Pastores del pueblo
Los dirigentes de la antigüedad solían ser retratados como pastores. ¿Qué podríamos aprender de esta metáfora en un contexto moderno?
Todo pastor entiende que las ovejas domesticadas necesitan del cuidado de un buen pastor para poder sobrevivir. Las ovejas dependen del cuidado de un pastor porque tienden a vagar, no saben cómo encontrar alimento y cobijo, acostumbran seguirse unas a otras, se alarman fácilmente y necesitan protección contra los depredadores. Sin supervisión, su lana crece en exceso, haciéndolas susceptibles a parásitos y enfermedades. En definitiva, lo más probable es que sin el cuidado de un pastor, las ovejas perecerían.
¿Y las personas? ¿Necesitamos también buenos líderes y guías —pastores, por así decirlo— que nos ayuden a salir adelante en la vida?
Nuestras sensibilidades modernas pueden erizarse ante la mera idea de semejante metáfora. El filósofo del siglo XIX Friedrich Nietzsche criticó duramente los conceptos relacionados con la «moral de rebaño» y el «instinto de rebaño». Por otra parte, la idea puede hacer pensar en el sustantivo despectivo «borrego» (en inglés: sheeple, un acrónimo de sheep [oveja] y people [personas]) que sugiere sumisión ciega e irreflexiva.
Sin embargo, aunque la metáfora pueda irritar nuestro sentido de la autodeterminación, el hecho es que, tanto en las dictaduras como en las democracias, los muchos siguen siendo gobernados por los pocos.
Esto plantea la cuestión de si el fallo reside en la metáfora en sí o en nuestra forma de entender el liderazgo. Repasar los orígenes históricos y la transmisión del concepto de gobernantes como pastores nos permitirá sopesar mejor lo que significa para nosotros en la actualidad.
Orígenes de la metáfora pastor-gobernante
El origen de este concepto se remonta a la antigua Sumeria (Mesopotamia), donde los pueblos de la antigüedad dependían de las ovejas y comprendían perfectamente la necesidad de dichos animales de confiar en su pastor.
Las listas de reyes descubiertas en esta parte del mundo registran algunos de los primeros gobernantes legendarios con el curioso epíteto de «el pastor», entre ellos uno llamado Etana. Aunque no se le conoce directamente por los registros arqueológicos, una leyenda sobre él sugiere que la frase hacía referencia a su condición de rey. Como tal, ofrece pistas sobre los orígenes de la idea del rey como pastor.
Muchas representaciones de Etana en sellos cilíndricos, que algunos creen que representan escenas de su vida, también muestran a un pastor. En una de ellas, el pastor lleva un cayado y un mayal (o látigo) y cuida ovejas y cabras. En otra, el pastor está sentado en un trono y lleva un sombrero con cuernos, señalando a un dios pastor sumerio, Dumuzid, supuesto amante de la diosa Inanna. En el mito de Etana, Inanna quería designar un «pastor» (es decir, un rey), en este caso, Etana. Aquí, pues, vemos registrado un ejemplo muy temprano de la idea del rey como pastor divino.
De hecho, los sumerios deificaron a varios de los primeros reyes pastores. En Uruk, por ejemplo, un gobernante conocido como Lugalbanda también recibió el epíteto de «pastor». Lugalbanda se relaciona a veces con otro rey divinizado, Gilgamesh, al que la literatura mesopotámica se refiere como «el pastor de Uruk, el redil». Esto es notable porque identifica claramente a los residentes de Uruk como ovejas del pastor, el rey Gilgamesh.
Aunque podríamos considerar a estas figuras legendarias como material de ficción, lo cierto es que la idea continuó en el caso de los reyes atestiguados en el registro arqueológico, lo cual demuestra que el motivo del rey-pastor divino perduró en la antigua Mesopotamia. Por ejemplo, el difunto asiriólogo Samuel Noah Kramer sugirió que un texto, traducido literalmente, indica que Lugal-Anne-Mundu «"hizo yacer en los pastos" a los pueblos de todas las tierras». Además, un himno sumerio proclama a Shulgi de la Tercera Dinastía de Ur como «el Pastor justo de Sumer».
Transición de una idea
En el Antiguo Imperio Babilónico, el rey-pastor amorreo Hammurabi emuló a Marduk, el dios principal de Babilonia, de quien se dice en un mito babilónico de la creación: «Que ejerza el pastoreo sobre la humanidad». Hammurabi dice en el epílogo de su famoso código de leyes: «Los grandes dioses me han llamado, soy el pastor portador de la salvación, cuyo cayado es recto». Toda una afirmación, que implica que los reyes-pastores se creían salvadores divinos del pueblo.
«Hammurabi, el príncipe, llamado de Bel soy yo, . . . el pastor de los oprimidos y de los esclavos.»
Pero mucho antes del reinado de Hammurabi, la idea del rey como pastor también había surgido en el antiguo Egipto.
La iconografía del principio de la historia dinástica de Egipto mostraba un mayal en manos del faraón Djer, a quien los egiptólogos han asignado a la Dinastía I. A partir de la Dinastía II, los reyes llevaban un cayado y un mayal. Esta iconografía persistió, quizá de forma más célebre en la imagen del ataúd interior de Tutankamón. En ella se ve al rey empuñando el cayado de pastor en una mano y el mayal en la otra. Mientras que el cayado es claramente un cayado de pastor, que denota realeza, los estudiosos debaten si el mayal se utilizaba para azuzar al ganado y protegerlo de los depredadores, o para recoger las cosechas. Se ha interpretado que el cayado y el mayal representan al rey como figura de autoridad que guía y controla. De hecho, el jeroglífico de «gobernante» en Egipto era la imagen de un cayado de pastor.
Pero las pretensiones de los faraones como pastores del pueblo iban más allá del mero reino de los mortales. Al igual que Hammurabi había afirmado ser un rey-pastor que traía la salvación, también en la historia egipcia los faraones afirmaron en ocasiones ser capaces de guiar a su pueblo al más allá. Los egipcios invertían mucho cuidado y atención en la momificación, los ritos funerarios, la pirámide y el templo mortuorio de un faraón fallecido. Creían que solo garantizando que el faraón llegara con éxito al otro mundo podrían sus súbditos reunirse con él allí.
Inicialmente, las imágenes del cayado y el mayal se asociaban con el dios Andjety, al que los eruditos consideran uno de los primeros dioses egipcios y precursor de Osiris. Osiris, el dios de la tierra de los muertos, es el que más se asoció con la iconografía del cayado y el mayal en relación con la idea egipcia de la realeza. La deidad equivalente más cercana a Osiris en Sumeria era Dumuzid, el pastor. Al igual que Dumuzid, los antiguos veían a Osiris como un dios resucitado y los representaban a ambos como dioses-pastores directamente vinculados a la realeza. Cuando un faraón moría, sus súbditos creían que se uniría a Osiris, su rey-dios pastor original.
El antiguo mundo hebreo
La historia del antiguo Israel, tal y como se recoge en las Escrituras hebreas, se solapa en el tiempo con gran parte de lo que hemos considerado hasta ahora. Esa historia incluye los relatos de múltiples pastores y pastoras. Aquí la metáfora pastor-líder también es evidente para los estudiosos, pero la presentan de forma diferente. El papel de pastor era más literal para muchos de los patriarcas, líderes e incluso reyes hebreos. Por ejemplo, Abraham, que comenzó su vida en Mesopotamia, era dueño de grandes rebaños y manadas. Su hijo y su nieto, Isaac y Jacob, heredaron gran parte de ese ganado.
Cuando Jacob llevó a su familia y a sus rebaños a Egipto en busca de alimentos, se encontró con un faraón que había estado luchando contra una grave hambruna. José, el hijo de Jacob, dio instrucciones a sus hermanos para que dijeran al faraón: «Sus siervos son pastores de ovejas, tanto nosotros como nuestros padres» (Génesis 47:3, NBLA). Como resultado, la familia de Jacob se estableció como pastores oficiales en la zona separada de Gosén, en el exuberante delta del Nilo, antes de la época de su famosa esclavitud.
Moisés también fue literalmente pastor durante cuarenta años antes de regresar a Egipto para conducir a Israel a la Tierra Prometida.
Tras su salida de Egipto y su asentamiento en Canaán, Israel acabó solicitando el establecimiento de una monarquía. Famoso entre los reyes que le sucedieron fue un pastor llamado David. A diferencia de los autoproclamados reyes pastores divinos de algunas naciones cercanas, David no se arrogó la divinidad, sino que escribió un poema en el que afirmaba que el Señor [Yahvé] era su pastor. En el Cercano Oriente, los pastores guiaban a sus rebaños en lugar de arrearlos. El poema de David (Salmo 23) habla de cómo Yahvé cubriría todas sus necesidades y le conduciría a un futuro eterno.
«Leer el Salmo 23 es imaginar al antiguo salmista como una oveja que se relaciona con un pastor».
Este mismo Yahvé se convirtió en Jesucristo, descrito en el libro de Hebreos como «el gran pastor de las ovejas». Jesús hizo una clara distinción entre él mismo como «el buen pastor su vida da por las ovejas», mientras que el asalariado «no le importan las ovejas» (Juan 10:11-13, RVR-1960).
No obstante, en la historia de Israel, no todos los reyes demostraron ser buenos pastores. Para reinar con éxito, se les exigía que escribieran y practicaran la Torá. Solo si observaban en la sociedad la ley divina de Israel, podían los reyes asegurarse de que guiaban al pueblo por los caminos del verdadero pastor del antiguo Israel, Yahvé. A veces, las Escrituras hebreas incluso describían a los líderes de la nación como «las han dominado con dureza y con violencia» (Ezequiel 34:4, RVA 2015).
El avance de la metáfora
Según el académico Jørn Varhaug, la metáfora pastor-gobernante aún era perceptible en el reinado de Asurbanipal de Asiria, cuya coronación en 673 a.C. incluyó «ceremonias de pastoreo».
De manera similar, el profeta Isaías, que escribía en el siglo VIII a.C., recogió las palabras de Dios sobre Ciro el Grande: «Él es mi pastor, y él hará todo lo que yo quiero» (una referencia al hecho de que Ciro saquearía Babilonia y liberaría a los israelitas, que por entonces estaban cautivos allí).
Irónicamente, sostiene Varhaug, Ciro no se habría visto a sí mismo como un pastor. Varhaug señala que los persas parecen haber dependido más de comer trigo que de criar grandes rebaños de ovejas para el consumo. Supone que puede haber existido una idea establecida «sobre los reyes pastores de antes de Persia que los consideraba abominables, caracterizados por la violencia, el lujo, la pereza y otros vicios».
Según Varhaug, «a partir del periodo persa aqueménida, en torno al 550 a.C., la metáfora desaparece, no solo del Imperio persa, sino también de los textos griegos y egipcios contemporáneos». Aunque más recientemente se la utilizó en ocasiones para referirse a monarcas europeos, generalmente fue en un contexto cristiano. Por ejemplo, cuando Carlos V se convirtió en emperador del Sacro Imperio Romano Germánico en 1519, su gran canciller, Mercurino di Gattinara, creía que Dios le había puesto «en el camino hacia una monarquía mundial, dirigida a la unión de toda la cristiandad bajo un único pastor». Tal vez por eso vemos a menudo el cayado del pastor en la iconografía cristiana actual.
«El símbolo de gobierno con la historia de más larga data parece ser el cayado del pastor […]. Esto es totalmente apropiado, ya que el cayado simbolizaba el concepto mismo de gobierno.»
Aunque la metáfora del pastor-gobernante divino ya no es pertinente en el contexto del liderazgo moderno, tal vez aún hoy podamos detectar el esquema básico del pastor-líder. Se podría argumentar que las dictaduras dependen del uso del mayal metafórico, mientras que las democracias liberales tienden a poner mayor énfasis en el empleo del cayado guía.
Sin embargo, si la metáfora sigue siendo discernible, puede que su versión moderna se caracterice mejor por la ruptura de la confianza entre ovejas y pastores. La desilusión con la élite y el deseo de cambio han provocado un cambio en la dinámica entre estos roles. Si bien es cierto que siempre ha habido gente que se ha rebelado contra los líderes, el auge del populismo ha revelado nuevos momentos de tensión en la relación entre líderes y dirigidos. Aunque esta tendencia política pretende ser una fuerza unificadora de la sociedad, en realidad suele ser divisiva.
La profesora de Ciencias Políticas del MIT Suzanne Berger, que escribe sobre el tema del populismo, hace referencia a una viñeta de 2014 en la publicación griega To Pontiki. El humorista gráfico Panos Zacharis representa tres ovejas mirando un cartel electoral en el que aparece un lobo con un brazalete con una cruz gamada. Una de las ovejas dice a las otras: «Creo que votaré por el lobo. Eso sí que le enseñará al pastor». Esto sugiere que el respeto de las ovejas por el pastor realmente ha caído muy bajo. Berger dice de la viñeta: «No es que la oveja crea que el lobo actuará en interés de la oveja. Es que votar por el lobo es vengarse del pastor, incluso a costa de que la oveja acabe siendo la cena del lobo».
Esto nos remite a la expresión peyorativa «borrego», que tilda a las personas de irreflexivas y carentes de discernimiento. Parece que los seres humanos estamos predispuestos, a veces y en determinadas circunstancias, a seguir a otros, para bien o para mal, y a veces ciegamente. Eso puede implicar agruparse con otras ovejas bajo un líder populista en particular, o puede significar seguir a ese líder directamente.
El buen pastor
Aunque la metáfora de los gobernantes como pastores pueda parecernos anticuada hoy en día, lo cierto es que siempre estamos bajo el liderazgo de alguien, aun cuando solo sea el nuestro. En la esfera política, los pocos siguen gobernando a los muchos. Así pues, las líneas generales de la metáfora permanecen intactas, aunque en gran medida tácitas.
Entonces, ¿cómo seguimos adelante? La historia muestra claramente que el elemento que falta es, fundamentalmente, la capacidad de estar a la altura del ideal que sugiere la metáfora. Los malos pastores —en realidad, lobos disfrazados de ovejas— siempre se han servido a sí mismos a costa del pueblo.
Por el contrario, a un buen pastor solo le mueve un profundo interés por el bienestar de las ovejas. Y naturalmente, una buena oveja se muestra dispuesta a seguir a un pastor experimentado en una relación de confianza. Hacer de esto una realidad implicaría sustituir el egoísmo y la codicia latentes en todos nosotros por las cualidades más difíciles de alcanzar: la humildad, la abnegación y el amor.
Casi todos los reyes que hemos mencionado aquí se consideraban pastores del pueblo. Muchos pretendían ser dioses-pastores a fin de arrogarse suficiente autoridad, percepción y poder para guiar, proveer e incluso ofrecer salvación al pueblo; pero la base de sus pretensiones era falsa y a menudo explotadora.
Una excepción fue David, el rey de Israel que dijo en su poema que Yahvé era su pastor, el «buen pastor» citado en los escritos apostólicos posteriores. Para salir adelante, las ovejas necesitan buenos pastores. Así pues, la metáfora del pastor del pueblo no se ha agotado, sino que se ha abusado mucho de ella y aún no se ha aprovechado en todo su potencial.