La Dinastía Kim de Corea del Norte
Si Pol Pot (1925–1998) demostró ser el efímero falso mesías de Camboya, nada tiene de corto el legado de Kim Il-sung (1912–1994) en Corea del Norte. Comenzó su mandato de 46 años como un marxista-leninista comprometido, pero al final creó su propia ideología post-comunista Juche de independencia y en el proceso perpetuó un culto a la personalidad y una dinastía salvadora.
Mostrado en una leyenda propagandística atravesando un río sobre nada más sustancial que hojas caídas, de acuerdo con un desertor, Kim Il-sung «era objeto de un culto a la personalidad lo suficientemente extravagante como para rivalizar con el de Stalin o el de Mao Tse-tung y, de hecho, incluso para superarles».
Al igual que otros líderes comunistas del siglo XX, Kim consideraba que no sólo el capitalismo, sino también el cristianismo eran algo que corrompía y eran mortales para el Estado. Repudiaba la no violencia cristiana creyendo que los revolucionarios necesitaban cultivar una mentalidad de lucha más y no tanto como la de a quienes consideraba como cantantes de salmos de mente débil.
No obstante, al denunciar la religión, al ateo aparentemente no le molestó tomar prestada una gran cantidad de imágenes cristianas. Más de una década después de su muerte, su culto, centrado en la creencia trinitaria de su madre cristiana Pentecostés, se encuentra en florecimiento. Kim Il-sung se ha convertido en el padre eterno; su hijo, Kim Jong-il (cuyo nacimiento supuestamente fue atestiguado por señales y maravillas), es la figura de Jesús; y el énfasis del Estado en la independencia pretende ser el Espíritu Santo.
Además de inmortalizar a Kim Il-sung (la Asamblea Suprema del Pueblo le nombró presidente «por toda la eternidad» cuatro años después de su muerte), la ideología Juche enseña en un símil utilizando las palabras de Jesús en el Evangelio de Juan que Kim Jong-il ha sido enviado para hacer la voluntad de su padre y que ambos son uno solo en ideología y voluntad. La religión del Estado también obliga a los activistas del partido a emular las características de la «madre partido», una frase que obliga a una comparación con la «madre iglesia» del Nuevo Testamento. Además, la ideología Juche mantiene que el pueblo de Corea del Norte vive en un paraíso terrenal, un concepto tomado del reino de paz de 1,000 años al retorno de Cristo (consulte Apocalipsis 20); pero esto tendría que ser un dogma de fe en un país que con frecuencia se encuentra al borde de la inanición debido a una mala política económica.
En la década de los noventa, Corea del Norte sufrió una devastadora hambruna similar a la que padeció Etiopía una década antes. Aunque Kim Jong-il culpó oficialmente a los desastres nacionales de la escasez de alimentos, los desertores señalan que su causa principal fue una mala administración general. Además, la doctrina Juche del aislamiento nacional y la autosuficiencia son citadas por los críticos como la razón por la cual no se buscó la ayuda internacional sino hasta que las condiciones se volvieron extremas. Como resultado, alrededor de dos millones de personas perdieron la vida antes de que tal situación se estabilizara temporalmente.
A pesar de tales dificultades autoimpuestas, se alentó a los norcoreanos a que se refirieran a Kim Il-sung como «Nuestro Líder Paternal», «Nuestro Gran Líder» o, por difícil que sea de creer, «Luz del Genio Humano, el Genio Sin Par, la Cumbre del Pensamiento, la Estrella del Norte del Pueblo». Debido a que se le otorgó la «presidencia eterna», su hijo, Kim Jong-il, no ha asumido el título presidencial, sino que le ha añadido el de «Gran Sucesor» a las demás descripciones hiperbólicas por las cuales se le habla.
Si la grandeza iba a ser un término utilizado para el sucesor es algo que los desertores argumentarían. Señalan que Kim Jong-il ha continuado el sistema de control de su padre utilizando la amenaza de los campos de concentración y trabajos forzados. Las desviaciones de los principios establecidos de la ideología Juche aún pueden ser tan amenazantes como lo fueron bajo Kim Il-sung, a pesar de la renuencia inicial de la mayoría de las naciones a creer que tales cosas podrían suceder en el siglo XXI.