Precaución: Zona hospitalaria
Aunque la atención que recibimos en los hospitales puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte, los errores médicos perjudiciales son más comunes de lo que la mayoría de nosotros imaginamos.
Tradicionalmente consideramos los hospitales como centros de curación y esperanza. Sorprendentemente, por accidente y error, una estancia hospitalaria puede en sí misma ser mortal. Según algunos investigadores, la hospitalización es la tercera causa de muerte en Estados Unidos, por detrás de las cardiopatías y el cáncer. (Con todo, la calificación es controvertida porque es difícil obtener datos fiables).
Aunque los hospitales disponen de muchas capas de comprobaciones y controles para evitar errores, el sistema es un «mosaico complejo y presurizado» con muchas posibilidades de error «El afán por hacer fiables los sistemas —escribe Sidney Dekker en Patient Safety: A Human Factors Approach—, también los hace complejos, lo que, paradójicamente, puede a su vez hacerlos menos seguros».
El diagnóstico médico es en sí mismo una tarea compleja. Según el artículo de 2024 «Medical Error Reduction and Prevention» (Reducción y prevención de errores médicos), los errores pueden deberse a «lagunas de conocimientos» básicos que pueden llevar a «una evaluación a pie de cama y un razonamiento clínico deficientes».
«Es cuestionable que un paciente típico que recibe atención de un profesional sanitario típico en un hospital o clínica típicos de EE.UU. corra hoy un riesgo apreciablemente menor de sufrir una lesión médica evitable que hace veinte años».
El artículo «Medical Error» describe una letanía de errores potencialmente mortales: intervenciones quirúrgicas en el paciente equivocado, en la parte del cuerpo que no corresponde o utilizando el procedimiento inadecuado; errores de medicación, como «anular las garantías de uso de la medicación, administrar por error una medicación que parece similar o utilizar medicamentos caducados»; y errores relacionados con dispositivos, como «defectos de diseño de los equipos médicos, manipulación incorrecta, error del usuario y mal funcionamiento».
Otro artículo, este de Australia, señala que el error médico puede ocurrir por cualquier otro factor humano normal; por ejemplo, «las emociones, la fatiga, las distracciones, las opiniones de los compañeros y las normas culturales». Como resultado, se calcula que entre el diez y el quince por ciento de los diagnósticos son incorrectos, y que uno de cada doscientos pacientes ingresados en el hospital sufre daños graves o muere a causa de un diagnóstico erróneo.
Si estas no fueran razones suficientes para evitar acudir a un hospital, cabe destacar un último insulto iatrogénico (definido como el daño evitable e involuntario causado por el profesional sanitario). Joseph Lister introdujo la necesidad de lavarse las manos en 1867, sin embargo, aun este hábito tan básico y de sentido común puede pasarse por alto. Según los autores de «Medical Error», «la falta de práctica de la higiene básica de las manos» y los errores en la colocación de catéteres provocan infecciones comunes como «infecciones del tracto urinario asociadas a catéteres, infecciones del sitio quirúrgico, neumonía adquirida en el hospital, sepsis asociada a la vía central e infecciones de la piel y los tejidos blandos relacionadas con la atención».
«Los pacientes están, en una descripción a grandes rasgos, expuestos a tres tipos de riesgo: su enfermedad, el diagnóstico y el plan de tratamiento para ella, y la aplicación de ese plan.»
¿Por qué sigue pasando esto? Michael J. Saks y Stephan Landsman escriben con franqueza en Closing Death's Door: Legal Innovations to End the Epidemic of Healthcare Harm: «Los incentivos existentes son perversos y las políticas legales, paradójicas. Cuanto menos se gasta en mejorar la seguridad del paciente, más dinero gana una organización sanitaria. Se gana más dinero cuando un paciente resulta dañado (y necesita cuidados adicionales) que cuando todo va bien. La recompensa por las costosas inversiones en seguridad sería una reducción de los ingresos».
El propósito aquí no es condenar a los hospitales; es simplemente dejar en claro que ser más proactivos en lo que respecta a nuestra salud es un plan mucho mejor que ponernos en manos de un sistema que en algunos casos, como describen Saks y otros, gana más dinero con los errores que con la seguridad. Esta advertencia no pretende menospreciar ni señalar con el dedo a los trabajadores y proveedores sanitarios que se dedican a velar por los intereses de los pacientes; pero los errores ocurren.
La medicina moderna, administrada por médicos, auxiliares y personal atentos, será reparadora para la mayoría de nosotros, pero algunos volverán a casa peor, y unos pocos no volverán a casa en absoluto. En caso de apendicitis aguda o de lesión traumática accidental, las urgencias y el hospital son nuestra mejor apuesta para sobrevivir. Los accidentes ocurren y pueden ser inevitables, pero la mejor cura para la enfermedad sigue siendo la prevención. En vez de centrarse en tratar de curar la enfermedad (y correr el riesgo de ir de mal en peor), ¿por qué no centrarse en procurar el bienestar?