Tu Cerebro Engañándose a Si Mismo
Una caricatura publicada en la revista británica Punch en 1909, representa a un joven miembro del movimiento Boy Scout ofreciendo su brazo a una anciana (representando a Inglaterra). La imagen, aunque finalmente despojada de su intencionada sátira, capturó rápidamente la imaginación del público y ha persistido en la cultura popular occidental desde entonces: un símbolo permanente de lo mejor que la naturaleza humana tiene para ofrecer.
Sin embargo, el icono no permaneció inmaculado. Una vieja broma pregunta: «¿Por qué le tomó a tres robustos Boy Scouts ayudar a la anciana a cruzar la calle?» La respuesta, por supuesto, es «Porque ella no quería cruzar».
¿Será posible que nosotros, al igual que esos Boy Scouts, podríamos en ocasiones estar engañándonos a si mismos pensando que estamos ayudando cuando en verdad nuestras acciones realmente están siendo un obstáculo? Este fenómeno entre otras cuantas formas de aniquilar la amabilidad, es el enfoque de una intrigante colección de ensayos titulados Altruismo Patológico. El libro esta editado por un variado equipo de investigadores dirigidos por Barbara Oakley, una profesora en ingeniería que enfoca su trabajo en la conexión entre la neurociencia y el comportamiento social.
El Altruismo Patológico no es una historia sencilla de contar. Más bien, es una recopilación de una investigación académica en la que cada capítulo ofrece un entendimiento a cada manifestación diferente del lado oscuro de la abnegación. Aunque no es exhaustivo, el libro sirve como una introducción efectiva de un concepto bastante nuevo, y sus implicaciones son casi sorprendentes puesto que todavía no se entiende totalmente. «Muchas acciones nocivas― desde la codependencia, al martirio del suicidio, hasta el genocidio» ― Oakley y sus colegas declaran, «están consignados con la intención altruista de ayudar a nuestros semejante o al propio grupo al que pertenecemos». Lo que los investigadores quieren saber es cómo estas buenas intenciones se desintegran en una patología ―las anomalías sociales o disfunciones que tienen un efecto negativo sobre el altruista y/o al beneficiario destinado.
Por supuesto, algunos dirán que un altruista «patológico» no puede ser un altruista verdadero y que el término es por lo tanto, algo así como un oxímoron. Esta es la postura adoptada por el filósofo Bernard Berofsky en su ensayo, «¿Es el Altruismo Patológico, Altruismo?» Berofsky sostiene que cuando se trata de definir el término, la motivación lo es todo. Por lo tanto, si los motivos del altruista patológico difieren de aquellos del «normal», no deben ser altruistas. Aunque al final Berofsky concede en aceptar la etiqueta por conveniencia, este objeta que algunos aspirantes a benefactores parecen tener intenciones altruistas, pero que una distorsión se lleva a cabo entre el motivo y la intención que los distingue de los altruistas auténticos. Sin duda alguna el altruismo patológico debe involucrar alguna forma de pensamiento distorsionado—«distorsión cognitiva»—si no fuera así, todos los altruistas deberían considerarse patológicos. Sin embargo, ¿deberían de existir estas motivaciones solamente entre la motivación y la intención? Indudablemente, la mente humana es capaz de engañarse a sí misma en cuanto a estas dos. Quizás en el caso de los terroristas suicidas y los dictadores, los cuales han sido identificados como posibles altruistas patológicos en este volumen, la distorsión se produce después de la motivación de salvar al mundo (una motivación de la que unos pocos estarían en desacuerdo) y antes de la intención de poner en práctica algún plan retorcido para lograr su objetivo.
«Algunos de los episodios mas horrendos en la historia de la humanidad han surgido de las tendencias de personas altruistas bien intencionadas».
Sin embargo, el problema va mucho más allá de estos individuos obviamente descarriados. Considere aquellos que son acaparadores de animales con la meta de salvarlos del peligro. Los investigadores Jane N. Nathanson y Gary J. Patronek sugieren que para estas personas la distorsión puede producirse en la propia motivación. «Los acaparadores con frecuencia revelan historias sociales caracterizadas por relaciones humanas disfuncionales», anotan. «La historia infantil puede interactuar con la pérdida de crear retos aún más difíciles de hacerles frente, lo que predispone a los acaparadores ir en pose del "cuidado" compulsivo de animales como medio de reparación personal». Desde luego, el cerebro del acaparador no interpreta esta motivación como una reparación personal. La fiebre adictiva de sentimientos positivos que experimentan los acaparadores de cuidar animales es interpretado por el cerebro como el derivado de la abnegación (una distorsión cognitiva). Un acaparador cuyos animales se encuentran en estados trágicos de abandono debido a sus cifras difíciles de manejar es cierto que él o ella está rescatando a las criaturas de una suerte mucho peor. Ciertamente, en tal caso se podría decir que un motivo altruista, tanto como la intención subsiguiente, yace sobre una distorsión.
También se nos aseguró por los psiquiatras Madeline Li y Rodin Gary en «El altruismo y el Sufrimiento bajo en contexto al Cáncer» que las motivaciones altruistas, al igual que todos los comportamientos humanos, surgen de una mezcla de influencias. Las predisposiciones genéticas pueden no manifestarse a menos que o hasta que son activadas por los aspectos del ambiente en el hogar del niño, y no hay duda de que la salud mental en la edad adulta está íntimamente ligada a la calidad del apego temprano, de los lazos, y las experiencias de socialización. Las psicólogas Carolyn Zahn-Waxler y Carol Van Hulle añaden que una infancia problemática nos puede dejar vulnerables a una variedad de pensamientos distorsionados que afectan a la forma de expresar el altruismo.
Aun así, no se necesita la excusa de una infancia conflictiva para convertirse en adictos a las ráfagas químicas de placer que obtenemos de ciertos estados mentales, tal como el de sentirse puritano, una manera especialmente tendenciosa de autoengaño que también puede guiar a formas de juicio apresurado de benevolencia. En un capítulo particularmente convincente titulado «Adicción personal y el farisaísmo», el escritor científico David Brin, sugiere que el fariseísmo está, en efecto en el fondo de al menos algunas formas de altruismo con juicio apresurado. Escribe que, «Todos conocemos gente farisaica. (Y, si somos honestos, muchos de nosotros admitirá haber actuado en ocasiones, de forma farisaica)». Sin embargo, si bien puede ser fácil para nosotros admitir muchos de sus inconvenientes, podríamos vacilar en reconocer nuestro goce de lo que él describe como su «embriagador y seductor, e incluso… también… cualidades adictivas». «Cualquier persona verdaderamente honesta admitiría que la situación se siente bien», y añade que usted no puede dejar de disfrutarlo «el placer de saber, con certidumbre subjetiva, que usted está correcto y sus opositores están profundamente, vilmente equivocados. O bien, que su método de ayudar a los demás es tan puramente motivado y correcto que toda crítica se puede descartar con un encogimiento de hombros, junto con cualquier prueba contraria».
El farisaísmo y su acompañada indignación ante las faltas de los demás pueden sentirse tan ratificantes que no podemos resistirnos a regresar una y otra vez por más de dicha droga. Todos somos adictos potenciales. «De hecho», señala Brin, «podríamos mirar nuestro actual panorama político y argumentar que una adicción implacable a la indignación puede ser uno de los principales impulsores del dogmatismo obstinado y una incapacidad para negociar soluciones pragmáticas a un gran número [de] los problemas modernos».
Por supuesto, las distorsiones cognitivas de diversas tendencias están estrechamente vinculadas a las adicciones, incluso las adicciones a los estados de ánimo como el farisaísmo. Estas son la base de todas las formas de altruismo patológico, pero tal vez no siempre caen entre en el espacio de la motivación y la intención, como sugiere Berofsky. El autoengaño puede ocurrir en cualquier etapa de nuestra forma de pensar― incluso en el nivel metacognitivo. La metacognición, o la capacidad de pensar acerca de cómo estamos pensando, por lo general nos permiten erradicar al menos algunos de los errores y sesgos que potencialmente pueden distorsionar el funcionamiento de nuestra mente.
Por desgracia, algunas veces la gente sencillamente no considera la noción de que podrían tener prejuicios. En otros casos, pueden saber que los prejuicios son posibles, pero creen que son capaces de reconocerlos incluso frente a la amplia evidencia de que no lo son. El forense criminalista Brent E. Turvey llama a esto «disonancia metacognitiva». Está claro que todos somos capaces de distintos niveles del problema, engañarse a nosotros mismos acerca de nuestros prejuicios, así como a través de nuestros prejuicios.
Este libro no pretende responder a cada pregunta sobre las causas de la abnegación hasta tornarse enfermizo, y ciertamente no es algo para leerse en una charla fogonera. Logra, sin embargo, tener éxito en su objetivo: abrir la puerta para continuar sus estudios en este campo creciente y sugerir que la calidad que más respetamos en la naturaleza humana― el altruismo ―puede no siempre ser tan honorable como lo que pensamos.
CON LA MEJOR CARA HACIA ADELANTE
Lamentablemente, creer en la virtud de la naturaleza humana es solo una de las muchas formas de autoengaño de la que podemos caer presas. En Thinking, Fast and Slow (Pensamiento Rápido y Lento) Daniel Kahneman da a conocer lo que ha aprendido como resultado de su Premio Nobel― ganando la investigación en la toma de juicio y decisiones: los seres humanos no son los agentes economistas racionales y teóricos en la toma de decisiones que tradicionalmente se ha asumido. Esto no quiere decir que los seres humanos son irracionales. Más bien, dice Kahneman, estos «mas bien no han sido bien descritas por el modelo agente-racional». Aunque psicólogo, fue galardonado el Premio Nobel en Ciencias Económicas precisamente porque su investigación desafía la teoría económica tradicional. Los economistas de la vieja escuela han sostenido que la prueba del pensamiento racional es si las creencias y preferencias de una persona son internamente consistentes. Por ejemplo, los pensadores racionales no estarían sujetos a revertir sus preferencias sobre la base de las palabras en la que se encuadra la elección, pero si la gente normal. Según Kahneman, esperar a que la gente piense de la manera los economistas tradicionalmente han teorizado es «increíblemente restrictiva» y «exige la adhesión a las reglas de la lógica de que una mente finita no es capaz de poner en práctica».
«La voz de la razón puede ser mas débil que la fuerte y clara voz de una intuición equivocada, y la interrogación a tus intuiciones es desagradable cuando enfrentas la tensión nerviosa de una gran decisión. Mas indeciso es lo ultimo que quieres cuando te encuentras en problemas».
En otras palabras, no podemos ser consistentes internamente, ya que, mucho más de lo que imaginamos, somos afectador por influencias ocultas a la hora de emitir juicios y decisiones. Este es el Sistema 1 de la mente humana de acuerdo ala terminología de Kahneman, el proceso rápido que opera de forma automática y por lo general fuera de nuestra conciencia Es ese sentimiento visceral impresionable que busca patrones y coherencia y que nos hace sentir satisfechos a menos que sea cuestionado. Y hace todo lo posible por ignorar los desafíos si puede. La mayoría de nuestros pensamientos se originan aquí, pero es el trabajo del Sistema 2 (el proceso lógico y controlado) de intervenir cuando el ingreso de datos se vuelve más exigente o cuando se requiere un esfuerzo de auto-control es requerido. Normalmente, dice Kahneman, el Sistema 2 tiene la última palabra, pero sólo si se puede conseguir una de costado, y a menudo se encuentra demasiado ocupado o perezoso para intervenir. Siempre y cuando sintamos la sensación de «facilidad cognitiva» que el Sistema 1 está tan dispuesto a dar, no llamamos a las fuerzas en el sistema 2.
El Sistema 1 es el que nos permite tomar decisiones instantáneas en situaciones que lo ameritan. Aunque es altamente inerme al error, pues opera de acuerdo a las emociones, impresiones, intuiciones e intenciones, dice Kahneman, es «ingenuo e influenciable» a creer con lo que sea que se confronte, además de buscar en sus experiencias por información, lo que confirman estas influencias y creencias. Su trabajo es sacar conclusiones precipitadas, sin embargo, estas necesariamente están basadas sobre la evidencia limitada debido al Sistema 1 que opera de acuerdo a lo que Kahneman apoda «Lo que ves es lo que es». Confiando en este concepto, construimos cualquier historia de lo que sea relativamente coherente que podamos utilizar cualquier información que pueda estar al alcance de nuestra intuición (y nuestra intuición no permite la información que no logra llegar a la mente, mucho menos información que nunca tuvo en primer lugar). Entre otros problemas, esto lleva a un exceso de confianza. Aunque pueda ser falible, preferimos la «evidencia» de nuestra propia memoria y la experiencia a cualquier tipo de comprobación de hechos fuera de nosotros mismos.
Para ilustrarnos la falibilidad de la experiencia, Kahneman nos cuenta de cuando enseñaba a los instructores de vuelo de la Fuerza Aérea Israelí sobre el entrenamiento efectivo. Después de haber explicado que las recompensas funcionan mejor que los castigos para mejorar el rendimiento, uno de los instructores objetó que su larga experiencia como instructor le había enseñado lo contrario. Que cada vez que encomiaba a un cadete de vuelo por su excelencia, el cadete se desempeñaba peor en la próxima prueba. Por el contrario, cuando reprendía a un cadete por su mala ejecución, la próxima prueba era mejor. «Así que por favor, no nos diga que la recompensa funciona y los castigos no», dijo el instructor, «pues el caso es lo opuesto». Cualquiera de nosotros estaría tentado a dar una conclusión apresurada, pero comos Kahneman explica, la experiencia descrita por el instructor no, y de hecho, enseñó una lección sobre recompensa y castigo, sino sobre un principio conocido como «regresión a la media». Tanto las interpretaciones altas como bajas suelen ir seguidas de un intento de más próximo a la media, simplemente porque las variaciones más importantes de la media por lo general tienen más que ver con la suerte que con cualquier otra cosa. En lugar de ver el rendimiento del individuo durante un período prolongado, el instructor estaba haciendo juicios acerca de los efectos de los elogios basados en el rendimiento de un solo lado del cadete, que estadísticamente es casi seguro que estaba más cerca de la media de su intento más memorable. La experiencia del instructor era cierta, pero la conclusión de su intuición sacada de la experiencia estaba mal. Aquellos que tienen dificultad para creer en este o en cualquiera de los demás reclamos de Kahneman sobre las peculiaridades del Sistema 1 solamente necesitan probar sus ejemplos en el hogar, si lo hacen hará un creyente de los escépticos, incluso de los más severos. Siento humildad además de ilustrado de verse uno mismo derrotado por las artimañas del Sistema 1 a pesar de haber sido advertido con antelación de sus métodos. «Cambiar de opinión sobre la naturaleza humana es un trabajo difícil», Kahneman señala, «y cambiar lo que uno piensa para lo peor acerca de uno mismo es aún más difícil».
EL ESPEJO ESTRELLADO
Con nuestras atesoradas ilusiones sobre el corazón y mente de la naturaleza humana hoy en día bastantes estrelladas, sería buena idea volver a visitar el ingenioso libro de Cordelia Fine de 2005 sobre el estado del cerebro humano. Siete daños después de su publicación, A Mind of Its Own: How Your Brain Distorts and Deceives (De mente propia: Cómo tu cerebro distorsiona y engaña) y sigue dando en el clavo. «Podrías pensar que si existe una cosa en el mundo en la que puedes confiar, esa es en tu propio cerebro», Fine comienza con la introducción. «Ustedes dos son, después de todo, tan íntimos a mas no poder.
«Pero la realidad del asunto como lo revela la investigación extraordinaria y fascinante descrita en este libro-es que su cerebro totalmente sin escrúpulos que no merece su confianza. Tiene algunos hábitos furtivos que dejan la verdad distorsionada y disfrazada. Su cerebro es vanaglorioso Es emocional e inmoral. Le engaña Es testarudo, reservado, y de voluntad débil Ah, y también es un intolerante. Este es más que un pequeño inconveniente».
El punto de Fine, es de no poner tanto énfasis esto, lo que ya se ha hecho anteriormente. De hecho, mucho antes de que Kahneman, Oakley y sus colegas correspondientes comenzaran su investigación—incluso antes que caminaran por esta tierra—un escritor de la antigüedad registró un análisis similar. Al igual que los investigadores modernos, encontró que los humanos no son totalmente racionales, además de que su cerebro distorsiona mucho de la información que se le cruza por el camino. Aún mas, describió a la mente humana como «engañosa mas que todas las cosa y mas allá curarse», y después hace una pregunta retórica, «¿Quien lo conocerá?» (Jeremías 17:9, Reina-Valera 1960). El antídoto prescrito fue una honesta reexaminación sin miramientos de las obras internas de la mente.
«Tu pobre y diluida materia gris ve lo que espera ver, no lo que realmente está ahí. ¿La moraleja? Trata con la mayor sospecha la prueba de tus propios ojos».
Curiosamente, los investigadores modernos llegan a una conclusión similar. Únicamente siendo escrupulosamente vigilantes acerca de cómo pensamos, nos dicen, podemos tener esperanzas de manejar nuestros pensamientos y juicios. Como lo dice Kahneman, «poco se puede lograr sin un considerable inversión de esfuerzo. … El Sistema 1 no se puede educar fácilmente». Aún así, nos ofrece un principio al parecer simple: «Reconocer las señales de que usted se encuentra en un campo de minas cognitivo, desacelere, y pida refuerzos al Sistema 2». Desafortunadamente el Sistema 2 es lento en venir en nuestra ayuda. Las falacias y los prejuicios son difíciles de reconocer, y preferiríamos no reconocerlos si pudiéramos. Como resultado, fallamos en ejercitar precaución cuando mas la necesitamos. Si de casualidad nos topamos en el espejo con los prejuicios de nuestras mentes, inmediatamente miramos hacia el otro lado.
No obstante, Fine observa que no solo son nuestros prejuicios los que nos desvían. De hecho, señala esta, «una agenda de baja ralea —el deseo de ver la evidencia de una creencia que preferiríamos guardar secretamente—puede infligir su perjudicial influencia sobre nuestras opiniones». Peor, manifiesta ella, «aún cuando nosotros genuinamente buscamos la verdad, nuestra desarreglada colección de datos y apreciaciones puede dejarnos con un deplorable error respecto a nosotros, otras personas, y del mundo».
No nos gusta mirarnos en ese espejo interior; puede ser muy desagradable el identificar nuestros autoengaños, o aún hasta entretener la posibilidad de que los podemos tener. Nos sentimos mucho mas a salvo evitando a lo que Fine llama «autorrevelaciones perturbadoras». Solo que la desventaja de la seguridad es que cubriendo al espejo con un manto de autoengaño nos deja incapaces de comparar «lo que estoy haciendo» con «lo que debería hacer»—un ejercicio que, señala Fine, es «esencial para mantener el yo en línea».
«Irónicamente, es parte integrante de las vanidades y debilidades del cerebro humano que dudemos secretamente de que somos vulnerables a esas vanidades y debilidades».
Por supuesto, existe más que mantener al yo en línea que simplemente identificar las diferencias entre como pensamos y como deberíamos de pensar. La clara implicación de toda esta investigación es que, se requiere un cambio actual en la manera como usamos la mente. Habiendo visto en el espejo nuestra verdadera cara, el siguiente paso lógico debe ser hacer algo al respecto. ¿Pero qué? Fine sugiere que el camino a seguir es resistir los ardides de nuestro cerebro. «Sabiduría es la cosa principal», ella cita de la Biblia; «adquiere sabiduría; y sobre todas tus posiciones adquiere inteligencia» (Proverbios 4:7).
Lo que esta investigación nos lleva a entender, es que no tenemos bases reales en la confianza que rutinariamente ponemos en nuestros pensamientos y juicios. La capacidad del cerebro para autoengaño es casi ilimitada, y a menos que aceptemos y actuemos sobre este entendimiento, la sabiduría se mantendrá escurridiza.