Si pudiéramos hablar como los animales...

Algunos científicos consideran la capacidad para comunicarse como una habilidad clave que distingue a los humanos de otras «especies inferiores» del reino animal, pero es posible que quienquiera que haya asistido a la conferencia ¿Qué nos hace humanos? en Los Ángeles en abril pasado haya encontrado una razón para cuestionar tal suposición. Patrocinada por el Centro Biomédico Internacional de Oxford y la Fundación Vision.org, esta conferencia reunió a científicos de diversas disciplinas para analizar las diferencias (y similitudes) entre los humanos y los animales. Como era de esperarse, el tema de la comunicación predominó en el programa, pero no necesariamente como un punto de discrepancia.

Varios panelistas señalaron que la mayoría de los animales, incluso los insectos, se comunican a niveles sorprendentemente complejos. Tomemos como ejemplo a las abejas: por medio de una simple danza, una abeja exploradora transmite complicadas instrucciones que incluyen dirección, ángulo y distancia, para que las demás abejas puedan localizar una fuente de alimento sin error alguno. De hecho, podría decirse que su comunicación es incluso más efectiva que la de los humanos, después de todo, es raro ver a una abeja volando enojada porque sus similares no le entendieron.

Por otro lado, para los humanos parece ser mucho más difícil expresar sus intenciones. Demandas, pérdidas de empleo, cursos reprobados, divorcios y otros distanciamientos entre familiares y amigos son sólo algunas de las dificultades con las que lidiamos como resultado de nuestra característica capacidad para tener una falta de comunicación y malos entendidos.

Aunque algunos de estos problemas pueden deberse a causas simples —no escuchar con cuidado o no hablar claramente, por ejemplo—, también existen obstáculos más complejos que impiden una comunicación exitosa. Un factor crucial es que, como personas, tenemos una personalidad única y no siempre nos comunicamos de manera que los demás puedan entender fácilmente nuestros motivos e intenciones. A diferencia de las abejas, también nos comunicamos por medio de los filtros de nuestras propias experiencias e ideas preconcebidas.

CUESTIÓN DE ESTILO

Deborah Tannen, profesora de lingüística en la Universidad de Georgetown en Washington, D.C., ha estudiado este tema durante más de 30 años y tiene mucho que decir sobre dónde encontrar los eslabones débiles en la cadena de la comunicación.

«En mi opinión, la clave está en entender que existen diferentes estilos conversacionales», comentó a Visión (consulte «Comunicación con Estilo»). «Al hablar con una persona tendemos a suponer que seguramente siente o quiere decir lo que nosotros sentiríamos o querríamos decir si habláramos de esa manera en ese contexto y que, además, deben haber pretendido provocar cualquiera que haya sido nuestra reacción. Si nos sentimos lastimados, es porque seguramente se propusieron lastimarnos. Si nos sentimos insultados, es porque seguramente se propusieron insultarnos. Si no podemos hablar una sola palabra, es porque seguramente se propusieron sacarnos de la conversación».

Y aunque tales suposiciones pueden parecer más probables entre extraños, en realidad puede suceder lo contrario. Cuando pensamos que conocemos bien a alguien, podemos estar predispuestos a pensar que estamos interpretando correctamente lo que quiere decir cuando en realidad no es así.

Utilizando la relación padres-hijos como ejemplo principal, Ruth Nemzoff, investigadora de la Universidad de Brandeis (consulte «Las Palabras de los Padres»), explica lo erróneas que pueden ser nuestras ideas preconcebidas: «Si le pregunto a mi hija adulta: “¿Cómo te va en el trabajo?”, ella ya es lo suficientemente segura y madura como para darse cuenta de que en realidad le estoy preguntando “¿Cómo te va en el trabajo?”. Cuando era más joven, y quizás un poco menos segura, quizá hubiera respondido: “Mamá, yo me encargo de mi trabajo; ¡sé como hacerlo!”. Los viejos estribillos de “¿Hiciste tu tarea?” de los años en que los padres tenían que supervisar a sus hijos tardan un poco en desaparecer. Los hijos escucharán los regaños de sus padres durante muchos años más de los que realmente los decimos».

Aunque parece obvio que todos tenemos experiencias únicas que con el paso del tiempo van provocando sutiles cambios personales, Nemzoff señala que estos cambios se presentan a diferentes velocidades y pueden pasar desapercibidos incluso en nuestros amigos y familiares cercanos. «A menudo suponemos que las cosas están estáticas», señala. «A menos que nos ayudemos unos a otros a movilizar esas imágenes, conservaremos esa manera antigua de interpretarnos unos a otros».

Pero ¿cómo ayudar a los demás a redefinir sus percepciones?

«La comunicación es un acto continuo de equilibrismo, hacer malabares con las necesidades encontradas de intimidad e independencia».

Deborah Tannen, Tú no me entiendes

Nemzoff señala que «es aquí cuando se necesita la intimidad para poder compartir algunos de los cambios que han ocurrido en nuestra vida». A través de conversaciones íntimas, en especial en la familia, las personas llevan a cabo una reevaluación y aprenden a apreciar esos cambios y a verse unos a otros desde una perspectiva diferente.

Sin embargo, incluso cuando existe esa intimidad, las diferencias en los estilos conversacionales pueden crear aún más obstáculos para una comunicación efectiva.

«Para mí, el paradigma para este concepto de estilo conversacional es el de ritmos y pausas», comentó Tannen. «Si hablas con alguien que tiene un sentido de sincronización diferente (ritmo y pausas), entonces quien sea que esté esperando la pausa más larga descubrirá que no puede tomar la palabra».

En este caso, quienes esperan una pausa más larga pueden sentirse derrotados, mientras que quienes tienen un estilo al que Tannen llama «superpuesto» pueden molestarse por el hecho de que los demás no se unen a su conversación y se ven «forzados» a llevarla ellos solos.

¿BUENO, MEJOR, MUCHO MEJOR?

Ni Tannen ni Nemzoff juzgan quién está en lo correcto y quién no cuando se trata de estilos; por el contrario, animan a cada participante en una conversación a esforzarse por entender el estilo del otro, el cual puede verse afectado por un sinnúmero de factores.

«El error más grande es creer que hay una manera correcta de escuchar, de hablar, de entablar una conversación... Entender las diferencias de estilo por lo que son las hace menos desagradables».

Deborah Tannen, Tú no me entiendes

«Un buen estilo es aquél que funciona dentro del contexto en que se está utilizando» señala Tannen. «Ahora algunos estilos tienden a ser típicos de las mujeres o de los hombres, pero nada está escrito en piedra. Y, por supuesto, además de ser típicos de hombres o mujeres, tenemos otras influencias en nuestro estilo sobre las que he escrito: región, cultura, antecedentes étnicos, clase, edad…».

Tannen señala que las generalizaciones acerca de estos factores obscurecen las diferencias individuales en la personalidad, pero, paradójicamente, ignorarlas también provoca situaciones en las que juzgamos a los demás conforme a nuestras propias normas.

Esto conduce a un concepto que Tannen considera desafortunado: a menudo las personas quieren saber cuál es el mejor estilo de conversación, aunque su análisis muestra que las personas pueden tener estilos muy diferentes, pero igualmente válidos. La tendencia para la mayoría de nosotros, señala, es simplificar demasiado las diferencias. Por ejemplo, a menudo se dice que los hombres son más directos y competitivos, mientras se considera que las mujeres son menos polémicas y más cooperativas; sin embargo, ciertamente es posible ser cooperativo y expresarse de una manera directa, como también es posible ser competitivo y expresarse sin ser polémico.

Por desgracia, es muy fácil calificar erróneamente a quienes tienen un estilo diferente al nuestro. Una estudiante de la Universidad Estatal de California relata una crítica que recibió de un amigo en la escuela. Le dijo: «Parece que siempre tienes algo en común con todas las personas con las que hablas. Para mí que te gusta complacer a la gente». Aunque su aseveración fue natural, también fue injusta. Las investigaciones demuestran que los hombres tienden a formar vínculos discutiendo áreas de opiniones contrarias, mientras que las mujeres tienden a formarlos hablando de cosas en común. Esto no significa que todos los hombres y mujeres muestren estas respectivas tendencias ni tampoco que las mujeres no vean las áreas de desacuerdo ni que los hombres no reconozcan lo que tienen en común; simplemente significa que cada uno puede utilizar un enfoque diferente para interactuar. Pero si el estilo de un hombre para formar vínculos consiste en explorar las diferencias, es fácil ver por qué consideraría intrigante el estilo colaborativo de una mujer; de igual manera, una mujer podría considerar combativo el estilo de un hombre.

HABLANDO DE ESTEREOTIPOS

En la experiencia de Tannen, uno de los estereotipos más claramente equivocados es que las mujeres hablan más que los hombres. Aunque puede ser cierto que algunos hombres son más callados y que algunas mujeres son más conversadoras, se trata de una simplificación excesiva.

El periodista Stephen Morrill de Tampa, Florida, comparte una historia que ilustra perfectamente este punto. «Mi padre era de Maine», comenta. «Rara vez hablaba y pensaba bien las cosas. Mi madre era de California y hablaba rápidamente, por lo que yo hice lo mismo. Así que teníamos conversaciones en las que mi padre decía algo y mi madre y yo respondíamos y seguíamos hablando. Cinco minutos después mi padre respondía a nuestra respuesta, pero para entonces ya era un tema de conversación que habíamos dejado atrás cuatro minutos antes. En ocasiones era tan incongruente que mi madre y yo teníamos que tratar de recordar a qué se estaba refiriendo. Había estado pensando en ello todo el tiempo».

En este caso, uno de los hombres de la familia se ajustó al estereotipo y el otro, no; sin embargo, hay otros factores que invalidan este estereotipo. Tannen hace referencia a estudios repetidos de hombres y mujeres en reuniones, discusiones de grupos mixtos y situaciones en salones de clase. Casi sin excepción, los hombres en estas situaciones hablaban con más frecuencia y por periodos más largos que incluso las mujeres más conversadoras del estudio.

Una vez más, Tannen atribuye esto a las diferencias de estilo. Los hombres del estudio a menudo demuestran lo que se llama «charla de información», mientras que las mujeres demuestran algo llamado «charla de relación». Así, en una situación en la que el estilo prevaleciente es un intercambio que crea una comunicación, un hombre puede permanecer en silencio a lo largo de la conversación, mientras que en una situación en la que puede hablar en público acerca de su tema favorito —ya sea frente a extraños o frente a familiares y amigos—, el mismo hombre difícilmente cederá la palabra.

Empero, Tannen enfatiza mucho que el género no es necesariamente el factor más importante en el estilo conversacional. «Todos estamos formados por innumerables influencias, tales como el origen étnico, la religión, la clase, la raza, la edad, la profesión, las regiones geográficas en las que hemos vivido nosotros y nuestras familias, y muchas otras identidades de grupo, todas ellas mezcladas con la personalidad y las preferencias individuales».

Es probable que el entender cómo es que estas influencias moldean el estilo conversacional no nos salve de todos los desastres en la comunicación; sin embargo, podría ayudarnos a no malinterpretar los motivos de los demás mientras nos despojamos de la creencia de que nuestro propio estilo conversacional es el ideal al que toda persona debe aspirar.

«Buscamos crear conexiones, lazos que nos unan», señala Nemzoff. «Si estás dispuesto a observarte a ti mismo, las relaciones se beneficiarán. Después de todo, sólo podemos cambiar lo que podemos controlar, y lo único que podemos controlar es a nosotros mismos».

De hecho, es posible que Nemzoff haya señalado directamente el atributo más importante que separa a los humanos del resto del reino animal. Quizá lo que realmente nos hace humanos es la capacidad de analizar, controlar y mejorar nuestras habilidades de comunicación y, en consecuencia, nuestras relaciones.