Redescubriendo el Liderazgo: El Servicio contra el Interés Personal
¿Qué sucedió con el liderazgo? ¿Será que todos los grandes líderes han desaparecido del escenario mundial? ¿Los líderes nacen, o se forman bajo circunstancias apropiadas?
Hace algunos años el Sunday Times de Londres publicó un artículo titulado «¿Qué sucedió con los Verdaderos Líderes?». En un fragmento dice: «El secretario de asuntos exteriores era un estirado, pero el primer ministro ni siquiera eso, “era sólo un agujero en el aire”. Las palabras son de George Orwell, aplicadas a Lord Halifax y Stanley Baldwin, a finales de los años treinta. ¡Qué resonancia tienen hoy!… Lo que el país necesita es liderazgo, y ésa es la realidad de todo el mundo occidental».
El artículo continuaba diciendo: «La brecha entre lo deseable y lo real nunca ha sido tan grande en este aspecto. Cuando uno abre los periódicos o ve las noticias en televisión, ¿encuentra a un solo líder político en Occidente cuyas palabras esperaría recordar? ¿Espera aprender algo de ellos? ¿Espera que hagan algo inspirador o creativo, o siquiera que hagan sólo lo correcto? Hemos llegado a un punto realmente bajo en el liderazgo, más bajo que en ningún otro momento en la historia reciente... “Sembré dragones y coseché pulgas”, dijo Nietzsche». Es una fuerte súplica para el tipo de liderazgo que pueda liberar a la humanidad del yugo de sus tantos problemas y maldades.
El fallecido periodista estadounidense Walter Lippmann, en su columna Today and Tomorrow, definió a los líderes como «los custodios de los ideales de una nación, de las creencias que ésta comparte, de sus continuas esperanzas, de la fe que hace que una nación no sea una mera concentración de individuos».
Custodio. La palabra significa cuidador, guardián o supervisor. Es una palabra proactiva que implica acción por parte del portador. Los custodios protegen algo importante en representación de otros. La custodia no implica un comportamiento motivado por el interés personal.
Un custodio, entonces, es un individuo que defiende lo que es mejor para toda la gente, incluso si no es así para su propio interés. El papel de un custodio debe considerarse como temporal, conservando algo más grande que uno mismo: principios de valor imperecedero y perdurable. Esto representa una actitud enfocada en la tarea en cuestión y no en lo que el líder puede obtener por su posición. Significa una relación de comprensión y preocupación entre líderes y seguidores, y requiere de individuos motivados por lo que sea mejor a los intereses de quienes eligen a los líderes.
Esta idea parece opuesta a lo que vemos que sucede a nuestro alrededor. En todos los ámbitos vemos líderes que no cuidan para nada los intereses de aquéllos a quienes pretenden servir, sino que, en lugar de eso, simplemente trabajan en sus propios ideales y esperanzas. A menudo es difícil decir si nuestros líderes están trabajando para ellos mismos o para nosotros, y es muy común encontrar líderes que simplemente se ayudan a sí mismos para obtener privilegios, prosperidad y poder. Una mala administración, engaño, ambición y el siempre salir de Guatemala para entrar en Guatepeor… todo conduce a la misma pregunta: ¿Hacia dónde nos están guiando nuestros líderes?
¿En quiénes podemos buscar la dirección que necesitamos? ¿La declaración de Lippmann es tan sólo un sueño idealista e irrealizable?
¿SERVICIO O INTERÉS PERSONAL?
En todas las épocas, siempre se ha valorado a los líderes que han mostrado ser custodios adecuados, es decir, aquéllos que han buscado el servicio por encima de su interés personal. La gente los ha buscado con agrado en busca de dirección y guía en momentos de indecisión, confusión y conflicto.
«El liderazgo es una forma de servicio. Para guiar, un líder deberá tener la voluntad de satisfacer las necesidades de los individuos del equipo».
Uno de esos custodios sobresalió en el siglo V a.C. en la república romana. El ejército romano se encontraba sitiado y el país necesitaba un líder que tomara ese momento en sus manos y convirtiera la inminente derrota en victoria, así que recurrió a un hombre que estaba arando su tierra: un granjero llamado Cincinato. Él llegó, vio, conquistó y se fue a su casa. Cincinato adquirió fama por su desinteresada dedicación a su país. Este semilegendario héroe dio todo de sí en un momento de crisis y, luego, cuando el trabajo estaba hecho, soltó las riendas del poder y regresó a su arado.
Un ejemplo más moderno lo encontramos en el primer presidente de Estados Unidos, George Washington (consulte «George Washington: The Man Who Would Not Be King»). Considerado como «el padre de su país», es un ejemplo magnífico del tipo de liderazgo y custodia que propugna Lippmann.
Washington era un hacendado aristócrata y un caballero de carácter peculiar. Cuando fue llamado a defender los intereses de una incipiente nación como comandante en jefe del Ejército Revolucionario durante la Guerra de Independencia de Estados Unidos, aceptó el reto y perseveró contra todas las adversidades. Posteriormente, después de ocho años y medio de ser el hombre más poderoso de Estados Unidos, renunció a su comisión y regresó a sus ocupaciones agrícolas.
No es sorpresa que él haya sido electo automática y unánimemente para convertirse en el primer presidente de los Estados Unidos. Ocupó el cargo durante dos periodos, y después de este supremo acto de servicio para su país, al igual que Cincinato (con quien lo habían comparado a menudo sus contemporáneos), se alejó del centro de atención pública y se fue a descansar a su propiedad en Monte Vernon, Virginia.
Washington es recordado por su fortaleza de carácter y disciplina, su patriotismo leal, su liderazgo basado en principios y su desinteresada dedicación al deber público. Él protegió, en representación del pueblo de los Estados Unidos, todos los valores y creencias que hicieron posible su nación, sin importar su propio beneficio.
El verdadero liderazgo es y siempre ha sido una acción desinteresada. Supone dejar fuera el interés propio y considerar las necesidades de otros. Es una forma de pensamiento que toma en cuenta a otras personas aun cuando las necesidades propias sean apremiantes. Se pregunta qué es lo correcto o lo mejor para la mayoría. Hoy en día, algunos pondrían en duda la necesidad, en este aspecto, de tener más líderes como Cincinato y George Washington, líderes que completarían el trabajo que se les haya pedido realizar sin preocuparse por ellos mismos, y quienes guiarían en lugar de simplemente registrar la voluntad colectiva del pueblo.
Aun así, sería difícil llegar a un consenso sobre cómo es que un líder podría lograrlo, cómo es que un líder podría custodiar o proteger los valores y creencias de una nación o de un grupo.
¿Cómo podemos responder a esta pregunta en un mundo que aparentemente se ha tornado inmanejable? Hoy en día, nuestro mundo se enfrenta a problemas graves e incluso potencialmente mortales y de naturaleza global. ¿Dónde encontraremos la sabiduría para tratar con los dilemas más apremiantes de la civilización moderna?
ES ASUNTO DE TODOS
Evidentemente, el liderazgo en un asunto que nos afecta a todos. No sólo nos impacta, sino que también nos llama a ejercerlo. Ya sea que participemos en la dirección de un gobierno o negocio, guiando mentes jóvenes, encabezando una familia, un equipo deportivo o un comité; organizando una cena, un proyecto escolar, un viaje por turnos en coche o un hogar; o simplemente defendiendo lo que es correcto, todos tenemos un rol de liderazgo que debemos asumir. A cada uno de nosotros se nos imponen diferentes roles de liderazgo una y otra vez a lo largo de nuestra vida, y cada uno de nosotros somos llamados a ser custodios de lo que es correcto y bueno, duradero y valioso, en representación de quienes están bajo nuestro cuidado.
Sorprendentemente, esta idea de custodia aparece incluso en el trabajo de un escritor renacentista que a menudo es considerado entre los pensadores políticos más cínicos de todos los tiempos: Nicolás Maquiavelo. En la actualidad, Maquiavelo es más comúnmente mencionado en relación con el engaño y la duplicidad; sin embargo, él insistía en que el liderazgo sólo era virtuoso si se buscaba y lograba el bien de la comunidad por encima de todo lo demás. En otras palabras, un buen líder era un administrador de la comunidad.
Cuando somos llamados a dirigir, el tipo de custodio que seamos dependerá enormemente de lo que entendamos por custodio, de cómo pensemos en otras personas y de cómo determinemos lo que es correcto y lo que vale la pena proteger.
La palabra custodio, en este contexto, es sinónimo de mayordomo como se usa en la Biblia y como se ha usado a través de la historia. Un custodio o mayordomo vigila aquello que ha sido puesto bajo su cuidado por aquél a quien le pertenece o por quienes se beneficiarían de ello. La mayordomía es un servicio realizado para otros. No se trata de posesión o control; no es una técnica. Es quién y qué es un líder. Es una actitud —una condición de ser—, una forma de ver el mundo, pero no es el liderazgo pasivo y de no intervención que algunos han atribuido a esta forma de pensamiento. Es un componente del liderazgo sin el cual los líderes no pueden funcionar totalmente.
En el contexto en que hablaba Lippmann, significa no sólo mantener la visión y la fe en ideales, creencias y esperanzas, sino también vivir esos valores como un modelo y ejemplo para que otros lo sigan. Significa levantar las miradas y mantener el enfoque de aquéllos a quienes guiamos para permitirles alcanzar su potencial. Significa posibilitar a las personas quitando los obstáculos de su camino y, a menudo, de su pensamiento. Es evidente que, para lograrlo, el líder debe visualizar en todo momento el panorama completo y mantener el curso en beneficio de todos.
«Sin una dosis saludable de corazón, un supuesto “líder” puede dirigir, pero no guiar».
LIDERAZGO CON CUSTODIA
En el cada vez más amplio abismo entre lo que queremos y esperamos de nuestros líderes y lo que estamos obteniendo, parece muy natural estudiar detenidamente al liderazgo en sí. Y muchos lo hacen. Al encontrar que el liderazgo que vemos a nuestro alrededor tiene carencias, pensamos que los puntos de vista tradicionales de liderazgo deben ser inadecuados y obsoletos. Con total frustración, reemplazamos muchas ideas tradicionales por nuevas y —esperamos— mejores ideas de lo que es el liderazgo. Como creemos que hay problemas con lo que hacen los líderes, los defectos de los antiguos puntos de vista parecen bastar para poner a flote los nuevos. No obstante, esas ideas nuevas casi siempre demuestran ser miopes e ineficaces.
La naturaleza del interés personal de muchos de los líderes que hemos visto en el pasado ha llevado a algunos a pedir un liderazgo más pasivo y guiado por sus seguidores. Esa versión ha exigido reemplazar el liderazgo con un concepto también llamado mayordomía. Aunque a primera vista esta nueva «mayordomía» podría parecerse a lo que se refería Lippmann, no lo es. Tampoco se refiere al concepto bíblico. La verdadera mayordomía no reemplaza el liderazgo puesto que es una parte integral de él.
Esta nueva mayordomía, como aquí nos referiremos a ella, tiene como principio guía la creencia de que las personas tienen el conocimiento y las respuestas dentro de ellas mismas. Por lo tanto, no hay necesidad de que un líder dirija a otros adultos ni hay necesidad de enseñar a otros a pensar, comportarse o conducirse a sí mismos. Aunque esto suena muy atractivo, democrático, liberador y casi místicamente primordial, es ingenuo. Sabemos por experiencia que la gente no siempre actúa en función de lo que es mejor para ellos mismos, y mucho menos para el de otros.
Sugerir que este enfoque es ingenuo podría sonar arrogante en una sociedad que ha colocado el conocimiento personal por encima de la orientación externa. Mientras vemos cómo se disuelven las estructuras e instituciones que tradicionalmente nos han brindado orientación externa —familia, escuelas y religión—, se fortalece el deseo de creer que nosotros somos nuestra mejor fuente de sabiduría y que actuaremos en consecuencia. Teóricamente, parecería tener sentido; sin embargo, en la práctica, nunca ha funcionado de manera sustentable. Los estudios muestran que todos tomamos ejemplos, no de las realidades del medio ambiente, sino de nuestros propios prejuicios, deseos, percepciones y distracciones. Entonces, una función del liderazgo debería ser ayudar a los seguidores a crear una visión más precisa y constructiva de la realidad trazando el panorama completo.
LA VERDADERA MAYORDOMÍA
El modelo de la nueva mayordomía está basado en un mito de que el liderazgo —en el que la dirección, visión y guía vienen de la cima de una organización— crea dependencia de los seguidores y elimina la responsabilidad y la satisfacción personal.
Analicemos esa idea. Cuando se presenta el concepto de nueva mayordomía, muy a menudo se afirma que tiene sus raíces en la Biblia. Quizá sí; pero entonces, quienes proponen este tipo de mayordomía se van por una tangente que la Biblia no apoya. El concepto de mayordomía aparece por primera vez en la Biblia en Génesis 2, donde se pidió a Adán que «labrara y guardara» la creación física de Dios. Esto no presenta la imagen de un enfoque pasivo y de no intervención. Adán tenía que aplicar las leyes y el pensamiento de Dios al reino físico que Él había creado. Se esperaba que Adán hiciera algo. Al tiempo de vivir en armonía con esa creación, debía mantener activamente una norma basada en leyes y un pensamiento superiores al suyo.
De la misma manera, cuando se nos asigna cualquier responsabilidad de liderazgo, también estamos obligados a mantener una serie de normas que estén en línea con las leyes superiores. Una vez más, no debemos imponer nuestro propio pensamiento y deseos en aquéllos a quienes guiamos, sino aplicar esas normas que fueron diseñadas por ser lo mejor para todos. Naturalmente, deberían implementarse con respeto a aquéllos a quienes servimos y como una comunicación bidireccional con ellos.
El liderazgo auténtico no quita la libertad, la elección o la responsabilidad de otros. Así como los líderes deben servir y tomar en consideración las ideas y necesidades de aquéllos a quienes guían, quienes los siguen deben hacer lo mismo. Al hacerlo, ellos, junto con el líder, practican el dominio personal, desarrollan el carácter, integran la disciplina y practican el amor y el respeto por otras personas. Esto crea una especie de liderazgo personal en todos los niveles del grupo; promueve un ambiente donde todos tienen poder y trabajan para el bien común porque es lo mejor al beneficio de todos.
Daniel Goleman, autor de La Inteligencia Emocional, se refiere a este tipo de preocupación por los sentimientos, ideas y opiniones de los demás como empatía, pero advirtió en un artículo de Harvard Business Review que la «empatía no significa sensiblerías del tipo «yo estoy bien, tú estás bien». Para un líder, no es cuestión de adoptar las emociones de los demás como propias y tratar de complacer a todo el mundo. Eso sería una pesadilla. Imposibilitaría la acción. Más bien, empatía significa tener en consideración los sentimientos de los empleados, junto con otros factores, en el proceso de toma de decisiones inteligentes» («¿Qué hace a un líder?», 2004). En otras palabras, una verdadera mayordomía o custodia significa tomar en consideración las ideas y sentimientos de los demás mientras se protegen —teniendo como límites— los ideales, creencias y esperanzas del grupo. Irónicamente, una actitud de servicio mantiene a los líderes conscientes de las necesidades de los demás y al mismo tiempo les permite convertirse en mejores líderes.
El modelo de nueva mayordomía suena correcto superficialmente, pero se toma más como un mecanismo de defensa que como un método constructivo para poner el pensamiento de liderazgo de nuevo en marcha. Como Lippmann definió correctamente, el liderazgo se trata en realidad de elegir el servicio por encima del interés personal. El liderazgo, propiamente ejecutado, no es un ejercicio de concertación, sino un ejercicio de preocupación por otros, incluyendo el definir y establecer límites según sea necesario.
BASE SÓLIDA
Algo fundamental para el proceso de liderazgo y su éxito es de dónde provienen los valores que determinan esos límites. No pueden venir de un solo individuo ni tampoco de todo el grupo. ¿De dónde tomamos los ideales, las creencias y las esperanzas permanentes de las que Lippmann escribió y que fijan los límites, esas guías que nos moldean y forman?
George Washington creía que esos valores y límites venían de Dios. En su primer discurso inaugural afirmó que «no se pueden esperar sonrisas favorables del Cielo sobre una nación si ésta es indiferente a las reglas eternas de orden y derecho que el mismo Cielo ha ordenado» (el énfasis es nuestro).
Una vez más, los límites realmente efectivos deben provenir de algo externo a nosotros mismos. Un líder eficaz tiene una agenda diseñada para producir resultados, pero está guiada por un núcleo de valores que provienen del exterior y no del interior. Este proceso se mantiene a través de la integridad del líder, de su custodia de esos valores.
Haciendo énfasis en la necesidad de integridad en un núcleo externo de valores para el desempeño de un liderazgo apropiado, John Adair, profesor invitado de estudios de liderazgo en la Universidad de Surrey y Exeter en Inglaterra, señaló: «Aunque es imposible demostrarlo, creo que aferrarse firmemente a los valores soberanos fuera de una mismo permite el desarrollo de una integridad en la personalidad y la solidez del carácter moral. Una persona de integridad siempre será puesta a prueba. La primera prueba real viene cuando las exigencias de la verdad o del bien parecen [sic] entrar en conflicto con el interés o las perspectivas personales. ¿Cuál eliges?» (Effective Leadership [Liderazgo Efectivo].
Tal vez es tiempo de aplicar esas «reglas eternas de orden y derecho», esos «valores soberanos», a los roles de liderazgo que desempeñamos en todos los niveles de la vida. Incluso a diario, las actividades rutinarias son oportunidades de demostrar e ilustrar los valores y creencias que debemos custodiar. Si cada uno de nosotros trabaja para mantener esos valores, se introduce en nuestra vida el elemento de empoderamiento: cada persona se convierte en cierta forma en un líder, en lugar de ser sólo aquéllos que están por encima de nosotros quienes nos brinden dirección e instrucción.
El Ser que nos creó es la fuente suprema de los valores que debemos demostrar que funcionan eficazmente. En Su Palabra, Él nos enseña cómo servir, cómo cuidarnos unos a otros, cómo respetar a otros más que a nosotros mismos, cómo enseñar… en otras palabras, cómo guiar. La Biblia es donde encontraremos las pautas que buscamos para dirigir el camino en esta compleja era. Nos haría bien familiarizarnos con ella.