La verdad os hará libres

Es posible que alguna vez haya oído a alguien decir que con la Biblia se puede demostrar cualquier cosa; que, dada la idea de que está tan abierta a la interpretación, realmente carece de valor o validez. O que no es más que una colección de historias y mitos antiguos sin importancia para la actualidad. Incluso puede que, de tanto oír lo que tantos dicen, haya llegado a la conclusión de que es imposible comprenderla. Son tantas las opiniones sobre el que sigue siendo el libro más difundido del mundo, que es difícil saber por dónde empezar a disipar estas nociones comunes.

Con todo, algunas reglas básicas podrían ayudar. Por ejemplo, ¿es lógico asumir que la pericia en un campo califica para emitir juicios en otro? Un repaso de varios vídeos de YouTube de personalidades conocidas debatiendo sobre la relevancia bíblica revela que sus pericias radican en ámbitos distintos al del tema en cuestión. Seguramente dominan sus respectivos campos de conocimiento, pero su comprensión del propósito y el significado de la Biblia es deficiente. Una observación en este sentido procede del hecho de que los problemas surgen cuando no leemos la Biblia en sus propios términos, sino a través de nuestras propias lentes, lo cual conduce a la distorsión.

Incluso alguien que apoye una perspectiva religiosa más tradicional puede tergiversar lo que dice el Libro de los libros, porque la tradición en sí misma puede no ser una guía segura. La tradición también puede tergiversar. Esta es la dificultad que Jesús puso de manifiesto en sus discusiones con los líderes religiosos de la época: los fariseos y los religiosos expertos en la ley, o escribas. Les dijo: «Habéis invalidado el mandamiento de Dios por vuestra tradición» (Mateo 15:6). Otra traducción dice: «Habéis invalidado la palabra de Dios por vuestra tradición». Las tradiciones y los rituales pueden no ser más que invenciones humanas, alejadas de la verdadera espiritualidad. La intención de la ley de Dios es maximizar la experiencia humana fomentando el amor activo a Dios y a la humanidad.

Muchas personas, creyentes y no creyentes, reconocen la sabiduría espiritual y la pureza del Sermón del Monte de Jesús. Se dice que en ese mensaje transmitió una verdad sin parangón y que se aplica a todas las personas. Con todo, muchos no se atreven a aceptar y creer en la persona que Jesús llamó «Padre». Como agnósticos o ateos, pueden optar por ignorar otra verdad de las Escrituras que Jesús esgrimió: «El necio ha dicho en su corazón: “No hay Dios”» (Salmo 14:1, Nueva Biblia de las Américas).

Tomar la Biblia en sus propios términos significa acercarse a ella con humildad. Puede implicar dejar de lado nuestras presuposiciones o influencias externas conflictivas. Si intentamos comprender la mente de Dios a través del filtro de la filosofía humana en vez de por la lógica interna de la Biblia, no lograremos mayor claridad. Aunque es un libro de profundos conocimientos, la Biblia no es incomprensible. Su propósito es servirnos como guía revelada para orientarnos en la vida: «Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino» (Salmo 119:105).

«El ser humano no es una amalgama de cuerpo perecedero y alma inmortal, sino una unidad psicofísica que depende de Dios para la vida misma».

Jon D. Levenson sobre Genesis 2:7, en The Jewish Study Bible

A los no creyentes les resultará difícil aceptar esto. Todo lo que no se pueda demostrar físicamente carece de relevancia para ellos. Un conocido científico nos dice que, al morir, sus circuitos cerebrales físicos cesarán y no quedará nada: que se habrá ido para siempre. Es un materialista para quien el propósito de la vida es simplemente reproducirse y sobrevivir físicamente. No existe el mundo espiritual.

Sin embargo, la Biblia, que reconoce nuestra mortalidad, enseña que no somos enteramente materiales. Al tomar de nuevo la Biblia al pie de la letra y despojarnos de cualquier idea propia preconcebida, descubrimos que tenemos un elemento espiritual, aunque no un alma inmortal. No tenemos almas; somos almas, seres vivos animados por el «espíritu en el hombre» dado por Dios. Somos singularmente humanos, con inteligencia dotada por Dios, y por consiguiente, diferentes de los animales: «Hay espíritu en el hombre, y el soplo del Todopoderoso le da entendimiento» (Job 32:8, LBLA).

Al permitir que la Palabra nos hable directamente, podemos liberarnos de la duda sobre la validez y el valor de la Biblia. Podemos descubrir el verdadero sentido y propósito de la vida.