¿Tiene futuro la democracia?
Se considera a Atenas como cuna de la democracia, aunque difícilmente los antiguos griegos reconocerían nuestra versión de ella del siglo XXI. ¿Hacia dónde se dirige el sistema democrático capitalista de hoy? ¿Y puede estar a la altura de su promesa de ser eficiente, racional y justo?
A menudo se piensa que la democracia es la mejor forma de gobierno o la más justa de entre toda una lista de malas alternativas. Pero, ¿es aún la democracia que prevalece en el mundo de hoy realmente una buena opción?
La palabra democracia es de origen griego, idioma en el que demos significa «gente» y kratia significa «poder» o «gobierno». Los diccionarios la definen como una forma de gobierno en la cual la gente tiene voz en el ejercicio del poder, generalmente a través de representantes electos.
Pero si los oficiales elegidos democráticamente no son verdaderos representantes de la gente, ¿sigue siendo la democracia como se planeaba al principio?, ¿o en realidad, el ejercicio del poder recae en manos de unos pocos, una élite que por razones de interés personal prefieren privilegiar la voluntad de inversionistas privados y grandes corporaciones por encima de la voluntad del pueblo?
Si este es el caso, entonces, es posible que la idea misma de democracia haya sido traicionada a espaldas de los muchos que confiaban en ella. En todo el mundo vemos una desilusión generalizada cuando la democracia que quizás pensábamos tener se convierte cada vez más en un animal raro.
Insatisfacción mundial
En abril de 2019, una encuesta realizada por el Centro de Investigación Pew —entidad no partidista— halló que «muchos en todo el mundo se sienten insatisfechos con el funcionamiento de la democracia». Sobre la base de respuestas procedentes de 27 países, la encuesta señalaba que «el descontento tenía que ver con preocupaciones sobre la economía, los derechos individuales, y las élites alejadas de la realidad». Más de la mitad de los encuestados «no estaban satisfechos» con la democracia bajo la cual vivían. Las perspectivas en cuanto a libertad de expresión y oportunidades de mejora de la situación de vida se interpretaban como aspectos positivos de vivir en democracia; pero, 61% de los encuestados dijeron que la idea de que a los oficiales electos «les importa lo que la gente común piensa» no describía bien a los de su país.
Los niveles de satisfacción varían según el lugar de residencia de los encuestados. La encuesta señala, por ejemplo, que más de seis de cada diez suecos y holandeses están «satisfechos con el estado actual de la democracia»; pero en Italia, España y Grecia, considerables mayorías que han experimentado problemas económicos en el mundo posterior a la crisis financiera, se muestran insatisfechas. También señala que en Europa, la percepción de cómo funciona la democracia «está ligada a opiniones sobre la Unión Europea, observaciones acerca de si los inmigrantes están adoptando costumbres nacionales [,] y actitudes para con los partidos populistas».
La sensación de frustración prevaleciente con respecto a los partidos políticos y a los políticos mismos se puso de manifiesto en que 60% de los entrevistados sentían que «ganara quien ganara las elecciones, las cosas no iban a cambiar demasiado», mientras 54% creían que «la mayoría de los políticos son corruptos».
Ciertamente, en tiempos recientes, el enojo contra los políticos, el ritmo del cambio social, y las preocupaciones en torno a la economía y la inmigración han contribuido al surgimiento de una ola de líderes populistas contrarios a las autoridades constituidas. Según revela la encuesta, numerosas organizaciones han registrado desaceleraciones mundiales en la salud de la democracia. Estos hallazgos también concuerdan con los de investigadores al respecto. Por ejemplo, en Journal of Democracy (publicada en julio de 2016), Roberto Stefan Foa y Yascha Mounk observaban un descontento peligroso con la democracia en las sociedades de Estados Unidos y Europa Occidental.
La investigación de Pew sugiere que mientras que es probable que las ideas centrales a la democracia liberal sigan siendo populares, el compromiso con la democracia puede aún impasiblemente volverse débil. Tal vez una de las razones sea que la democracia que la gente pensaba que tenía no es en realidad lo que experimentan.
«El enojo contra las élites políticas, la insatisfacción económica y la ansiedad ante los rápidos cambios sociales han alimentado la agitación política en regiones de todo el mundo… En muchas naciones, las opiniones sobre el desempeño de los sistemas democráticos son decididamente negativas».
Chomsky sobre el neoliberalismo
Los resultados de la encuesta de Pew son preocupantes: élites alejadas de la realidad; preocupación por la economía; políticos corruptos a los que en realidad no les importa la gente; inquietud porque nada cambia, aun bajo nuevos liderazgos. Con todo, algunos comentaristas sostienen que los resultados no solo no son sorprendentes, sino que el sistema mismo fomenta activamente esas condiciones.
Uno de tales antiguos comentadores, particularmente en relación con los Estados Unidos, es Noam Chomsky. Chomsky, que actualmente tiene 90 años de edad, ha sido descrito como anarcosindicalista o socialista libertario. Él encuentra la reciente propagación de ultranacionalistas, autócratas y los así llamados populistas, inquietantemente reminiscente de 1939, cuando el fascismo se impuso con fuerza en Europa.
Chomsky, quien desde su juventud se ha mantenido firme en el lado izquierdo del espectro político, es un crítico constante del neoliberalismo («el consenso de Washington»), el principal modelo político-económico de nuestros tiempos: «El consenso de Washington neoliberal es un conjunto de principios orientados al mercado concebido por el gobierno de los Estados Unidos y las instituciones financieras internacionales que mayormente domina, e implementado por ellos en diversas maneras». Esta es una afirmación con la que obviamente no todos estarían de acuerdo. Pero —dado el hecho innegable de que una cantidad desproporcionada de riqueza se mantiene en manos de solamente unos pocos—, las opiniones políticas de Chomsky siguen resonando en algunos círculos.
Chomsky sugiere que la doctrina neoliberal —que según él no es nueva ni es fiel a las doctrinas originales del liberalismo— estriba, en esencia, en un puñado de élites que controlan la opinión pública, la vida social y los principios de mercado en beneficio propio para maximizar sus ganancias personales. El neoliberalismo se asocia a menudo con Ronald Reagan y Margaret Thatcher; y, según se argumenta, funciona con mayor eficacia en una democracia electoral formal.
Robert W. McChesney —profesor de la Universidad de Illinois—, sostiene que el neoliberalismo es más elocuente cuando suena como si estuviera beneficiando a los más pobres de la sociedad o abordando preocupaciones en relación con el ambiente, a pesar del hecho de que sus políticas benefician principalmente a unos pocos individuos muy ricos y a grandes corporaciones. En el análisis de Chomsky, el objetivo predominante del sistema decididamente no se deja llevar por esas preocupaciones, a pesar de muchas personas bien intencionadas que genuinamente procuran servir como funcionarios públicos.
Dada la desproporcionada distribución de la riqueza en la sociedad, ¿será acaso que los principios neoliberales se han consagrado en la democracia, precisamente porque sirven a los intereses de esos pocos individuos ricos?
Cabe señalar que no todos los que Chomsky etiqueta como «neoliberales» necesariamente se autodefinirían como tales. Asimismo, muchos no están de acuerdo con él tocante al grado de poder que una pequeña élite ejerce sobre grandes democracias. Sin embargo, varias de las afirmaciones de Chomsky suenan sorprendentemente bien con los hallazgos de Pew: muchos occidentales están cada vez más preocupados por las élites corruptas e indiferentes dentro de la democracia, lo cual resulta en un creciente grado de insatisfacción con la democracia capitalista en general.
Contradicciones en el mercado «libre» capitalista
Según Chomsky, la plataforma del neoliberalismo es el mercado libre, caracterizado por la liberalización del comercio y las finanzas, permitiendo que los mercados fijen los precios, deteniendo la inflación y privatizando. Esta serie de prácticas requiere que los gobiernos electos democráticamente se hagan a un lado, desregulen y aflojen los grilletes del control. Chomsky dice que por lo general, los líderes electos proclaman esto como esencial para mantener la salud de la democracia misma. Con todo, señala que los gobiernos que pretenden consagrar el libre mercado pueden, en la práctica, funcionar con un doble rasero; mientras que por un lado proclaman la necesidad crítica de proteger el libre mercado, por el otro intervienen a voluntad en los mercados extranjeros. Los sistemas económicos contienden por la dominación precisamente porque el poder está enteramente en manos de los artífices.
A menudo hemos oído que en una democracia la economía es eficiente, racional y justa. Pero, ¿lo es? ¿Cómo es racional promover un mercado libre mientras se participa en guerras comerciales con naciones vecinas? ¿Dónde está la igualdad cuando los mercados sirven los intereses de unos pocos mientras otros literalmente pasan hambre?
«La población general debe ser excluida por completo del ámbito económico, donde en gran medida, lo que sucede en la sociedad está determinado. Según la teoría democrática prevaleciente, aquí el público está para no intervenir ».
Las corporaciones masivas que dominan los mercados a menudo ejercen un mayor grado de control. A pesar de los mecanismos reguladores para evitar la monopolización, la competencia puede seguir siendo débil donde las empresas más grandes tienen una cuota de mercado significativa. En retrospectiva, los reguladores para varias industrias —particularmente, el sector financiero— han demostrado ser ineficaces y poco sofisticados en comparación con los que se supone que deben regular. Tal fue el caso en varias regiones democráticas tras la catástrofe financiera de 2007/8, que a su vez resultó, al menos en parte, de años de desregulación. Navegar las lagunas legales con un ejército de abogados de alta gama y aprovechar las debilidades de la regulación es la norma estratégica.
En los Estados Unidos, las grandes corporaciones también pueden ser financiadoras masivas indirectas de campañas políticas mediante comités de acción política (PACs, por sus siglas en inglés), pero estos no son instituciones democráticas. La riqueza puede comprar una voz para promover intereses creados e imponer temas en la agenda política. En consecuencia, las grandes corporaciones mantienen una posición central en la economía y en la estructura de la sociedad. Según Milton Friedman —identificado a veces como gurú neoliberal—, así es como debe ser. Él considera que la obtención de beneficios es la esencia de la democracia; por eso, cualquier gobierno que practica políticas antimercado está siendo antidemocrático. Otros, por supuesto, ven esto como la inhibición del florecimiento de una verdadera democracia.
Chomsky señala la contradicción inherente en la idea de una democracia capitalista, según él la define: Si una verdadera democracia estuviera en juego, ¿no se distribuiría equitativamente en los bolsillos del electorado el rendimiento de los fondos públicos invertidos en el desarrollo de las telecomunicaciones, Internet y tecnologías similares, y no retendría el público el control? Sin embargo, dichas tecnologías, muchas de las cuales fueron creadas con fines gubernamentales o militares, acabaron en manos de grandes corporaciones que se han beneficiado inmensamente. Que esto es un hecho, diría Chomsky, destaca el grado en que no vivimos en verdaderas democracias.
Puede que la democracia capitalista arquetípica sea Estados Unidos. Como nación en ciernes —habiendo subyugado en gran medida a la población indígena y conservando poco de los sistemas europeos anteriores— fue, tal como la describiera Thomas Paine en 1776, «una hoja en blanco para escribir». Para mucho antes de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos era la economía más grande del mundo. Durante la guerra la nación prosperó aún más, mientras varios de sus competidores estaban gravemente debilitados. En palabras de Chomsky: «Hacia finales de la guerra, los Estados Unidos tenían la mitad de la riqueza del mundo y una posición de poder sin precedente histórico». Naturalmente, los principales artífices de la política intentaron utilizar este poder para establecer un sistema mundial que favoreciera sus intereses».
Desde todo punto de vista, la preeminente abundancia y las oportunidades que le cayeron a Estados Unidos se deben ver como unas de las más grandes oportunidades de la historia humana cual envueltas para regalo. Pero eso no significa que el interés propio no es un factor en lo que respecta a cómo se utilizan el poder y la riqueza de la nación. El sistema capitalista mundial envuelto en ideales democráticos ha producido un sistema económico mundial en el cual, según cálculos de Oxfam, 82% de la riqueza mundial generada en 2018 fue a parar a 1% de la gente, mientras que la mitad más pobre de la humanidad no vio aumento alguno. Chomsky cita a Gerald Haines, ex jefe historiador de la CIA: «Tras la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos asumieron, en provecho propio, la responsabilidad de velar por el bienestar del sistema capitalista mundial» (de The Americanization of Brazil). Chomsky asimismo cita referencias de la prensa internacional de negocios a «un gobierno mundial de facto» de una «nueva era imperial», detrás de la cual él ve en las corporaciones las verdaderas dueñas del mundo.
La hipocresía de un mercado libre reside en que a menudo opera según el doble estándar del ejecutor. Lo que para mí es mercado libre puede diferir de lo que impongo a otros. Ha venido pasando desde hace mucho tiempo. En los días del imperio, señala Chomsky, los británicos vendían a China cargamentos de opio por la fuerza, pero prohibían su venta en casa.
También el imperio británico recibió oportunidades envueltas como regalos de profundo valor y gran alcance. Pero, de nuevo, ¿cómo manejaron ellos esas oportunidades? En 1793, los gobernantes británicos de la India instituyeron una política conocida como Asentamiento Permanente, según la cual terratenientes controlados por Inglaterra eran empoderados para despojar a los pequeños agricultores locales. Los amos británicos se beneficiaron enormemente, con el gobernador general reconociendo en 1829 que el plan había «creado un vasto cuerpo de propietarios de tierras ricos, profundamente interesados en la continuación del dominio británico y la posesión del control completo sobre la masa del pueblo». No obstante, el oficial, William Bentinck, consideró esa política «un fracaso en muchos aspectos y en sus elementos esenciales más importantes». Más tarde, él informó sobre el efecto devastador que las prácticas comerciales británicas habían tenido en la industria textil de la India: «La miseria difícilmente encuentra un paralelo en la historia del comercio. Los huesos de los tejedores de algodón blanquean las llanuras de la India».
Principios similares —si bien menos manifiestamente inhumanos— se siguen promoviendo hoy a favor del mercado libre. La explotación es fundamentalmente una hipocresía humana basada en obtener para beneficio propio. ¿Es el mercado «libre» tan justo en sus negociaciones con el Tercer Mundo o naciones en desarrollo como lo es en las democracias capitalistas del Primer Mundo, donde sus principios se mantienen firmemente?
Malinterpretación de Adam Smith
Según Chomsky, la desconexión entre el neoliberalismo y el liberalismo clásico que resultó de la Ilustración proviene en parte de su lectura del economista escocés Adam Smith, a menudo llamado Padre del Capitalismo. Aunque los neoliberales tienen a Smith en alta estima, Chomsky sostiene que ignoran algunas de sus reflexiones menos que aprobatorias con respecto al capitalismo: «Todo para nosotros y nada para los demás, parece, en cada época del mundo, haber sido la máxima vil de los amos de la humanidad», escribió Smith.
El apoyo general de Smith a la división del trabajo es bien conocido; sin embargo, él también expresó una gran preocupación acerca de su posible efecto en los trabajadores de su época: «El hombre cuya vida entera transcurre haciendo algunas operaciones de fácil realización, de las cuales los efectos son tal vez siempre los mismos, o casi los mismos, no tiene ocasión de ejercer su comprensión… Por ende, naturalmente pierde el hábito de dicho ejercicio, y por lo general se vuelve tan estúpido e ignorante como sea posible que una criatura humana se vuelva… En toda sociedad civilizada y mejorada, este es el estado en el que necesariamente deben caer los trabajadores pobres, o sea, la gran mayoría de la gente, a menos que el gobierno se tome algunas molestias para prevenirlo».
«El comercio, que naturalmente debería ser —entre las naciones como entre los individuos—, un vínculo de unión y amistad, se ha convertido en la fuente más fértil de discordia y animosidad».
Smith entendía bien los intereses de quiénes favorecía semejante sistema. «No puede ser muy difícil —escribió— determinar quiénes han sido los creadores de todo este sistema mercantil; no los consumidores, podemos creer, cuyos intereses han sido completamente descuidados; sino los productores, cuyos intereses han sido tan cuidadosamente atendidos; y dentro de esta última clase, nuestros comerciantes y fabricantes han sido por lejos los artífices principales».
Además, en Wealth of Nations, señaló que este es un problema de raíces profundas y solución no clara. «La violencia y la injusticia de los gobernantes de la humanidad es un mal antiguo, para el cual, me temo, la naturaleza de los asuntos humanos apenas puede admitir un remedio».
¿El fin de la historia?
Francis Fukuyama, en su famoso ensayo de 1989 titulado The End of History?, sugería que la propagación mundial de las democracias liberales y el capitalismo de libre mercado marcó el fin del camino para otras formas de gobierno. Sin embargo, como mencionáramos anteriormente, en los treinta años transcurridos, cada vez son más quienes se muestran insatisfechos con ese modelo político-económico. Según Chomsky, las proclamaciones tocantes al «fin de la historia», «perfección» e «irrevocabilidad» han demostrado siempre ser falsas.
De todas formas, «el mensaje más fuerte del neoliberalismo —escribe McChesney— es que no hay alternativa al status quo, y que la humanidad ha alcanzado su nivel más alto». Añade: «La noción de que no puede haber una alternativa superior al status quo es hoy más inverosímil que nunca». Con todo, continúa admitiendo: «Es cierto que no está claro cómo establecer un orden postcapitalista viable, libre y humano, y la noción misma al respecto tiene un aire utópico».
Chomsky cree que «no hay más razón ahora que nunca haya habido para creer que estamos constreñidos por leyes sociales y misteriosas, no simplemente decisiones hechas dentro de instituciones sujetas a la voluntad humana —instituciones humanas—, que tienen que enfrentar la prueba de la legitimidad y que, si no la pasan, pueden ser reemplazadas por otras que sean más libres y más justas».
En una entrevista con Nikkei Asian Review, publicada en noviembre de 2019, Fukuyama mismo decía que «el fin de la historia» es, en realidad, sobre si «[hay] en efecto un sistema superior que aún no se ha inventado».
Si la historia nos enseña algo, debe ser que un «sistema utópico», «más libre y más justo», y verdaderamente «superior» solo podría salir a la luz con la erradicación de aquellos aspectos de la naturaleza humana que siempre han tendido a subyacer en los gobiernos y las instituciones humanas, a saber: codicia, egoísmo, competencia, ansias de poder. Cuando cada uno de nosotros restrinja permanentemente esas tendencias, la «máxima vil» de los amos —«todo para nosotros, y nada para la gente»— se podrá dejar de lado. Solo entonces podrá una nueva forma de gobierno verdaderamente benevolente extenderse por toda la tierra: un gobierno de integridad intachable, que sea totalmente para el pueblo.
Vale la pena preguntarnos si nosotros, siendo humanos y por lo mismo sujetos a nuestra propia naturaleza humana imperfecta, tenemos en nosotros el hacer ese cambio tan fundamental y necesariamente universal.