Hogar Dulce Tierra
La tensión comienza en cuanto se cierran las puertas del avión en un vuelo comercial. ¿Cuánto falta para que vuelvan a abrirse? Con la posible excepción de algunos jóvenes que siguen enamorados de la aventura que supone viajar en avión, la mayoría de los pasajeros esperan un despegue rápido, un viaje tranquilo y un aterrizaje seguro. Mientras algunos quizá se inquieten ante la posibilidad de una larga espera en la pista o la pérdida de su equipaje, pocos se detienen a pensar en la atmósfera a la que pronto se adentrarán. A 30,000 pies de altura hay muy poco oxígeno en el exterior como para mantener la vida humana y la temperatura al otro lado de la ventanilla de acrílico es de docenas de grados bajo cero. Es un medio ambiente tremendamente duro y mortal a través del cual viajará la relativamente pequeña cámara habitable.
Comprender que la Tierra misma es sólo una versión más grande de ese avión es todavía más extrañamente inquietante. Si algo sale mal aquí, no hay otro lugar a dónde ir, ningún refugio qué buscar. Buckminster Fuller, visionario del siglo XX, acuñó la expresión «La nave espacial Tierra» al notar en una ocasión nuestra relación indiferente con nuestro mundo seguro: «La nave espacial Tierra fue tan extraordinariamente ideada y diseñada que, hasta donde sabemos, los seres humanos han estado a bordo de ella durante dos millones de años sin siquiera saber que se encontraban a bordo de una nave».
Nuestro planeta no sólo nos transporta a través del vacío del espacio, sino que al mismo tiempo satisface todas nuestras necesidades para mantenernos con vida y, al parecer, sin esfuerzo; no obstante, para Fuller era una idea peligrosa quedar atrapado en la ingenua suposición de la comodidad perpetua. «No hemos observado a nuestra nave espacial Tierra como una máquina diseñada de manera integral, que para continuar siendo exitosa debe ser comprendida y conservada totalmente en buen estado».
Como diseñador y creador de la cúpula geodésica, Fuller comprendía el concepto de «límites conceptuales»: el entendimiento de que todas las cosas, incluso los planetas, deben funcionar dentro de ciertos límites de tolerancia. Forzar los límites o llevar un sistema más allá de los mismos significa exponerse al desastre. El potencial de un colapso eventual del sistema entero como un todo es posible cuando partes muy importantes de él comienzan a fallar debido a cargas que exceden su capacidad. Éste es un concepto familiar para los ingenieros, pero, por desgracia, es también un concepto que se está volviendo demasiado familiar para los ecologistas.
¿Es posible que tal cascada de fallas ecológicas suceda a una escala planetaria?
CONOCIENDO EL LUGAR
Cuando Fuller escribió su Operating Manual For Spaceship Earth [Manual Operativo para la Nave Espacial llamada Tierra] a finales de los años sesenta como un llamado hacia una manera distinta de pensar en los recursos de la tierra, los seres humanos todavía no habían viajado más allá de la órbita terrestre. Tres astronautas a bordo del Apollo 8 serían los primeros en ver la Tierra a distancia en diciembre de 1968. Sus famosas fotografías del «Amanecer de la Tierra» desde el horizonte lunar finalmente revelaron la cruda realidad del aislamiento de la humanidad en la pequeña esfera azul que flota en la obscuridad del espacio.
Estas imágenes fueron los primeros frutos de la era espacial que había comenzado una década atrás en medio de una explosión de descubrimientos en la Tierra. Durante 18 meses transcurridos entre 1957 y 1958, científicos e ingenieros de todo el mundo participaron en un esfuerzo conjunto para entender mejor nuestro planeta. Conocido como el Año Geofísico Internacional (AGI), la misión de este proyecto era coordinar a más de 60,000 científicos en un experimento masivo «conjunto». Sería un reconocimiento de la Tierra desde el Ártico hasta el Antártico, desde la atmósfera superior hasta las profundidades del océano. De acuerdo con el periodista Walter Sullivan en su artículo de 1961 Assault on the Unknown [Asalto a lo desconocido], el organizador en jefe del esfuerzo estadounidense llamó a la aventura «la actividad pacífica más importante de la humanidad desde el Renacimiento y la Revolución de Copérnico».
Siguiendo los pasos de esfuerzos a menor escala realizados en 1882 y 1932, los científicos físicos lograron grandes avances en la comprensión de la estructura de la Tierra de una manera holística. Sus descubrimientos fueron los primeros indicios de los grandes ciclos geoquímicos que se llevan a cabo bajo nuestros pies y de los finos detalles del aparente vacío insustancial existente sobre nosotros. Fue como si un médico descubriera el corazón que regula el pulso.
La era espacial no fue lo único que nació con el Sputnik ruso, el Explorer estadounidense y los lanzamientos del Vanguard, fue también durante esa época que los oceanógrafos se concentraron en el lecho marino y sus grandes zanjas y grietas, mientras que los geólogos realizaron análisis sísmicos de las cadenas montañosas. En la actualidad, esos esquemas preliminares se han convertido en una imagen a todo color de la tectónica de placas.
SISTEMAS TERRESTRES
Durante los siguientes 50 años hemos obtenido más información de las cualidades únicas de la Tierra que hacen posible la vida aquí y, hasta donde sabemos, en ningún otro lugar. La base de nuestro conocimiento se ha expandido no sólo a más investigaciones en la Tierra, sino también a la exploración de nuestro vecindario solar. Hemos caminado sobre la superficie lunar, nuestro vecino extraterrestre más cercano, y hemos enviado vehículos robóticos a Marte y Venus. Hemos colocado sondas en las nubes de Júpiter y en la luna más grande de Saturno, Titán. Hemos presenciado el impacto de asteroides en Júpiter y recolectado meteoritos marcianos en la Antártida. Mientras tanto, con la ayuda de telescopios, nuestros ojos exploran continuamente las profundidades de los cielos en busca de otros mundos parecidos a la Tierra, pero todo ello ha sido, hasta ahora, en vano.
La posición privilegiada de la Tierra se atribuye con frecuencia al hecho de que su distancia del Sol se encuentra dentro de la categoría de «zona habitable», delimitada por su tamaño y luminosidad; sin embargo, aunque Venus y Marte también se encuentran dentro de esta zona, ciertamente hoy son inhabitables. Debe haber algo más acerca de la historia de éxito de la Tierra que sólo, como diría un narrador cósmico, «ubicación, ubicación y ubicación».
La diferencia no es sólo la energía que recibimos del Sol, sino también la manera en que nuestra atmósfera refleja y absorbe esa energía. Obviamente, la propiedad de almacenamiento de energía del agua también es importante para nuestro equilibrio calorífico, pero sin una capa de aire y la presión que ésta genera (la cual es una función de la gravedad que funciona de acuerdo con el tamaño total del planeta, otro factor clave en el sistema general de la Tierra), el agua se evaporaría y se disiparía en el espacio.
Sally Ride comentó acerca de su primer vistazo de la Tierra desde el espacio en 1983: «Recuerdo que la primera vez que miré hacia el horizonte parecía que alguien hubiera tomado un crayón azul marino y hubiera trazado una línea a lo largo del horizonte de la Tierra. Entonces me di cuenta de que la delgada línea azul era en realidad la atmósfera de la Tierra y que eso era todo lo que había. Y desde esa perspectiva es muy evidente lo frágil de nuestra existencia».
La observación de Ride enfatiza que la atmósfera es algo mucho más importante que simplemente algo que se respira; es la sombrilla que nos cubre durante el día y nuestra cómoda manta durante la noche. Sin ella, la Tierra sería como la luna: árida, inmóvil y demasiado caliente o demasiado fría. La concentración y combinación de sus diversos gases también es esencial. El efecto invernadero es algo bueno, pero nadie quiere algo bueno en exceso.
Ése es el problema de Venus: es simplemente demasiado cálido, lo cual no se debe a que esté muy cerca del Sol, sino a que tiene la atmósfera equivocada. Aunque su tamaño es similar al de la Tierra, y por lo tanto su gravedad también lo es, su atmósfera, que está compuesta de 96% de dióxido de carbono, atrapa el calor y crea una presión mucho mayor en la superficie que nuestras 16 libras por pulgada cuadrada (psi, por sus siglas en inglés) o 1,013 milibares. Aunque estamos acostumbrados a sentir el peso de una bola de boliche presionando cada centímetro cuadrado de nuestro cuerpo, las presiones y temperaturas venusinas, de 1,450 psi y casi 482° C (900° F) respectivamente, han incapacitado rápidamente incluso a los más poderosos módulos espaciales de aterrizaje no tripulados de Rusia.
La temperatura promedio de nuestro planeta de 15° C (59° F) permite la existencia de agua en sus tres estados: sólido, líquido y gaseoso. Así que mientras Venus es sin duda demasiado caliente para la existencia de cualquier ciclo del agua, Marte, por otro lado, es demasiado frío. Es evidente que alguna vez fluyó agua por la superficie de Marte y que por lo tanto existió la posibilidad de vida, pero su agua es ahora hielo. La lógica detrás de los planes actuales para la misión «Sigamos al agua» de la NASA para explorar Marte se basa en la suposición de que el agua en estado líquido es un agente para la vida: la misma característica que hace única a la Tierra.
HOGAR DULCE HOGAR
La Tierra es un lugar habitable, un lugar que concede una posibilidad física muy pequeña dentro de la cual puede funcionar la bioquímica del metabolismo, la reproducción y la adaptación. Nuestro vecino Marte pudo haber tenido alguna vez esa posibilidad, pero nuestras exploraciones robóticas en su superficie revelan que eso sucedió hace mucho tiempo. Sus paisajes áridos y fríos se asemejan en algunos aspectos a nuestra tundra ártica, pero no en los que realmente importan. En las llanuras de Marte no existen lemmings o musgo, ni siquiera microbios.
Pero la singularidad de la Tierra se extiende incluso más allá de la bioquímica de las células hasta la vida y la conciencia humana. Algo muy inusual sucedió aquí en la Tierra. No sólo hay vida ¾una cornucopia inmensurable y probablemente imposible de calcular de criaturas vivientes, desde bacterias hasta ballenas¾, sino también seres vivos que saben que están vivos. Este planeta es el hogar de un ser conciente con la audacia de llamarse a sí mismo «sabio»: Homo sapiens.
Gracias a nuestras ingeniosas habilidades para manipular el medio ambiente, nuestra población ha crecido para dominar el planeta en número e influencia. Mientras que algunos aclaman y otros lamentan este hecho, nuestra especie se ha convertido en la jugadora mundial. Tomando en cuenta esta realidad, el químico y ganador del Premio Nobel Paul Crutzen escribió que «desarrollar una estrategia aceptada mundialmente que conllevara la sustentabilidad de los ecosistemas pese al impacto humano será una de las mayores tareas de la humanidad en el futuro». Esta comprensión ha provocado algunas caracterizaciones interesantes.
Algunos nos llaman el cáncer en el cuerpo del planeta, desgastando los recursos y sistemas que sostienen la vida. Otros comparan nuestro impacto con el de un asteroide, convulsivo y demoledor, un acontecimiento causante de la extinción.
De manera incomprensible, muchas personas con creencias religiosas consideran que estamos siguiendo admirablemente las instrucciones del Creador: «fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread» (Génesis 1:28).
Las consecuencias de malinterpretar estas órdenes han sido profundas. Aunque el contexto indica que fructificar simplemente significa tener hijos, como los padres, hechos a imagen de Dios, esto genera la pregunta de qué imagen podría ser. ¿Se refiere simplemente a la forma física o se aplica también a las responsabilidades y obligaciones que forman una parte integral de lo que significa tener una mente creativa?
as otras acciones, multiplicarse, llenar, sojuzgar y señorear, son incluso más problemáticas. Para muchos, estas acciones transmiten la idea de que los seres humanos tenemos carta blanca para utilizar la Tierra como nos plazca, para, básicamente, «tomar el control» de nuestro entorno. Entonces, como somos muchos y tenemos el control, ¿tenemos la libertad de explotar los recursos del planeta mientras acumulamos la mayor población humana posible? Hace algunas décadas esta pregunta hubiera sido pura ficción. Cuando la esperanza de vida era corta y la mortalidad infantil era alta, dominar la naturaleza parecía imposible.
Antes de este siglo no hubiéramos imaginado un mundo habitado por miles de millones. Tampoco hubiéramos imaginado la era de la industria, la medicina, el comercio, la agricultura, las condiciones de salubridad y la prosperidad que sustentan a esas cifras. Puede haber miles de millones en profunda pobreza, pero las presiones ecológicas que ejerce la minoría y la que el resto busca ejercer también están creciendo exponencialmente. A medida que nuestros números han ido aumentando y la presión que ejercemos en los sistemas planetarios se ha vuelto aparentemente más maligna, debemos sumar a la ecuación el concepto de «mayordomía». En otras palabras, ¿es posible dominar bondadosamente a la Tierra si no podemos sojuzgarnos y dominarnos a nosotros mismos?
«Piénsalo», dijo R. Buckminster Fuller en 1980. «Hemos sido bendecidos con tecnología que hubiera sido indescriptible para nuestros ancestros. Tenemos los recursos y el conocimiento para alimentar a todos, vestir a todos y brindar a cada persona en la Tierra una oportunidad. Ahora sabemos lo que nunca antes hubiéramos podido saber, que ahora existe la posibilidad de que toda la humanidad viva dignamente en este planeta. Ya sea Utopía o Inconsciencia, será una carrera de relevos con un resultado incierto hasta el último momento».
Si en realidad tenemos tal poder, sin duda es el momento de aprovecharlo por el bien de la nave espacial Tierra, ya que no importa dónde o cómo busquemos otro planeta para vivir, realmente parece que no hay ningún lugar mejor que nuestro hogar.