Protegiendo su mente
El año 2020 será recordado no solo por una pandemia de coronavirus que hasta ahora ha causado cerca de dos millones de muertes, sino también como un momento en que otro tipo de «agentes patógenos» se ha vuelto viral. Algunas extrañas teorías conspirativas están desde hace tiempo por aquí: los Illuminati y el Nuevo Orden Mundial, el asesinato de John F. Kennedy, el 11 de septiembre. Pero hora han alcanzado niveles epidémicos en algunas partes del mundo a medida que han aumentado los disturbios económicos, sociales y políticos, dando lugar a QAnon y la teoría de la conspiración del Estado Profundo, entre otros.
Puede que se pregunte por qué algunas personas caen presa de ideas falsas que en cuanto uno las oye no les halla sentido. ¿Por qué algunos aceptan tan fácilmente que una fuente anónima que presenta especulaciones extrañas realmente sabe a ciencia cierta la verdad? ¿Es este solo otro aspecto de la naturaleza humana?
Un aspecto de nuestra naturaleza claramente juega un papel; este es la necesidad de algunos de sentirse superiores o de culpar a los demás de los problemas reales o percibidos. Así, el antisemitismo a veces es fundamental para las teorías conspirativas. El caso clásico es la falsificación literaria Los Protocolos de los Ancianos de Sión. Probablemente fabricado por agentes zaristas rusos y publicado por primera vez en 1903 como una serie de artículos, los Protocolos fueron plagiados de varias fuentes anteriores. La obra, que pretendía ser el esquema de un plan judío para gobernar el mundo, fue traducida a varios idiomas y rápidamente difundida internacionalmente. Aunque a principios de la década de 1920, la prensa tanto en Inglaterra como en Alemania había descubierto el fraude, los Protocolos influyeron en la educación alemana en el período nazi posterior y todavía están impresos y aceptados como hechos en sitios de conspiración en Internet, favorecidos por ciertos grupos neofascistas, fundamentalistas y antisemitas. No es de extrañar, entonces, que los Rothschild, George Soros y la comunidad judía internacional sean blancos frecuentes de tal desinformación.
«Tanto para las personas de la izquierda como para las de la derecha, el conspiracionismo clásico da orden y significado a ocurrencias que, en sus mentes, desafían las explicaciones estándar u oficiales... Es conspiracíon con una teoría».
Por supuesto, el problema va mucho más allá del antisemitismo. Hoy, por ejemplo, escuchamos afirmaciones igualmente ficticias de que la pandemia de coronavirus es un invento, un complot de izquierda promovido por el Partido Demócrata de los Estados Unidos para hacer que el presidente republicano se vea mal antes de las elecciones de 2020, o por las grandes empresas farmacéuticas para apoderarse del mundo mediante la implantación de marcadores de identidad dentro de los seres humanos a través de la vacunación. Se da por señal el interés de Bill Gates en el desarrollo de vacunas y el «Gran Reinicio» del Foro Económico Mundial, un plan para promover el desarrollo global a través de la cooperación multilateral frente a la actual pandemia. Para salvar a la humanidad de lo que se describe como un engaño colosal, los «verdaderos creyentes» están seguros de que los salvadores políticos ya están en la escena o esperando entre bastidores para liderar «El Gran Despertar».
Si esto suena como un guion de película, es porque tiene todas las características de tal: una mezcla de uno que otro hecho y mucha ficción, el bien y el mal, el dinero y el poder, héroes y villanos.
¿Por qué la gente cree ideas tan fantásticas?
En el mundo de hoy, tan plagado de diferencias de opinión mantenidas con orgullo y expresadas ruidosamente, es comprensible que el deseo humano de unidad, de equilibrio, nos predisponga a buscar ideas unificadoras, tiempos más sencillos. La historiadora Anne Applebaum lo dice así: «El atractivo emocional de una teoría de conspiración radica en su simplicidad. Explica fenómenos complejos, da cuenta del azar y los accidentes, ofrece al creyente la sensación satisfactoria de tener un acceso especial y privilegiado a la verdad».
En consecuencia, algunos políticos han promovido conspiraciones falsas en sus esfuerzos por restaurar el orgullo nacional y proporcionar seguridad frente a enemigos imaginados. A raíz de la Primera Guerra Mundial, un Adolf Hitler amargado regresó a la vida civil en una Alemania enormemente desanimada. El conflicto había aumentado sus sentimientos nacionalistas extremos; ahora culpaba del fracaso del país a judíos y marxistas. Encarcelado por su papel en un intento de 1923 de hacerse con el control de Baviera, escribió el primer volumen de su autobiográfico Mein Kampf, en el que apoyaba Los protocolos de los ancianos de Sión. Al respecto escribió: «Con una certeza positivamente aterradora revelan la naturaleza y la actividad del pueblo judío y exponen sus contextos internos, así como sus objetivos finales definitivos». Así una falsificación sobre una conspiración contribuyó al crimen más atroz de un dictador loco: el exterminio de casi seis millones de hombres, mujeres y niños judíos inocentes.
Hoy en día, los expertos en extremismo de extrema derecha en Alemania están preocupados por el interés local en el fenómeno QAnon. En algunos aspectos, les recuerda el antisemitismo europeo de la época medieval, donde el mismo grupo étnico fue señalado como culpable de los males de una nación. Al igual que con los Protocolos del siglo XX, las conspiraciones actuales también están dirigidas a una supuesta élite global decidida a controlar a todas las personas y todas las cosas. Y a menudo se remontan a temas y símbolos familiares. Fotos virales del reciente asalto al Capitolio estadounidense, por ejemplo, mostraban a un miembro de la turba usando descaradamente una sudadera que glorificaba Auschwitz, donde murieron más de un millón de personas. Indumentaria antisemita como esa, o portando las siglas 6MWE (6 millones no fueron suficientes), es popular entre los neonazis y otros supremacistas blancos.
«El conspiracionismo… toma la forma de afirmación desnuda e insinuación. Prescinde de evidencia y argumento. Se embellece y se difunde a través de las redes sociales. Y se valida por pura repetición».
Las teorías conspirativas generan desconfianza, fomentan la división y promueven la violencia. El repertorio de los perpetradores es la información errónea, la desinformación, los rumores y el alarmismo para obtener un seguimiento leal o incitar a la gente a una acción deseada. La tendencia actual a recurrir a estas tácticas para desacreditar a un partido o a un punto de vista opositor es preocupante. Sin embargo, vemos cada vez más este enfoque empleado por algunos que tienen una plataforma desde la que transmiten y repiten sus engaños sin cesar. Tal vez no deberíamos sorprendernos, entonces, de que —como señalan los politólogos Russell Muirhead y Nancy Rosenblum— este «nuevo conspiracionismo tenga tantos seguidores, algunos crédulos, otros siniestros».
El mundo nunca se librará de los males que florecen en el campo venenoso de la conspiración sin inoculación de otro tipo, que proteja la mente contra la parcialidad, la inequidad, la injusticia y el odio. Para obtener más información sobre el antídoto, consulte la colección de artículos de Vision titulada «La senda al cambio».