La Muerte de la Rana
En décadas recientes, los biólogos han registrado una alarmante reducción de las poblaciones anfibias en todo el mundo. Aunque el principal culpable es un minúsculo patógeno fungoso, puede que en última instancia seamos nosotros, los humanos, quienes tengamos la culpa.
Las ranas se están muriendo. Según una reciente investigación, casi una tercera parte de las especies de ranas y sapos se han extinguido o están en peligro de extinción. Es una tendencia alarmante para un grupo de criaturas (entre las que se encuentran muchas otras especies de anfibios) que han sido reconocidas durante milenios por su capacidad de resistencia y adaptabilidad. Algunas de las amenazas principales a su existencia —la destrucción de su hábitat y el cambio climático mundial— son habituales y frecuentes en otras facetas del mundo natural. Pero hay una tercera causa, específica para los anfibios, que apenas se ha descubierto y tiene a los científicos pugnando por encontrar una cura.
En los años noventa, investigadores de España, Australia y América Central descubrieron que en bosques tropicales y lagos montañeses se estaban muriendo cantidades cada vez mayores de anfibios. La causa resultó ser quitridiomicosis, enfermedad provocada por el todavía desconocido hongo Batrachochytrium dendrobatidis (Bd), que desde entonces se ha encontrado en todo el mundo.
Perplejos, los biólogos se preguntaban si algo tan repentino y extendido pudiera haber sucedido a causa de la acción humana. Resulta que sí, tenían razón, demostrando una vez más que en verdad estamos viviendo en el antropoceno.
Hongos como el Bd se encuentran en todas partes, pero la cepa particular que está matando a los anfibios nunca antes había sido vista por humanos. El hongo afecta la piel de los anfibios, que es importante para su respiración, y, en algunos casos, también afecta la absorción de electrolitos. A su vez, se piensa que obstruye el sistema inmunológico de los anfibios, y por último, que causa sofocación o insuficiencia cardíaca. La enfermedad avanza rápidamente; según informes, se han hallado poblaciones de anfibios decimadas a escasas semanas de haberse infectado con el hongo. Un estudio reciente sobre ranas arbóreas japonesas sugiere que el hongo en cuestión también altera la conducta. Se halló que la llamada de apareamiento de ranas macho infectados era más fuerte y más frecuente, lo cual puede significar que los machos enfermos atraen y en consecuencia infectan incluso a más hembras. Ominosamente, se los ha apodado «zombies seductores».
«De las más de seis mil especies anfibias, unas doscientas se han sometido a prueba para determinar su grado de susceptibilidad al Bd, y se ha hallado que todas son susceptibles, lo cual sugiere que la clase entera está en riesgo ante este patógeno».
Más o menos durante el último decenio, los científicos han recogido y puesto en cuarentena a miles de anfibios en un desesperado intento de preservar especies. En algunos casos, esto ha dado resultado; pequeñas poblaciones de la rana dorada de Panamá (Atelopus zetecki), por ejemplo, permanecen, aunque probablemente solo en cautividad. Pero a menudo, la propagación de los hongos es tan rápida que los científicos no dan abasto. El herpetólogo panameño Edgardo Griffith le dijo a la periodista Elizabeth Kolbert que «estamos perdiendo todos estos anfibios antes de que siquiera sepamos que existen». En principio, la conservación de las especies en cautividad sería precursora de la reintegración de las criaturas a su hábitat natural. En este caso, sin embargo, dada la presencia generalizada del hongo, la restauración no es posible. Después de todo, uno no puede desinfectar un bosque tropical entero. Y es tal la proliferación del Bd que es difícil prever que esta situación mejore.
Vida… y muerte
Mientras muchos participan en la conservación de retaguardia de toda una clasificación, otros formulan una pregunta pertinente: ¿Cómo empezó todo esto? Curiosamente, una teoría tiene que ver con una prueba de embarazo.
La prueba de la rana, también conocida como prueba de Hogben, basada en investigaciones del biólogo Lancelot Hogben en 1930, fue el primer método económico y confiable para comprobar si una mujer estaba embarazada. Constituyó una significativa mejora de las técnicas anteriores y se usó internacionalmente por décadas. Consistía en inyectar la orina de una mujer debajo de la piel de una rana africana de uñas. Si la mujer estaba embarazada, su orina contendría suficientes hormonas para hacer que el animal ovulara.
La prueba fue reemplazada en los años sesenta por otros métodos, así que las ranas se desecharon y liberaron dondequiera se encontraran, a menudo no en su hábitat habitual.
Las ranas de uñas proliferaron en sus nuevos hogares, y fue su adaptabilidad y vigor lo que resultó catastrófico. Sin que nadie lo supiera, la rana de uñas porta el hongo Bd, pero a diferencia de la mayoría de los anfibios, es resistente a él. Es casi seguro que la proliferación de la rana de uñas contribuyó significativamente a la propagación mundial del hongo.
Con todo, investigaciones posteriores sugieren que la rana africana de uñas no fue la única causante. Otros anfibios que portan el Bd se comercian a nivel internacional por múltiples razones, desde alimenticias a medicinales o como carnada para peces; y según parece, ellos también han propagado —y ominosamente, puede que sigan propagando— el hongo. Hay relativamente pocas restricciones en el comercio internacional de anfibios.
También hay algo de evidencia que sugiere que el Bd se originó fuera de África antes de que se creara la prueba de Hogben. El panorama es probablemente aún más desalentador, dado que también parece que el Bd puede sobrevivir fuera del anfibio que lo aloja: en el agua, en rocas y en o sobre otras criaturas.
Lo que es evidente es que el manejo inadecuado del mundo natural por parte del hombre ha tenido una mano influyente en esta catástrofe. El desastre fue probablemente inadvertido, la consecuencia de la ignorancia y el descuido humanos generalizados. Nadie sabía que el Bd existía ni que sería tan devastador para toda una taxonomía, hasta recientemente.
«Sin que alguien la cargara en un barco o en un avión, habría sido imposible para una rana portadora del Bd ir de África a Australia o de Norteamérica a Europa».
En el caso de las ranas de uñas, los hospitales y científicos que las desecharon dijeron con bastante razón: «es solo una rana, y las ranas están en todas partes». Algunas más aquí o allá no harán daño. Por supuesto, sí lo hicieron, y a lo grande. Los informes al respecto indican que para 2015, 42% de las especies de anfibios estaban afectadas en mayor o menor grado por el Bd; pero aun esta cifra alarmante es probablemente una considerable subestimación, pues solo 17% de las más de seis mil especies conocidas se han analizado para comprobar la presencia del hongo. Es una pandemia.
El panorama del futuro de los anfibios está en desarrollo y no enteramente sin esperanza. Hay tanto aún por descubrir acerca de estas criaturas y sobre el hongo mismo. Algunas investigaciones sugieren que ciertos anfibios pueden desarrollar resistencia conductual o inmunológica al Bd. Si esa inmunidad se puede desarrollar a tiempo es otro asunto.
Tiempo para pensar de modo diferente
El registro bíblico declara que Dios dio a la humanidad soberanía sobre el mundo y asignó a los primeros humanos «labrar la tierra» y «guardarla». La orden específicamente se refiere a los animales: «Entonces dijo Dios… “señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra”» (Génesis 1:26).
Sea que seamos conscientes de ello o no, es innegable que la humanidad tiene ese poder; y los sistemas más éticos concuerdan en que el poder conlleva la responsabilidad de cuidar de lo que fuere que esté bajo nuestro poder. Ciertamente, las ranas no nos agradecen por nuestra laxitud. En lo que a esto respecta, les hemos fallado en gran manera.
La respuesta científica a la epidemia del Bd hasta ahora ha sido de dos tipos. Por un lado, un tardío intento de frenar la destrucción de las especies anfibias; y por otro, un esfuerzo para cambiar el comportamiento humano futuro (o en términos bíblicos, «arrepentirse», lo cual implica un cambio de mente y corazón, o «pensar de modo diferente» [Hechos 2:38]).
Destacando la necesidad de un modo de pensar diferente, el biólogo Vance T. Vredenburg señaló en un comunicado de prensa publicado en mayo de 2013 que «en los años sesenta, las ranas africanas de uñas fueron algo ignoradas en términos de investigación sobre la conservación, pero el daño ya está hecho. Ahora, en lo que respecta a otras especies introducidas —incluso a través de la comercialización de animales domésticos y alimentos—, necesitamos proceder con extrema precaución. Podría haber otros animales por ahí, portando enfermedades que todavía ni conocemos».
La historia de especies invasoras es triste: entre otras cosas atestigua la proliferación de conejos en Australia; la destrucción de más de doscientas especies de cíclidos por la perca del Nilo en Kenia; y la aniquilación del kakapo, loro no volador de Nueva Zelanda, por la introducción de comadrejas en la región. Esta es meramente una de las maneras en que la humanidad ha fallado en cuanto al cuidado de la tierra. Según las actuales nuevas tendencias anfibias, puede que se avecinen tiempos en los que tendremos que explicar a las futuras generaciones que la rana Kermit era más que un títere de guante. Con mayores preocupaciones acerca de la vida animal en general en mente, sería prudente tomar más en serio la instrucción dada a Adán en cuanto a «labrar y guardar la tierra» (Génesis 2:15).