El Medio Oriente y la Primera Guerra Mundial
Acontecimientos en el Medio Oriente continúan presentándose en las noticias mundiales como lo han hecho durante más de un siglo. Al igual que las limaduras de hierro del primer rompecabezas magnético de un niño, atrayendo naciones de todas direcciones. Ninguna, al parecer, puede resistir el conseguir involucrarse a lo que se la ha llamado la cabina de las identidades nacionales y el perpetuo conflicto. Frecuentemente el enfoque se limita a Israel y Palestina; es ahora el turno de John Kerry intentar una negociación Estadounidense «una paz justa y viable». En un lenguaje diplomático cuidadosamente ensayado, según este Secretario de Relaciones Exteriores, todos los temas están «sobre la mesa de negociaciones. Sobre la mesa están con una simple meta: el poner fin al conflicto».
Este callejón sin salida al igual que muchos problemas en el Medio Oriente, tiene sus raíces en la I Guerra Mundial. Con los primeros disparos de esa guerra devastadora, se estableció el escenario para la participación europea y norteamericana que hasta la fecha perdura. Con todos sus altibajos de más de un siglo de derramamiento de sangre, altos al fuego, negociaciones, promesas rotas, apropiaciones indebidas de territorios y absurdas pérdidas de vidas, es la gente común del Medio Oriente la que más ha sufrido.
Los juegos de poder de la era colonial entre los gobiernos rivales ingleses y franceses fueron evidentes durante la guerra. En 1916, anticipando no solamente la victoria sobre la alianza germano-otomana, sino también ganancias comerciales para sí mismos, fueron firmados los acuerdos Sykes-Picot por una nueva confederación árabe, solo que se mantuvo en secreto a los árabes. En la conferencia de San Remo en 1920, los poderes aliados decidieron el futuro contorno del Medio Oriente: Francia tendría control obligatorio sobre Siria y el Líbano, la Gran Bretaña sobre Palestina y Mesopotamia.
¿Por qué querían controlar este vasto territorio árabe? Cada uno aún continuaba ampliando su imperio aparte de prevenir que el otro tratara de obtener ventajas. Ciertamente, los recursos petroleros existentes y potenciales de la zona eran un factor, lo que significaba que cualquier ferrocarril u oleoducto tendría que estar en buenas manos. Para la Gran Bretaña, la estratégica importancia del Canal de Suez en Egipto para sus posesiones imperiales en el este—incluyendo la India, «la joya de la corona»—señala otra parte de la respuesta. La posesión de Palestina, aledaña a Egipto, se convirtió en un factor central.
Es bien sabido que el gobierno británico también llegó a un acuerdo con la comunidad judía del país, consagrado en la Declaración Balfour en 1917. Como poder mandatorio de la posguerra, el gobierno apoyaría el establecimiento de «un hogar nacional para el pueblo judío», bajo la condición de que nada se haría por «discriminar los derechos civiles y religiosos existentes de las comunidades no judías en Palestina». Este documento quizás intencionalmente ambiguo, ha sido la fuente del gran resentimiento entre palestinos e israelíes y más ampliamente entre árabes y judíos. Prestó su apoyo al sionismo político, fundamental para el establecimiento del Estado de Israel.
«No conocieron el camino de la paz».
La I Guerra Mundial con frecuencia llamada la guerra que terminaría con todas las guerras, ha proyectado una larga sombra durante los últimos cien años. Parece que sus tratados fueron con demasiada frecuencia intentos de paz que pusieron fin a toda paz. En el Oriente Medio, continúan los disturbios. ¿Existe alguna solución que va más allá de las interminables propuestas por una «paz justa y viable»? Sólo puede venir de fuera; por sí mismos no podemos cambiar hasta el punto necesario para terminar toda guerra.
Hace dos mil años el apóstol Pedro le dijo a un centurión romano y su casa, que la paz que él representaba era posible para todos los que temen a Dios y hacen lo correcto, que «Dios no hace acepción de personas»; esto es «mandó mensaje al pueblo de Israel, anunciando el evangelio de la paz por medio de Jesucristo [el Príncipe de Paz]» (Hechos 10:34–36). Nada mejor que esto podemos hacer.