Triunfo y Tragedia en Medio Oriente
«Sentí en mis huesos la victoria del judaísmo, el cual durante doscientos años de exilio de la tierra de Israel soportó persecuciones, la Inquisición española, pogromos, decretos contra los judíos, restricciones y el genocidio a manos de los Nazis durante nuestra misma generación, y logró el cumplimiento de su antiguo anhelo: el regreso a una Sión libre e independiente».
Es muy probable que cuando David Ben-Gurión proclamó la fundación del Estado de Israel en Tel Aviv el 14 de mayo de 1948 no vislumbrara la longevidad del conflicto con el mundo árabe. Ya han pasado más de 50 años desde que los primeros inmigrantes judíos huyeron de la persecución rusa y llegaron a las costas de Palestina. Esos años fueron difíciles, comenzando con la lucha por establecer el sionismo (consulte «Theodor Herzl: Fundador del Sionismo»), acentuada aún más por la Primera Guerra Mundial, la Declaración de Balfour, la caída del control otomano sobre Palestina, el mandato de la Sociedad de Naciones, la cambiante política británica sobre la inmigración judía, la animadversión árabe y palestina, y la catastrófica pérdida de vidas durante el Holocausto; sin embargo, seguramente el conflicto no continuará otro medio siglo.
Ciertamente, el pragmático futuro primer ministro sabía que les esperaban días problemáticos. Sabía que él y sus colegas se habían comprometido (aunque fuera temporalmente) a dividir el territorio y su ansiada ciudad capital para lograr la constitución del Estado; no obstante, tenía muchas razones para creer que con las muestras de solidaridad hacia los sobrevivientes del Holocausto, el término del mandato británico a la medianoche, así como el amplio y confirmado apoyo de las Naciones Unidas se había alcanzado un hito muy importante en el camino hacia la aceptación internacional, la paz y la seguridad de su pueblo.
Y como para corroborar la justificación de tal esperanza, tan sólo once minutos después de la declaración, el Presidente Harry Truman telegrafió el reconocimiento de Israel por parte de Estados Unidos, seguida tres días después por la Unión Soviética. Aunque se debió sin duda a distintas razones, la presencia de la joven nación en el escenario mundial había sido reconocida por las nacientes superpotencias.
«Nadie que haya vivido ese momento podrá borrar jamás ese recuerdo de su corazón».
Empero, los 60 años posteriores han demostrado ser más difíciles y trágicos para israelíes y palestinos de lo que Ben-Gurión pudo haber imaginado en esos primeros y vertiginosos días de la constitución del Estado, y siempre al centro del aparentemente interminable conflicto se ha encontrado la ciudad santa, Jerusalén.
LA RESOLUCIÓN CRUCIAL
La ONU aprobó la Resolución 181 el 29 de noviembre de 1947 con una mayoría de dos terceras partes (33 a 13 con 10 abstenciones, incluyendo a Gran Bretaña), la cual exigía dividir Palestina en dos estados —uno árabe y el otro judío— con intereses económicos mutuos y la internacionalización de Jerusalén. También hubo una disposición para que, luego de diez años, se realizara un referéndum no obligatorio entre los habitantes, relacionado con el futuro de la ciudad. Por su parte, Ben-Gurión estaba feliz de aceptar esta cláusula con la esperanza de que una década después los judíos descubrieran que sería más fácil poseer Jerusalén, incluso si la demografía proyectada de la ciudad no estuviera de su lado.
«Uno de cada cien hombres, mujeres, ancianos, niños y bebés entre las multitudes de judíos que bailaban, gozaban, bebían y lloraban de felicidad… [en] las calles esa noche moriría en la guerra que los árabes comenzaron en el transcurso de las siete horas posteriores a la decisión de la Asamblea General en Lake Success».
La comunidad judía en Palestina (el Yishuv) aceptó gustosamente la decisión de la ONU; la Liga Árabe la rechazó en representación del pueblo de Palestina. Ya en octubre de 1947 ejércitos árabes de los países colindantes se habían comenzado a desplazar hacia las fronteras de Palestina anticipándose al voto. En el transcurso de las siete horas posteriores a la decisión de la ONU en Lake Success, cerca de Nueva York, los palestinos comenzaron la guerra que continuaría de manera intermitente durante un año. El embajador de Israel en la ONU, Abba Eban, escribió posteriormente: «El periodo entre diciembre de 1947 y abril de 1948 fue uno de los más peligrosos en la historia judía ». Desafortunadamente, la ONU, como organismo de reciente creación, no tenía manera de implementar sus decisiones, y los británicos, quienes se habían abstenido de votar, se rehusaron a involucrarse demasiado mientras se preparaban para renunciar a su papel en la Sociedad de Naciones.
No es que Ben-Gurión no hubiera podido reconocer los peligros. Incluso antes de abril de 1947, cuando Gran Bretaña solicitó formalmente a la ONU tomar el Mandato, él había concluido que estallaría un conflicto armado con los árabes. Debido a que estaba a cargo de la defensa de la Yishuv desde 1946, ya había comenzado la obtención de armamento, y también se realizaron preparativos diplomáticos. En noviembre, justo antes de que la ONU aprobara la resolución de la división, su colega Golda (Meyerson) Meir se reunió en secreto con el rey Abdullah de Transjordania en representación de la Agencia Judía y acordaron que, durante el muy plausible conflicto entre la comunidad judía y sus enemigos árabes, los judíos tomarían el control de las áreas asignadas para ellos conforme al plan de la ONU, Transjordania tomaría el control de la Palestina árabe, y ambas partes buscarían la paz.
PRIMEROS PASOS EN LA PRIMERA GUERRA ÁRABE-ISRAELÍ
Cuando los árabes palestinos atacaron la comunidad judía durante la aprobación de la resolución de la ONU en noviembre de 1947, las fuerzas judías contraatacaron y, para mediados de enero de 1948, los palestinos en Jerusalén Occidental estaban huyendo. En febrero, Ben-Gurión ordenó a sus fuerzas de defensa (la Haganá) que se apoderaran de más áreas palestinas en Jerusalén Occidental para poblarlas con judíos. En marzo, la Haganá acordó emprender acciones ofensivas contra los palestinos (el Plan D), incluyendo la expulsión de los habitantes de poblaciones enteras. Esos fueron los primeros días de lo que desembocaría en la desaparición de más de 400 poblaciones palestinas y el exilio de más de 700,000 personas. Aunque ambos lados tenían numerosas razones para el desplazamiento de los palestinos, los campos de refugiados en Gaza, Cisjordania, Transjordania, Siria, Líbano, Egipto, Irak y los estados de la península arábica eran, en parte, el legado del miedo de los palestinos al ataque judío, la expulsión forzada de los judíos y la estrategia de invasión árabe.
El 1º de abril, Ben-Gurión se reunió con los líderes de la Haganá y ordenó atacar la población árabe de Qastel, localizada sobre el camino de Tel Aviv a Jerusalén. Así, varias semanas antes de la retirada oficial de Gran Bretaña, se puso en marcha el Plan D con el objetivo de abrir un corredor desde la costa hasta Jerusalén y anexar tanto territorio de la ciudad al nuevo Estado como fuera posible.
Dos sucesos críticos llevaron a la consiguiente toma sionista de áreas importantes de la ciudad. El primero fue la muerte del líder militar palestino Abd al-Qadir al-Husayni, acaecida el 8 de abril en Qastel. El otro ocurrió sólo un día después, el tristemente célebre ataque de los grupos subterráneos judíos (el Irgún y la Banda de Stern) en el cual murieron de 100 a 110 civiles palestinos en Deir Yassin en la frontera occidental de Jerusalén.
Vergonzosamente, el comando de la Haganá había estado de acuerdo con el ataque. El filósofo judío Martin Buber y otros tres pensadores judíos escribieron a Ben-Gurión calificando la masacre como «una mancha negra en el honor de la nación judía» y «una advertencia a nuestro pueblo de que ninguna necesidad militar práctica podrá justificar jamás tales asesinatos». Ben-Gurión nunca contestó, pese a que se le enviaron varias copias de la misiva.
JERUSALÉN AL CENTRO
Para abril de 1948, las condiciones dentro de Jerusalén habían empeorado drásticamente, con el barrio judío de la Ciudad Vieja (en Jerusalén Oriental) bajo sitio palestino. Ben-Gurión convocó a una reunión de emergencia para encontrar una manera de solucionar la falta de alimentos en la ciudad. Tres convoyes lograron pasar y se aminoró el problema. El 11 de mayo, Golda Meir se reunió en secreto con el rey Abdullah para intentar persuadirlo una vez más de no atacar Israel en los próximos días; sin embargo, el rey dijo que la situación había cambiado y que no podía mantener lo acordado seis meses atrás. Por supuesto, el 14 de mayo Ben-Gurión proclamó la fundación del Estado de Israel y casi de inmediato los ejércitos de cinco países árabes atacaron al recién creado Estado. De acuerdo con el comandante de la Legión Árabe Sir John Glubb, el 17 de mayo el rey Abdullah ordenó que ésta defendiera la Ciudad Vieja en respuesta a la ofensiva judía emprendida unos días antes. Los jordanos llegaron a la parte norte de la ciudad el 19 de mayo e impidieron que las fuerzas judías siguieran avanzando.
Ben-Gurión se reunió con su personal general a principios de la siguiente semana y enumeró sus prioridades. Primero, Jerusalén, Galilea y el Néguev; segundo, emprender tácticas ofensivas y no defensivas; tercero, derrocar un oponente a la vez; y cuarto, forzar el ataque de la Legión Árabe. No obstante, el 28 de mayo, con ayuda de funcionarios públicos británicos, la Legión Árabe acorraló el Barrio Judío hasta el punto de la rendición.
Los historiadores revisionistas observan que esta «Guerra de Independencia» enfrentaba a un David israelí contra un Goliat árabe; empero, de hecho, los israelíes, aparentemente sobrepasados en número, siempre tuvieron la superioridad y esto aumentó a medida que continuaba la guerra. Documentos liberados más adelante también muestran que los árabes tenían sus propios intereses para el enfrentamiento además de ayudar a los palestinos. La noción de una Arabia unida no es totalmente correcta. El rey Abdullah ciertamente tenía objetivos distintos. El antiguo pragmatismo hachemita ordenaba tener la disposición de vivir junto al pueblo judío en pro de la paz y la prosperidad.
El 11 de junio de 1948 se realizó un cese general al fuego. Jerusalén Occidental, incluyendo las áreas palestinas de las que se había expulsado a los habitantes, se encontraban bajo control de los judíos. Jerusalén Oriental y la Ciudad Vieja (incluyendo el barrio judío) quedaron en manos de los jordanos; no obstante, la lucha pronto se reanudó y el 26 de septiembre Ben-Gurión propuso un nuevo plan al gabinete: lanzar un ataque para tomar toda la ciudad, pero el gabinete votó en contra. A fin de no humillar a quienes votaron en contra de su propuesta, suprimió su publicación.
Cuando la guerra terminó en el mes de enero de 1949, Jerusalén permaneció dividida. Durante algún tiempo después, Ben-Gurión culpó al gabinete y se lavó las manos por lo que llamó la «pérdida» de Jerusalén Oriental, suceso que consideró sería causa de «lamentaciones por generaciones». Además, apunta el historiador israelí Benny Morris, tanto Ben-Gurión como el General Moshé Dayán, quien adquirió influencia en los primeros años del Estado, creían que la guerra de 1948 debió tener un fin diferente; creían que Israel debió ocupar «todo el país, desde el Jordán hasta el Mediterráneo», y que «se perdió una gran oportunidad para recuperar la “Tierra de Israel” hasta sus fronteras naturales».
Años después Ben-Gurión escribió a Charles de Gaulle acerca de las intenciones de Israel relacionadas con la segunda etapa de la guerra (de mayo de 1948 a enero de 1949): «Si pudiéramos ampliar nuestras fronteras y liberar a Jerusalén en la guerra que nos estaban declarando los pueblos árabes, hubiéramos liberado a Jerusalén y Galilea occidental, de manera que hubieran formado parte del Estado».
¿Acaso anticipaban los jordanos que Ben-Gurión deseaba toda la ciudad? Existen indicaciones de que así fue. La primera de ellas está relacionada con el subdesarrollo económico de Jerusalén Oriental durante los casi 20 años del reinado jordano (de 1948 a 1967): los jordanos se enfocaron en Ammán y Transjordania, ignorando el desarrollo económico de la Cisjordania. La razón no era sólo una preferencia por la capital Ammán; de acuerdo con el historiador Michael Hudson, la invasión en Jerusalén Oriental era inútil debido a que «las autoridades jordanas temían que tarde o temprano Israel volviera a atacar».
Una segunda indicación del conocimiento jordano de la perspectiva que tenía Ben-Gurión de la ciudad proviene de Glubb. En sus memorias, escribió que en 1948, semanas antes del término del Mandato, un oficial de la Haganá le mencionó a un oficial de la Legión Árabe que los judíos sabían lo que la Legión planeaba realizar en la Palestina árabe. Luego agregó que a los judíos no les importaba siempre y cuando la Legión no interfiriera con las fuerzas sionistas en Jerusalén. Al preguntarle qué pasaría si lo hicieran, el oficial de la Haganá contestó: «Únicamente entrarán a Jerusalén sobre nuestros cadáveres». Glubb también conjeturó: «Quizá los judíos ya habían determinado desde mucho antes apoderarse de toda Jerusalén».
Aunque Ben-Gurión firmó armisticios en enero de 1949, su discurso frente al gabinete de algunos meses atrás puso en contexto su disposición para terminar la Guerra únicamente frente a la unificación de una Jerusalén judía. Al explicar por qué no buscaba acuerdos de paz, afirmó creer que Israel tenía el tiempo de su lado respecto a todas las cuestiones importantes: las fronteras, los refugiados y Jerusalén. Con respecto a la ciudad, pensaba que la idea de internacionalización iba en declive conforme la gente se acostumbraba al status quo. Era una perspectiva que coincidía con su visión a largo plazo de que al final se alcanzaría por completo el objetivo sionista, incluyendo la reclamación de toda Jerusalén. Cuando los aspectos prácticos exigieran una situación distinta, entonces pensaría en algo que no fueran logros absolutos; no obstante, sus metas en general se mantuvieron intactas.
SENTIMIENTOS ACERCA DE LA CIUDAD
El 5 de diciembre de 1949, en respuesta a un renovado debate en la ONU acerca de Jerusalén y los lugares santos, Ben-Gurión continuó reforzando su postura acerca de la ciudad. Anunció en la Knéset que Jerusalén no se separaría de Israel. Su discurso estuvo adornado con expresiones poderosamente emotivas, lleno de referencias a la historia y el anhelo milenario del pueblo judío, apelando a la identidad central de los primeros judíos en convertirse en israelíes. Según sus palabras, Jerusalén es judía, sagrada, soberana y digna de morir por ella; es el corazón del Estado, la capital eterna:
«Consideramos nuestra obligación declarar que la Jerusalén judía es una parte orgánica e inseparable del Estado de Israel, tal y como es una parte integral de la historia de Israel, de su fe y del espíritu de nuestro pueblo. Jerusalén es el mismo corazón del Estado de Israel…».
«Es inconcebible que la ONU intente separar a Jerusalén del Estado de Israel o infringir la soberanía de Israel respecto a su eterna capital…».
«Nuestros lazos con Jerusalén el día de hoy no son menos intensos de lo que fueron en los días de Nabucodonosor y Tito Flavio; y cuando Jerusalén fue atacada luego del 14 de mayo de 1948, nuestra heroica juventud fue capaz de sacrificar su vida por nuestra sagrada ciudad capital, nada menos de lo que hicieron nuestros antepasados en los días del Primer y Segundo Templos…».
«Declaramos que Israel jamás abandonará Jerusalén por voluntad propia, de la misma manera en que en miles de años no hemos perdido nuestra fe, nuestro carácter nacional y nuestra esperanza de regresar a Jerusalén y a Sión, a pesar de las persecuciones sin precedentes en la historia».
«Un pueblo que durante dos mil quinientos años ha seguido inquebrantablemente el juramento que los primeros exiliados realizaron en los ríos de Babilonia de no olvidar Jerusalén nunca se resignará a separarse de ella. La Jerusalén judía nunca aceptará un gobierno extranjero después de que miles de sus hijos e hijas por tercera vez liberaron su histórica tierra natal y la redimieron de la ruina y la destrucción».
La definición exacta de Ben-Gurión al hablar de una «Jerusalén judía» es materia de debate. Algunos afirman que nunca pretendió referirse a toda Jerusalén (Oriental y Occidental), sino que estaba satisfecho con su parte de la ciudad; sin embargo, como hemos visto, diversas declaraciones y acciones contradicen esa conclusión y fortalecen el argumento de que toda Jerusalén era su objetivo final, uno basado en la identidad e ideología central. En su discurso no sólo se refiere a Jerusalén Occidental; su Jerusalén es «una parte integral de la historia de Israel, de su fe y del espíritu del pueblo [judío]», «eterna», la «sagrada ciudad capital» de los tiempos de Babilonia y Roma, y «Sión», junto con «histórica tierra natal». Con ello no puede referirse sólo a la Jerusalén Occidental de 1948, sino que reivindicaba su derecho a toda la ciudad.
El 10 de diciembre de 1949, la Asamblea General de la ONU votó por mayoría (38 a 14, con 7 abstenciones) para mantener su resolución de 1947. Jerusalén se encontraría bajo un régimen especial internacional como corpus separatum, administrada por la ONU a través de su Consejo de Administración Fiduciaria y gobernada por su propio delegado. Ben-Gurión respondió en la Knéset reafirmando lo que había dicho una semana antes acerca de Jerusalén. Nada había cambiado; subrayó: «No podemos participar en la separación forzada de Jerusalén, la cual viola innecesaria e injustificadamente los derechos históricos y naturales del pueblo judío». También observó que «el Estado de Israel tuvo y siempre tendrá una sola capital: la eterna Jerusalén. Así fue hace tres mil años y así será, creemos, hasta el fin de los tiempos». Al final de su discurso, por recomendación del primer ministro, la Knéset votó para transferirse a sí misma y al gobierno de Israel de Tel Aviv a Jerusalén.
SESENTA AÑOS DESPUÉS
Desde el conflicto de 1948, Israel ha estado involucrado en varias guerras con el mundo árabe y los palestinos: La Guerra del Sinaí en 1956, la Guerra de los Seis Días de 1967, la consiguiente Guerra de Desgaste, la Guerra de Yom Kippur en 1973, la Guerra con Líbano en 1982, la Guerra de Desgaste en Líbano, la Primera y Segunda Intifadas de 1987 y 2000, y la Segunda Guerra con Líbano en 2006. Pese a estas guerras y varios intentos de paz, Jerusalén nunca ha cambiado de objetivos, debido a que es fundamental para el concepto tanto del estado sionista como de cualquier futuro estado palestino. Ben-Gurión dejó clara su postura antes y después de la fundación de Israel, y sus sucesores han reflejado su compromiso; igualmente, los líderes palestinos— desde Yasser Arafat de la Organización para la Liberación de Palestina, pasando por Mahmoud Abbas y hasta Khaled Meshaal de Hamás— han reclamado su derecho a Jerusalén como capital.
¿Existe una respuesta al conflicto árabe-sionista? Durante más de un siglo, diplomáticos experimentados, académicos altamente calificados, autoridades religiosas y líderes mundiales han buscado cada uno de ellos una solución. Su modesto éxito (la paz fría con Egipto, la paz económica y de recursos con Jordania) está sobrepasado por fracasos tristemente célebres (la Conferencia de Baker, los Acuerdos de Oslo de Rabin y Arafat, la Cumbre en Camp David de Clinton).
Es inevitable que las negociaciones aborden asuntos legales, de seguridad, económicos, de refugiados, territoriales y fronterizos. Quienes han atestiguado o participado en las interminables rondas de conferencias fallidas a menudo caen en un fatalismo que no ve ninguna solución cercana, sino sólo un problema de administración. El teniente alcalde de Jerusalén, Meron Benvenisti, ha concluido que el conflicto es «irresoluble, pero administrable». Es irresoluble porque involucra «cuestiones de identidad, justicia absoluta, choque de afinidad a la misma tierra natal y mitos en conflicto».
Sin embargo, es precisamente aquí, más allá de las modalidades usuales abordadas en las negociaciones, donde yace el verdadero terreno para el compromiso. La identidad y la ideología, como observó el notable psicólogo Erik Erikson, están interrelacionadas, casi como los dos lados de la misma moneda. Y, agregó, la identidad es más maleable de lo que podríamos creer. Está en reconocer la necesidad de permitir el respeto a la identidad y la ideología del prójimo, y en aceptar que las individualidades se pueden modificar para buscar una solución al conflicto de más de un siglo.
El ideal del cambio fundamental de la Biblia y el Corán —dar media vuelta y arrepentirse (en hebreo, shub, y en árabe, tawbah)— ofrece la manera de lograrlo. Según lo revelan nuevos estudios de la neurociencia, podemos alterar nuestros cerebros, incluso con respecto a nociones antiguas, firmes y jamás cuestionadas.
¿Pueden los israelíes y palestinos compartir la misma ciudad capital? Sí. ¿Es posible lograr la paz entre Israel y Hamás? Sí. Empero, el doloroso, pero provechoso compromiso con el concepto de shub y tawbah es primero.