Recuperar el Carácter
«El carácter está muerto. Los intentos por revivirlo rendirán pocos frutos. Su tiempo ha pasado». Esto fue lo que escribió James Davison Hunter en el año 2000 en un libro acerca de la dificultad para impartir una educación moral cuando el bien y el mal se encuentran tan vagamente definidos. Por carácter se refiere a la excelencia e integridad moral de la que hablan los diccionarios en su definición del término. Su afirmación ciertamente ha resultado ser cierta durante los últimos seis años de guerra, delitos violentos, sordidez y corrupción en todo el mundo. Se ha vuelto cada vez más difícil mantener las normas individuales de moralidad y carácter, así como enseñar a los niños por qué es importante la moralidad.
La historia de la palabra character es ilustrativa. En la lengua inglesa de los siglos XII a XV originalmente significaba «una marca distintiva»; más tarde, «una característica o rasgo», todo ello proveniente del francés “marcar” o «grabar». El francés provino a través del latín desde la palabra griega kharakter (una herramienta de troquelado). El sentido general actual es de un tipo de marca profunda, una característica distintiva o una marca de excelencia moral.
Como Hunter y sus colegas han señalado en otras partes, la muerte contemporánea del carácter es, en parte, el resultado de la secularización de la sociedad, un proceso continuo desde el siglo XVIII en Europa y América.
La secularización puede definirse de tres maneras. Significa la decadencia de las creencias y prácticas religiosas dentro de las culturas con el transcurrir del tiempo, asumidas por muchos como un desarrollo natural del ser humano. También se refiere a la religión que con el tiempo se vuelve cada vez más particular y ya no algo que necesita hablarse en público. Esto lo observamos mucho en Europa. Al final podemos esperar la misma «privatización» en América, a pesar de la identificación pública de muchas personas con las ideas evangélicas. En tercer lugar, la secularización señala el declive del papel de la religión en la sociedad y el dominio de otros elementos como el gobierno, la ciencia, la economía, etc., que generalmente operan fuera de los principios y la supervisión religiosa.
Hunter asimismo hace referencia al enfoque psicológico del carácter, el cual, dice, «no deja lugar para la justificación filosófica, ética o religiosa en la formación del entendimiento moral o del mismo carácter».
En una parte de este tipo de quejas, dentro de la psicología se ha formado un nuevo ímpetu. Considerado por sus creadores como la siguiente ola de la disciplina, como lo fue el conductismo en la década de los cincuenta, la «psicología positiva» busca determinar las características del carácter en la vida humana que se vive a su máximo potencial. Al creer que el «buen carácter se puede cultivar», un grupo importante de profesionales hasta ahora han logrado un consenso con respecto a seis virtudes centrales (sabiduría, valentía, humanidad, justicia, templanza y trascendencia) alrededor de las cuales se organizan las 24 fortalezas del carácter (consulte a Christopher Peterson y Martin E.P. Seligman).
«La nuestra es una sociedad que ya no es capaz de generar los credos y los términos divinos que los vuelven sagrados».
A menos que sea por error, estos profesionales no pretenden incluir lo que Hunter considera que es necesario. Él señala que «para lograr una renovación del carácter debe haber una renovación de un orden en el credo que restrinja, limite, sujete, force y obligue». Añade también que «este precio es demasiado alto para nosotros». Los psicólogos positivistas preferirían «reducir las fórmulas para una buena vida (leyes morales) y en su lugar enfatizar las razones y las formas de un buen carácter».
Es un dilema interesante, pero innecesario desde el punto de vista bíblico. Las Escrituras no sólo muestran que el carácter está íntimamente relacionado con las pruebas personales y la aprobación de Dios (las razones y las formas), sino que además muchas de las mismas características que los psicólogos positivistas buscan y que Hunter considera esenciales (las fortalezas y virtudes) son el resultado de la voluntad de Dios llevada a la práctica en los seres humanos que están voluntariamente dispuestos a ello: «El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza» (Gálatas 5:22–23).