El Último Falso Mesías
En la historia abundan los aspirantes a salvadores que han prometido la paz y la prosperidad, y que han fallado en brindarlas. ¿Hemos aprendido la lección de que ningún ser humano o forma de gobierno nos puede liberar o brindar la salvación final?
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(PARTE 10)
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Un amigo ghanés una vez me contó que, cuando era niño, los directivos de su escuela le obligaban a repetir diariamente: «Nkrumah es el nuevo Mesías». En aquella época en la radio gubernamental se escuchaba decir del presidente: «Osagyefo [el Redentor] es inmortal y nunca morirá». Todo ello era una verdadera señal de que había surgido otro culto más a la personalidad.
Con un mandato de 1957 a 1966, Kwame Nkrumah fue el primero en gobernar la postcolonial Costa de Oro, o Ghana, como se le conoce actualmente. De acuerdo con el historiador, Martin Meredith, al acercarse la declaración de libertad política, «los periódicos del partido moldearon la imagen de un hombre con poderes sobrenaturales, un profeta, un nuevo Moisés que guiaría a su pueblo hacia la preciada tierra de la independencia… La gente común y corriente llegó a considerarle un mesías capaz de realizar milagros». Casualmente, la única pieza de música clásica favorita del trabajador, carismático, cristiano aconfesional y marxista, Nkrumah, era el «Coro Aleluya» del Mesías de Handel.
Al igual que muchos cristos con aspiraciones políticas que le antecedieron, Nkrumah sufrió de un delirio de grandeza que le colocó entre malas compañías. Meredith señala que «creyendo poseer la capacidad única de lograr para África lo que Marx y Lenin habían logrado para Europa, y lo que Mao Tse-tung hizo por China, creó una ideología oficial denominada Nkrumahismo». También padeció la ignominia de ser desposeído. La indulgencia del presidente en las prácticas autocráticas y el encarcelamiento de sus opositores políticos habían comprometido el desarrollo de su culto a la personalidad, y la gente se levantó contra él. Durante una visita a China la policía y el ejército entraron en acción. Los grupos juveniles ahora marchaban por las calles con pancartas que decían «Nkrumah NO es nuestro Mesías». Una vez rechazado, huyó al exilio a la cercana Guinea y murió de cáncer en Rumania en 1972.
Pero una vez más se hizo caso omiso de la gran lección acerca de los cultos a los gobernantes, en especial en la cercana Liberia. Como resultado, en 2003 se escuchó un eco de las pretensiones mesiánicas de Nkrumah (y de su salida) cuando el líder y caudillo liberiano educado en EE.UU., Charles Taylor, se vio forzado a salir de su país sólo para encontrar un lujoso exilio en Nigeria. Vestido totalmente de blanco para su discurso final, pronunciado en un trono cubierto de terciopelo, se comparó a sí mismo con Jesús: «Yo seré el cordero del sacrificio». Durante la década de 1990 el belicismo de Taylor había promovido el uso de jóvenes soldados y provocó la muerte de 150,000 personas, así como el desplazamiento de más de la mitad de la población del país. Será juzgado por crímenes de guerra y en contra de la humanidad en la Corte Penal Internacional en La Haya a principios de 2008.
Nkrumah y Taylor son sólo dos ejemplos más en una larga línea de falsos mesías. Aunque son de origen africano, en poco se diferencian de sus contrapartes asiáticas o europeas. En esta serie acerca de los hombres que se convertirían en dioses políticos —ayudados con demasiada frecuencia por muchos de sus compatriotas y algunas veces manipulando el fervor religioso o siendo manipulados por las élites religiosas— hemos sido testigos del atractivo de ser un salvador político a lo largo de muchos siglos y de diversos territorios y culturas. Se trata de un problema mundial. Desde la antigua Babilonia hasta Grecia y Roma, incluyendo al Sacro Imperio Romano de Europa, desde el imperio neoromano de Napoleón hasta el espantoso eje de Mussolini y Hitler, desde los comunistas de Lenin y Stalin hasta sus contrapartes asiáticas con Mao, Pol Pot y la dinastía coreana Kim, parece que pocos lugares han escapado a la depredación de los falsos mesías.
Pero justo cuando la humanidad parece haber tenido suficiente con las catástrofes que han causado las religiones políticas y sus líderes, surgen otros impostores que prometen la verdadera paz y prosperidad, y van ganando un fuerte apoyo de una población insensata y desesperada.
«No sólo seguimos a nuestros líderes. Somos seguidores ansiosos y dependientes que con frecuencia los establecemos mediante un proceso que puede generar al menos dos clases de monstruos tóxicos: líderes que aprovechan la oportunidad de representar roles de dioses y líderes que al final, debido a que sus seguidores continúan doblegándose ante ellos, llegan a creer que en verdad tienen los poderes que sus seguidores ansiosos y necesitados desean atribuirles».
¿No es tiempo ya de aprender la lección de que ningún ser humano o forma de gobierno nos puede liberar o brindar la salvación en un sentido verdadero?
CARACTERÍSTICAS EN COMÚN
¿Acaso los supuestos mesías tienen características en común que les identifiquen?
Incluso un rápido vistazo a la historia nos dice que así es. La primera y más obvia de las características es que dichos hombres encuentran formas de sugerir que son divinos o que han sido nombrados de manera divina para resolver todos los problemas de la humanidad, y así establecen su mandato. Otra característica es que se vinculan a sí mismos con el sol o con la fuente de la luz. Luego tenemos su fascinación por el Imperio Romano o por los falsos mesías que les precedieron. Y su periodo de mandato se ve salpicado por una destrucción sistemática de todos sus oponentes, sean reales o imaginarios.
¿Cómo será el penúltimo falso mesías? Penúltimo parece ser un adjetivo apropiado porque no podemos saber si el siguiente impostor será el último. Sin embargo, sí tenemos un indicio de que habrá un último falso cristo, e incluso tenemos una guía con respecto a su naturaleza, como veremos más adelante.
Comenzamos este camino examinando a Julio César, el primer dictador romano en afirmar la divinidad en su búsqueda de legitimidad. César buscó un mandato vitalicio al afirmar ser descendiente de la diosa Venus. Sugirió que mientras aún se encontraba vivo debía ser adorado como un dios, lo cual demostró ser un fatal error. Tal orgullo chocó con las ambiciones de un grupo de aristócratas romanos, encabezados por Bruto y Casio, quienes le asesinaron.
No obstante, la búsqueda de César de la inmortalidad no era algo nuevo. La idea de que los reyes eran dioses ya hacía tiempo que formaba parte de la mitología babilónica. Al tomar las manos del dios Marduk en el templo de la cima del zigurat cada nuevo rey era nombrado hijo del dios y, así deificado, se convertía en el protector del sacerdocio babilónico.
De acuerdo con el libro bíblico de Daniel, el Rey Nabucodonosor de Babilonia fue tan lejos como para erigir una estatua dorada de 90 pies (aprox. 27.5 m) y ordenar a sus súbditos que demostraran su lealtad inclinándose a ella. La imagen muy probablemente estaba hecha a su semejanza, inspirada por la interpretación de un sueño que había tenido del futuro en donde vio la enorme estatua de un hombre hecha de varios metales y arcilla.
Cuando Nabucodonosor colocó la imagen dorada en la llanura de las afueras de Babilonia, precedió por unos 650 años a Nerón, el emperador romano, quien llevó a cabo un acto similar. Algunas fuentes antiguas señalan que el infame gobernante y autodenominado dios planeó una estatua de 30 a 36 metros (100 a 120 pies) de altura de él mismo como Sol o Apolo, el dios del sol.
El Imperio Romano ejerció tal influencia en el mundo desde la época de Julio César que se convirtió en el perdurable modelo de gobierno. Una vez que el imperio adoptó el cristianismo en el siglo tercero, los líderes eclesiásticos ejercieron una terrible influencia y los poderes políticos los utilizaron para ganar legitimidad. La religión ha demostrado ser una herramienta útil en las manos de quienes habrían de convertirse en dioses políticos, ya fueran creyentes, agnósticos o ateos. Y no sólo en Occidente los poderes terrenales han abusado de la religión, incluso algunos que se han vinculado con las tradiciones ortodoxas, paganas, budistas y confucianas han aprovechado la fe religiosa para fortalecer su búsqueda de poder. Es algo que ha ocurrido en todas las culturas políticas. Ningún sistema de gobierno humano parece estar seguro en contra del surgimiento (y caída) de un falso mesías. Desde la Roma imperial y pagana hasta la Roma imperial cristiana, desde el comunismo con la Unión Soviética y la República Popular de China hasta las democracias con Italia y Alemania, ninguna forma de gobierno ha evitado el surgimiento de un dictador-dios megalomaniaco y asesino.
«El Imperio… fue una “salvación”. Los sentimientos religiosos apoyaron su institución y continuidad; y ese sentimiento religioso era de adoración a un dios presente, enviado por la Providencia para acabar con la guerra y salvar a la raza humana».
Cuando un líder político comienza a hablar en términos religiosos y egocéntricos para validar su posición, y sus seguidores le instan a ello, entonces comienza el ascenso gradual y continuo del líder y de quienes le apoyan. Los seguidores desean un líder con habilidades sobrehumanas; el líder desea ese reconocimiento. Los seguidores buscan un mesías; el líder llega a creer que ése es él.
En el acrecentamiento de este tipo de poder, millones de inocentes se han enfrentado a su muerte. Y aun así, con demasiada frecuencia muchos de ellos fueron los mismos que apoyaron al hombre-dios en su búsqueda de poder.
PREDICCIÓN DE FALSOS MESÍAS
¿Qué es lo que convierte a un líder en un falso mesías?
La inspiración de esta serie fue una frase bíblica en particular. Fue algo que, de acuerdo con los testigos, Jesús dijo como respuesta a una pregunta acerca del final de esta era del hombre. Sus discípulos le preguntaron: «¿Qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo?», a lo que Él respondió junto con una advertencia: «Mirad que nadie os engañe. Porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos engañarán» (Mateo 24:3–5; consulte también Lucas 21 y Marcos 13).
¿Se ha cumplido esta afirmación durante los últimos dos mil años? Y, de ser así, ¿en qué forma? Por lo general las personas han interpretado que las palabras de Jesús se refieren meramente a figuras religiosas que afirmarían ser el Mesías o el Cristo que ha vuelto. No cabe duda de que ha habido tales impostores.
Simon Bar Kosiba fue anunciado como el Mesías mientras guiaba a los judíos que luchaban en contra de la Roma de Adriano en el año 132. Renombrado como Bar Kokhba («Hijo de la Estrella» —una alusión mesiánica), fue asesinado tres años después junto con 580,000 de sus seguidores.
El joven cabalista judío de Esmirna, Sabbatai Sevi, se las arregló para convencer a muchos judíos del siglo XVII en Europa, África y Asia que él era el esperado Mesías, pero bajo la presión del sultán otomano se convirtió súbitamente al Islam y salvó su vida.
Luego, en el siglo XIX, tenemos en China al autoproclamado mesías cristiano, Hong Xiuquan, quien estableció el Reino Celestial en Nanjing. Durante los pocos años que prevaleció murieron 20 millones de personas.
Y en nuestro tiempo, el líder religioso coreano, Sun Myung Moon, ha afirmado ser el Cristo que ha regresado. Sorprendentemente, en una celebración en un edificio de gobierno de los Estados Unidos en Washington, D.C., en 2004, se citó a Moon tras haber dicho que había sido «enviado a la Tierra… para salvar a los 6,000 millones de personas del mundo… Emperadores, reyes y presidentes… han declarado a todos los Cielos y la Tierra que el Reverendo Sun Myung Moon no es sino el Salvador de la humanidad, el Mesías, el Señor que ha regresado y el Verdadero Padre».
Pero tales falsos mesías no son una prueba sublime de la afirmación de Jesús. Aunque han engañado a varios, hay otros que han engañado a la mayoría en su propia esfera de influencia de considerables dimensiones. Si analizamos con cuidado el término mesías podemos llegar a la conclusión de que ayuda a explicar gran parte de la pretensión política-mesiánica de los últimos dos mil años, así como el engaño y la destrucción que han causado, pues ha habido muchos mesías políticos que han intentado robar el verdadero papel futuro del Mesías y que han engañado a muchos.
La palabra mesías tiene su origen en la palabra hebrea mashiach, que significa «el ungido». Cuando un hebreo era consagrado para convertirse en rey, era ungido con aceite de oliva y en ese momento se convertía en un «mesías». Su «unción con aceite» le convertía en un ungido. El término equivalente en el griego del Nuevo Testamento es cristo. Así, Jesús es El Ungido, el Mesías o Cristo. Entonces, Su nombre en griego es Iesous Christos; en español, Jesucristo, y en hebreo, Yeshua Mashiach.
Un falso mesías es aquél que viene «en Su nombre», una falsificación que se declara a sí mismo como el ungido, es decir, que usurpa la máxima autoridad de Jesucristo para traer paz y prosperidad a la humanidad. Tales hombres afirman tener las respuestas a los problemas del ser humano, que pueden liberar a su pueblo y traer la salvación. Sin embargo, tal y como lo explicó el profeta Isaías, sólo un verdadero Mesías puede implementar el tipo de gobierno perfecto que la humanidad tan desesperadamente necesita. Isaías escribió de Él en estos términos: «El principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre. El celo de Jehová de los ejércitos hará esto» (Isaías 9:6–7).
LOS HOMBRES-DIOSES ANTES Y DESPUÉS DE JESUCRISTO
El emperador romano Augusto (27 a.C.–14 d.C.) hizo afirmaciones mesiánicas que precedieron a la advertencia de Jesús acerca de los futuros impostores. Su precursor, Julio César, había sido aclamado como el «salvador universal de la vida humana». De una manera similar, los súbditos de Augusto lo deificaron como «salvador» y «libertador», quizá en parte debido a la Pax Romana que comenzó con Augusto y que garantizó una paz relativa en el llamado mundo civilizado, desde Siria hasta Bretaña, del 27 a.C. al 180 d.C. Además, tanto Augusto como su sucesor, Tiberio, quien reinó durante el ministerio de Jesús (14–37), cada uno de ellos fue aclamado como “hijo del dios”, aunque ambos gobernantes «divinos» dejaron la escena y tres siglos más tarde, después de una sucesión de otros Césares deificados, el imperio finalmente colapsó hacia una era de oscuridad. Ciertamente, los salvadores imperiales romanos habían engañado a muchos al hacerles creer que podrían crear la sociedad ideal.
En lo que parece ser una sorpresa para muchos, incluso el primer emperador supuestamente cristiano, Constantino, fue culpable de realizar afirmaciones de divinidad. El historiador, John Julius Norwich, escribe que hacia finales de su vida el emperador quizá estaba sucumbiendo a la megalomanía religiosa: «De ser un instrumento escogido por Dios hacía falta sólo un pequeño paso para convertirse en Dios mismo, ese summus deus bajo quien todos los demás dioses y demás religiones se subsumirían».
Por extraño que parezca, la conversión del emperador al cristianismo ocurrió justo antes de su muerte en el año 337, cuando recibió el rito del bautismo. Ya fuera o no usual el bautismo en el lecho de muerte para la gente de la época, como algunos sugieren, la vida diaria de Constantino ocultaba su afirmación de ser un seguidor de Jesús, Pablo y los primeros apóstoles. Su participación en las ejecuciones de su esposa, su hijo y el hijastro de su hermano un año después de presidir la trascendental conferencia eclesiástica de Nicea indica que era todo menos un verdadero seguidor de Cristo. Algunos aspectos de la fe cristiana influyeron en su mandato, pero su apego a las ideas paganas continuó siendo evidente a lo largo de su vida.
De una manera imponente, Constantino se aseguró de que su recuerdo continuara. Por años se refirió a sí mismo como un «Igual a los Apóstoles». En consecuencia, planeó su entierro en la Iglesia de los Santos Apóstoles en Constantinopla, construida durante su mandato. Su último lugar de descanso fue un sarcófago rodeado por otros sarcófagos que supuestamente contienen reliquias de los 12 apóstoles. Así, cuando menos era el 13 apóstol, o mejor aún, el mismo Cristo al centro de sus discípulos originales… un falso mesías tanto en vida como durante su muerte.
ALUSIONES A LAS ESCRITURAS
Este patrón de afirmaciones extravagantes y falsas de tener un estatus de salvador se ha extendido a lo largo de la subsiguiente historia política. El libro de Daniel ofrece otra perspectiva relacionada cuando predice el surgimiento del Imperio Romano.
Cuando Daniel interpretó el sueño de Nabucodonosor respecto al futuro no le habló sólo de sí mismo como la cabeza de oro, sino también del significado del resto de la estatua. El pecho y los brazos de plata significaban lo que entendemos como el Imperio Medo-Persa, el vientre y los muslos de bronce, el Greco-Macedonio; y las piernas de hierro y los pies y dedos de hierro con barro cocido representaban al Imperio Romano y sus reinstauraciones, que habrían de continuar hasta que el verdadero Mesías, representado en el sueño del rey por una gran piedra cayendo, trajera el fin a todos los reinos humanos y estableciera el reino de Dios en la tierra (consulte Daniel 2:31–45; también consulte «Venga a nosotros tu reino…»).
El profeta también nos habla de otro sueño propio que se centraba en cuatro bestias: un león alado, un oso, un leopardo alado con cuatro cabezas y un animal merodeante e inusualmente salvaje. Daniel escribe: «Después de esto miraba yo en las visiones de la noche, y he aquí la cuarta bestia, espantosa y terrible y en gran manera fuerte, la cual tenía unos dientes grandes de hierro; devoraba y desmenuzaba, y las sobras hollaba con sus pies, y era muy diferente de todas las bestias que vi antes de ella, y tenía diez cuernos» (Daniel 7:7). La explicación es que la bestia representa al cuarto reino por establecerse en la tierra después de los imperios Babilonio, Medo-Persa y Greco-Macedonio. Una vez más, el hierro asociado con la cuarta bestia lo identifica como el Imperio Romano.
En el libro de Apocalipsis en el Nuevo Testamento, escrito a finales del siglo primero, encontramos diversas alusiones al material profético del libro de Daniel. El autor, Juan, escribe: «Vi subir del mar una bestia que tenía siete cabezas y diez cuernos; y en sus cuernos diez diademas; y sobre sus cabezas, un nombre blasfemo. Y la bestia que vi era semejante a un leopardo, y sus pies como de oso, y su boca como boca de león» (Apocalipsis 13:1–2). Ésta es una composición de los tres primeros imperios mencionados por Daniel. Al igual que la cuarta bestia en el sueño de Daniel, tiene diez cuernos y todas las cabezas de las demás bestias, aparte de la suya, que hacen un total de siete cabezas. Una vez más se trata del Imperio Romano, pero en esta ocasión continúa hacia el final de la era del hombre, aunque sufre una grave herida. Juan escribe: «Vi una de sus cabezas como herida de muerte, pero su herida mortal fue sanada; y se maravilló toda la tierra en pos de la bestia» (Apocalipsis 13:3).
El Imperio Romano quedó tan gravemente herido por su colapso en Occidente, convencionalmente fechado en el año 476, que muchos lo declararon desaparecido para siempre; sin embargo, como hemos visto en esta serie, sobrevivió. Fue reinventado, reapareciendo en diferentes formas, pero siempre con una mirada al pasado hacia el poderoso modelo de la antigua Roma.
ROMANOS, ORIENTE Y OCCIDENTE
La primera de dichas reinstauraciones ocurrió en manos del emperador bizantino, Justiniano (527–565). Al gobernar en el área oriental restante del Imperio Romano de Constantinopla, tuvo éxito al recapturar Italia y sus territorios en el Norte de África. La política religiosa del emperador hizo énfasis en la unidad de la iglesia y el Estado, así como en la creencia de que el imperio era el equivalente físico de una contraparte celestial. Se veía a sí mismo como el vicerregente de Cristo y su equivalente terrenal, así como el defensor de la fe ortodoxa. No obstante, no dudó en exterminar a uno de los supuestos competidores de su tío Justino ni en asesinar a 30,000 de sus propios súbditos después de una insurrección… ¡a diferencia del Cristo que conocemos por el mensaje de los Evangelios!
Poco después de la muerte de Justiniano el imperio languideció de nuevo, pero sólo doscientos años más tarde surgiría un rey capaz de llevar a cabo la tarea de recrear el imperio en Occidente. Carlomagno el Franco se convirtió en emperador de los romanos el Día de Navidad del año 800, cuando el Papa León III le colocó la corona en su cabeza después de una misa en San Pedro. El historiador italiano, Alessandro Barbero, comenta que el pueblo de Roma reconoció a Carlomagno como su emperador, «al igual que en tiempos pasados habían aclamado a Augusto y a Constantino. Así, el rey franco se convertiría en el sucesor de los emperadores romanos».
Y así renació el Impero Romano Occidental.
Carlomagno se consideró divinamente elegido y responsable de difundir y apoyar a la religión cristiana romana por todo su imperio. Rosamond McKitterick señala en su Atlas del Mundo Medieval que sus esfuerzos por organizar los asuntos eclesiásticos «demostró ser, en el largo plazo, un medio eficaz para el imperialismo cultural y la difusión de la influencia franca y del cristianismo latino».
De acuerdo con Barbero, Carlomagno se veía a sí mismo como el David bíblico luchando contra los enemigos paganos. Sin embargo, su masacre de 4,500 sajones rendidos y desarmados estropeó su reputación. Al igual que otros gobernantes que instauraron cruel y obligatoriamente la ortodoxia prevaleciente, la severa respuesta de Carlomagno al incumplimiento sajón quedó fuera de lugar con el espíritu y las enseñanzas del Nuevo Testamento.
GOBIERNO ROMANO, GERMÁNICO Y SACRO
En los siglos siguientes diferentes versiones del Impero Romano fueron y vinieron por intervalos. Hemos analizado los reinos de Otón el Grande (962–973) y de Carlos V (1519–56) como ejemplos de la reinstauración del Imperio Romano Cristiano en Germania y más allá. ¿También fueron falsos mesías? En el sentido de que se vieron a sí mismos, al igual que Constantino y Carlomagno, como representantes de Cristo en la tierra, destinados a mantener y defender las ideas imperiales romanas de acuerdo con una ortodoxia católica impuesta, no fueron fieles a la visión y práctica del Salvador a quien afirmaban seguir. En esto fueron falsos.
El mandato de Otón estableció el curso de la monarquía germánica durante casi nueve siglos, durante la cual la relación de Europa Occidental con el antiguo Impero Romano estuvo representada por la aprobación papal de los emperadores germánicos, mientras que el papado confiaba en éstos para defender a la Iglesia Romana.
En 1519, cinco siglos después de Otón, Carlos V fue electo (aunque aún no coronado) sacro emperador romano. De acuerdo con el biógrafo, Karl Brandi, el canciller de Carlos, Gattinara, escribió en esa ocasión al nuevo emperador: «Señor, Dios ha sido muy misericordioso con usted, pues le ha elevado por encima de todos los Reyes y príncipes de la cristiandad hasta un poder tal que ningún soberano ha disfrutado desde su ancestro, Carlos el Grande [Carlomagno]. Él le ha colocado en el camino hacia una monarquía mundial, hacia la unión de toda la cristiandad dirigida por un solo pastor» (El Emperador Carlos V, 1939). En 1520, en la capital de Carlomagno de Aachen, Carlos fue coronado rey de los romanos con la diadema imperial de Otón.
Dieciséis años más tarde entró triunfante a Roma como uno de sus antepasados lo había hecho, cabalgando por la antigua Via Triumphalis sobre un caballo blanco y vistiendo una capa morada. De acuerdo con el historiador de arte, Yona Pinson, «Carlos se había reestablecido a sí mismo como el legítimo sucesor del Imperio Romano» en la imagen de Marco Aurelio, como un conquistador montado en un caballo. Aunque Carlos terminó por abdicar y pasó sus últimos días en aislamiento en un monasterio español, su devoción de por vida a los ideales imperiales romanos y a la religión que éstos envolvían fue consistente con su propia visión de un soldado católico de Dios. Como Pinson también señala acerca del vasto espectáculo público de Carlos, la entrada imperial a Lille, la «imagen del emperador ideal» estuvo en exhibición como «el verdadero heredero y sucesor de Carlomagno, el Defensor de la Iglesia y de la Fe», fundidos con «César como el gobernante del mundo».
NEO-CÉSARES
La siguiente reinvención del imperio se dio en la Francia post-revolucionaria. Napoleón Bonaparte había tenido éxito al diseñar su propio ascenso al poder, de manera que para 1804 se encontraba preparando su coronación imperial. Tres meses antes de este acontecimiento pasó tiempo en meditación en la tumba de Carlomagno. Algunos dicen que quedó tan cautivado con el «Padre de Europa» que llegó a pensar que era la reencarnación del emperador. La influencia del gobernante del siglo IX fue evidente de muchas maneras en la ceremonia de coronación. Incluso la corona era una copia de la que había usado Carlomagno. Las pinturas oficiales de la ocasión muestran a Napoleón como un emperador romano, algunas veces con una corona de laurel de la victoria adornada de oro.
Napoleón, al igual que otros líderes franceses anteriores a él, estaba seguro de que había sido destinado a gobernar el Sacro Imperio Romano. El rey de Habsburgo, Francisco II, decidió que impediría que Napoleón usurpara el imperio y lo disolvió en 1806, pero Napoleón continuó en sus intentos de obtener la dinastía y el dominio mundial. Entre 1792 y 1815 su agresividad llevó a sus fuerzas a casi cada rincón del mundo.
Por supuesto, no lo logró, y con su muerte parecía desaparecer la idea de un Imperio Romano medieval; pero su imagen vivió en la imaginación de algunos, incluyendo aquéllos que establecieron el Imperio Alemán, o Segundo Reich, en 1871. De hecho, el perdurable recuerdo de Carlomagno, Otón el Grande y Federico II parece haber influido en Adolfo Hitler, cuyo Tercer Reich, unido al Estado fascista italiano de Benito Mussolini, demostró ser tan destructivo en el siglo XX.
Fue Mussolini quien en abril de 1922, unos meses antes de la marcha en Roma que le llevó al poder nacional en Italia, declaró: «Soñamos con la Italia romana: sabia y fuerte, disciplinada e imperial. ¡Gran parte del espíritu inmortal de la antigua Roma ha renacido en el fascismo!». De acuerdo con el análisis de Peter Godman de este discurso, «Mussolini deseaba ser considerado como un nuevo Augusto, un segundo César… pero también como el Salvador». Para 1936, cuando sus tropas habían invadido con éxito a Etiopía, el Duce pudo proclamar que Italia nuevamente tenía su imperio, «un imperio de paz, un imperio de civilización y humanidad». No obstante, su convenio con el eje y Hitler le llevó a su caída y expuso el vacío de sus afirmaciones mesiánicas. Capturado y ejecutado por los miembros de la resistencia cerca de los días de la propia derrota de Hitler, el cuerpo de Mussolini fue exhibido públicamente y profanado.
En cuanto a Hitler, una vez que llegó a creer que no era simplemente el precursor del líder mesiánico que creía que necesitaba Alemania, sino su realización, su delirio de grandeza no conoció los límites. El historiador, Sir Ian Kershaw, escribe que para 1936, «la auto-glorificación narcisista [de Hitler] había alcanzado límites inmensurables bajo el impacto de la casi deificación proyectada sobre él por sus seguidores. Para esta época se consideraba infalible… El pueblo alemán había moldeado su orgullo desmedido de líder. Estaban por entrar a su total expresión: la mayor apuesta en la historia de la nación… para adquirir el dominio completo del continente europeo».
Por supuesto, la gran apuesta fracasó y Hitler se pegó un tiro en su búnker de Berlín mientras las fuerzas soviéticas se acercaban a la ciudad en 1945… Verdaderamente un falso y fracasado mesías.
En una salida de las estrictas reinvenciones del Imperio Romano, también consideramos a Lenin, Stalin y Mao, así como a los hijos-mesías de Mao, Pol Pot y los Kim de Corea del Norte. Y si el tiempo y el espacio no lo hubieran evitado, podríamos haber investigado el culto a los gobernantes japoneses y la divinidad concedida a los emperadores de esa nación, pero los líderes comunistas de Asia ciertamente aspiraron al estatus de mesías, y la Unión Soviética en verdad tuvo vínculos históricos con Roma a través de la Iglesia Ortodoxa y su perspectiva de Moscú como la Tercera Roma. La religión también hizo su parte en el régimen de Pol Pot y de la dinastía Kim; en la primera se trataba de una secta del budismo y en la segunda de una nueva religión sincrética formada del Pentecostalismo y el espíritu coreano de la auto-confianza (Juche). Aunque el vínculo con Roma es más tenue en estos dos últimos casos, la preocupación con la mesianidad es demasiado evidente. Se trató en realidad de millones que murieron bajo una falsa libertad prometida por estos farsantes.
¿UN SUCESOR INCIPIENTE?
¿Acaso la imagen del Imperio Romano ha desaparecido verdaderamente para siempre? Si hemos de guiarnos del pasado, sería prematuro decirlo. Ese modelo imperial, asociado con una tradición religiosa bien definida, ha ido y venido varias veces. Tenemos a aquéllos que ven en términos imperiales el desarrollo de la Unión Europea (UE) de 27 naciones. Cuando sus líderes se reunieron en 2004 en el Campidoglio, el centro político y religioso de la antigua Roma, fue para celebrar su progreso hacia una constitución europea. Dentro de la sala con adornos Orazi y Curiazi, donde se había firmado en 1957 el Tratado de Roma que establecía la Comunidad Económica Europea, los líderes aceptaron la constitución (aún no ratificada) bajo la mirada de las estatuas de los papas del siglo XVII: Urbano VIII y su sucesor, Inocencio X. Quizá no muchos de los dignatarios presentes apreciaron el simbolismo: los dos pontífices «supervisando» el evento fueron los mismos que habían sido testigos de la división de Europa y del profundo debilitamiento del Sacro Imperio Romano como resultado de la Guerra de los Treinta Años y el consiguiente Tratado de Westfalia.
«Es poco probable que los manantiales de donde fluyen las creencias y los mitos para dotar a la política de una naturaleza sagrada se sequen en el futuro cercano, pero aún es imposible predecir de qué maneras se podrían formar las religiones civiles y políticas o cuáles podrían ser sus resultados».
Sin embargo, los artífices de la constitución evitaron cuidadosamente cualquier referencia a la herencia cristiana de Europa, a pesar de las protestas del Vaticano. En este punto, la UE se prevé meramente como un poder secular. Aunque sólo tiene una incipiente fuerza militar y carece de una política exterior unificada, la unión ya tiene diversos grados de poder económico, legislativo y judicial sobre su amplia franja de naciones. Su extensión geográfica comienza a rivalizar con la original. Así, en términos del sueño de Daniel, pronto podría ser el precursor de otra poderosa iteración de la idea y la imagen del antiguo Imperio Romano.
En los ejemplos históricos que hemos estudiado cada manifestación de un falso mesías y cada reinstauración romana ha sido distinta a la de sus predecesores. Los intervalos entre tales individuos y sistemas también han sido diversos. Esto nos lleva a pensar que aunque es imposible predecir cuándo emergerá un líder o sistema así, cualquiera que sea el disfraz dictatorial que utilizará finalmente el mesías, será novedoso y, debido a que el mundo y su economía ahora son realmente globales por naturaleza, es muy probable que tenga un atractivo casi universal. Ciertamente, tanto el líder como el sistema parecerán ostentar la promesa de resolver todos los problemas de la humanidad de una manera global. Emilio Gentile reconoce la inherente dificultad para hacer predicciones, pero advierte que «No podemos descartar el hecho de que nuevas figuras emergerán de las dificultades, tensiones y conflictos de la siguiente fase de cambio profundo, traumático e irreversible, quienes estarán convencidos de que por fin han entendido el verdadero significado y propósito de la existencia humana. Armados con esta solución integral para todos los males, conferirán una naturaleza sagrada a sus ideas y a su movimiento, y considerarán correcto y adecuado pelear una guerra santa contra la intransigencia, la intolerancia y la violencia a fin de establecer un mundo mejor».
Desde la ventajosa posición del presente, si el sistema final fuera a abrazar la democracia, las economías de libre mercado y alguna forma de distribución ecuménica de la autoridad religiosa por el bien de todos los pueblos y creencias, realizaría a la humanidad una oferta aparentemente demasiado buena como para rechazarla. Ya algunos parecen anticipar que un mundo democrático y globalizado es su único salvador.
Curiosamente, el con frecuencia desconcertante libro del Apocalipsis tiene secciones dedicadas a describir el sistema final y a su líder, el cual de alguna manera es una extensión del antiguo orden romano. Es claro que el sistema ganará la aceptación mundial (Apocalipsis 13:7–8) y traerá paz y prosperidad a una muy grande escala antes de que este sistema también caiga. Lo que leemos en Apocalipsis es un sistema económico, militar y político-religioso a nivel mundial. Una descripción de sus mercancías se encuentra en el capítulo 18, versículos 11–13, e incluye «mercadería de oro, de plata, de piedras preciosas, de perlas, de lino fino, de púrpura, de seda, de escarlata, de toda madera olorosa, de todo objeto de marfil, de todo objeto de madera preciosa, de cobre, de hierro y de mármol; y canela, especias aromáticas, incienso, mirra, olíbano, vino, aceite, flor de harina, trigo, bestias, ovejas, caballos y carros, y esclavos, almas de hombres». Es casi como leer un informe moderno de mercancías. Remplace “armamentos” por «carros» y tendrá lo que el mundo comercia en la actualidad.
Alarmantemente, el sistema también trafica a seres humanos, así como sus mentes y sus cuerpos.Éste es el mismo sistema que Daniel y Juan describieron como irrevocablemente destruidos por la venida del único y verdadero Mesías que establecerá un reino de paz universal, justicia y rectitud. Entonces, para el eterno alivio de la humanidad, la era de los falsos mesías habrá terminado.