo llamó «la virtud de los tontos». Muchos estarían de acuerdo con el antiguo proverbio de que, aunque ciertamente hay un tiempo para callar, también hay un tiempo para hablar. De hecho, sería justo decir que nuestras relaciones familiares sólo serán tan fuertes como lo sean nuestras habilidades de comunicación.
De acuerdo con un reciente estudio publicado por la Asociación Estadounidense de Psicología, esto es particularmente cierto en aquellas ocasiones en que se presenta la oportunidad de expresar gratitud. En una serie de estudios publicados en abril de 2010, investigadores de la Universidad Estatal de Florida, Yale y New College de Florida examinaron si expresar gratitud a la contraparte en una relación incrementa la fuerza comunal, definida como «el grado de responsabilidad por el bienestar de un compañero». Aunque parezca obvio que las expresiones de gratitud podrían aumentar los sentimientos positivos en el compañero que las recibe, no es tan evidente que también hay beneficios para quien se expresa; sin embargo, ya sea con parejas sentimentales o amigos, los investigadores encontraron pruebas de que la sensación de fuerza comunal se acentuaba en aquéllos que expresaban su gratitud… al menos en la muestra de estudiantes universitarios encuestados. Los investigadores especularon que cuando las personas expresan su gratitud, se refuerza e incrementa su propio placer con respecto a la acción que motivó tal gratitud, y también aumenta su convicción de que ellos se preocupan lo suficiente como para hacer que su compañero sea receptivo a las acciones de esa persona. «Finalmente», dijeron los investigadores «transmitir al compañero que sus acciones fueron apreciadas y valoradas debiera fomentar otros actos de apoyo posiblemente mayores o más costosos», los cuales generalmente tendrían un efecto recíproco, fortaleciendo aún más la relación.
Ese estudio es solamente el más reciente en un número cada vez mayor de libros de investigación que estudian los beneficios de la gratitud. En la última década, Robert A. Emmons de la Universidad de California–Davis y Michael E. McCullough de la Universidad de Miami han analizado extensamente los efectos de esta emoción, no sólo juntos, sino también en colaboración con otros investigadores. En un estudio en 2003 examinaron los efectos de la gratitud en el bienestar psicológico y físico al comparar durante nueve semanas a tres grupos de sujetos asignados al azar. A un grupo se le pidió que reportara cinco cosas por las cuales estuvieran agradecidos en su vida, a otro se le pidió que reportara sólo lo que les molestara o irritara, mientras que el tercer grupo recibió instrucciones neutrales de reportar simplemente aquellos sucesos que «tuvieran un impacto» en ellos.
Durante el periodo del estudio se midieron sus síntomas físicos y su índice de bienestar, y se obtuvieron interesantes resultados. Los participantes del grupo de gratitud experimentaron menos síntomas de enfermedad física, se ejercitaron durante mucho más tiempo y reportaron niveles más elevados de afecto positivo, mayor cantidad y calidad del sueño, mayor optimismo y un mayor sentido de conexión con otras personas en comparación con los de los otros dos grupos. Además, Emmons y McCullough observaron que los participantes de ese grupo que tendían a «enfocarse más en sus bendiciones» que en sus molestias o quejas eran «más propensos a reportar haber ayudado a alguien con un problema personal o haber ofrecido apoyo emocional a alguien más». En opinión de los investigadores, «este resultado apoya la hipótesis de que la gratitud funciona como un motivador moral».
Aunque el estudio se enfocó en los efectos a corto plazo de la gratitud más que en aquéllos a largo plazo, la estrategia empleada para producir esos efectos era tan simple que aparentemente podría añadirse a cualquier rutina: tomarse un tiempo una vez a la semana para reflexionar en cuando menos cinco beneficios es algo que difícilmente podría ser considerado como oneroso, y si la práctica hace al maestro, ¿quién sabe si luego de un año o dos de expresar gratitud con regularidad se pueda cambiar permanentemente nuestra disposición? Quienes actualmente no están dispuestos a ser agradecidos podrían ganar mucho, como McCullough, Emmons y su colega Jo-Ann Tsang descubrieron en un estudio previo. Usando una combinación de reportes propios y de colegas, así como escalas de evaluación bien validadas, los investigadores encontraron que las personas cuya gratitud podría ser clasificada como «por disposición» eran consistentemente más extrovertidas, más agradables y menos neuróticas que sus contrapartes crónicamente menos agradecidas.
No obstante, para aquéllos que prefieren continuar siendo crónicamente desagradecidos, el silencio aun puede no ser la mejor alternativa. De hecho, la literatura de investigación existente acerca del tema sugiere que existen amplias razones para descartar la sabiduría tradicional de que «si no puedes decir nada bueno», entonces no deberías decir nada. Esto se puso de relieve en un estudio realizado en 2009 por Kira Birdditt y Leslie Rott de la Universidad de Michigan, quienes, juntamente con Karen Fingerman de Purdue, examinaron las relaciones entre padres y sus hijos en crecimiento a fin de evaluar las estrategias para lidiar con las tensiones en sus relaciones.
¿Cuál fue el descubrimiento más notable del estudio?
«En contraste con las estrategias constructivas», escribieron los investigadores, «las estrategias evasivas [tales como permanecer en silencio o decir sólo lo que la otra persona quiere escuchar] predijeron una menor solidaridad [cercanía emocional, confianza y respecto] y mayor ambivalencia [sentimientos en conflicto acerca de la relación]. Este descubrimiento fue sorprendente porque esperábamos que la evasión pudiera estar asociada con una mayor solidaridad y una menor ambivalencia». También es sorprendente la sugerencia de que la evasión podría ser tan perjudicial para la calidad de la relación como las estrategias destructivas, las cuales incluyen el uso de lenguaje emocional o que exalte, acusaciones, gritos o críticas. Por otro lado, las estrategias constructivas fueron consistentes con las expectativas. Justificadamente asociadas con una mayor solidaridad y calidad de la relación, las estrategias constructivas incluyen trabajar en equipo para encontrar soluciones positivas para los desacuerdos, aceptar las limitaciones de cada uno y entender el punto de vista del otro.
Esta última estrategia parece ser fundamental. Cuando nos damos el tiempo para comprender el punto de vista del otro, nuestros ojos se abren para entender sus limitaciones, e incluso podemos comprender mejor los posibles caminos que conducen a soluciones positivas, y quizá hasta podemos encontrar más razones para expresar nuestra gratitud.
Es claro que esto requiere un nivel de comunicación que va más allá de esa «pequeña charla» que para algunos puede tomar el lugar del silencio. Afortunadamente, no hay nada que temer en una conversación profunda. De hecho, de acuerdo con el investigador Matthias Mehl y sus colegas, al parecer hay mucho por ganar cuando las conversaciones profundas son la norma: un sentido de felicidad y bienestar, sólo para empezar. En un estudio que comparó los efectos de una pequeña charla con los encuentros sociales sustanciosos, los investigadores descubrieron que los participantes más felices del estudio eran aquéllos que no sólo sostuvieron más conversaciones, sino también conversaciones más profundas que sus contrapartes menos sociables. Los participantes más felices pasaban cerca de 25% menos tiempo solos que aquéllos que eran infelices, y también pasaban cerca de 70% más tiempo conversando. Es más, sus conversaciones eran dos veces más sustanciosas.
«Así como una autorrevelación puede infundir una sensación de intimidad en una relación», señalan Mehl y sus colegas, «las conversaciones profundas pueden infundir una sensación de significado entre quienes interactúan. Por tanto, nuestros resultados apuntan a la interesante posibilidad de que es posible aumentar la felicidad al facilitar las conversaciones sustanciosas».
¿Cuánta de esta felicidad proviene de las mejoras inevitables en el entendimiento, la empatía y la fuerza comunal que resultan de una comunicación frecuente y significativa? Al parecer, mucha, si es que tomamos en cuenta estos estudios juntos.
Entonces, en lugar de encontrarse en el silencio, tal vez el oro ―al menos en lo que a relaciones saludables se refiere― yace en un escenario de comunicación apropiado más que en un escenario saludable de gratitud para las relaciones que más valoramos. La idea no es revolucionaria. «Manzana de oro con figuras de plata es la palabra dicha como conviene», cita un viejo proverbio. Al parecer realmente no hay nada nuevo bajo el sol.