¿Quién Quiere Vivir por Siempre?
Después de haber visto el primer corte de El inmortal, un filme de 1986 sobre la batalla de inmortales, el grupo de rock Queen produjo un disco sencillo titulado «Who Wants to Live Forever?» («¿Quien quiere vivir por siempre?»). Uno estaría tentado a responder con otra pregunta: «¿Quién no quisiera?».
Que nuestro tiempo asignado en esta tierra es un cuanto fugaz no creo que se nos haya escapado, especialmente cuando nos acercamos mas al final de la senda de nuestro camino. Entre los animales y plantas con los cuales compartimos nuestro planeta, existe una inevitable senescencia. Aún cuando dicho por un biólogo notó que, «el proceso de envejecimiento es un fenómeno antinatural [en el que] la mayoría de los animales mueren de hambre o son comidos, y no tienen oportunidad de envejecer», el envejecimiento y la muerte son parte del orden humano natural. Sin embargo en años recientes, una revolución creciente en la ciencia de la gerontología ha vaticinado la posibilidad de alargamiento en la expectativa de vida. Esto lleva a unos cuantos a simplemente especular cuales podrían ser los límites de la vida humana; podría ser posible aumentar otra década o dos o hasta siglos.
Mientras que nuestro conocimiento sobre la bioquímica del envejecimiento aumenta de manera exponencial, no es de sorprender que alrededor del mundo, los científicos estén descubriendo sendas esperanzadoras que proveerán maneras de incrementar la longevidad humana. Mientras tanto, compañías en biotecnología buscan traer nuevos productos al mercado— drogas, células, tejidos y procedimientos—quienes, también, esperan guiará de alguna forma a la prolongación de la vida así como a obtener ganancias.
«En cada rama de la medicina, hemos tenido asombrosos, impresionantes progresos en un periodo de tiempo muy, muy corto... La otra cara es que la mortalidad en este país continúa disparándose un 100%».
¿Se encuentra entonces la muerte en una decadencia irreversible? Mientras que el sensacionalismo comercial e informativo concerniente a tal posibilidad ha desalentado a varios científicos tradicionales, no así a otros como Aubrey de Grey quien ha encabezado esfuerzos para, según él, «curar el mal del envejecimiento». El presidente e investigador biogerentólogo de la Methuselah Foundation no solamente está persiguiendo el sueño de la inmortalidad; sino que anticipa atraparlo.
Percibiendo el potencial para prolongar la vida, el respetado periodista del Sunday Times Bryan Appleyard examina en su libro How to Live Forever or Die Trying [Cómo Vivir para Siempre o Morir en el Intento], gran parte de las investigaciones en existencia y llega a esta sorprendente conclusión. «Desarrollos en numerosas ramas científicas», escribe, «sugieren que muy pronto podremos incrementar las expectativas de vida… muy por encima de los cien y la inteligencia, más arriba de los mil».
LLAMADA DE ATENCIÓN
La humanidad sufre de un «éxtasis global» concerniente a la vejez, dice de Grey, y nos quiere advertir. El envejecimiento y su patología no son inevitables, insiste. Una vez que dejemos a un lado nuestro fatalista punto de vista de la esperanza de vida, de Grey tiene fe que la ciencia nos enseñará cómo reprogramar nuestros cuerpos para mantener al sistema celular en un estado juvenil y auto-regenerativo virtualmente para siempre. Cree que existen personas en la actualidad que necesitan envejecer nunca.
El punto de vista moderno del envejecimiento ha sido desasociado del calendario del tiempo. En su lugar, el envejecimiento parece ser la acumulación gradual de daño celular causado por los productos derivados de la bioquímica de la vida misma. Así como otros padecimientos, la vejez y la muerte ahora son vistos como un progreso de eventos que acurren porque el cuerpo deja de reparar continuos daños metabólicos; aunque el tiempo es un factor importante, es la perdida de la función de reparación la que nos lleva al padecimiento. Regresando las manecillas del tiempo celular y restableciéndolas permanentemente a un modo de auto-rejuvenecimiento es una meta más grande dentro de la búsqueda de la juventud. Esto requerirá una identificación más amplia de las conexiones entre genes específicos, sus funciones de mantenimiento celular y otras interacciones con otras células del cuerpo así como con el medioambiente (Para más sobre la ciencia de rejuvenecimiento celular y longevidad, vea «Turning the Hands of Time»).
«Los sumos sacerdotes de nuestra era secular los biólogos moleculares, han comenzado a tratar la mortalidad de una manera como ningún grupo, generación o sociedad jamás haya soñado antes».
Nuestro emergente conocimiento eventualmente permitirá a los humanos a alcanzar lo que de Grey llama «longevity escape velocity» («velocidad de escape de la longevidad») (LEV [VEL]). No estamos como para insinuar que la ciencia está en la cúspide del desarrollo de la máxima bala de plata contra el envejecimiento. Mas bien, las transfusiones y trasplantes, marcapasos y fármacos estatinas son los que han prolongado la vida hoy día—aparte de la higiene, alimentos y agua potable y la aplicación de la teoría microbiana de la enfermedad prolongaron la vida humana en tiempos pasados—de tal manera una nueva era de la medicina está en el horizonte. Ahora, de Grey dice, que tenemos que llegar al punto en donde podamos comenzar a reentrenar el cuerpo a retener su proceso natural de rejuvenecimiento.
Lograr el VEL no ocurrirá de inmediato, por supuesto. No vamos de repente a encontrar la forma de desafiar a Matusalén. Para cuando el estándar de vida sean 100 años, nuevas innovaciones la prolongarán a los 200 y así sucesivamente, dando saltos progresivos a la promesa de vida, de lo cual no se ve un fin cercano.
UN SALTO DE FE
S. Jay Olshansky es profesor de la Facultad de Salud Publica en la Universidad de Illinois en Chicago e investigador titular en el Centro de Oncología de la Universidad de Chicago y en la Facultad de Higiene y Medicina Tropical en Londres; Bruce A. Carnes es profesor del Departamento de Medicina Geriátrica Donald W. Reynolds en el Departamento de Ciencias de la Salud de la Universidad de Oklahoma. En su libro En Busca de la Inmortalidad (2001), estos coautores expresaron sus preocupaciones de la manipulación genética: «Los seres humanos han desarrollado la tecnología para usurpar el control de la naturaleza sobre nuestro legado genético, pero esta tecnología podría hacer más daño que bien. Por ejemplo, podría ser posible eliminar genes que están ligados con la fragilidad, la incapacidad física y la enfermedad asociada con la vejez. Si estos genes participan también en trayectorias de desarrollo critico en los primeros años de vida, entonces su eliminación podría tener consecuencias catastróficas». (Vea «En Busca de la Fuente de la Juventud»).
Dichas palabras de advertencia aun reverberan, pero el momento hacia la creciente fe en la ciencia por proveer la cura final está en aumento. Por ejemplo, la investigadora Cynthia Kenyon del Centro Hillblom para la Biología del Envejecimiento (Universidad de California–San Francisco), da crédito a su optimista perspectiva. Kenyon estudia gusanos de tierra llamados nematodos y la genética del envejecimiento. Basada en su trabajo, observa que a través «del conocimiento que surge al modificar mecanismos fundamentales» de estos genes y sus productos proteínicos, «podríamos ser capaces de retardar el proceso de envejecimiento—mantenerte productivo, con algo de suerte creativo, ocupado, fuera de la asistencia pública por un largo rato—y hacerte resistente a muchas enfermedades relacionadas con la edad». Entre tanto que aprendemos mas, continúa, «podríamos tener todo un mundo de oportunidades para crear nuevas clases de drogas, y una nueva manera de tener más control, en cierto modo, sobre nuestra esperanza de vida y nuestros periodos de juventud» («Science Versus the Biological Clock,» 2007 Aspen Health Forum [«Ciencia vs Reloj Biológico», Foro de Salud Aspen 2007).
Nuestro reloj biológico continúa su curso. Aun se desconoce la interrelación, las reacciones metabólicas del proceso viviente que opera para crear un tipo de especie especifica de vida útil. Un gusano microscópico puede experimentar un transcurso de tiempo de solamente unos cuantos días antes de que literalmente madure y muera; para una tortuga o un pez grande, la vida del calendario parece indefinido. Nuestro reloj está ubicado en medio en alguna parte.
En verdad sería cosa de miopes hacer caso omiso a la posibilidad de grandes innovaciones en tratamientos médicos, mas cuando consideramos la complejidad del proceso de envejecimiento y de las enfermedades relacionadas con la vejez, debemos reconocer que cualquier metodología ofrece una esperanza limitada de abordar un fenómeno variado que no entendemos completamente al presente. Sin embargo, según de Grey, tenemos una obligación con las generaciones futuras de intentarlo: «Si vacilamos, titubeamos, y de hecho no desarrollamos estas terapias, entonces estamos condenando a un grupo de personas que pudieran haber sido lo suficientemente jóvenes y saludables gracias a esa terapias,… y esto lo considero yo inmoral».
UN CAMPO DE GRANDES SUPOSICIONES
Queen preguntó «¿Quién quiere vivir por siempre?». Desde una perspectiva diferente, aunque de modo similar, se dice que Arthur Schopenhauer filosofo alemán del siglo XIX anotó, «La brevedad de la vida, siempre tan lamentada, podría ser la mejor característica de esta».
Nuestra reacción inicial a esto probablemente variará dependiendo de un número de factores: nuestra edad, estado socioeconómico, experiencias personales y expectativas así como oportunidades futuras. Sin embargo en vista de de las afirmaciones que los continuos avances, significa que estamos al filo de vencer las limitaciones de nuestra fragilidad humana, las implicaciones del éxito deberían ser cuidadosamente consideradas.
La primera conjetura inherente es que las técnicas innovadoras médicas deberían estar al alcance de todos.
El escritor inglés John Wyndham (1903–1969) escribió una obra de ciencia ficción titulada Trouble With Lichen [Problemas con el liquen], en la cual los científicos Francis Saxover y Diana Brackley descubren la cura para la vejez extraída del liquen. Desafortunadamente el suministro de las especies requeridas en particular es limitado. Esto incita a Saxover a preguntar: «¿Quiénes serán los afortunados que se les permitirá vivir más tiempo? ¿Y por qué?» ¿De hecho, si nuevas tecnologías llegan a estar disponibles, tendrá cada uno la oportunidad de beneficiarse de ellas? Tomando en cuenta los antecedentes en la vida real, no parece concebible.
Como ejemplo, Olshansky y Carnes citan la introducción de maquinas para diálisis en las décadas de 1960 y 1970. En ese entonces el alto costo limitó la cantidad de maquinas, pero aun los que sí tuvieron acceso a éstas, frecuentemente no podía pagarse el tratamiento. De igual manera, un artículo de fondo en la revista New Scientist (Científicos Modernos) habló sobre el problema de la disponibilidad y la asequibilidad de las drogas para el tratamiento del cáncer. Entre tanto que nuevos fármacos se hagan disponibles para enfocar en mutaciones especificas que causan tumores particulares al paciente, permitiendo de manera potencial a la gente vivir mucho más años después del diagnostico, estas innovaciones vendrán con su coste. El artículo pregunta: «Si a duras penas hoy día podemos pagar las medicinas para el cáncer, ¿cómo vamos a poder pagar estas nuevas?» («What Price Good Health?» 25 de octubre de 2008).
Alrededor del mundo, autoridades en el cuidado de la salud ejecutan de facto un sistema de racionamiento basado sobre el análisis costo-beneficio. También existen otras desigualdades. En el Reino Unido gran parte se ha hecho por medio de la llamada lotería por código postal: la zona residencial donde uno vive con frecuencia determina la disponibilidad de recursos médicos. Esta disparidad es aun más grande cuando nos fijamos a nivel mundial. En un folleto de apelación de la UNICEF deja claro que diariamente mueren más de 3400 niños en naciones desarrolladas que mueren por enfermedades tales como: tos ferina, polio, difteria, sarampión, tétanos y tuberculosis. En palabras de UNICEF, «quizás la verdadera tragedia reside en que estas muertes son totalmente prevenibles» Excepto que no tenemos un sistema que ponga a disposición los frutos de la investigación a cada uno que se pueda beneficiar de ellos, a pesar de los mejores esfuerzos de los gobiernos, individuos altruistas y filantrópicos.
«La mayoría de la gente que se han convertido en inmortalistas... están horrorizados por los millones de muertes causadas por guerras o desastres naturales. Humanamente, estamos determinados, en el presente, a ayudar, y en el futuro a hacer lo que podamos para prevenir que tales cosas sucedan nuevamente».
Desafortunadamente aun tenemos que asegurarnos de que cada uno en el planeta tenga acceso a los recursos básicos tales como agua potable, suficiente comida nutritiva y recursos médicos y educativos. ¿Podemos de manera realista contemplar un mundo en donde cualquier beneficio de la longevidad esté disponible para todos?
MÁS DE LO MISMO
Aunado a su propia preocupación en cuanto a la sostenibilidad y equidad de distribución de los recursos dentro del escenario de una prolongación de vida, Appleyard cuestiona el factor motivacional a largo plazo, el amor a sí mismo. «El cultivo al yo es, aparte de las relaciones, es la preocupación contemporánea suprema. Aunque incluso aquí existen problemas», dice. «¿Que tanto cultivo del yo podemos tomar? Habrá solamente un máximo de artilugios que podamos comprar, de igual manera el número de días que podremos pasar en el gimnasio o el salón de belleza».
Acaso el mundo que estamos creando para sí es uno en el que podemos continuar obteniendo placer y satisfacción, ¿o podría convertirse en una experiencia hueca? ¿Es en realidad que queremos más de lo mismo? Podríamos de manera inevitable coincidir con «Tithonus» de Tennyson, en donde el personaje principal se lamenta, «And after many a summer dies the swan (Y después de varios el cisne muere un verano). / Me only cruel immortality / Consumes (Yo solo inmortalidad cruel consume)...»
Aun si estuviéramos entre los pocos que pudieran esperar por un futuro utópico, ¿podríamos reposar tranquilamente en compañía del gran número de los ciertamente menos afortunados? ¿Además quien quisiera vivir indefinidamente si eso significa continuar con una existencia como esclavo del dinero, o vivir bajo la opresión de una brutal dictadura, o en un país en guerra lleno de violencia?
A pesar de lo bueno que los lideres y legisladores puedan lograr, intentos en muchos diferentes sistemas de gobierno y filosofías a través de los siglos han fracasado en crear un mundo en donde nos gustaría vivir. Así como Appleyard destaca, la mejor guía para imaginarse cómo sería el mundo con gente viviendo en gran medida vidas útiles es simplemente observar al mundo que nuestra naturaleza humana ha generado en el pasado. En cuanto a las posibilidades de que este modelo cambie, dice: «Ciertamente no está claro—es incoherente—sugerir que los humanos pueden saber cómo cambiar su naturaleza humana para su propio bien. Es más posible simplemente incrustar nuestros fallos y prejuicios en el nuevo modelo».
TODO TIENE QUE VER CON LA FE
En 1986 en una de sus obras escritas. El doctor en medicina y escritor de historias cortas C.A. Stephens observó «una nueva esperanza a nacido» en el mundo, una esperanza que de aquí a 25 años las mejores mentes habrán descifrado los secretos de la célula y habrán preparado el terreno para la renovación artificial de los tejidos. Preguntó en Long Life, «¿Ya cesó la evolución? Al contrario, es la fe del escritor que hasta ahora hemos visto no el extremo inferior de la evolución. Su gran complemento todavía tiene que ser mostrado en la perfección del organismo humano y la remoción de la causa de las enfermedades, envejecimiento y muerte: en una palabra, el logro de la inmortalidad. Se ganara la inmortalidad por medio del conocimiento aplicado. El hombre tendrá su propia alma».
Ha pasado más de un siglo, y aun la fe de Stephens no ha sido recompensada. Es cierto que en ocasiones nos quedamos pasmados por los avances científicos y tecnológicos. Indudablemente habrá nuevos avances, haciendo grandes encabezados, dando nuevas esperanzas. Aunado a esto, mucha gente—ya sea a nivel privado, corporativo o de gobierno—contribuirá mucho a hacer de nuestro mundo un mejor lugar.
Sin embargo, parece poco probable que el hombre salvará su propia alma. Un lado oscuro de la naturaleza humana ha creado por mucho tiempo una cadena de problemas con consecuencias negativas y aun trágicas. Existe un límite a nuestro ingenio e iniciativa, lo que significa que no podemos con todos los problemas mundiales por nosotros mismos. Para asegurar un mundo mejor—un mundo en el que valga la pena vivir para toda la humanidad hoy, ni hablar de una esperanza de vida mayor o por la eternidad—la historia sugiere que debemos buscar más allá de nuestro propio consejo.
Ese tal consejo, aunque frecuentemente echado a un lado, registra a Jesús diciendo, «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mi, aunque esté muerto, vivirá» (Juan 11:25).
Ciertamente, creer requiere fe, así como lo hizo la creencia de Stephens que el hombre salvaría su propia alma por medio de avances científicos. También se requiere fe para creer lo que la Biblia declara sobre la venida de un mundo futuro y mejor que el podamos crear nosotros con nuestro propio esfuerzo. Efectivamente, si no estamos esperanzados solamente en una prolongación de vida temporal sino en la inmortalidad en un mundo pacifico que pueda sostener vida por siempre, entonces de cualquier forma que busquemos como lograrlo, cualquier sistema o ente que pongamos nuestra confianza, se requiere de fe. Al final, en lugar de preguntar «¿Quién quiere vivir por siempre?» mientras contemplamos la posibilidad de no solamente prolongar la vida, sino de tener una vida mejor, la verdadera pregunta es «¿en quién pondremos nuestra confianza por la eternidad?»