Venga a nosotros tu reino…
En su reciente libro, Jesús de Nazaret, el Papa Benedicto XVI comienza a destilar el entendimiento al que ha llegado después de un estudio teológico de toda una vida respecto a la figura central del cristianismo. Al enfatizar que escribe en su propio nombre como Joseph Ratzinger deja la puerta abierta para que la curia romana se distancie de cualquier punto de vista alternativo que pudiera presentar. Escribe que «Este libro es… mi búsqueda personal del “rostro del Señor”».
Entonces, ¿cuál es el principal objetivo que el Papa considera que tenía Jesús al hablar del reino de Dios, que era tan central para Su mensaje? Escribe que Jesús «simplemente está proclamando a Dios, y proclama ser el Dios viviente, quien es capaz de actuar de manera concreta en el mundo y en la historia y que incluso en este momento está actuando. Él nos está diciendo: “Dios existe” y ‘Dios es verdaderamente Dios’, lo que significa que él tiene en sus manos los hilos del mundo».
Ésta es una extraña definición del mensaje del evangelio, el cual Jesús señaló que pertenecía al reino de Dios en la tierra. De cualquier manera Ratzinger insiste en que «Lo que busca no es un “reino” inminente o siquiera que deba establecerse, sino la soberanía real de Dios sobre el mundo, lo cual, de un nuevo modo, se está convirtiendo en un acontecimiento de la historia». Dicho lenguaje nos aleja de cualquier anticipación del mandato de Dios sobre la rebelde humanidad y del mensaje consistente de la Biblia.
Cuando Pedro le preguntó qué recompensa podían esperar los 12 discípulos por su lealtad, Jesús señaló el tiempo de la futura renovación mesiánica: «De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel» (Mateo 19:28). El término «regeneración» es la traducción del griego palingenesia, que literalmente significa «renacimiento» o «renovación». Este aspecto futuro del reino, mencionado por Jesús y reconocido por los principales especialistas del idioma, es la mayor dimensión que pierde el Papa.
Curiosamente, al hacerlo cae bajo el mismo criticismo al que coloca a otros que no aceptan su punto de vista respecto a un pasaje en particular. Dice que «Conforme los intérpretes comienzan a trabajar en este texto, ellos también reflejan aquí sus diferentes posturas respecto al entendimiento del “Reino de Dios” en general, de acuerdo con las decisiones anteriores y la cosmovisión básica que cada intérprete trae consigo». Tras afirmar que evita tales posturas, en otro lugar urge a que «Regresemos, entonces, al Evangelio, al verdadero Jesús». ¡En esto claro que estamos de acuerdo!
«De la manera que viste que del monte fue cortada una piedra, no con mano, el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre».
Entonces, ¿qué nos enseña consistentemente la Biblia acerca del reino de Dios? En el siglo sexto antes de Cristo, el profeta Daniel escribió acerca de la venida del reino a la tierra. Él entendió que remplazaría a todos los reinos humanos. Su gobernante sería como «un hijo de hombre» (Daniel 7:13–14) y quienes le ayudarían a establecer ese nuevo mundo serían «los santos del Altísimo» (versículos 18 y 27). Este tema se repite en las verdaderas enseñanzas de Jesús. Y en la fundación de la iglesia del Nuevo Testamento, Pedro —cuyo oficio el Papa proclama ocupar— le dijo a una multitud que Dios una vez más enviaría al «Mesías que ya había sido preparado para ustedes, el cual es Jesús. Es necesario que él permanezca en el cielo hasta que llegue el tiempo de la restauración de todas las cosas, como Dios lo ha anunciado desde hace siglos por medio de sus santos profetas» (Hechos 3:20–21, NVI). El tema de esa futura restauración reaparece en varias coyunturas de los escritos de Pablo y predomina en el último libro de la Biblia, el Apocalipsis.
Cuando Joseph Ratzinger escribe que el reino de Dios no es una entidad que ha de establecerse, expresa su propia interpretación y está en desacuerdo con el registro bíblico. Tristemente, ésta no es la manera de encontrar el rostro del verdadero Jesús.