Los Principios Morales son las Ideas Verdaderamente Grandes
Las citas moralmente fuertes publicadas en las redes sociales llaman mucho la atención. Respondemos con entusiasmo cuando leemos «La prueba definitiva de una sociedad moral es el tipo de mundo que deja a sus hijos», frase esta atribuida a Dietrich Bonhoeffer. O la declaración de Martin Luther King Jr.: «Un hombre muere cuando se rehúsa a luchar por lo que es justo». Observaciones perceptivas como estas hallan eco en nosotros.
También solemos expresar sorpresa y admiración por la persona de principios que no se detiene ante nada para vivir según las demandas de su fe; tal el caso de Desmond Doss, el médico y pacifista observador del sábado, cuya historia presentara Mel Gibson en la película Hacksaw Ridge (Hasta el último hombre). Este singular héroe sin armas participó en la Batalla de Okinawa en 1945, salvando a 75 hombres heridos, arrastrándolos o cargándolos, uno a uno, para quitarlos de la línea de fuego. Fue el único objetor de conciencia de la Segunda Guerra Mundial que recibió la Medalla de Honor.
«Yo no creía en quitar la vida; sentía que Dios daba la vida, no me correspondía a mí quitarla».
Las ideas verdaderamente grandes son los valores y principios morales y las acciones que derivan de ellos. En cada aspecto de la vida, tanto en lo profesional como en todo otro sentido, lo que convence y persuade es el cumplimiento de los principios en el ejemplo vivido.
Sin embargo, muchos fácilmente desestiman las acciones personales valientes basadas en principios, al mismo tiempo que elogian la determinación de quien las lleva a cabo. Por ejemplo, mientras por un lado admiran la devoción a los principios por parte del observador del sábado, por otro lado, se excusan diciendo que en lo personal no quisieran ser demasiado estrictos, cancelando así eficazmente la acción que antes provocara su admiración. En otras palabras: dejemos que la otra persona se guíe por sus principios; en lo que a mí respecta, no quiero ser fanático. Esta es una interesante maniobra por parte de la naturaleza humana. ¿Fue Jesús fanático cuando guardó el sábado? Ciertamente, no. ¿Era el problema la obediencia estricta de los fariseos tocante a la observancia del sábado, o lo era su actitud santurrona y crítica para con los demás? Obviamente, lo último.
Cada vez que nuestras acciones entran en conflicto con los valores morales y los principios vividos que admiramos en otros, tendemos al autoengaño. Es entonces cuando la racionalización entra en juego y encontramos razones para justificar nuestro fracaso en cuanto a ser valientes, persistentes o comprometidos. Nos decimos que es muy difícil hacer lo correcto; nos escondemos detrás de un «No soy un santo» o excusamos nuestro mal proceder con un «Solo soy una persona débil». Sin embargo, Jesús enseñó a quienes lo seguían, diciendo: «Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mateo 5:16). Y también: «Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto» (versículo 48).
La fe tenía que manifestarse en buenas obras, en hacer lo correcto. Profesar la fe sin expresarla en acción solo produciría una terrible decepción. Como él bien dijera, «No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (Mateo 7:21).
¿Se puede vencer la debilidad humana de modo que los buenos principios resulten en buenas acciones? Inmediatamente antes de su muerte, Jesús aseguró a sus seguidores su continua ayuda, la cual estaba estrechamente ligada al vivir lo que él les enseñara: «El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él (Juan 14:23).
En la lucha contra la debilidad de la naturaleza humana, ¡no hay mejor ayuda que esa!