Las Miradas en Gaza
Si existe alguna prueba acerca de la cada vez más deplorable situación de Gaza, es la poca ayuda que el afectado ciudadano promedio obtiene de Israel o Hamas, o siquiera de alguien más. De acuerdo con el New York Times, incluso el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados en Gaza apenas puede obtener una parte (en volumen y alcance) de las vitales provisiones que cruzan la frontera bloqueada por los israelíes. Para empeorar las cosas, la policía armada de Hamas robó recientemente algunas de las provisiones esenciales —alimentos y frazadas— de un centro de distribución de víveres de la ONU en la ciudad de Gaza, y ahora la ONU ha suspendido temporalmente el envío de cualquier tipo de suministro a Gaza debido a un segundo robo de diez vehículos cargados con harina y arroz, también perpetrado por Hamas.
La guerra más reciente de la región terminó el 18 de enero cuando Israel y Hamas declararon por separado el cese al fuego. En el transcurso de 23 días de bombardeos aéreos y enfrentamientos en tierra murieron 1,300 palestinos (la mayoría civiles) y 13 israelíes (3 civiles). El desproporcionado número de víctimas habla de la desigualdad militar, pero no de la tragedia humana.
Además de la pérdida de vidas inocentes en ambos bandos, más de 5,000 palestinos resultaron lesionados, se perdieron 21,000 hogares y 50,000 personas fueron desplazadas. Más de un millón de ciudadanos de Gaza se encuentran aislados de la ayuda, sufriendo en lo que algunos han descrito como la prisión más grande del mundo. La infraestructura y la agricultura están arruinadas. Escuelas, fábricas y hospitales están terriblemente dañados o en ruinas. Las fuentes de información palestinas dentro de Gaza afirman que 60% de los terrenos agrícolas han sido destruidos y que se ha arrasado con 80% de los productos alimenticios de este año. Se dice que las pérdidas financieras en el sector agrícola ascienden a 170 millones de dólares. A Gaza le podría tomar dos décadas regresar a como se encontraba el 26 de diciembre de 2008, el día anterior al comienzo de la guerra más reciente.
Personas de todo el mundo, incluyendo reporteros, comentaristas, escritores de blog, eruditos y líderes gubernamentales, han condenado el ataque israelí a Gaza. Roger Cohen, columnista del International Herald Tribune y el New York Times, escribió en The New York Review of Books del 12 de febrero: «Nunca me había sentido tan decepcionado de Israel, tan avergonzado por sus acciones, tan desesperanzado por que se alcance una paz que podría terminar con el dominio de los muertos a favor de las oportunidades para los vivos». Al reflexionar sobre la paz y la reconciliación que Francia y Alemania, y Alemania y Polonia lograron en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, Cohen se pregunta por qué los israelíes y palestinos no pueden asumir tal actitud en su pensamiento colectivo.
No es como si no se hallaran participantes de ambos bandos dispuestos a formar parte del proceso de paz. Tampoco es que no existan las voces de los grupos moderados en los mundos palestino, árabe e israelí, ni que el bosquejo de un acuerdo de paz no se encuentre ya escrito en papel, o que no exista un amplio apoyo mundial para lograr la paz en la región.
Entonces, ¿en qué se resume la resolución del aparentemente imposible punto muerto entre hermanos en la misma tierra? El escritor israelí David Grossman dio una pista los primeros días del bombardeo israelí: «No debemos olvidar, ni siquiera por un momento, que los habitantes de Gaza continuarán viviendo en nuestras fronteras y que tarde o temprano tendremos que lograr relaciones de buena vecindad con ellos… La mesura y nuestra obligación de proteger las vidas de los habitantes inocentes de Gaza deben ser hoy nuestro compromiso, precisamente porque el poder de Israel es casi ilimitado en comparación con el de Hamas». Sus observaciones apuntan directo al corazón del asunto. Hablan de la moral fundamental en el centro de cualquier resolución: un valor universal que todos compartimos.
A su favor, el Presidente Obama abordó este tema en un comentario poco difundido realizado durante el Desayuno Nacional de Oración el 5 de febrero pasado:
«No importan nuestras creencias; recordemos que no existe una religión cuya doctrina sea el odio. No existe un Dios que condone tomar la vida de un inocente. Esto es lo que sabemos».
También sabemos que cualesquiera que sean nuestras diferencias, existe una sola ley que une a todas las religiones importantes. Jesús nos dijo: «Ama a tu prójimo como a ti mismo». La Torah ordena: «Lo que no desees para ti no lo hagas con los demás». En el Islam existe un hadiz que dice: «Ninguno de vosotros tiene fe si no desea para su hermano lo que desea para sí». Y lo mismo aplica para budistas e hindúes, para los seguidores de Confucio y para los humanistas. Se trata, por supuesto, de la Regla de Oro: el llamado a amar al prójimo, a comprenderse entre semejantes, a tratar con dignidad y respeto a aquéllos con quienes compartimos un breve momento en esta Tierra.
En la práctica, este valor fundamental requiere de otro paso. A todos se nos hace difícil admitir cuando nos equivocamos, pero lo más difícil después de eso es cambiar y regresar al buen camino. De lo que se percatan algunos es de que con un corazón arrepentido (regresar al buen camino, shub en hebreo y tawbah en árabe), el conflicto palestino-israelí y, más aún, en Medio Oriente, podría repetir la significativa reconciliación posguerra ocurrida en Europa.