Hablando de democracias y dictadores
¿Es esta una etapa pasajera o es la era en la que ya acabaron las instituciones democráticas, los valores universales y la decencia colectiva? En país tras país, los líderes autócratas aumentan y los principios democráticos son objeto de ataque. Y no es solo que inciden en esto los que diseminan ideas totalitarias. Una encuesta mundial muestra que ha disminuido notablemente el porcentaje de gente joven que considera la democracia como forma esencial de gobierno.
Se ha dado en llamar el siglo XX la era de los dictadores a causa de Stalin, Hitler, Mao y otros que aterrorizaron y asesinaron a millones, siendo muchos de ellos sus propios compatriotas. Esa era terminó con una serie de fracasos y derrotas espectaculares, dejando la impresión de que la moderación, la libertad y la tolerancia habían vencido. Pero ahora, de nuevo se oyen en muchos lugares voces de nacionalismo y autoritarismo, tanto entre los líderes como entre los seguidores.
«A partir de 2006, año tras año el mundo se ha vuelto más autoritario».
En 2018, China revocó los límites de duración del mandato de su líder, y Rusia está cada vez más cerca de hacer lo mismo, dejando el camino abierto a presidencias vitalicias. El antiguo adagio «una persona, un voto, una vez» adquiere nueva relevancia.
Tras su muerte, Joseph Stalin fue repudiado por el posterior líder soviético Nikita Khrushchev, y su cuerpo embalsamado fue retirado de la exhibición pública y enterrado. Con todo, según los sondeos de opinión, hoy en día la mayoría de los rusos consideran a un rehabilitado Stalin como «un líder sabio». Actualmente, los partidarios de Vladimir Putin se refieren a él como vozhd, lo cual significa «líder» —término que otrora se aplicara a Stalin— en el sentido de alguien que encarna la voluntad de la nación. En la más reciente «Encuesta de valores europeos y mundiales», el apoyo ruso en pro de un liderazgo fuerte sin parlamento ni elecciones representa a 67% de la población. O sea que —en contraste con 42,6% a mediados de los años noventa—, esta vez, en total, dos tercios de la población consideran «bastante buena» o «muy buena» esa manera de gobernar el país.
En China, de nuevo se celebra a Mao Zedong; a su ciudad natal se asiste como a un santuario, y sus purgas y políticas desastrosas yacen olvidadas. El infame librito rojo de su pensamiento, que guiaba todos los aspectos de la vida china, tiene un potencial sucesor en el «Pensamiento del presidente Xi Jinping». Tras la votación para abandonar los límites de los mandatos, sus políticas se estudian en las universidades chinas como pensamiento elevado.
Una vez desaparecido el brutal dictador Pol Pot, se consideraba que Camboya estaba en una vía hacia la moderación. Pero, a pesar de la renuncia al comunismo y un pasaje a través del socialismo a una monarquía constitucional democrática, su líder actual, Hun Sen —antiguo combatiente jemer rojo— está ahora forjando una amistad con China en contraposición a Occidente. Él planea dirigir su estado unipartidista por al menos otra década, con un régimen cada vez más autocrático. El «Señor Primer Ministro» parece creer que es la reencarnación del visionario rey camboyano del siglo XVI, Sdech Kan, cuyas estatuas recientemente erigidas reflejan el rostro de Hun Sen.
Según muchos observadores, Filipinas también está tendiendo a un régimen dictatorial, respaldado por la población local y por Xi Jinping, quien declaró que no permitirá que el presidente filipino pro-Chino Duterte sea destituido de su cargo.
En Europa desde Francia hasta Alemania e Italia, los neonazis, nacionalistas y grupos de ultraderecha han ganado terreno. Populismo es la palabra de moda.
«Durante mucho tiempo los electores han rechazado partidos, políticos o gobiernos en particular; ahora, se han hartado de la democracia liberal en sí».
El historiador estadounidense Timothy Snyder compartió veinte lecciones del siglo XX en su libro On Tyranny. Entre ellas, señala como error «dar por sentado que los gobernantes que llegaron al poder a través de instituciones no pueden cambiar o destruir esas mismas instituciones —aun cuando eso sea, exactamente, lo que han anunciado que van a hacer». Añade que no deberíamos pensar que nuestras instituciones nos van a salvar, sino, más bien, que nosotros tenemos que salvar a nuestras instituciones. Adolf Hitler llegó al poder a través del proceso democrático. Nadie en 1932 pensaba que él se convertiría en jefe de un estado unipartidista ni que el mundo tendría que irse a la guerra para destituirlo.
Existe hoy una amenaza del mismo orden procedente de líderes autoritarios: la manipulación de las elecciones. Ellos han aprendido que es mejor tener una elección manipulada, que no tener elecciones. Esto les confiere una fachada de legalidad. Los votantes piensan que han hecho una elección genuina. La revista Foreign Policy informa que a menos que se encare este problema, «con el tiempo, esto va a poner en tela de juicio la legitimidad básica de la democracia, dado que la gente se frustra cada vez más con elecciones que no logran producir cambios».
Y entonces, con todas las demás fuerzas en juego, puede que sí veamos el «regreso de los dictadores» en gran escala.